Puede presumir el Puñetas de haberse jalado todos los partidos de preparación para el Europeo de baloncesto de Polonia y todos los encuentros del torneo que disputó la selección española. Y ello no por presumir de españolidad ni por sano masoquismo ni amor infinito al baloncesto, del que suelo ver sólo los partidos clave de la temporada y siempre a partir del segundo tiempo. Tenía la corazonada de que algo iba a fallar y que los pronósticos de todos los vendedores de humo de la prensa deportivesca española -¡oro, la medalla de oro está garantizada!- iban a saltar por los aires. Entonces este juntaletras iba a salir en el Arco con el dedo acusador para tachar a dichos vendedores de pardillos, infumables, despreciadores de los rivales y engañabobos. Afortunadamente el oro cayó del lado de Gasol y compañía –me alegro por ellos, que se lo han sudado bien sudado- pero los bocazas se han llevado un buen susto. Quizás aprendan de cara al futuro, aunque no lo creo…
Los primeros partidos del Europeo fueron un desastre. ¡Este no es mi equipo, que me lo han cambiado! Sí, había lesionados, Gasol estaba todavía sin ritmo, las tácticas del nuevo entrenador parecían aprendidas con pinzas… Lo que iba a ser un paseo triunfal presagiaba un futuro más bien negro. Con la misma chulería con que anunciaron el oro muchos empezaron a escribir y hablar de fracaso, de rencillas dentro del equipo, de un entrenador no idóneo, etc. A los de la Sexta no les llegaba la camisa al cuerpo pues el negocio se podía venir estrepitosamente abajo si la selección no pasaba a la segunda ronda.
San Cucufato, patrón de la razón (por eso lo conoce tan poca gente), a consultas mías, me confirmó lo que intuía: faltaba rodaje en la competición, el líder del equipo todavía no estaba a punto y sobraba exceso de responsabilidad -¡no se podía fallar, el oro era pan comido, según los fulanos de siempre!-. Dado que los campeonatos baloncestísticos están organizados para favorecer la sorpresa con esas liguillas y cruces en cuartos de final, era previsible que si la selección recuperaba el ardor físico, el talento de Gasol y se reencontraba con el juego que siempre había practicado (una correosa defensa y un ataque sin complejos) lo mismo había tiempo para remontar. El hecho de que, aún jugando mal, perdiera por pocos puntos permitía mantener la esperanza de una mejoría. “Se vendrán arriba si llegan a tiempo, que yo creo que sí, y serán imparables porque son muy buenos y porque superar las dificultades iniciales les va subir la moral y la motivación a la estratosfera” –remató San Cucufato, al que había invitado a una cerveza celestial (“San Miguel”, claro).
Tras la victoria a Polonia, que garantizaba el pase a la segunda fase, los que vemos sólo lo que vemos y no lo que la cartera nos quiere hacer ver, lo tuvimos claro: el oro era posible. Y así ocurrió. Al final los jugadores españoles merecieron el triunfo que se les había escapado en ediciones anteriores. Eso sí, el susto en el cuerpo todavía les dura. El filo de la navaja de la eliminación estuvo muy cerca del cuello. Los deportivescos periodistos por fin pudieron sacar pecho y hasta hubo quien pudo borrar palabras decepcionantes y desesperanzadas pronunciadas o escritas unos días antes, cuando el oro parecía reducirse a vulgar hojalata. Eso sí, a Scariolo, el entrenador, muchos no le perdonan el susto inicial, responsabilizándole en exclusiva de él. Los hay desagradecidos y, lo que es peor, que no saben ni papa de baloncesto.
Luego, justo tras la ceremonia de la entrega de medallas, comenzó el circo. Ya no lo vi aunque me lo han contado y lo he leído. Las cámaras de la Sexta entraron en ese recinto sagrado del vestuario para que el personal viese cómo los jugadores celebraban su éxito. Mucha vulgaridad y nula intimidad. Más tarde vino la recepción del ministro de Deportes (el señor Zapatero) para felicitarles en persona y salir así en todas las portadas y telediarios del país y del mundo mundial. Hacía sólo un par de horas que los jugadores se habían bajado del avión pero el Presi no podía esperar ni un minuto para decir ante cientos de cámaras: “Habéis jugado de manera impresionante”, “Sois la mejor generación de baloncesto de la historia” y (mirando fijamente a los objetivos de los fotógrafos) “uno se siente orgulloso de vuestro saber hacer, de que llevéis nuestra bandera por el mundo”. El circo estaba ya en plena ebullición. Luego vendría el rey de la Zarzuela de Mariscos a repetir la jugada. No los recibió la oposición, el conserje del Congreso, los presidentes de las comunidades autónomas y Mortadelo y Filemón porque la cosa pasaría de castaño oscuro (los ciudadanos son ingenuos pero no idiotas, así que se aburren con tanta oficialidad). Eso sí, lo que no faltó fue el lindo show de Cibeles, con las actuaciones estelares de estos casos. Más circo. No es que el deporte sea una cosa muy seria pero igual que no me imagino a Joaquín Sabina en pantalón corto tirando un triple ante miles de espectadores, tampoco creo que tenga mucho sentido el numerito musical y chistoso que les hacen pasar a los baloncestistas subidos a un andamio. En fin, el circo mediático… con el negocio al fondo.

Eso sí, algunos por poco se enteran del triunfo de los chicos del baloncesto enfrascados en su descacharrante amor al futbolín (a cambio de pasta, claro). El diario
“As” publicaba ese día en portada el impresionante triunfo del Real Madrid de fútbol frente al Jerez Deportivo, reduciendo a una ridícula esquinilla superior la noticia del oro de Polonia. Lo único que siento es que a
Andrés Montes, el locutor de la Sexta que amenizaba los partidos con sus chascarrillos y ocurrencias, no le hayan renovado el contrato y la faena. Podía ser muy aburrido con sus repetitivas coletillas y frases hechas pero al menos no engañaba a nadie, además de sacarte de vez en cuando una sonrisa: el baloncesto y el fútbol y los deportes en general son asuntos menores, divertimentos, pasarratos y así debe tomárselos, con buen humor y el debido cachondeo. Se ve que en la Sexta, ahora que se han convertido en la tele preferida del Gobierno, necesitan dar una imagen de más seriedad. Pues ya saben la receta: mucho oro y nada de circo.