29 de abril de 2005

ENCHÚFAME EL ASKAR

En mi ya lejana juventud -o sea, en la prehistoria- había un anuncio de televisión (en blanco y negro, naturalmente) que se hizo muy popular por este eslogan:”Enchúfame el Askar”. Naturalmente que el Askar era el modelo de televisión publicitado.

El recuerdo me ha venido a la perinola (cabeza, coco, chilindrón…) viendo las imágenes de la RAI en que Cannavaro, famoso futbolista internacional italiano, se enchufa la aguja a la intravenosa para recibir un fármaco tan milagroso como el Askar de aquellos tiempos. El follón ya se ha armado por parte de los bien pensantes, de los ignorantes y de los hipócritas.

Los bien pensantes se están quedando afónicos (y sólo han pasado unas horas desde la publicación del vídeo) porque es intolerable, aquí hay trampa y hay que acabar con esta adulteración del deporte. Los ignorantes se han quedado mudos porque en sus mentes infantiles y prelógicas, no entra dentro de la cabeza que gente famosa y así, se meta en el cuerpo esos potingues, con grave riesgo de su salud, por no hablar de la trampa que introducen en el espectáculo. Los hipócritas, en fin, empiezan a buscar culpables (siempre mirando para otra parte) y se hacen el longui y el boniato como si la película no fuera también con ellos.

Sabemos una cosa cierta: los deportistas (no todos, claro, pero sí muchos más de los que aparecen) se enchufan al Askar con más frecuencia absoluta y relativa de lo que muestran las estadísticas y los escándalos. En realidad no hace falta irse al mundo del deporte. Las drogas siempre han existido y se han tomado. Se compran en las droguerías, las recetan los médicos, se exponen en los escaparates, las llevan encima los políticos de todas las ideologías, se toman en los restaurantes de comida rápida, hay quien se bebe medio litro de ellas al día o quien las quema en forma de canutillos empaquetados. Unas actúan a más corto plazo que otras, tanto en sus efectos como en sus contraindicaciones. Si no fuera por ellas más de un intelectual, artista, genio o barrendero no produciría ni una décima parte de lo suyo. Quiero decir, pues, que entre las drogas exógenas naturales y artificiales y las endógenas, esas que fabrica nuestra propio cuerpo (y no digamos la mente), estamos para que nos zurzan. ¡Cualquiera pasa un control antidoping severo!

Droga es el diario EL PAIS que algunos se lo toman todos los días como si fuera Viagra. No veas como pone escuchar al Losantos todas las mañanas en la COPE: se te pone el cuerpo a cien y aguantas todo el día lo que te echen. Si muchos no se enchufaran mil potingues diarios, ya me dirán como aguantarían en la oficina, en el taxi, en la escuela, en el ministerio o en el hospital. Por tanto, menos lobos. El mundo del deporte profesional no sólo no es una excepción a la cotidianidad si no que, dado que en él se exige el máximo del esfuerzo y sacrificio humanos, las dosis a tomar deben ser también más elevadas. Y llegados a este punto, ¿dónde poner el límite? De modo que se fijan unos mínimos de chute, se determinan qué sustancias conocidas sobrepasan con creces la estimulancia normal y se establecen multas y castigos para que el asunto no se desmande. No porque así se facilita una igualdad de oportunidades entre todos los deportistas (me entra la risa con esta justificación) si no porque es bastante desagradable que el tío de corto se te quede traspuesto en medio de la carretera o de la piscina, al hacer el saque, cruzar el listón o lanzar el penalti. Los dirigentes deportivos y politiqueros no son muy listos, pero tampoco idiotas.

Así que tenemos al Cannavaro enchufándose al Nolotón (no prohibido), que es como el Colacao pero a lo bestia: convierte las grasas en energía. De este modo el currante del estadio correrá como una liebre, irá ciego perdido a por todas las pelotas y si en el camino tropieza con la cabeza o la pierna de un rival pues ya se sabe… se las merienda. Si es que lo vemos en casi todos los partidos de casi todos los días. Si es que parece que algunos vayan ciegos… por el Nolotón o por un bajo cociente mental.

En fin, que no es pa tanto. Que se castigue al que se sobrepase en el enchufe (tragar muchos voltios te puede dejar tieso), pero que no nos vengan ahora con que nuestros amigos deportistas son unos santitos que sólo se preparan para la alta competición tomando buenas fabadas, kilos de macarrones y un vaso de agua. ¡Si hasta el sillonbolista se atiborra de Nolotiles, Fortunas, Larios, Crónicas Marcianas y biblias en verso como si, desde su tresillo, participara en las Olimpiadas del Camerún! Como dijo aquel señor al que todos citan y nadie hace caso: Quien esté libre de pecadillos que tire el primer pedrusco.

P.D: Más grave es la epidemia de esteroides y anabolizantes que corroe a la juventud de muchos países desarrollados, en su increíble culto a la imagen de sus ídolos deportivos, los figurines de las pasarelas y las famosillas de culo y teta. Miles y miles de Cannavaros, que se inyectan simplemente por parecerse a sus dioses modernos. Daremos la lata con este tema el próximo día.

27 de abril de 2005

RICOS, MANDONES Y FAMOSOS

El día anterior me quedé con las ganas (una especie de coitus interruptus) de seguir metiéndole mano (ahora debería decirse “teclas”) a esa nueva moda que tienen muchos ricachones golferas de meterse a presidir un club deportivo pues a muchos de ellos no les basta con la erótica de la pasta gansa: necesitan la pornografía de la fama y el marraneo del poder.

El caso de Dimitri Piterman, del cual me ocupaba el otro día, es paradigmático, pero tipos como él nos encontramos en el mundo del deporte en mayor número de lo que parece. Y no hablamos de gente como los presidentes del Real Madrid, Barcelona, At. De Madrid, Villarreal, Málaga y otros porque al fin y al cabo son los tíos modestos dentro de su riqueza, se limitan a patrocinar un solo club, han llegado mediante paripés electorales y suelen dejar hacer más o menos libremente a sus asalariados. El Piterman ya es cometa de otra galaxia, como vimos.

Otro pájaro de cuentas es el Romanov, alias el Abramovich, quien se gastó hace un par de años unos 37 millones de euros para hacerse con la mitad del Chelsea y empezar a jugar a ser el Napoleón futbolero. En este tiempo el camarada ha roto el mercado gastando auténticas millonadas por futbolistas que valen menos que una casa de chocolate y en estos momentos se está pensando poner encima de la mesilla de noche del jugador interista Adriano la redonda cifra de 100 millones de euros para llevárselo de calle y a la cama. Y como no le basta con un equipo de fútbol, el gachón se ha ido haciendo dueño de otros cuantos más en diversos países, incluido el TSKA de baloncesto y algunos otros que sólo él y Nuestra Señora de los Dólares conocen. Pero la lista de ricos, famosos y mandones en esto del deporte es bastante larga. Hay por Méjico un tal Jorge Vergara que colecciona equipos como el que colecciona gorgoritos de la Pantoja. Uno de sus últimos intentos ha sido desembarcar en Europa, conforme se mira al Manzanares, pero el Atlético de Madrid le ha dado calabazas porque aunque la fe de su gran masa social es inquebrantable, es demasiado peligroso exponerla al bolsillo de un rico aburrido que no entiende de pupas, fervores calderonianos ni de himnos de Joaquín Sabina.

Al Fayed, el que iba para suegro de la difunta y santificada Diana de Gales, no sólo se forra con sus grandes almacenes “Harrods” y con otros negocietes la mar de boyantes, si no que también ha puesto sus manos limpias sobre un equipo inglés para así poder salir todos los días en los periódicos. (Recordar aquí cómo empezó la historia el ya difunto Moby Gil, en su querido club colchonero, y cómo acabó mangoneando en media Costa Sol, mafia incluida). Leo por ahí que hasta el primer ministro de Tailandia, harto de aburrirse como una ostra, se compró una parte del Liverpool, lo que significa que al menos una oreja y una mano de Benítez –su entrenador- le pertenece. No podemos olvidarnos en esta breve galería de vips del musoliniano Berlusconi, tan amigo de la cirugía estética como del futbolín. Su Milan, que siempre se mueve en la crema del fútbol mundial, tiene su entrenador y todo, aunque se presume que don Silvio suele confeccionar las alineaciones en los ratos libres que le dejan sus posesiones televisivas, sus operaciones de rejuvenecimiento facial y pollil y sus parlamentos y firmas en el BOE italiano.

Como no soy Pedro J. Ramírez o el director de EL PAIS, mi información sobre más gente de esta calaña berlusconera o abramovichera no va más allá en los nombres propios, pese a que hay una ingente multitud de ricachones que en el fútbol, baloncesto (incluida la NBA) y otros deportes de máxima audiencia, están ocupando-entreteniendo sus ratos libres con el tejemaneje de importantes equipos deportivos. Muchos tienen hartazgo de money pero echan en falta más poder y, sobre todo, la fama y el engolamiento de su ego. Es aquí donde vuelvo a las aguas patrias: a ver quién conocería a don Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, si no fuese por eso mismo. A pesar de su riqueza personal, de dirigir algunas de las empresas más importantes del país, para el gran e indocto vulgo, don Flo era un perfecto desconocido. Ahora no. En estos momentos su ego se encuentra super-satisfecho firmando más autógrafos que cualquiera de sus astros galácticos. Don Floren es el astro rey: un solete al que hasta los presidentes de gobierno piden permiso para sentarse a su lado. Y encima juega con ventaja respecto a esos arribistas millonarios de agua dulce: él ha llegado por la vía electoral y no arriesga ni un solo euro personal en el invento. Vaya lo uno por lo otro: el día que el socio se canse de él, le dará la patada electoral sin tener que pagarle ni un céntimo. A los Abramovich o Piterman, cuando los echen habrá que hacerlo con los dos pies por delante o con una paga extra de mil pares de bemoles.

25 de abril de 2005

A MIL EUROS LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN



En el mundo del fútbol el que no corre, vuela. O sea, que hay mucho avestruz suelto por esas praderas de césped. Uno de los más avispados (también es más cosas, pero me las callo, por aquello del código penal) es un tal Dimitri, Piterman para los amigos, que lleva un carrerón de currículum por estas Españas, como presidente de algunos clubes de furbo. El tipo juega descaradamente a ser todo un santo varón en esto del gobierneo de lo que puede o le dejan hacer. Un tío con pasta que todavía no le llega a la suela del zapato a Abramovich o a decenas de pequeños reyes midas como pululan por el fútbol hispano y europeo. El vivales viene de Ucrania (aunque nacionalizado estadounidense) y sigue la última moda de los ricachones venidos del otro lado del antiguo telón de acero: comprarse equipos deportivos.

El Dimitri, que se dedica también a la fotografía en sus ratos de calentura, se hizo el año pasado con el Racing de Santander, al que puso patas arriba para joderlo bien jodido. (Perdón por el lenguaje directo y sin eufemismos, pero es que la pornografía no admite matices ni rodeos). Fue presidente, entrenador y hasta fotógrafo del club cántabro. Un 3 en 1 que tuvo que salir por piernas pues por aquellas tierras no se andan con bromas cuando se trata de defender el terruño y lo suyo.

Esta temporada el tío se ha hecho fuerte en la presidencia del Deportivo Alavés. Y el pobrecito Piter ya la está liando pues más que de un club de fútbol parece que sea el patrón de un polvorín. Su última bomba ha sido, además de vetar a los medios de comunicación y que los entrenamientos se celebren a puerta cerrada, el poner tarifa a las entrevistas. Dicho en plata: la prensa tendrá que pagar 1.000 euros a un jugador si quiere que abra el pico; 1.500 euros al entrenador, ejecutivos y empleados y una cantidad a determinar en cada caso concreto cuando se trate de intervenciones del presidente (o sea, de Piter) o de programas especiales.

Pero el ucraniano no se limita a poner precio a las bocas ajenas, aunque sean de su equipo. También ha elaborado el reparto de los beneficios: “el 10 % de la recaudación será para el entrevistado; el 5 % para las peñas y otro tanto será reinvertido en la sociedad alavesa por medio de donaciones”. Del 80 % restante no se dice nada, lo que seguramente querrá decir que irá a parar a los bolsillos de don Dimitri. Y bueno. Vale que un inútil ricachón compre un equipillo de fútbol o de petanca. Pero que regule la espita de la dicción a sus empleados como si éstos fuesen corderitos amaestrados, no sólo entra dentro de las idioteces más grandes que uno ha visto en este mundillo patatero (digo, futbolero) si no que no logro comprender cómo no se le han echado encima políticos, fiscales, asociaciones varias y hasta el defensor del pueblo. Incluso la Carmencita Calvo.

Quizás lo que ocurre es que la prensa vitoriana lo tiene ya claro: ni un euro. O sea, que “nanuchi nanachov”, que se dice en Ucrania. Y es que, ¿quién demonios va a pagar mil euros del carajo a un señor para que diga sin sonrojarse esas memeces que oímos gratis todos los días?

-Unas palabras para la prensa, Pepinez. ¿Por qué habeis perdido el partido por 20 a 0?
-A sio po mala suerte. El valon que no quizo entrá. Tiramo dos tiros a puerta pero no puo sé. Kuando la pelotilla no quié entrá ez que no entra. No zé si mentiendes.
-Sí, claro, Pepinez. Pero si llegais a meter esos dos goles, hubiérais perdido por 20 a 2.
-Güeno, ez que eyos an metío diez goles de chiripa.
-Aún así hubiérais perdido por 10 a 2.
-Pero tú ke quieres, chaval. En el furgo las matematicas no funsionan. Tu lo que quieres ez que me piye el toro. Po si anzi lo quieres, son otros mil eurillos, chavalote.
-Déjalo, Pepinez. Ten 20 euros y vas que chutas. O seas, que te vayas pitando para la librería de la esquina y te compres un diccionario y un libro de gramática.

En fin, que como las intenciones del Dimitri se cumplan y se extiendan al resto del personal y de los equipos, esto del fútbol va a ser la mar de aburrido. Menuda tragedia nacional no oír la bella melodía de nuestros vivarachos futbolistas antes, durante y después de los partidos.

22 de abril de 2005

ATEOS DE LA MEDICINA MODERNA

Una de las labores más ingratas inherentes a la práctica de cualquier deporte (y no digamos del sacrosanto fútbol) es que muy periódicamente tienes que ponerte en manos de los médicos. La mayoría de las veces es por lesiones o problemas físicos, pero como la actividad deportiva está cada vez más profesionalizada, al final no sólo los atletas y deportistas están en manos de los médicos clásicos (traumatólogos, cirujanos…) si no de psicólogos, nutriólogos, dentistas y hasta callistas. En fin.

Si cada vez que voy al médico agarro un berrinche (porque la salud flaquea y porque creo que saldré de la consulta más enfermo de lo que entré), no quisiera estar en el lindo pellejo de un deportista profesional. Especialmente, de un futbolista, dado que es uno de los deportes de más alto riesgo de todos los que se practican. No porque sea especialmente peligroso, si no porque sus ejecutores suelen tener muy mala leche y muy mala pata. Y para ello ya no hace falta lesionarse en el partido oficial, jugado a vida o muerte. No. Basta simplemente un partidillo de entrenamiento, una subida de escaleras o una comilona de ostras, para que te den el pasaporte al médico de cabecera o al especialista de las piernas y te pierdas así media temporada.

Dentro de los múltiples especialistas de la sanidad que atienden el cuerpo y alma de nuestros quijotes modernos, destacan especialmente los traumatólogos. Varias veces me he visto en manos de ellos y, aún reconociendo que eran buenos profesionales, entre los potingues que te mandan y el asco que le tiene uno a las medicinas, al final te sanaba la luxación pero a costa de una úlcera de estómago debido a la asesina fuerza de los antiinflamatorios, de los relajantes y otros inventos destinados a transformar una enfermedad en otra. Eso es, normalmente, la medicina moderna: te cura cuando ya estás enfermo (en vez de prevenir la enfermedad, que sería lo sensato) y cuando tienes la pachuchez en cualquier lugarejo de tu cuerpo serrano, a través de potingues y químicas artificiales varias te sana una cosa y te enferma a corto o largo plazo de otra. Te meten el alta en el bolsillo y hasta la próxima, pardillo.

Todo este rollo viene a cuento de que el danés del Real Madrid, el bombero Thomas Gravesen, nunca acepta tratarse con medicinas la mayor parte de las lesiones. Y claro, mucho personal –empezando por los médicos- han puesto el gritito en el cielo: ¡A la hoguera este ateo de la medicina moderna! Así que, acudo en modesto socorro de Gravesen, para decir que yo también procuro casi siempre pasarme por el arco del triunfo a todo el personal sanitario y boticario. La razón que argumento ya la he insinuado: cuido mi salud. Así que el danés se está tratando un esguince del tobillo sólo con masajes y métodos alternativos. Y si la cosa tarda en sanar dos semanas, pues vale. Preferible es la curación lenta a la sanación rápida pero incompleta. Al no ingerir ningún antiinflamatorio su tobillo enlentece la recuperación pero, a cambio, su estómago y el resto del cuerpo no sufren la invasión del Voltarén, el Miolastán u otras armas de destrucción lesiva. Masajes, drenajes, baños de contraste y otras técnicas menos invasivas y más naturales ayudarán –más lento, pero más seguro- a recuperar su tobillo lastimado sin hacer daño a cambio a otras partes del cuerpo.

Esto ya sé que a ojos de muchos matasanos es una herejía, pero mi máxima es que mientras puedas curarte por medios naturales no conviene ponerse en manos de especialistas que en la mayoría de las ocasiones te envían el producto de moda, el que le han recomendado o el que les da más beneficios crematísticos. En lo único que son fiables generalmente es en la cirugía. Te quitan un corazón y te ponen otro en menos que canta un gallo, pero son incapaces de acabar con ese maldito resfriado cojonero que siempre te llega un par de veces al año sin avisar.

Pa mí que el Gravensen desconfía de tanta medicina y tanto medicucho desde el infausto día en que para curarle un arañazo en el menisco le atiborraron de fármacos y empezó a caérsele el pelo, hasta quedarse calvo total. Seguro que no será verdad, pero sería bonito que lo fuera.

PD: Me he informado mejor y parece ser que la tirria a las medicinas por parte de Gravensen no es el por el tema del pelo. El asunto es cultural, ideológico y de sentido común. El chico cree en la medicina naturista: hidroterapia, fitoterapia, dietoterapia, terapia del movimiento, fisioterapia, masajes y otras cosas acabadas en “apia”. Y le va de rechupete. Y es que, aunque suene a revolucionario, no hay nada como lo natural (dentro de lo posible).

20 de abril de 2005

ENTRENADORES DE USAR Y TIRAR

Esto del fútbol ha pasado de ser un cachondeo para convertirse en un regodeo, un golfeo y un pitorreo absoluto. Hasta ahora era clásico que los futbolistas cambiasen de club con la misma facilidad que Madonna cambia de bragas o que Beckam lo hace de peinado. En un mundillo lleno de peloteros mercenarios y de presidentes ricachones y caprichosos, siempre lucían como un sol los… entrenadores, tipos serios y responsables. Al menos, pensábamos algunos puñeteros, he ahí a unos cuantos señores que mantienen la sesera y el sentido común en este mundo ramplón y casquivano de la pelotita de cuero. Pero hete aquí que también a los “misters” les ha dado por meterse de lleno en el tiovivo. Y ahora no sólo se dedican a entrenar a los pichalargas que salen de corto a intentar meter un golito en la portería contraria (que a veces se ven negros para conseguirlo…) sino que también quieren ser protagonistas virtuales y famosiles del invento.

Todos los días, los entrenadores de los equipos más importantes del país, desfilan ante los periodistas con los comentarios más ingeniosos y esperados sobre el entrenamiento del día o el próximo partido. No sé como los políticos no han denunciado ya a estos competidores de la cuota de pantalla, a esos entrenadores del Madrid, Barcelona, Coruña, Valencia, Atlético..., mientras que ellos –pobres parias que sólo están para aburrir a las ovejas cuando toca el momento de las elecciones- no tienen nada que hacer frente a estos nuevos grandes dioses mediáticos.

Pero, claro, la fama tiene sus riesgos. El personal te conoce muy pronto y sabe de qué pie cojeas. Llega el aburrimiento: todos los días el mismo careto por la tele, en el periódico, en el banquillo… Y en esta sociedad de consumo y de consumación, los productos deben ser perecederos. Así que los otrora cateturrios entrenadores han perdido la timidez y han dado el último salto a la modernidad: duran menos en un club de fútbol que una espuerta de caramelos a la entrada de un colegio. A muchos los echan los presidentes o los consejos de administración (fino nombre para designar a una pandilla de vivales que disfrutan a cuerpo de rey gracias a los tontícolas que pagan sesenta del ala por ver un partido de fútbol con menos goles que un combate de boxeo). Otros, ya procuran que los echen para seguir haciendo turismo por otros lares y hacerse hombres de mundo. Y ya los hay que se van ellos solos, sin que les den la patada, aunque incluso tengan contrato. Benítez, ex entrenador del Valencia, es un ejemplillo bien ejemplificador. Unas lagrimitas, qué buena es la afición, soy un incomprendido, he llegado a mi nivel de incompetencia, adiós burros, que en otro sitio me pagan más, y así asao.

De modo que ya empieza a ser raro que un entrenador futbolero dure un curso escolar, aunque gane Ligas, Copas, Champions o al mus. O los echan, o se van, o se pierden, o se esconden. ¡Mientras haya miles de pazguatos que pongan la pasta para que la feria les vaya tan bien…! Porque hay que ver la cantidad de perras que se meten en el bolsillo... Alguno hay con ganas de batir un record y pasar por quince o veinte capitales españolas y sus respectivos primeros o segundos equipos. Ahora, además, ya no viajan solos. Porque los actuales entrenadores parecen reyes, con su séquito y todo. Preparador físico, informático, chico de los recados, el recogepelotas… ¡Hasta la nutricionista, en el caso de Luxemburgo, el entrena del Madrid! Menuda “corte” llevan algunos a sus espaldas. No extraña así que los más afamados y troleros pidan un pastón por enseñar a los jugadores a ponerse en el campo mirando a la Meca.

Acabo de encontrar en un recodo de mi biblioteca, un recorte de primeros de junio del año pasado. “Ya van 23 técnicos que han abandonado el cargo”, decía el Marca, ese periódico destinado sólo a los intelectuales. (En este curso futbolístico, desconozco cómo van los números). Algunos, no contentos con recorrerse media España, ya han empezado a encontrar el filón del extranjero: Benítez, Del Bosque, Víctor Fernández… Pues nada, amiguitos, a chupar del balón mientras que se pueda. Mientras que haya gente que prefiera despilfarrar un pastón viendo a 22 tíos correr como locos tras una pelotita a veces más inteligente que ellos. Yo prefiero inflarme de gambas. Qué le voy a hacer, si soy así de rarito...

18 de abril de 2005

EL GRAND NATIONAL Y OLÉ

Como el tiempo pasa que es una barbaridad, no he tenido oportunidad todavía de hablar de la carrera más espectacular que, a mi miope modo de ver, se disputa en el mundo. No es de coches, de motos, de ciclistas o de caracoles. Es el Grand National, una prueba legendaria de la hípica británica, que el sábado día 9 de abril disputó su 158 edición. Ahí es nada. (Estos ingleses es que no se cansan de ver siempre lo mismo).

Este año el National tenía una seria competencia: el bodorrio de la Camila y el Carlos. Los camaradas, hartos de empujones, dilaciones y trampas de la Historia y la familia real, decidieron que ya no aguantaban más. Que aunque fuese haciendo la cusqui al National, ellos se casaban como está mandao. Pero como había el riesgo de que al celebrarse ambos eventos a la misma hora, medio país confundiese el careto de la Camila con el de un caballo del National y el chaqué del Orejones con la vestimenta de un jinete, y de resultas de la confusión acabasen las ópticas a tope a pesar de ser fin de semana, pues eso, que los organizadores del Grand National dieron su espuela a torcer y retrasaron la salida hasta que los pipiolos de su Insulsa Majestad hicieron el paripé de su bodorrio.

Y no veas qué espectáculo. (Me refiero al National, claro, no a lo otro). La pista se encontraba en perfectas condiciones, lo que no suele ser habitual pues lo bueno es que haya barro y agua para que los caballos lo pasen aún más canutamente. Pese a ello, las caídas fueron numerosas, tal como mandan los cánones y las barreras del hipódromo, como la llamada “The Chair”, una zanja de 76 cm de fondo, 1,83 m de largo y un seto de 1,42 m de alto, que no se la salta ni un galgo. Así que los pobres pollinos suelen llegar a la meta (si es que llegan) con la lengua fuera y más cansados que si hubieran asistido a un mitin de Fidel Castro.

Cuando parecía que llevaba todas las de ganar el caballo Clan Royal, pilotado por Tony McCoy, dos caballos de esos que van por libre una vez que han dejado por los suelos a sus jinetes se le cruzaron en su camino y se lo llevaron por delante. Accidente habitual que aprovechó el oportunista de siempre, aquí llamado “Hedgehunter” (o sea, Pepe), para ganar de calle y llevarse las 400.000 libras de premio, que al cambio de euros no sé cuanto serán pero que seguro que es mucha pasta. Con lo que el amigo caballo podrá comer marisco todos los días que le queden de vida.

Y como a la mujer de ahora, moderna y chiripitiflaútica, le gusta meterse en todos los fregados menos en el de la casa (cosa que veo normal) pues ahí tuvimos ante nuestras retinas a Carrie Ford, que puso la guinda de la emoción durante bastantes metros finales, aunque al final se quedó quinta. Y aunque eso de “no hay quinto malo” suele decirse mucho por España, la británica acabó un poco triste. Peor para ella.

Cuando minutos más tarde, la reina Isabel II, gran amante de los caballos (dicho sea sin ninguna segunda intención), recibió a los maduritos recién casados, empezó su discurso de bienvenida con esta perla majórica: “Tengo que anunciar dos cosas de gran importancia: La primera es que 'Hedgehunter' ha ganado el Grand National. Y la segunda es que pese a 'Becher's Brook' y 'The Chair' (obstáculos que deben sortear los jinetes en esa carrera), y otro tipo de obstáculos terribles que mi hijo se ha encontrado, ha logrado superarlos y me siento muy orgullosa y les deseo lo mejor”. Y no se puso a llorar de la emoción porque una reina inglesa jamás llora y mucho menos se emociona (salvo viendo el Grand Nacional).

Lo que no dijo la muy pillina es que uno de los mayores obstáculos al casamiento de su madurito hijito con la añeja Camila fue ella misma, su mentirosa Majestad. Pese a ello, la nueva parejita logró superarlo como si hubiera sido uno de los grandes setos del National (dicho sea sin ninguna segunda intención, esto es, el compararlos con los bellos ejemplares que todos los años se parten las pezuñas intentando llegar sanos y salvos a la meta de la mejor carrera del mundo).

Y me despido por hoy levantando mi copa de vino en honor de Carlitos, Camila y Hedgehunter. Va por vosotros, machotes y machotas.

15 de abril de 2005

ESPÉCTACULO MEMORABLE EN MI CENA MEDITERRÁNEA

Martes 12 de abril. Acabo de asistir a un evento fantástico. El mayor espectáculo del mundo. Partido Inter-Milan. Encuentro de vuelta de la Champion Li. Mucha gente, mucho jolgorio y mucho aburrimiento. Marca el Milan, que se pone en el total de la eliminatoria con un 3 a 0. Esto está más acabado que la carrera política de Aznar. Faltan veinte minutos para que se acabe este bodrio. Pero sigo amarrado al asiento comiéndome un plato de patatas asadas con algo de aceite de oliva y de atún. Adivino que en los graderíos hay gana de bronca. Los Milan-Inter, equipos de la misma ciudad, suelen ser partidos de alto voltaje. Echo números por encima y calculo que en el estadio habrá al menos 10.000 subnormales y 5.000 cafres. Veo que Cambiasso, jugador exmadridista, acaba de marcar un golete para el Inter pero que el árbitrucho lo anula por falta al portero. Cambiasso se transforma en cuestión de segundos. Pasa del orgasmo facial por el gol logrado al rictus austrolopitecus cuando ve que su esfuerzo ha resultado baldío. Y en estas andamos cuando una bengalita vuela desde el fondo de la portería del Milan y cae al terreno de juego. Y segundos más tarde otra. Y otra. Y otra…. Y muchas más.

Lo presentía. Los subnormales y cafres estaban a la expectativa. Esta vez actúan los del Inter. Juegan en casa. En cuestión de segundos el área del Milan parece un estercolero. No sólo bengalas ardiendo. Botellas. Mecheros. Latas. Fruta. Hasta veo un paraguas. Sólo falta que tiren también un cochinillo. La megafonía del estadio está muda. El portero del Milan sigue al lado de la portería cuando ya el juego está detenido y sus protagonistas se refugian en el centro del campo. Una bengala impacta en su macizo hombro. Se va al suelo malherido. Encima dirán que el tío andaba por allí provocando y echándole cuento al asunto. Salen bomberos o algo parecido a intentar apagar los fuegos artificiales. De un momento a otro espero que salga también el camión de la basura para retirar toda la porquería almacenada en el terreno de juego. También sería deseable que la policía se pusiese a agarrar de la solapa a algunos cafres o que por los altavoces se anuncie algo así como: “Al que veamos tirar una bengala se la vamos a meter por el culo”. No, eso sería una provocación. Más pedagógico y democrático quedaría anunciar esto: “En el bar del estadio regalamos 30 euros por cada bengala que se traiga”. Hay que ser positivos, tío, que después a éstos cafres hay que pedirles el voto.

A los jugadores de los dos equipos les va la marcha. Quieren seguir jugando. El árbitro, con cara de susto, dice que ni tu tía. Bajan algunos directivos para intentar convencerlo de que la afición italiana es así de cachonda, pero que no pasa ná. ¡¡NO PASA NÁ!! Así que le convencen. Mientras el Michel, que retransmite el partido por la segunda cadena del water de la TVE, dice que a estos energúmenos no les gusta el fútbol. Intento beberme dos litros de vino de golpe para quedarme borracho como una cuba y poder así creérmelo, pero ni por esas. Los cafres siguen tirando bengalas y porquerías. Y por fin se oye a la megafonía decir algo, pero como lo dicen en italiano apenas me entero. Algo así como: “Muchachos, no seáis malos, que la FIFA nos va a fundir los plomos, y os vais a quedar sin poder tirar bengalas durante los próximos seis encuentros de la Champion Li del año que viene. No jodáis la marrana, tíos”. Pero los fachas van a lo suyo. Y así parece que se suspende el encuentro. Los jugadores y árbitros entran a la carrera a los vestuarios, por si acaso algún asno tiene buena puntería.

Y hete aquí que, cuando ya he acabado las patatas con atún, cuando ya estoy con el menta-poleo y empiezo a desperezarme para recoger la mesa, los tipos de corto regresan de nuevo al estercolero (digo, al campo). Y comienza a rodar de nuevo la pelotita, porque el espectáculo debe continuar. Y el circo romano (bueno, milanés) continúa. Nuevas bengalas y armas arrojadizas. El árbitro, ya sí, decide acabar con tan bello espectáculo. Y mientras los del Inter se retiran a los vestuarios sabiendo que sus amados cafres acaban de infligirles una derrota más severa que la del Milan, los de este equipo aplauden a su afición y hasta quieren dar la vuelta al ruedo. Parece que tanto darle con la cabeza a la pelotita les haya destrozado el cerebro, o al menos, el sentido común y la sensatez. Al fin se retiran echando leches y yo recojo las migajas de patata y atún, echándolas en el cubo de la basura. En el San Siro no habría contenedores suficientes para meter en ellos a toda esa panda de basura humana que ha obligado a suspender el encuentro. ¡Qué diver, mamones!

13 de abril de 2005

LOS PIRAOS DE LAS MOTOS

El domingo pasado se inauguró el mundial de motociclismo con el campeonato de Jerez. Una vez más, el fin de semana se cubrió de gasolina derrochada, ruido infernal y cabriolas circenses de esa troupe de piraos que suele acompañar a cada evento deportivo de las dos ruedas y los c.c. Ya el viernes los ves pasar raudos y veloces (presumiendo más que un ocho) por las carreteras andaluzas, procedentes de todos los lugares de España. Algunos no llegan a Jerez: se quedan en una curva o en un terraplén, y no precisamente a coger flores.

Pero el espectáculo bueno está en la mismísima Jerez. Una ciudad clásica, señoritinga (se nota su historial británico), donde el vino alegra las pajarillas. Y a eso van los amantes de las motos. A pasárselo bien, a disfrutar, a presumir, a dar suelta a sus ínfulas cachondas, a ver a sus ídolos de barro, que corren que se las pelan en los circuitos sin tiempo para pensar que se están jugando la vida por practicar un deporte que a los que no nos gustan las motos nos parece de lo más aburrido.

Confieso que lo único que me llama la atención de las carreras de motos es el vuelo de los moteros cuando salen por los aires tras derrapar, salirse de la pista o hacer una pifia. No comprendo cómo la mayor parte de los accidentes acaban simplemente en sacudirse el traje. Poca igualdad veo en estas carreras. Casi siempre son dos o tres los que se comen la bandera a cuadros mientras que los demás pilotos practican el alegre juego de la comparsita, o sea, hacer bulto en la salida y llegar a la meta como el rosario de la aurora.

Pero sigamos hablando de los aficionados que se desplazan desde las chimbambas para disfrutar con sus idolillos y sus amotillos. Chúpate por lo menos varios centenares de kilómetros a toda pastilla, paga la multa por exceso de velocidad, despéinate y llega sano y salvo a Jerez; duerme sólo unas cuantas horas; mantén tus cinco sentidos amarrados a la moto (más apreciada y querida que la mismísima novia o parienta) no vaya a ser que te la birlen en un descuido; bebe todo lo que tu hígado pueda soportar; gasta una tonelada de toallitas de culo de bebé sacando brillo al casco; dale marcha a las neuronas asistiendo como espectador o protagonista a las exhibiciones callejeras haciendo caballitos y caballos percherones; gasta los preservativos que te trajiste en la caja fuerte; aguanta las horas de cola y de calores hasta llegar al circuito; mójate los pantalones con la baba que se te cae desde la sin hueso al ver como Rossi es más pequeño que un mosquito, el Sete es un estirao y el abuelo Angel Nieto tiene colocada en las carreras a toda su parentela (hijo, sobrino…); y tras disfrutar como un enano viendo pasar en un microsegundo -entre la rendija que dejan los tres mil cabezones enfervorizados que tienes delante tuya- a ese jinete del Apocalipsis que vuela hacia la meta como si le persiguiera el mismísimo diablo, y tras la consiguiente repetición de las colas y esperas a la salida, medio sordo, medio ciego, medio torrao por el sol del sur, agarras de nuevo a tu amante motorizada, la pones en marcha y sales echando leches para tragarte otros varios centenares de kilómetros y llegar (si es que llegas) a tu punto de destino, con ganas de bañarte durante cinco horas, de dormir hasta reventar, de maldecir al Valentino porque es un truhán, de decirle a la querida de carne y hueso que lo has pasao mortalmente bien pero que ahora sólo te apetece el Pikolín y (como se me ha olvidado que existen los puntos y seguidos o apartes) dar por bien empleado todo tu esfuerzo, dinero, riesgo y pasión dilapidados en un fin de semana espectacular. Punto y aparte. (¡Por fin!)

Sí, amiguitos y amiguitas, estos piraos de las motos son gente de una pasta especial. Yo es que los envidio y en mi otra vida quisiera tener su cuerpo jotero y su aguante. Sí, es cierto que no todos son iguales y que los hay más templaditos y juiciosos que se quedan a ver el espectáculo por la telecaca, pero para escribir en esta bitácora satírica, digo yo que me tendré que fijar en aquellos que provocan risa, compasión, envidia o calenturienta imitación y no en los aburridos sillonbolistas. El bello espectáculo no ha hecho más que empezar y a Jerez le seguirán nuevos fines de semana de gloria. El próximo: Portugal. Hay que ver lo caro y peligroso que les resulta a algunos divertirse. Que no se enfaden, pero un poco locuelos sí que están.

11 de abril de 2005

CONFESIONES FUTBOLERAS

Hoy voy a abrir de par en par mi intimidad, je, je: en mi puñetera vida sólo he ido dos veces al fútbol. No puedo, pues, escribir un libro con mis vivencias futboleras en vivo y en directo.

Mi primer partido lo vi cuando tenía 11 añitos. Jugaban dos equipos de tercera división. Mi padre me había premiado el pase al Instituto con un bono para ver toda la temporada, dado que yo era muy aficionado a coleccionar cromos de fútbol, me sabía de pe a pa todos los nombres de los equipos más importantes con sus alineaciones correspondientes y los domingos no armaba jaleo en casa pues me entretenía toda la tarde oyendo el Carrusel Deportivo, tomando notas de goles, alineaciones y todo lo noticiable, para luego hacer yo mi propio Carrusel. Cosas de la niñez en unos tiempos tristes.

Pero aunque era niño, no era idiota. Nada más llevar en el campo de juego unos minutos, en aquel mi primer partido, pude comprobar que el nivel sonoro y educativo de aquellos “aficionados” era bastante lamentable. Yo sólo escuchaba insultos a toda la parentela de los jugadores rivales, los oídos me silbaban de tanto decibelio suelto y entre tanto griterío y movimiento apenas lograba ver a los jugadores. La cosa se agravó cuando los aficionados del equipo visitante también empezaron a soltarse el pelo. Cuando su equipo marcó un gol (que no vi porque todo sucedió demasiado deprisa y con mucha gente por en medio), empezó la batalla campal. Las almohadillas volaban, los gestos crispados de unos y otros prometían candela y hasta alguna piedra me pasó rozando el pescuezo. Y yo, pobre chiquillo, en su partido iniciático como ilusionado espectador. No me largué de allí porque mi padre había quedado en esperarme a la salida a una hora determinada. Pero me juramenté que nunca más me vería metido entre una jauría de indocumentados gritones que pierden el buen juicio y la razón sin razón aparente y justificada.

Hace dos años rompí el juramento. Han pasado casi 40 tacos. Estando en Barcelona, mes de agosto, mis propios hijos –de edad similar a aquella que yo tenía en mi primer y único partido en directo- me pidieron el favor de acudir al Nou Camp a ver el trofeo Gamper, con el Barcelona y el Boca Junior argentino. La broma me costó 90 euros, 30 por barba, que no es moco de pavo. Era el estreno de Laporta y de Ronaldinho. Bueno, pensé, estoy en la capital del seny, el partido es amistoso y todo apunta a que habrá espectáculo, entretenimiento y esas cosas. ¡Y una leche!

Delante mía estaba apostada una cuadrilla de argentinos que estuvieron dando la murga desde treinta minutos antes de comenzar el partido. Un jaleo impresionante con tanta canción, tanto bombo y tanta gaita. Todavía no había comenzado la cosa y ya tenía dolor de cabeza. Odio el exceso de ruido, no por capricho sino por salud mental y bienestar físico. Encima los tíos no paraban de mover banderas, camisetas y estandartes con lo que los que estábamos detrás no veíamos nada. Los catalanes que me rodeaban empezaron pronto a calentarse. ¡Sentaros de una p… vez, sudacas! Oye, y yo que creía que aquellos señores tan serios y respetables que en el preámbulo le metían mano al bocata de chorizo con “pa amb tomaque”, eran unos pacíficos ciudadanos…. La cosa se fue poniendo más tensa y a lo largo del partido derivó en llegada de la policía nacional, los de seguridad del club y esas cosas. Y la cabeza a punto de estallar. El partido acabó en empate a uno, pero el menda no vio ningún gol porque todo sucedió a distancia, a mí me pilló parpadeando y encima no hubo repetición de la jugada.

Cuando faltaban diez minutos nos largamos de allí para coger el autobús con tranquilidad. A la salida le hice un soberano corte de mangas al estadio azulgrana, representante en aquel momento de todos los estadios futboleros del mundo. Noventa euros me había costado la broma. (Con el atracón de gambas que me podía haber dado con ese dineral…). Cuando llegué a casa, puse la tele catalana y me repitieron los goles y las jugadas más importantes. Entonces comprendí lo masocas que son quienes pagan, pasan frío o calor, gritan y se revientan para ver a su equipo, con lo cómodo y bien que se ve desde casa. En la pequeña pantalla, todo parecía maravilloso, tranquilo y perfecto. Pude comprobar una vez más que la tele es una grandísima mentirosa.

Si alguien piensa invitarme a ver un partido de fútbol profesional, que se olvide. Todavía estoy suficientemente cuerdo para ir a un manicomio. Aunque sea por un par de horas. Y que me perdonen los que me tengan que perdonar.

8 de abril de 2005

¡¡ HORROR, OTRO MADRID-BARÇA !!

Ya está aquí. Puntual como la gripe, la legionella o la alergia primaveral. Se acabaron por unos días los grandes problemas, o sea, lo del paro, la carestía de la vivienda, el atraco de los bancos, la estupidez de los políticos o el puterío de los programas televisivos. Por unos días todo el país (y parte del extranjero) se olvida de todas las sinvergonzonerías que nos rodean y empieza a sumergirse en el mayor cuento de hadas jamás contado. Al menos dos veces al año lo tenemos garantizado los parias del deporte, esos a los que el fútbol nos interesa más como fenómeno social y patológico que como espectáculo. Miento, a veces los Madrid-Barça (y viceversa) son un gran espectáculo ora pornográfico, ora violento, siempre estupidizante.

Ya decía el otro día el señorito Laporta, presidente del Barcelona, que estos partidos son lo mejor del mundo. Desconozco los gustos del president, pero tengo la sensación que es poco sibarita el hombre, aunque siempre vaya vestido de modelo del Corte Inglés. El oponente, el señorón Florentino, todavía no ha dicho nada al respecto, pero algo se le ocurrirá antes de que llegue el momento del chupinazo. En cualquier caso, ya se encargan todos los medios de comunicación de darnos la tabarra a todas horas con el partido de marras, dentro de esa política plural que tanto nos gusta ejercer en este país y que consiste en que todos los medios dicen lo mismo, a la misma hora y en los mismos días.

Leo que la reventa para el fatídico partido ya supera los 800 euros por un asiento que suele costar 90 euros. Ya lo de los 90 me resulta un tomadura de pelo y un trágala, pero como el número de idiotas por kilómetro cuadrado aumenta en estos casos en proporciones ilimitadas (la imbecilidad no tiene numerus clausus), resulta que hay quien prefiere pagar los 800 del ala en vez irse unos días al Caribe por el mismo dinero o comprarse un par de jamones de Jabugo que dan filetitos para toda una Liga. Incluso algún tonto del haba, conforme se acerque la hora del partido, será capaz de pagar mil euros. Para molerlo a palos, vamos.

Y como la comedura de coco y el lavado de cerebro funcionan a las mil maravillas las 24 horas de cada día del año, el campo del Bernabeú se llenará a reventar y los comedores de miles y miles de viviendas albergarán el partido en la pequeña pantalla, previo pago al pobrecito Polanco de 12 euros (dos mil castañas de las de antes), que no es moco de pavo. Los madridistas siguen cuidando su mente todos los días con la lectura del bello cuento de la niña lechera, aquella que se hacía tantas ilusiones con la venta de su cántaro de leche, que al final se veía millonaria total, hasta que tropezó y la leche del cántaro se fue a hacer puñetas. Los barcelonistas, para una vez que pueden presumir de algo, acuden a Madrid con la modestia del que aún no se cree el milagro que les está ocurriendo durante esta Liga. Los espectadores pagan una burrada, los jugadores se entrenan para que el partido aburra hasta a las ovejas (casi siempre suele suceder) y el árbitro del encuentro está escribiendo un testamento o preparando el exilio, por si las cosas le ruedan mal en el asunto.

El menda lerenda que escribe hoy con tan pocas luces y tan fuera de la riada, disfrutará de lo lindo no viendo el partido. Ni siquiera lo escuchará por la radio, pues el masoquismo no entra dentro de sus placeres. Eso sí, sonreirá de oreja a oreja en plan autosuficiente, mascando para sus adentros: “Para derbys interesantes, el Sevilla-Betis dentro de unas semanas. Como un drama lorquiano, las navajas y los cuchillos ya se están afilando. El Madrid-Barça a su lado es un juego de niños. Millonarios, pero más niños que mi sobrinillo de 5 años. El que quiera sangre y emociones fuertes, que se prepare para dentro de cinco semanas. Y que también vaya preparando la cartera, claro”.

6 de abril de 2005

ESCASEZ DE HUMOR DEPORTIVO

Pocos son los humoristas que se dedican a hacer ilustraciones o viñetas en los periódicos sobre el mundo del deporte. Seguramente alguno habrá por esos mundos hispánicos, pero yo sólo tengo constancia de uno: Pachi.

Pachi forma pareja con Idígoras, y colaboran entre otros en el diario EL MUNDO y en el diario SUR de Málaga, pues ambos son malagueños. Sinceramente creo que son de lo mejorcito en humor gráfico que existe en nuestro país. (Un día de éstos pondré una muestra en mi otra bitácora). Hacer un chiste gráfico de forma periódica no es cosa fácil y quizás, por eso, la escasez de este tipo de periodismo. El deporte es muy repetitivo (ya lo voy notando y sólo llevo tres meses de bitácora) y los temas se agotan con facilidad, entre otras cosas porque el puñetero fútbol se come el 90 % de la información y sus temas no salen del caca, culo, pis.

Así que hoy me he dicho: Juanillo, selecciona unas cuantas viñetas del Pachi pa la bitácora. A lo mejor debería regalar una pequeña lupa para leer mejor los textos, pero es que las cosas del diseño y de los bytes son así, señora.

Espero que guste esta pequeña muestra y a ver si se anima el personal que sabe hacer garabatos (ya me gustaría ser uno de ellos, pero soy un negado en este campo) y vemos pronto muchos chistes gráficos sobre el deporte en nuestros medios de comunicación e interneteros.

4 de abril de 2005

¡PINO, CUELGA EL PITO!

No soy de los que suele hablar mucho de los árbitros pues cuando se hace suele ser para ponerlos a parir. Incluso he acuñado el término de “payasos de las bofetadas”, de reminiscencias literarias, ojo, para reseñar que casi siempre reciben tortas de todos los lados, la mayor parte de las veces sin merecerlo (entre otras cosas porque arbitrar es muy difícil, y el que no lo crea así que lo intente y verá lo que es bueno).

Pero hoy –para romper la norma- lo haré de un arbitro de fútbol llamado Pino Zamorano, al que algunos casi crucifican porque no enseñó hace dos semanas la tarjeta roja a Navarro, ese jugador del Sevilla que aplicó cariñosamente el codo al mallorquín Arango y que por poco lo envía al otro barrio. Juan Puñetas no quiso entonces hacer leña de don Pino estimando que el hombre –como casi todo el mundo – se acojonó viendo los espasmos de Arango y cuando recobró la serenidad ya no se acordaba qué estaba haciendo allí en medio de tanta gente apesadumbrada.

Craso error. Quince días después compruebo que a don Pino todavía le dura la empanada mental de Mallorca (¿o debería decir ensaimada mental?). El caso es que en su arbitraje de ayer en el Barcelona-Betis demostró que lo suyo no es el arbitraje si no la venta de televisores, la instalación de aire acondicionado o cualquier otra honestísima profesión bien alejada del arbitraje. Viendo el partido pensé al principio que quizás lo de este hombre es que está en más baja forma que Ronaldo, y que si el gordito comilón no mete un gol ni aunque le dejen sólo entre los tres postes, Pino no acierta una jugada ni aunque se la repitan diez veces delante de sus narices. Pero conforme avanzaba el partido llegué a la conclusión que lo de Pino es más estructural que coyuntural. Vamos, que su traje arbitral ya le queda demasiado ancho por la cintura, estrechísimo por el cuelo y más corto que si fuera un chaleco. ¡Qué horror de arbitraje, Mare de Deu de Jesús del Gran Poder!

Don Pino, además, se aplicó descaradamente en las pleitesías hacia el equipo local, que no necesita de ayudas arbitrales para proclamarse campeón de Liga. No me extraña por ello que el entrenador del Barça –todo un caballero, por cierto- acompañase en el sentimiento al del Betis tras la absurda expulsión de su defensa por cometer un simple penaltillo. Pitar un segundo penalti inexistente ya fue un acto de peloteo hacia el futuro campeón más propio de un mayordomo fiel que de un tipo que estaba en el campo para impartir cierto orden y justicia futbolera. No expulsar a Deco y alargar el partido cinco minutos, fue un exceso de peloteo servil hacia Ronaldinho y sus compas, que hasta debió de abochornarles. No sólo por estos momentos babosiles hacia el futuro ganador de la Liga, si no por toda la trayectoria cuesta abajo y sin frenos que lleva el bueno de Pino, es por lo que reclamamos que cuelgue el pito y se dedique a otras labores menos productivas pero más cercanas a su nivel de competencia curricular, pues verlo haciendo favores a quienes no lo necesitan demuestra no sólo poca inteligencia, también una actitud genuflexa y servil impropia de un buen y digno “payaso de las bofetadas”.

En realidad a Juan Puñetas le importa un pito lo que haga con el pito el pelota de don Pi, pero es que hoy estoy disfrutando como un enano viendo que mis tics deportivos son similares a los que reflejan la mayoría de los medios de comunicación al uso. Así que proseguiré en el despiporre añadiéndome al coro de los exagerados con una bella melodía: “¡Pino Zamorano, cuelga el pito y reparte butano!” Claro que para exageración, la pandilla de don Jesús de Lopera y la directiva bética, quienes hoy mismo han enviado a la prensa una encíclica en la que comparan los arbitrajes que su equipo ha padecido en las últimas jornadas con otras injusticias que suceden en el mundo como el terrorismo, el paro, el hambre, la desigualdad…. ¡Dónde va a parar! ¡El vía crucis del Betis es mucho peor! Así que, sigamos exagerando el melón hasta que explote: “¡Basta ya! ¡No pasarán! ¡Arriba, parias de la tierra! ¡A las barricadas, a las barricadas!”

“Las continuas masacres deportivas de las que el Betis viene siendo objeto” (Lopera dixit) sí que son catástrofes y no las del 11-S o las del 11-M. Propongo que sean tratadas por la vía de urgencia en la próxima reunión de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Cosas más insignificantes se han visto por aquellos andurriales...

1 de abril de 2005

SI MARADONA ES DIOS, YO SOY ATEO

Acabo de ver por la caja tonta una escena de nuestro desnortadísimo presidente del Gobierno nacional, mister Zapatero (alias, el sonrisas), saludando efusivamente a Diego Armando Maradona, aprovechando que estaba de visita para vender unas pacíficas armas al neandertal ese que responde al nombre de Hugo Chavez y que gobierna a coz y martillo al sufrido pueblo venezolano.

Al grano. Don Zapatero saluda a Dieguito recordándole que es Dios, como le dicen muchísimos argentinos, amigos de las hipérboles y la psiquiatría. Y también le cuenta que es un gran admirador suyo y que tal y cual.

La verdad es que vistos algunos de los personajes a los que admira don Pepe Luí (Castro, el mismo Chavez…) su comentario a Maradona debería ser considerado más como una ofensa que como un signo de querencia, pero en fin… Lo cierto es que en mi ya larga vida no creo haberme encontrado nadie que no admirase al Pelusa. Y, francamente, esto ya me resulta sospechoso. Y provocador. De modo que a estas alturas de la función, cuando uno ya peina canas y lleva en la faltriquera centenares de ilusiones perdidas (que es en lo que consiste básicamente la vida), por más que rebusco en los archivos de mi memoria no logro encontrar tanta heroicidad ni tanta deidad en el amigo Dieguito.

Maradona sólo jugó al fútbol (muy bien, por cierto), pero también lo hicieron Di Estéfano, Pelé, Cruyff … y a ninguno se le ha endiosado como al astro argentino. Que se sepa, Cruyff es un señor de lo más normal, que se cuida, hace honor a su fama y camina por el mundo con la cabeza bien alta. De Pelé o la Saeta Rubia, podríamos decir otro tanto. Pero el endiosado Maradona ha provocado y sigue provocando auténtico revuelo en su país de origen, más cercana la cosa a un histerismo y estupidez colectiva que a un normal sentimiento de cariño y aprecio popular. Francamente, ni su rendimiento deportivo fue excelentísimo (los periodistas e hinchas futboleros es que son la tira de exagerados) ni su comportamiento fuera de las canchas mostró nada que merezca ser recordado. Muy al contrario. Pero ahí está el tópico y siempre habrá un indocumentado (por muy presidente de gobierno que sea) que nos venga a recordar la divinidad maradoniana.

Hará casi un año, cuando el amigo padecía una de sus periódicas crisis personales y de salud (también las tuvo en el plano deportivo, pero de ellas nadie se acuerda), recorté de un periódico deportivo esta perla que guardo como oro en paño en el cajoncito de las majaderías: “Maradona resiste pese a la gravedad. Nadie duerme ni come en Argentina desde que se conoció la terrible noticia del internamiento de Maradona. La vida de éste sigue pendiente de un hilo”. Por aquellos días, un tal Gatti escribía que “Dios es argentino, Diego aguantará”. Algunas opiniones de futbolistas argentinos así como de allegados, lo ponían prácticamente en los altares. “Para muchos argentinos, Maradona es como un enviado de Dios”, decía Palermo. “Es como el dios de todos los argentinos”, afirmaba Carolai, un antiguo empleado suyo.

Ver a nuestro President Profident saludar a Maradona con el chiste de lo de Dios, trajo a mi memoria estas vicisitudes de hace casi un año. Sí, Dieguito hizo diabluras con la pelota, pero también –como todo hijo de vecino- la pifió en numerosas ocasiones en el terreno de juego. Fuera de él, se hizo un experto en deposiciones. De modo que dejemos las cosas en su justa medida: Maradona ha sido uno de los grandes jugadores de fútbol que nos han deleitado con su juego en algunas ocasiones. Sólo por eso es para darle un fuerte apretón de manos. Pero a continuación, merece también un buen tirón de orejas por todo lo que hizo rematadamente mal, y no precisamente en el plano deportivo. No hay más que ver su figura. Por mucho dios y muchos goles que haya metido, sólo es un hombre de carne y hueso, como los demás. ¡Lo único que hizo en su vida fue darle a la pelotita! Seguro que si llega a inventar alguna vacuna contra el cáncer a estas horas nadie le haría ni puñetero caso.

  © Blogger template 'Greenery' by Ourblogtemplates.com 2008

¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).