PANFLETILLO CON DOPAJE AL FONDO
Según algunos, cuando huele a dopaje, los deportistas no tienen presunción de inocencia. Por el mero hecho de serlo son culpables y cualquiera les puede tomar el pelo y la pelambrera con los prejuicios y las leyes creadas al efecto.
Así lo reconocen de facto la mayor parte de las instituciones y señoritos que luchan denodadamente por controlarles: gobiernos, federaciones internacionales y nacionales, agencias antidopaje, jueces y policías que se aburren por falta de trabajo, periodistas que juzgan al prójimo a través de una nota de agencia en vez de irse a buscar la información y la realidad ellos solitos…
Aún sin poner la mano en el fuego de nadie, el Puñetas está cada vez más convencido de que Alberto Contador y Marta Domínguez pudieran tener razón. Ya no hablo de presunción de inocencia de los susodichos, que ni está ni se le espera. Me refiero a que hay datos y observaciones que llevan a pensar que en sus casos –como en otras ocasiones, menos mediáticas porque los afectados eran gente de segunda y tercera- prima la imaginación y fantasía leguleya sobre la realidad más prosaica. Es posible que el clembuterol (50 microgramos, una memez) encontrado en la sangre de Contador pueda inducir a pensar que se ha dopado, pero así no debería funcionar una justicia medianamente seria. Hay que demostrar que con la cantidad encontrada el de Pinto ha podido subir y bajar montañas y montañitas más deprisa que el resto.
Y hay que razonar cómo es posible que en años de ciclismo profesional nunca le hayan encontrado nada de nada (ni siquiera en los días anteriores y posteriores al positivo de marras) y ahora, por una memez, quieran hacerle la pascua. Sí, la ley es la ley, afirman los bien pensantes de turno cuando a los malpensantes se nos ocurre una sencilla pregunta: ¿qué tipos tan pintureros pudieron hacer una ley que contempla el “dopaje involuntario”? El día en que quienes elaboran leyes, reglamentos y notas de prensa dejen de ser unos incompetentes (es decir, no responsables) de lo que legislan -a menudo normativas abusivas, estúpidas, fantasiosas o inútiles-, quizás entonces muchos dejen de hacer el leguleyo con tanta alegría propia y desdicha ajena.
Debe llegar el día en que paguen quienes elaboran ese tipo de leyes tan burdas. Si es posible la contaminación alimentaria, ¿puede elaborarse una norma que no la contemple fehacientemente? Si el ciclista es siempre responsable de lo que aparezca en su cuerpo, sin más historias, disquisiciones ni razones, entonces harían bien los ciclistas profesionales en exigir que les dé de comer la UCI y sus ahijadas nacionales. ¿Cómo se puede sostener la acusación de que Contador involuntariamente se dopó, tenerlo un año a la sombra y no caérsele a nadie la cara de vergüenza y de cemento?
En el caso de Marta Domínguez tiene uno la impresión de que quienes han estado detrás de la palentina espiándola, obteniendo detalles y pruebas para acusarla han sido Mortadelo y Filemon. Mucha imaginación en los investigadores es lo que ve cualquiera que haya leído críticamente algunas de las cosas publicadas. Media botella de ron, pendientes de platino, oro, bolsa negra de la basura y otras “pruebas” la mar de imaginativas para escribir una novela de espías pero nada concluyentes en el mundo real porque falta –parece ser- la demostrativa del delito. ¿Tan difícil era dejarse de tantas escuchas y fotos a escondidas y requisar la botella, el oro o la bolsa? ¿Hay alguien que se crea –alguien en su sensato juicio, claro- que la corredora traficaba y administraba sustancias dopantes tomando como ejemplo a un amigo suyo, atleta no profesional, cuarentón y sin un rosco comido en toda su carrera?
¿Puede ser un elemento de culpabilidad añadido el que se compraron sustancias prohibidas en el deporte en una farmacia y sin receta médica? ¿Pero desde cuándo comprar un producto que se vende al público puede ser indicio de dopaje, aunque lo adquiera un deportista? ¿Se han encontrado restos de dicho producto en la sangre de doña Domínguez o de su amigo el cuarentón-liebre? Pues si no se han encontrado o se ha sido incapaz de encontrarlos, ¿cómo se tiene la temeridad de imputar un delito de dopaje? Ah, que la ley recoge este supuesto tan fantástico y arbitrario... Pues miren ustedes, si es así, esa ley es un despropósito y a sus autores –sólo por este apartado- habría que tirarles de las orejas y del rabo. ¡Valientes cantamañanas! Por lo visto también se comete un delito de dopaje si se entra en la clínica de un fisioterapeuta amigo, incluso aunque él no esté. Mortadelo y Filemón no pillaron a la Domínguez con las manos en la masa ni en la EPO, pero en la basura había unas muestras usadas que se supone… pueden ser… bla, bla, bla… Sí, la imaginación es libre pero no cuando se juega con las cosas de comer de la gente, se llame Marta, Pocholo o Mohamed.
Se ve que pasar tropecientos controles de dopaje (algunos a la hora en que canta el gallo) y dar todos negativos no tiene el más mínimo valor en el historial de un deportista. Tantos pinchazos y análisis no ayudan ni un ápice en la presunción de inocencia. Se ve, en fin, que con el cuento del dopaje (otro poner puertas al campo, como a la internet, señora Sinde) vale todo y cualquier practicante de deportes sosos y aburridísimos como el ciclismo y el atletismo es potencialmente un delincuente en cuanto pisa una farmacia, una clínica amiga, habla de oro o platino o… se come un bistec. En cambio, mire usted, para que un político, un banquero, un directivo de una multinacional o el jefazo de una telecaca pasen por las mismas horcas caudinas de la difamación, el espionaje, el acoso y derribo y –quien sabe- el suicidio, no hay leyes ni investigaciones que puedan lograrlo salvo en contados y rebuscadísimos casos. Ellos, los que manejan el poder, la economía y la ideología siempre tienen el culo bien a salvo. Es injusto. Desde aquí exijo que los controles antidopaje se extiendan también a ellos. Con lo letales que son para el resto de la ciudadanía, bien merecen unos pinchazos y análisis antes de elaborar leyes, de manejar los dineros del personal ajeno, de idear un programa que embrutezca aún más a los espectadores.
En cuanto a hacer deporte, sobre todo atletismo y ciclismo, que les vayan dando. Que monte en bicicleta y suba el Angliru el mandamás de la UCI y que corra el maratón el señorito Odriozola.
LLEGADA A TÉRMINO: Este pequeño panfleto, que no defiende a nadie más que al hipotético sentido común, ha sido elaborado tras tomarse el escribiente una chuleta de ternera, beberse un vaso de ron, revisar la tabla periódica (ya tan olvidada), venir de la farmacia de comprar un producto que está en la lista de los prohibidos en el deporte, de tomárselo y tras ello hacer quince minutos de bicicleta estática para más tarde, tras una reparadora ducha, escuchar la buena nueva de que se jubilará más tarde y con peor paga, ver un minuto de Gran Hermano, vomitar parte de la chuleta y leer en el periódico un montón de robos, atracos, asesinatos y otros actos cotidianos de pequeña importancia comparados con el delito de Contador y Domínguez, muy alarmante social y mediáticamente. En esta situación y con estos antecedentes, todavía no comprendo cómo he podido escribir este panfletillo con tantísimo candor y bonhomía. ¡Siempre seré un ingenuo! Perdón, llaman a la puerta. ¿Será que me quieren hacer el control antidoping? Pues les va a abrir su puñetero padre...
Aún sin poner la mano en el fuego de nadie, el Puñetas está cada vez más convencido de que Alberto Contador y Marta Domínguez pudieran tener razón. Ya no hablo de presunción de inocencia de los susodichos, que ni está ni se le espera. Me refiero a que hay datos y observaciones que llevan a pensar que en sus casos –como en otras ocasiones, menos mediáticas porque los afectados eran gente de segunda y tercera- prima la imaginación y fantasía leguleya sobre la realidad más prosaica. Es posible que el clembuterol (50 microgramos, una memez) encontrado en la sangre de Contador pueda inducir a pensar que se ha dopado, pero así no debería funcionar una justicia medianamente seria. Hay que demostrar que con la cantidad encontrada el de Pinto ha podido subir y bajar montañas y montañitas más deprisa que el resto.

Debe llegar el día en que paguen quienes elaboran ese tipo de leyes tan burdas. Si es posible la contaminación alimentaria, ¿puede elaborarse una norma que no la contemple fehacientemente? Si el ciclista es siempre responsable de lo que aparezca en su cuerpo, sin más historias, disquisiciones ni razones, entonces harían bien los ciclistas profesionales en exigir que les dé de comer la UCI y sus ahijadas nacionales. ¿Cómo se puede sostener la acusación de que Contador involuntariamente se dopó, tenerlo un año a la sombra y no caérsele a nadie la cara de vergüenza y de cemento?



En cuanto a hacer deporte, sobre todo atletismo y ciclismo, que les vayan dando. Que monte en bicicleta y suba el Angliru el mandamás de la UCI y que corra el maratón el señorito Odriozola.
LLEGADA A TÉRMINO: Este pequeño panfleto, que no defiende a nadie más que al hipotético sentido común, ha sido elaborado tras tomarse el escribiente una chuleta de ternera, beberse un vaso de ron, revisar la tabla periódica (ya tan olvidada), venir de la farmacia de comprar un producto que está en la lista de los prohibidos en el deporte, de tomárselo y tras ello hacer quince minutos de bicicleta estática para más tarde, tras una reparadora ducha, escuchar la buena nueva de que se jubilará más tarde y con peor paga, ver un minuto de Gran Hermano, vomitar parte de la chuleta y leer en el periódico un montón de robos, atracos, asesinatos y otros actos cotidianos de pequeña importancia comparados con el delito de Contador y Domínguez, muy alarmante social y mediáticamente. En esta situación y con estos antecedentes, todavía no comprendo cómo he podido escribir este panfletillo con tantísimo candor y bonhomía. ¡Siempre seré un ingenuo! Perdón, llaman a la puerta. ¿Será que me quieren hacer el control antidoping? Pues les va a abrir su puñetero padre...