EL BANQUILLO DEL ATHLETIC, UNA SILLA ELÉCTRICA
En el Athletic de Bilbao acaban de despedir al entrenador. El equipo anda por la decimoctava plaza de la Liga, está eliminado de la Copa (el tradicional torneo en que siempre se ha comido algún rosco) y gana un partido de higos a brevas. Con estos mimbres, la cuerda se ha roto por donde suele hacerlo: por el entrenador. El culpable, el chivo expiatorio. Lo lamentable en un club que siempre ha fardado de modélico es que en un año lleva ya cuatro entrenadores tirados a la basura. Y el coche sigue sin arrancar. Uno de ellos, el ínclito Clemente, lo salvó la temporada pasada de la debacle y a principios de la actual lo echaron porque denunció que no había jugadores para garantizar claramente la categoría. A don Javi lo tenemos ahora de entrenador de Serbia comiéndose las mieles del triunfo. Lo que es la vida, en tu país eres un paria y en el extranjero te idolatran. Algo huele aquí a quemado, o mejor, a errado.
Así que el banquillo del Athletic de Bilbao parece una silla eléctrica: todo el que se sienta en él acaba achicharrado. Con muy buenas maneras, a veces con lloriqueos o –como en el caso de Clemente- por la puerta de atrás, pero siempre el inquilino termina chamuscado. ¿Y cual es la solución? Ya que no se puede echar a los jugadores ni en el mercado abunda mercancía nativa de cierta calidad, habrá que ir pensando que puestos a irse a la segunda división, mejor sería hacerlo con unos euros en los bolsillos y no endeudados hasta las cejas tras pagar la nómina de tropecientos entrenadores. Yo no sé si la directiva del Bilbao cree en la magia o los milagros, pero si el negocio va mal no será porque desde hace varios años no lo están diciendo los agoreros de siempre: hay que cambiar de filosofía, con sólo jugadores vascos no nos comemos ni una mandarina y más temprano que tarde acabaremos en el sumidero frente al resto de los equipos, los cuales sólo utilizan jugadores nativos para adornar el pastel, es decir, como guinda folklórica.
Este es el quid de la cuestión, que cuando han llegado las épocas de vacas flacas, siempre ha salido a colación. El problema de ahora es que la flaqueza coyuntural amenaza en convertirse en anorexia crónica y estructural. El tener jugadores sólo de la cantera y del país (un país muy pequeñito, para más inri) será muy romántico e inflará el ego patriótico, pero en un mundo globalizado, mercantilizado y en el que los clubes de fútbol empiezan a actuar como si fuesen multinacionales, es una filosofía condenada al fracaso. Por mucha raza, RH y gaitas que le echemos al asunto. Que se sepa, en esto del fútbol, a todo quisque le gusta ganar y como sea. En el Athletic también. La prueba es que en un año se han merendado con “patatas” a cuatro buenos entrenadores. Así que o se asume que lo primero es la tradición y el jugador del terruño, aunque tengamos que jugar en segunda o tercera división (en cuyo caso sobra echar tantos entrenadores y montar numeritos) o se dice que hasta aquí hemos llegado, vamos a ser como los demás, no estamos dispuestos a hacer más el panoli, o todos moros o todos cristianos. Y entonces va el club bilbaíno y ficha a un tío de Polonia, a un chileno, otro de las Maldivas o algún negrito de Senegal. Se agita la coctelera y la mezcla de sangres diversas quizás logre acabar con la cuesta abajo que se ve venir. Quizás.
Toca plantearse la duda. O seguimos más puristas que el aire puro, pero corriendo el riesgo de jugar en campos donde no llegan ni los buitres, o nos liamos la manta a la cabeza, mandamos a tomar por saco una tradición que nadie sigue en ningún ámbito de la vida cotidiana y aspiramos a estar en la Champion y a ser conocidos en medio mundo, pues Bilbao –qué leñe- se lo merece. Toca elegir. O nacionalismo de opereta o internacionalismo coquetón. O boina o pañuelo pirata. O nos encerramos en el caserío a comer chistorra con la pandilla o nos lanzamos a esos mundos de dios a reverdecer viejas glorias, cuando los vascos patrullaban por doquier. De ambas opciones se viene hablando desde hace tiempo, pero precisamente el paso de éste va abriendo cada vez más la brecha entre ellas. Serán los socios del club bilbaíno y su directiva quienes un día deberán decidir si merece la pena tirar por la borda el querido timón de toda la vida y comprarse uno nuevo en el mercado internacional. Lo único que cabe exigir es que –mientras se debate el asunto- no se pierdan los papeles y, francamente, con cuatro entrenadores en poco más de un año la cosa roza ya el despilfarro.