16 de febrero de 2007

UN MILLÓN DE GRACIAS, DON ALEJANDRO...


Acaba de morir Alejandro Campos, más conocido como Alejandro Finisterre, cuya biografía personal desconocía completamente. Mira por donde, media página de un periódico de provincias me pone al día sobre su memoria y me emociona el leerla. Viejo y cansado, falleció la semana pasada con el bendito honor de haber aportado no un granito, si no un montón de felicidad a bastantes seres humanos. Entre ellos, al menda lerenda. ¡Y yo, sin saberlo!



Don Alejandro fue empresario, escritor y editor. Entre sus labores intelectuales destacó la de ser albacea de la obra de León Felipe, mi poeta preferido: “Estrellas, sólo estrellas, estrellas dictadoras nos gobiernan”. El poeta que, a mi modo de ver, mejor ha relatado el drama de la España guerra-civilista –en el que se vio envuelto a su pesar- con su “Español del éxodo y del llanto”: “¿Por qué habéis dicho todos que en España hay dos bandos, si aquí no hay más que polvo?”.



Don Alejandro Finisterre también se vio envuelto en la contienda feroz del 36. A los 17 años resultó herido en un bombardeo. Llevado a un hospital barcelonés, rodeado de mutilados de guerra, añoraba su niñez de fútbol y goles. Viendo que ya nunca más podría volver a practicarlo, empezó a darle al coco. “¿Por qué no crear el fútbol de mesa?” Tras perfeccionar los primeros bocetos del futbolín durante su exilio en Guatemala, no pudo nunca patentarlo pues por entonces las fábricas de juguetes estaban siendo utilizadas para hacer armas, esos cacharros con que juegan algunos humanos deshumanizados y embaucados por asquerosas banderas, mentirosos himnos, criminales gobiernos y golpistas ejércitos.


Ah, el futbolín… ¡Cuantas horas y horas de placer y actividad infantil y juvenil atesora el Puñetas a los mandos hipnotizados de unas barras metálicas que movía primorosa y frenéticamente en busca del ansiado gol! Jamás he disfrutado jugando o haciendo deporte, como lo hice en aquellos remotos años, pantalones cortos a la altura de las rodillas, escuálido como una jirafa, ávido de emociones fuertes logradas a fuerza de habilidad, tenacidad y hasta pícara psicología infantil.


-¡Mira quien acaba de entrar por la puerta!


Y el contrario (cualquier otro niño que deambulaba por el local, un amigo…) abandonaba por un momento la mirada del rectángulo de juego y, pumba, gol que te crió.


-Me has engañado, tramposo.


-O espabilas, macho, o te morirás de hambre…


Ya por entonces el Puñetas era un chavea bastante redicho y algo leído, que acababa de zamparse el "Sólo se mueren los tontos" del humorista Alvaro de la Iglesia, sacando lecciones provechosas para la vida cotidiana.


Tiempos aquellos de la mocedad en que todavía no había llegado a casa la televisión; en que salíamos del cole y nos íbamos la pandilla a la era a jugar al fútbol y rompernos los pantalones o chamuscarnos las rodillas; en que la diversión era dar vueltas y vueltas al tontódromo (el paseo de la ciudad) contando chistes verdes y remirando a escondidas un arrugado naipe con una mujer semidesnuda que nadie se acordaba ya cómo había llegado a nuestras manos. (Hoy te sirven las tías en pelota hasta con el Colacao, en el desayuno. Claro, no hay color…). Tardes de domingo en la sesión infantil, con películas de aventuras que todos los chiquillos seguíamos con risas, pitos y un cucurucho de pipas. Pero, sobre todo, aquel local cochambroso donde brillaban con luz divina tres hermosos futbolines, más eróticos y atractivos que la chica más hermosa que nuestra mente calenturienta imaginase en su candidez. Allí entrábamos, casi como rezando, unas veces para jugarnos las cuatro perras que habíamos sisado en casa, otras para retar a otros pardillos como nosotros y así poder alargar el placer, la mayor parte de las veces para simplemente mirar y ver a los más mayores como hacían diabluras con aquellos once jugadores ensartados en las cuatro oxidadas barras metálicas.


Cuando hoy me entero que se ha muerto el inventor del futbolín, quiero mandarle desde esta bitácora un cariñoso abrazo, agradeciéndole su invento y las miles de tardes de felicidad que me produjo en aquellos años en que todavía creía en la inocencia. Hoy siento pena por los chaveas que –hartos de todo- se aburren como una ostra rodeados de juguetes tecnológicos que ni fomentan la imaginación, ni el ejercicio físico (¡cómo sudaba en aquellos futbolines…!), ni el compañerismo, ni la simple picardía de entonces.



No fueron aquellos, buenos tiempos para casi nada, pero fueron lo que fueron y nos tuvimos que aguantar, sacando petróleo de donde no había. Hoy siguen siendo malos tiempos, aunque los vivimos como si fuesen los mejores del mundo. En fin, gracias, don Alejandro, por su invento futbolero y por ayudar a que la obra y la persona de León Felipe no cayese en el olvido. “Lo que sé me lo han enseñado el Viento, los gritos y la sombra…¡la sombra!”.


PD: Hoy ya apenas se ven futbolines y donde los hay la chiquillería pasa de ellos. A mí todavía me gusta echarles unas monedas y jugar una partidita, aunque tristemente compruebo que las sensaciones ya no son las de aquellos años en que leía al cachondo de Alvaro de la Iglesia y me destrozaba los pantalones en la era jugando un partido de verdad. Bueno… ¡que nos quiten lo jugao….!

5 comentarios:

la aguja 17/2/07, 3:10  

Recuerdo aquellos años. En las salas de juegos había futbolines, ping-pong (que no tenis de mesa), billar de tres bolas y como mucho una diana de dardos de los de clavar.

Ahora todos esos salones son de máquinas tragaperras y de juegos a lo Fernando Alonso con pantallas gigantescas. Más caros y menos divertidos.

Recuerdo un verano que abrieron un bar en el barrio de arriba que tenía una especie de reservado, como para dar alguna fiestecita o cumpleaños. El pobre hombre, nuevo empresario sin duda, no tuvo otra idea que poner allí en el medio un futbolín. Y encima nos invitó a ir a jugar cuando quisiéramos. Y allí pasábamos las tardes ocho o diez mozalbetes.

¡Cómo le estafamos! Metíamos un duro en la ranura y salían once bolas gordas de un color como el de la cascarilla del cacahuete, y una bola negra que quien la metía sumaba dos goles —para que no hubiera empate—, que últimamente sólo salían cinco, blancas y pequeñajas.

Digo que metíamos un duro en la ranura y un jersey en cada portería. Bien metiditos hacia dentro del agujero para que no se vieran. Ni qué decir tiene que cuando metíamos gol recuperábamos la bola introduciendo la mano en la portería. Y así toda la tarde.

Si el hombre aparecía a darse una vuelta tonteábamos con la bola en juego o hacíamos como que nos desafiábamos.

Toda la treta funcionó hasta un día… Supongo que al buen hombre no le salían las cuentas. Tres horas de futbolín todas las tardes y no había pasta. Parece ser que caímos en una celada. Antes de llegar nosotros debió vaciar el cajetín y así, al cabo de dos horas que vino de improviso y levantó la caja, vio que sólo había un duro y dos jerséis debajo.

No nos cogió a ninguno, que éramos rápidos como centellas, pero se quedó con dos jerséis a cambio de tantas tardes de aquel verano cálido de hace tanto tiempo…

(En los veranos del norte es buena costumbre salir de casa con un jersey de entretiempo).

Rafael García Librán 20/2/07, 18:50  

Según leía la anotación de el Puñetas -seguro estoy de que Don Alejandro se sentiría agradecido- más ganas de llegar al final me entraban para comentar cómo las gastábamos nosotros en los futbolines del barrio.

Yo tenía ventaja, pues en mi club de fútbol disponíamos de dos primorosos artefactos para disputar encuentros cualquiera de los casi 100 chavales que jugábamos en el los equipos de tancítaro. Gratis, tardes de viernes y sábado enteras. -Y luego me preguntan que porqué comencé a "salir" por los bares de moda tan, tan tarde-

A lo que iba, que en el club entrenaba con los compañeros del equipo y en los "recreativos Jose" -hace más de 5 años que es un concesionario- nos jugábamos el orgullo los de clase.

Por supuesto, atrancábamos la barra que libera las bolas con una cadena y estas entraban y salían sin más oposición que la de los porteros y los defensas...

¡Qué tiempos! Gracias Don Alejandro por el invento y a usted, Don Juan, por la anécdota del recuerdo.


¡Ah! El mejor jugador de futbolín que he visto nunca... mi entrenador: Santiago. ¡Qué Finura y Potencia de muñeca!

¿Ustedes también jugaban sin media, ni guarra?
En Madrid se juega con fútbolines de una sóla pierna, de madera y un esquema de juego de 2-5-3

Saludos!

la aguja 21/2/07, 0:30  

Rafa, me has recordado un gol que me metieron por primera vez hace relativamente poco (quizá unos diez años). Ya estaba yo más que talludito.

Pero se precisa el futbolín de “dos pies” por jugador, que son los que abundan por aquí, por el norte (los que tú dices no gustan aquí).

Un defensa central se la pasa hacia atrás al portero y éste, desde no sé qué coj***s de ángulo, la eleva y la bola viaja por el aire hasta colarse justo justo por la espalda de mi portero.

Al final, y para evitar el gol, la única opción posible es estar muy hábil y despejar como René Higuita, ¡¡con el “alacrán”!! (o el escorpión, que no recuerdo ahora cómo le llaman). Es decir, con los talones y poniendo al portero horizontal, haciendo una plancha.

La primera vez que me lo hicieron entró directa (hay veces que se pasa de fuerza o pega en el “larguero” —es decir, en el borde de la mesa—) y creí que estaba viendo una película de lo que le pasa a otro. Prácticamente sigo sorprendido cada vez que lo recuerdo.

Rafael García Librán 21/2/07, 19:31  

Por aquí no gustan los de dos piernas. Los de Madrid nos jactamos de ser jugadores muy técnicos. De filigrana fácil y poco gusto por el pelotazo.
Por supuesto, jugar con dos botas por jugador, aumenta las posibilidades y debe ser muy interesante.

Sólo he "catado" ese tipo de fútbolín un par de veces. Creo que acabarían gustándome, pero se hacen difíciles de controlar de primeras.

Anónimo 21/2/07, 23:29  

Veo, queridos amigos, que el articulillo sobre el futbolín os ha traído tan buenos recuerdos como a mí. Digamos en primer lugar que la biografía de don Alejandro, su inventor, me resulta apasionante en muchos sentidos y, como suele pasar en nuestro país -donde los mediocres ocupan los primeros puestos- un gran olvidado y desconocido. En otros lugares tendría hasta un monumento.

En fin, veo que eso de que los jugadores tengan una o dos piernas tiene su cosa técnica y todo. La verdad es que mis futbolines de la mocedad eran de dos piernas, lo que no me permite otro juicio de valor más que la fuerza y destreza que había que tener para ser buen jugador. Recuerdo que a mí se me daba mejor la defensa y el portero que la media y la delantera. Y que más de una vez se salía la bola fuera del rectángulo del pepinazo que le arreábamos, lo cual que a veces era peligroso.

Como dice Luis, también había el ping pong (después, con la edad, me pasé a éste, otro auténtico placer) y ese billar simplón, al que nunca supe encontrarle las carambolas, aunque me hubiera encantado. Hoy, mi sueño sería tener uno en casa, pero de sueños también se vive cuando no hay metros cuadrados habitacionales.

Entre el articulillo y vuestras opiniones, creo que hemos redondeado -modestamente- un excelente post. Hoy todo ésto anda de capa caída con tanto videojuego y máquinona automatizada, pero uno no las cambiaría por el modesto futbolín.

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