LOA AL EJERCICIO FÍSICO CON GIMNASIO AL FONDO
El Puñetas (embutido en el cuerpo y mente de su creador, y sin embargo, amigo) acude varios días a la semana a un centro deportivo de esos que cada vez abundan más por los corrales hispánicos. Un chiringuito donde puedes meterte en un completo gimnasio a destrozarte toda la musculatura, donde se imparten cursos para todas las edades y estados anímicos (estiramientos, ciclismo indoor, pilates, body combat, GAC, gimnasia suave, yoga, taichi, aquagym…) o donde, si lo prefieres, puedes ponerte a remojo como los garbanzos en una mona piscina o relajarte en las termas, baños de vapor o sauna. Una gozada para el cuerpo y un agujero más para el bolsillo, aunque es preferible gastarse la pasta en la realización de un ejercicio físico placentero, tonificante y vitalista a estar enchufado al sofá durante horas mientras ves una telecaca o a calentar el bar botellín de cerveza va, chato de vino viene. Ya digo, mi jefe se dedica a estas cosas y un servidor –ser de ficción e inmaterial, al fin y al cabo- se aplica a ver qué se cuece por ahí mientras él suda la camiseta.
De mis observaciones y escuchas por los vestuarios de dicho centro deportivo deduzco varias cosillas chiripitifláuticas. La primera y fundamental es el espíritu gregario que tienen algunos miembros de las nuevas generaciones, incapaces de escurrirse de las modas e ideas estúpidamente imperantes. El tatuaje, por ejemplo. He visto a pocos tipos de la tercera edad o cincuentones que luzcan en espalda, brazo o mortadela un dibujito horrible, de esos que se graban para hacer bonito pero que acaban siendo una horterada y una birria con la que -encima- deberás cargar el resto de tus insensatos días. Se ve que para muchos jovencitos (e itas) no eres nadie si no calzas un tatuaje impreso en la epidermis siguiendo los dictados de los correveidiles de la moda. Algo parecido ocurre con la depilación varonil. Cada vez escucho a más chavales decir que se están depilando las piernas y hasta el pecho. No logro entender el porqué, pero debe haber alguna razón –aunque sea estrafalaria- por la cual a muchos jóvenes asiduos al gimnasio y amantes del ejercicio físico les ha dado por hacerse la cera, dejándose las piernas (mínimo) más peladas que el culo de un mono. Semejante sacrificio no entra en mi cerrada mollera, aunque mi jefe me lo intenta explicar pacientemente.
-Puñetas, piensa en positivo. Yo creo que se afeitan no porque sean masoquistas sino porque alguien les ha metido en el entrecejo que es lo más in, moderno y guay del paraguay. Y porque comprueban que los que van por ahí mostrando pelo en pecho no se comen una rosca ni un rosco, aparte de parecer unos osos madroñeros.
Pues vale, me digo, tú dirás lo que quieras pero esto es puro y duro masoquismo. Además, que donde hay pelo hay alegría, según decían los clásicos. Pero en fin, uno es un antiguo o un carcamal. Pero lo que más me irrita es cuando, aplicando indiscretamente la oreja en algunas conversaciones, oyes que tras varios meses de gimnasio los músculos todavía siguen flojitos y que les han contado que lo estupendo es meterse entre pecho y espalda unos botes de proteínas especiales que –a modo de levadura- hacen que la masa muscular suba como la espuma. Y, oye, que da resultado la cosa y que te evita tanta sudoración y esfuerzo mientras que te pone de un cachas que no veas. Tanto que las chatis te miran, remiran, tocan y retocan. O sea, que para algunos lo importante es la fachada y si acuden a un gimnasio o centro deportivo es más por cuestión de moda y estética que por asuntos de salud y mejora física. ¡Hay que echarle bemoles a esta deformada manera de pensar! En esto también coincide plenamente mi jefe creador:
-Mira Puñetas, además de los beneficios físicos que proporciona el deporte hay que sumarle los psicológicos y emocionales. La práctica del deporte y el ejercicio (no digamos cuando te metes en la piscina y te pones nada que te nada) nos abstrae de la realidad cotidiana, libera tensiones, aumenta nuestra capacidad de concentración, agudiza la mente, fomenta la autodisciplina y encima nos aporta un bienestar del carajo. Ya ves que tras darle marcha tres horas al cuerpo en el gimnasio, el yoga, la sauna, la piscina y las termas, acabo más suave que una seda. Cuando me echo en la cama duermo como los angelitos. No sé lo que es un resfriado desde hace años. Mejora mi crónico malhumor y hasta parezco un chaval canoso. ¡Si es que hasta soy capaz de saludar a la vecina del octavo, a la que detesto más que a sus tres perros y cuatro gatos! Así que, Puñetas, escribe hoy sobre esto en ese engendro de bitácora que tienes sobre asuntos deportivos.
Y así lo hago ahora. No porque él sea mi jefe ni porque yo sea tan gregario como ciertos jóvenes de ahora. No. Es que, como decía aquel, “el hombre no deja de jugar porque envejece, envejece porque deja de jugar” y el deporte y el ejercicio físico y mental es un juego que nunca deberíamos dejar de practicar por nuestro bien. Si es que presumimos de homo sapiens, claro…