"ME PERSIGUE EL FÚTBOL..." (1 DE 2)
En mi pub, como en botica, “hay gente pa to”, frase que dijo el torero El Gallo (aunque otros se la atribuyen al también torero Guerrita), cuando después de una corrida le presentaron a don José Ortega y Gasset, indicándole que era “filósofo”. Como no sabía qué era esa profesión, lo preguntó y tras la respuesta de sus allegados, exclamó: “Hay gente pa to”. Sí, hay gente para todo, hasta la que se cree que Ortega y Gasset no era un señor sino dos.
En mi pub, ya digo, tras muchos años en el negocio, he charlado con tipos de todo pelaje y catadura. Pero nunca como el último. Se llama Lorenzo Piernagorda y ya con ese nombrecito es para que el pobre ande deprimido, pero lo suyo es más grave y no sé si tendrá cura. Para mí que lo suyo es paranoia aunque no soy psiquiatra. Sintetizando, tiene manía persecutoria y, ¿a que no saben de quién o qué? ¡Pues del fútbol!
""Mire, señor Pi. Mi problema comenzó hace ya varios años. Noté cómo al nombrarse la palabra “fútbol” en mi entorno más cercano mi corazón empezaba a latir un poco más deprisa. No hice caso a semejante reacción pues soy un hombre muy racional. Lo achacaba a que estaba entrando en los cincuenta y ya sabrá usted, y si no lo sabe se lo digo yo ahora mismito, que los hombres tenemos una crisis física y espiritual en cuanto pasamos la raya del medio siglo de vida, vidita o vidorra.
"" Sin embargo, meses después llegué a descubrir que no sólo mi corazón se aceleraba por momentos sino que cuando veía algunas imágenes de fútbol en la tele mi piel, sobre todo la de la cabeza, me empezaba a picar. Ese prurito fue a más pero logré pararlo con diversas cremas de mi boticario de cabecera.
"" El tiempo y los años han ido pasando y cada vez mis reacciones se han ido interiorizando a nivel mental más que físico. Ya no es tanto la reacción de mi corazoncito o de mi piel o la instantánea sequedad de boca que se me producía al oír la sintonía del Carrusel Deportivo en la radio de mi vecino, sordo por parte de oído, y que se escuchaba en todo el bloque. No, lo mío ya es más grave. Siento que el fútbol, como si se tratase de un espía o de un enemigo, me persigue. Noche y día, a todas horas, en todos los lugares. Pese a que sigo siendo un hombre muy racional y sensato, noto que mis reacciones ante este acoso no son normales. Por eso mismo no sé a quién decírselas porque nadie me creería. Ni siquiera me creyó mi mujer, que acabó separándose de mí hace seis meses, tomándome por loco.
"" Le cuento esto porque, desde entonces, vengo a su pub a ahogar un poco mis penas y he comprobado que es usted comprensivo y amigo de sus clientes. Hoy he aprovechado lo temprano de la hora, cuando apenas suele haber gente, para enhebrar el hilo con usted y contárselo. No sé, sólo le pido un consejo, sólo deseo que me oriente un poco ya que creo que es un hombre de mucho mundo. Eso sí, no me diga que la solución es que acuda a un psiquiatra porque no tengo intención de hacerlo. No quiero perder tiempo ni dinero para acabar finalmente más loco aún.
"" No puedo, señor Pi, oír la palabra fútbol salvo cuando sale de mí mismo. La maldita palabra me persigue siempre. Cuando voy al bar a desayunar, allí está –altanera- en boca de casi todos los parroquianos. Y da lo mismo que cambie de bar. Cuando estoy en el trabajo, una oficina del Inem donde nos dedicamos a entretener a los parados a falta de ofertas de puestos de trabajo, el fútbol es un tema recurrente entre mis compañeros de oficio y los desempleados sin beneficio. No falla. Al mediodía, como vivo sólo y mi separada esposa era la que hacía la comida, tengo que irme al bar a comer el menú del día. La tele siempre está encendida y da lo mismo que pasen de la Cuatro a la Sexta o de Antena 3 a Telecinco. A esa hora siempre están hablando del maldito fútbol. Procuro no mirar, llevo unos tapones para los oídos, pero con tanto ruido de los comensales, los dueños suelen elevar el sonido hasta niveles atronadores. Le digo que he visitado ya más de cincuenta bares y en todos ellos constato lo mismo: el fútbol me persigue. Quizás si entrase en un buen restaurante no lo dejarían pasar, pero yo no tengo dinero para esos lujos.
"" No le quiero aburrir. Todos los días el fútbol me acosa, me atosiga. Los entrenadores -que hablan ya más que los políticos-, los jugadores, los periodistas, los goles del domingo, del lunes, del martes y así hasta el siguiente domingo… Si paso por el colegio del barrio, cuando tengo la media hora de bocata, en que desaparezco de la oficina por razones obvias, al tiempo que le pego un bocado al pan con salchichón en plena calle, compruebo que los niños siempre están jugando al maldito fútbol. Y no le digo cuando llego a casa. Entonces enciendo todas las luces porque tengo miedo de que algún balón esté a punto de estrellarse contra mi cabeza y me mate. Sí, créame. El balón de fútbol es un asesino que va a mi caza y captura. Poquito a poco, en estos últimos años, ha ido minando mi salud mental al comprobar que la física la tengo dura como el cemento. El cerebro es débil, es lo más blandengue que tenemos los humanos y por ahí me ataca el muy mamonazo. Sueño con balones de reglamento, con goles que se repiten mil veces, el de Iniesta en el mundial ya se ha convertido en una pesadilla constante que no me abandona ni a sol ni a sombra.
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