Cabía esperar que en la Semana Santa el personal se dedicase a la reflexión, el ocio o la francachela, haciendo un compás en la guerra diaria pero se ve que algunos funcionarillos y jerifaltotes de la cosa dedican esos días a cogérsela con papel de fumar. Ese es el caso de la Agencia Francesa Antidopaje. El Jueves Santo se descolgó, más chula que un ocho, con que
“el ciclista estadounidense Lance Armstrong (Astana) ha violado las reglas antidopaje durante el control al que fue sometido el pasado mes por lo que se le podría abrir un expediente sancionador”. Los buitres de la prensa deportivesca no tardaron ni un segundo en traducir a grandes titulares las palabrejas de la citada Agencia, habitualmente instalada en la línea chunga de Pepe Gotera y Otilio. Al parecer, el americano
"no respetó la obligación de permanecer bajo la directa y permanente observación” ¿del médico? ¿del inquisidor de turno? ¿del burocratilla asignado?
Luego, en la letra pequeña, uno lee que el crimen del que se acusa al ciclista fue que
“el miembro de la AFLD tuvo que esperar 20 minutos hasta que Armstrong aceptase a pasar el control”. Así son de quisquillosos los de la Agencia. Ellos son tan importantes que no tienen tiempo que perder.
Es echarle la vista al ciclista famosuelo (bah, siete veces ganador del Tour, qué poquilla cosa) y ya quieren que ese mierda de tipo se abra de piernas, orine en un frasquito a la vista del enviado especial, luego se deje pinchar en vena sin más preámbulos protocolarios y, por último, se mese, arranque y les dé unos cabellos de recuerdo. Don Lance, como buen americano, ha visto muchas más películas de Hollywood que los europeos, así que sabe que en estas cosas no puede fiarse del primer indocumentado que se le acerca en plan vampírico. ¿Será un Drácula redivivo? ¿Será un terrorista de Bin Laden?
Así que el americano, con buen criterio, no se fía de la acreditación que le enseña aquel tirillas afrancesado con pinta de sátiro y lo comunica a sus jefes deportivos, guardaespaldas, al FBI y a la CIA. Sólo cuando han pasado 30 minutos (angustiosos para el tirillas que no se cree que, en la France de la grandeur, un yanqui le esté haciendo un escáner de personalidad en toda regla), llega el visto bueno: el tirillas es de fiar, trabaja para la Agencia del antidopaje ese y puede chuparte la sangre sin miedo a infectártela. Es entonces, y sólo entonces, cuando Lance –que piensa para sí que ésta va a ser la primera y última vez que entrena en terreno gabacho y quisquilloso- se mea tranquilamente en la Agencia.
“¿Y no quisiera también una caquita, su majestad?" –pregunta, con cachondeo de comedia de Woody Allen. El burócrata se calla (no sabe inglés ni falta que le hace) pero se apunta la media hora de espera.
“Te voy a meter un paquete que te vas a enterar, enteradillo…” –masculla el tirillas, mirando de soslayo el culamen de la masajista del americano, a la que de buena gana también le sacaría sangre y algo más.
Esta es la historia –mejor o peor contada- por la que la Agencia Francesa esa se ha puesto como un tigre y amenaza con multar, sancionar y lapidar al americano arrogante. Con la ayuda de los chirigoteros de la prensa adicta y chauvinista, de poco vale que el entorno de Armstrond diga que
"este control era el número 24 por sorpresa que pasaba Lance desde que anunció su regreso al ciclismo”. Los 23 primeros fueron efectuados sin problemas y dieron negativo. Igual que el 24, pero había que pasarle la factura al ciclista campeón.
"Me paró y me dijo que era de un laboratorio francés y que estaba allí para controlarme. No había oído nada sobre laboratorios o gobiernos que hiciesen controles antidopaje y no tenía idea de quién era ese hombre y si decía la verdad” –ha argumentado Armstrond, aunque nadie le creerá, claro. En realidad, aprovechó los 30 minutos de prórroga para hacer trampas, como hacen siempre estos tipos tan casposos que todavía se atreven a correr en bicicleta en vez de ir en un Renault o un Ferrari o, en todo caso, en una moto de esas de 500 cc. Leña al mono...
Te vigilamos las 24 horas del día, los 365 días del año. Tienes que estar localizado permanentemente y cerca de donde estamos por si nos sale de los cataplines ir a hacerte una visitilla a primeras horas de la mañana o de la noche. Y no nos hagas esperar, eh, mindundi, que nosotros somos aquí los auténticos protagonistas del espectáculo. “"Me obligan a orinar delante de ellos", se queja el tenista Murray.
"Es patético –afirma Nadal-.
Somos humanos, no delincuentes. Ni mi madre ni mi tío saben muchas veces adónde voy y se lo tengo que decir trimestralmente a esta gente. Esto hay que cambiarlo". ¿Cambiar el poderío de estos tipos, y de los gobiernos que andan detrás del asunto, como si el deporte fuese una cuestión de Estado?
El militarote
Richard Pound afirmaba en una entrevista que
“en los deportes de élite el doping funciona como el crimen organizado”. Con el mismo trazo grueso, el Puñetas empieza a sospechar que algunas Agencias antidopaje y autoridades político-deportivas actúan también como una mafia. (Lean críticamente el siguiente
enlace, en los artículos relacionados con el dopaje. Si a personajes ricos y famosetes les controlan hasta el número de respiraciones, qué no serán capaces de controlarnos a los tirillas y don nadies que por el mundo habemus). ¡Tiempos de Gran Hermano, y no precisamente el de Telecinco!