A VECES LLEGAN CARTAS
(Nota del editor: Esta carta me la ha enviado Pepe Pi en estos días. No es un cuento suyo, que era lo acordado, pero lo parece. Y es que los límites entre la realidad y la ficción son muy borrosos. Aunque esto, más que ficción, a algunos pueda parecerles ciencia-ficción).
"Señor Puñetas. Le escribo estas 1.073 palabras para exponerle mi caso, bien curioso e increíble. Recurro a usted porque presiento que es el único que será capaz de publicarlas. Y es que le sigo desde hace tiempo y presiento que mi carta hasta le hará ilusión. Se la envío a través de Pepe Pi, con el que hablo a menudo cuando voy a su pub.
Soy aficionado al fútbol desde mi más tierna infancia gracias a un ama de cría que era fiel seguidora de aquel Real Madrid de Di Stéfano. Con este simple dato ya adivinará dos cosas: que yo era un niño rico y que ahora soy un viejo a punto de palmarla cualquier día. Mis padres eran empresarios de alto copete y casi siempre estaban de viaje fuera de España así que bien se puede decir que yo me crié a los pechos de Humberta.
En aquellos años ser del Real Madrid era lo más natural del mundo porque ganaba como rosquillas las Ligas y las Copas de Europa y eso siempre gusta mucho al personal, sea rico o pobre. Quizás si el equipo triunfador de aquellos años hubiera sido uno de Ciudad Real, todos hubiéramos sido seguidores del club manchego. Quiero decir con esto que la gente suele apuntarse siempre a caballo ganador.
Contradiciendo al embajador, debo ser el único ser vivo de este planeta que ha renegado de su madre (de hecho la he cambiado) y de su antiguo equipo del alma (de hecho me he pasado a la otra orilla). Como ya puede imaginar, de padres tan descastados con su hijo sólo pudo crecer un chaval resentido contra el dinero, el mercado, los viajes al extranjero y todo lo que acompaña a la gente que presume de poder, gloria y pasta gansa. Como era un mozo inteligente, tras acabar los estudios universitarios, rompí con mis padres originales y adopté como madre a Humberta. Intenté devolverle todo el cariño y amor que me había dado desde zagal, pese a que mis progenitores le pagaban una miseria. Me costó muchos quebraderos de cabeza aquella decisión tan insólita pues quise que se borrasen todas las huellas burocráticas que me unían con mis pésimos padres. No lo conseguí y, mucho menos, que apareciese como “mi” nueva madre aquella santa mujer que siempre había estado a mi lado desde pequeñito. Por supuesto que me desheredaron los muy canallas, pero a mí el dinero, plim. Yo, con un bocadillo de calamares ya estoy más contento que unas castañuelas. Y a mi nueva madre, le basta y sobra con verme feliz así. (Bueno, y con otro bocata, pero de mortadela).
Tomada tan crucial decisión (la de cambiar de madre y abandonar al padre), decidí emprender mi segunda gesta: cambiar de equipo de fútbol. El Real Madrid seguía cosechando éxitos, al menos en España, pero me parecía que, ahora que yo ya era un buen mozo, aquel seguidismo era absurdo: nada me unía al Paseo de la Castellana ni a Madrid ni a aquel equipo de gente bien. Empecé a cabrearme cada vez más con las cosas que se hacían en el club, con sus políticas erráticas, con la añoranza de tiempos más esplendorosos. Estuve en un tris de abandonar el fútbol como religión laica, pero pensé que de algo tendría que hablar con mis amigos y colegas. Aquello era demasiado sacrificio. Así que una tarde de invierno en que caían chuzos de punta en la calle me armé de valor y le dije a mi madre (la nueva):
-Mamita, tengo algo muy importante que decirte. Tú me inoculaste el amor por el fútbol y por el Real Madrid. Sí, ya sé que seguías la tradición de tus hermanos y hasta de tu padre. Yo la he mantenido estos años pero ya no puedo más. Necesito cambiar. Ya no me siento emocionalmente vinculado con ese equipo. Respecto a él tengo las mismas sensaciones que con mis padres nativos: indiferencia, un puntito de rencor, nulo interés personal. He pensado, ya que no puedo dejar de lado el fútbol por imperativo social y profesional, en pasarme a un equipo más cercano a mis ideas progresistas, a mis ideales de comunión con los pobres de la tierra, a mi cercanía a un ser a quien quiero mucho, ya sabes, mi novia… En fin, quiero decirte, mamita, que lo tengo ya decidido: mi nuevo equipo va a ser el Bollollos C.F.
Aquella decisión mía le costó una semana de lloros a mi madre adoptiva. No quería verla sufrir pero mi cambio de equipo ya estaba decidido. De modo que Humberta, que seguía siendo una fiel seguidora del Real Madrid, comprendió que no merecía la pena darse tanta llantina por nada. Me seguiría queriendo igual, fuese yo del Bollollos o del mismísimo Barcelona. Eso me dijo con enorme ternura. Y añadió, con una pizca de retintín, que no me restregaría los triunfos de su equipo ni las derrotas del mío.
Ya ve, señor Puñetas. Hay vida inteligente en este planeta, aunque no mucha. (Dígaselo, de paso, a Jacinto RX). Yo puedo presumir de haber cambiado de madre y de equipo futbolero usando la razón, los sentimientos y cierto arrojo quijotesco. Y no me ha pasado nada. Sigo feliz, tengo buena salud dentro lo que cabe, almuerzo todos los días (alguno que otro cae un bocata de jamón ibérico) y contemplo la vida con el distanciamiento suficiente para no amargarme el espíritu ni provocarme una úlcera estomacal por no haber ganado la Liga o la Champions. El Bollollos C.F. está en categoría regional y de vez en cuando acudo a verlo al campo de tierra donde sus chavales intentan emular a los Ronaldo, Messi y compañía.
Espero que, a través del señor Pepe Pi, publique esta carta a ver si más seres inteligentes siguen mi ejemplo y cambiamos un poco la rutina acomodaticia de este puñetero mundo. A veces sueño con que varios miles de culés se hacen merengues y viceversa. Lo malo es que los sueños, casi siempre sueños son. Qué le vamos a hacer si el mundo está lleno de gente conservadora, pero que muy conservadora…"
"Señor Puñetas. Le escribo estas 1.073 palabras para exponerle mi caso, bien curioso e increíble. Recurro a usted porque presiento que es el único que será capaz de publicarlas. Y es que le sigo desde hace tiempo y presiento que mi carta hasta le hará ilusión. Se la envío a través de Pepe Pi, con el que hablo a menudo cuando voy a su pub.
Soy aficionado al fútbol desde mi más tierna infancia gracias a un ama de cría que era fiel seguidora de aquel Real Madrid de Di Stéfano. Con este simple dato ya adivinará dos cosas: que yo era un niño rico y que ahora soy un viejo a punto de palmarla cualquier día. Mis padres eran empresarios de alto copete y casi siempre estaban de viaje fuera de España así que bien se puede decir que yo me crié a los pechos de Humberta.
En aquellos años ser del Real Madrid era lo más natural del mundo porque ganaba como rosquillas las Ligas y las Copas de Europa y eso siempre gusta mucho al personal, sea rico o pobre. Quizás si el equipo triunfador de aquellos años hubiera sido uno de Ciudad Real, todos hubiéramos sido seguidores del club manchego. Quiero decir con esto que la gente suele apuntarse siempre a caballo ganador.
El otro día escuchaba decir a un embajador extranjero en España que, además de creer en la religión mayoritaria de su país, tenía también una religión laica: el fútbol. Y afirmaba, muy serio, que lo único que nadie cambia en la vida es a su madre y a su equipo de fútbol. De esto precisamente quería hablarle.
Contradiciendo al embajador, debo ser el único ser vivo de este planeta que ha renegado de su madre (de hecho la he cambiado) y de su antiguo equipo del alma (de hecho me he pasado a la otra orilla). Como ya puede imaginar, de padres tan descastados con su hijo sólo pudo crecer un chaval resentido contra el dinero, el mercado, los viajes al extranjero y todo lo que acompaña a la gente que presume de poder, gloria y pasta gansa. Como era un mozo inteligente, tras acabar los estudios universitarios, rompí con mis padres originales y adopté como madre a Humberta. Intenté devolverle todo el cariño y amor que me había dado desde zagal, pese a que mis progenitores le pagaban una miseria. Me costó muchos quebraderos de cabeza aquella decisión tan insólita pues quise que se borrasen todas las huellas burocráticas que me unían con mis pésimos padres. No lo conseguí y, mucho menos, que apareciese como “mi” nueva madre aquella santa mujer que siempre había estado a mi lado desde pequeñito. Por supuesto que me desheredaron los muy canallas, pero a mí el dinero, plim. Yo, con un bocadillo de calamares ya estoy más contento que unas castañuelas. Y a mi nueva madre, le basta y sobra con verme feliz así. (Bueno, y con otro bocata, pero de mortadela).
Tomada tan crucial decisión (la de cambiar de madre y abandonar al padre), decidí emprender mi segunda gesta: cambiar de equipo de fútbol. El Real Madrid seguía cosechando éxitos, al menos en España, pero me parecía que, ahora que yo ya era un buen mozo, aquel seguidismo era absurdo: nada me unía al Paseo de la Castellana ni a Madrid ni a aquel equipo de gente bien. Empecé a cabrearme cada vez más con las cosas que se hacían en el club, con sus políticas erráticas, con la añoranza de tiempos más esplendorosos. Estuve en un tris de abandonar el fútbol como religión laica, pero pensé que de algo tendría que hablar con mis amigos y colegas. Aquello era demasiado sacrificio. Así que una tarde de invierno en que caían chuzos de punta en la calle me armé de valor y le dije a mi madre (la nueva):
-Mamita, tengo algo muy importante que decirte. Tú me inoculaste el amor por el fútbol y por el Real Madrid. Sí, ya sé que seguías la tradición de tus hermanos y hasta de tu padre. Yo la he mantenido estos años pero ya no puedo más. Necesito cambiar. Ya no me siento emocionalmente vinculado con ese equipo. Respecto a él tengo las mismas sensaciones que con mis padres nativos: indiferencia, un puntito de rencor, nulo interés personal. He pensado, ya que no puedo dejar de lado el fútbol por imperativo social y profesional, en pasarme a un equipo más cercano a mis ideas progresistas, a mis ideales de comunión con los pobres de la tierra, a mi cercanía a un ser a quien quiero mucho, ya sabes, mi novia… En fin, quiero decirte, mamita, que lo tengo ya decidido: mi nuevo equipo va a ser el Bollollos C.F.
Aquella decisión mía le costó una semana de lloros a mi madre adoptiva. No quería verla sufrir pero mi cambio de equipo ya estaba decidido. De modo que Humberta, que seguía siendo una fiel seguidora del Real Madrid, comprendió que no merecía la pena darse tanta llantina por nada. Me seguiría queriendo igual, fuese yo del Bollollos o del mismísimo Barcelona. Eso me dijo con enorme ternura. Y añadió, con una pizca de retintín, que no me restregaría los triunfos de su equipo ni las derrotas del mío.
Ya ve, señor Puñetas. Hay vida inteligente en este planeta, aunque no mucha. (Dígaselo, de paso, a Jacinto RX). Yo puedo presumir de haber cambiado de madre y de equipo futbolero usando la razón, los sentimientos y cierto arrojo quijotesco. Y no me ha pasado nada. Sigo feliz, tengo buena salud dentro lo que cabe, almuerzo todos los días (alguno que otro cae un bocata de jamón ibérico) y contemplo la vida con el distanciamiento suficiente para no amargarme el espíritu ni provocarme una úlcera estomacal por no haber ganado la Liga o la Champions. El Bollollos C.F. está en categoría regional y de vez en cuando acudo a verlo al campo de tierra donde sus chavales intentan emular a los Ronaldo, Messi y compañía.
Espero que, a través del señor Pepe Pi, publique esta carta a ver si más seres inteligentes siguen mi ejemplo y cambiamos un poco la rutina acomodaticia de este puñetero mundo. A veces sueño con que varios miles de culés se hacen merengues y viceversa. Lo malo es que los sueños, casi siempre sueños son. Qué le vamos a hacer si el mundo está lleno de gente conservadora, pero que muy conservadora…"
2 comentarios:
Cambiar de equipo no es tan fácil como cambiar de casa, o de trabajo, o de mujer, o de amigos, o de coche...
Está usted completamente equivocado, don Cítrido. El protagonista de la historia de Pepe Pi lo consiguió. ¿Va usted, o yo, o aquel señor que cruza el semáforo en rojo, a ser menos que el señor de la carta? No creo que el buen hombre sea un héroe...
Si hay algo para lo que está preparado nuestro cerebrín humanoide (ridículo y escaso, pero es lo único que tenemos) es para adaptarse al medio. Es decir, para el cambio. De hecho venimos cambiando desde que pusimos nuestras zarpas en este puerco mundo. Cierto es que hay momentos históricos y concretos en que las cosas son muy difíciles de cambiar o de plantearse siquiera.
¿Usted se imagina hace varios siglos, cuando las religiones tenían un peso específico y político mucho mayor que ahora, que alguien cambiase de religión o que se proclamase ateo? ¿A quién se le iba a ocurrir semejante atrocidad? Hoy es más frecuente de lo que uno piensa. ¿Y cree que alguien se planteaba ir en contra de la monarquía divina para pasarse a un ejercicio civil del poder?
De igual modo, pasado este sarampión deportivesco-futbolero, que al fin y al cabo lleva poco tiempo en la vida del planeta, no le quepa la menor duda que resultará ridículo en los futuros tiempos contemplar esa fijación con el equipo de uno. No hay genes que determinen el interés o la fe por un equipo determinado, como no los hay para profesar una fe o idea religiosa, política o cultural.
Los valores sociales dominantes cambian. Y, sin cambiar, siempre hay gente (los adelantados a su tiempo o los locos) que los ve ridículos, criticables o inanes.
Vea usted, por ejemplo, todo el proceso que tiene lugar ante un partido futbolero de final de algo. Desde los prolegómenos antes del partido (viajes, ocupación de ciudades....) hasta la celebración de la victoria con visita al Ayuntamiento (qué tendrá que ver el culo con las témporas) o a la iglesia para brindar el triunfo a la virgen local. Es sencillamente ridículo, risible, majaderil. Que se haga por una gran mayoría será muy respetable para esa mayoría pero -objetivamente y a la luz de la razón y la sensata argumentación- resulta pueril y absurdo esa manera de celebración, ue incluye ocupar la vía pública hasta altas horas de la madrugada impidiendo dormir a la gente de bien, enfermos y ancianos, además de llenar de porquería la calle y de berridos las orejas ajenas. ¡Que les abran el estadio y los encierren allí durante cuatro días seguidos hasta que acaben hartos de tanta superficial felicidad! (Ostras, me acaba de salir una idea para un próximo articulillo puñeteril).
No hay nada que impida cambiar de equipo como no hay nada que impida no tener equipo como no hay nada que impida reírse de los que pierden el culo por "su" equipo. Basta con darle al coco, ser razonables y valientes en estos tiempos tan idiocretinizados. Hay muchísimas más razones para dejar en la estaca al equipo del alma que a la mujer o a los amigos o al coche. Entre otras cosas porque porque el equipo casi siempre da sinsabores y malas noticias. Sea el que sea. Claro que hay mucho masoquista suelto, pero eso es otro problema bien distinto...
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