A LA CAZA DEL ENTRENADOR
-A la rue, Pedrito. A la calle, pringao, que aquí el que manda soy yo y mi culo es más importante que el tuyo. Sí, yo te contraté, pero ahora te descontrato y me quedo tan ancho. No te preocupes que te pagaré hasta el último euro. ¡Paga la afición que tanto me quiere!
Y en efecto, parte de culpa la ha tenido esa afición tan voluble (lo son todas), que hoy te aplaude, mañana te pita, la semana que viene se te abre de piernas y a la otra quiere meterte una garrota por salva sea la parte. Martínez llegó a Vitoria procedente del Gran Canaria, equipo al que el Tau tuvo que pagar un traspaso. Tanto amor loco para, pasadas las primeras calenturas, abandonarlo en el quicio de la puerta. Ley de vida, Martínez.
Porque es ley escrita y casi constitucional que los entrenadores tengan una vida muy corta. Hoy te quieren comer a besos y tras varios partidos perdidos, a los antiguos amantes (directivas, afición y jugadores) les repugnan hasta tus andares. Ahí tenemos los casos actuales de Luxemburgo (Real Madrid), Víctor Fernández (Zaragoza), Bianchi (At. De Madrid), Lotina (Español) y otros muchos que harían la lista kilométrica. Ellos, los entrenadores, son las queridas del futboleo. Los presidentes se enamoran de ellos con una facilidad pasmosa, les ponen los cuartos encima de la mesa para hacerse con sus servicios y placeres y cuando el asunto empieza un poco a complicarse, a la rue y a por otra. Otro, quiero decir, y que no se me enfaden, que los quiero mucho. Más que a los presis y que a los jugatas. Porque no es plato de buen gusto estar de cama en cama, con la maleta siempre a medio hacer, y todo porque los niñatos esos que saltan al campo no dan más de sí o están a todas horas más pendientes de la Play que de mis charlas. Y los señoritos de los despachos, aquellos que se les postraban de rodillas pidiéndoles marcha y olé, ahora muestran lo que todos sabemos de la clase dirigente que tiene mucha pasta y poca cabeza: que son expertos en la eyaculación precoz.
Arrastrada vida la de los entrenadores. Menos el Ferguson ese, que siempre hay una excepción que confirma la regla. Eso sí, conocen mucho mundo, pero es que no compensa. Cuando estás empezando a catar la ciudad, zas, te llaman al despacho del presi, te dicen que eres un inútil y que por el bien de la entidad, je, je, debes irte con viento fresco a otra parte. Y tú, qué vas a hacer. Pues, despechado y todo, amarrarte al jugoso contrato que te hicieron en los días de farra y besuqueos y a no ceder ni una peseta, o euro, a estos tipos que si se equivocaron eligiéndote, también deberían pagar ellos con el exilio. Al final, todo se arregla, aceptas las reglas de juego, donde tú eres el último mono y adiós, quedamos para otro día o temporada, si ustedes no mandan otra cosa.
El entrena del Bilbao ya cayó en la miseria hace varias jornadas. Cierto que el equipo iba el último, pero a lo peor es que -siendo todos sus jugadores “nacionales“- el invento étnico ya apenas se sostiene en pie frente a la multiculturalidad y otras gaitas extranjerizantes venidas de fuera del Paraíso. Al Luxemburgo del Madrid le quedan dos telediarios y medio, aunque si tiene suerte y gana la Liga y la Champions, lo despedirán a final de temporada en plena borrachera de éxito. ¡Pues no es nadie el Florentino para aguar la fiesta a sus queridos feligreses en medio del climax! Cuando llegó el brasileño, era el mejor entrenador del mundo. Hoy día todos coinciden (incluidos los sabios periodistas desmemoriados) en que Luxa es un inepto. ¡Hay que joderse! Y quien dice Luxa, dice cualquier otro. La calle está esperando ansiosa y las colas de entrenadores que, cual buitres carroñeros, otean un entrenadorcidio, rodean todos los campos de fútbol de cierto postín. Y, oiga, no vale que el año pasado clasificases para la Champion al Betis güeno. Esta temporada, cuchi-cuchi Serra, se te ha olvidado lo que es el fútbol. O que un año salvases al Español del descenso, al siguiente lo llevases a la Uefa y éste estés en la cuerda floja desde las primeras jornadas, o sea, con la navaja al cuello. ¡Lotina, quien te ha visto y quien te ve!
La afición (esa jauría que deja en el torno del estadio la buena educación y el cerebro) quiere sangre. Es parte del espectáculo. Y la más sabrosa es -aparte la del árbitro- la del entrenador. Hasta tienes que aguantar que un aficionado barrigón y con el culo como un pandero de no haber trabajado nunca en su puñetera vida, te diga que no haces ni el güevo. ¡Manda huevos!