27 de enero de 2006

EL FÚTBOL ES UN CUENTO


Un amable lector comentaba en el post anterior que le tengo manía al fútbol y que los medios tienen bastante culpa de la mala imagen que suele tener este deporte, cuya popularidad es muy anterior a la llegada de la televisión. Al quite salió el amigo Luis, de Aguja de Bitácora, señalando que la influencia televisiva es fundamental en la popularidad del fútbol y de cualquier deporte. Sensu contrario, los deportes que no aparecen en la telecaca “no existen”. De nuevo intervino el primer lector para señalar que la gente no es tonta y que no se deja manipular tanto por la televisión, a lo que respondió Luis que sí, que somos tontos y que nos dejamos manipular por la tele y por otros medios. “No creo que se pueda generalizar tanto”, contesta el primer lector. Me encanta la discusión siempre que se produzca cordialmente y sin recurrir a la descalificación personal o al insulto. (Véase comentario de “Antihéroe” a mi post sobre "El tito Clemente"). He escrito alguna vez que paseo entre el filo de la navaja en esta bitácora pues el punto de vista satírico que tiene lleva aparejado un pelín o un muchín de exageración, crítica, ideas a contracorriente, un poco de cachondeo, pullas y demás parafernalia típica de la sátira. Para poder hacerla (y no sé cuanto durará) tiene a uno que gustarle mucho el deporte –incluido el fútbol, por supuesto-, saber lo suficiente pero no demasiado, no tener ninguna afiliación de intereses, emociones o partidismos deportivos y poner sobre la mesa todas las fobias del mundo y que sea lo que Dios, Alá o San Cucufato quieran. Es por eso que en la columna de la derecha recomiendo “abstenerse hinchas acérrimos y descerebrados así como los que tengan nulo sentido del humor y de la crítica”. Afortunadamente en algo más de un año de paridas deportivas, excepto el susodicho Antihéroe, todos los amables lectores y comentaristas han cumplido fielmente la máxima de Juan Puñetas (ojo, un personaje de ficción) de que “el deporte es tan importante como la política, pero cabrea menos”. Espero que los tiros sigan por ahí. Dicho lo cual, como el futbolín es el rey de la pista, se comprenderá que mis mordacidades (no siempre atinadas) se ceben en él como las moscas en la miel. No tiene la culpa el fútbol en sí porque darle patadas a un balón para meterlo entre los tres palos de una portería es simplemente un inocente divertimento y una vulgar pérdida de tiempo. El problema surge cuando este anodino pasarratos lo hacemos el centro de nuestra existencia, de nuestra historia y de nuestras emociones. Hoy, gracias a los medios y a los cuarto y mitad, tenemos fútbol en la sopa, el segundo plato, el postre, la merienda y hasta en el cielo de la boca. Un abuso intolerable. Que se lo digan a los que de verdad no les gusta el fútbol, que haberlos haylos, y que a veces pasan por idiotas en sus puestos de trabajo pues no saben quien es Ronaldo o cómo acabó el partido del siglo de la última semana. Es por este archidemostrado abuso abusón que el Puñetas puede escribir -y se queda tan pancho- que “es una vergüenza que un telediario dedique más tiempo informativo a las nimiedades futboleras que a otras noticias del mundo y del país”, o que “es una patología social que una ciudad se movilice más ante un revés o éxito deportivo que ante la defensa o aplauso de temas mucho más vitales para la ciudadanía” o que “estamos convirtiendo a los futbolistas en seres casi mitológicos cuando no dejan de ser –salvando las excepciones- unos simples destripa-palabras, como comprueba cualquiera que les oiga balbucear durante diez segundos”. ¿Y por qué ocurren todos estos excesos, que son los que al final acabarán matando al fútbol? Pues porque al deporte más popular en el mundo se le utiliza como anestesiante amortiguador ante otros grandes y graves problemas como los que tenemos aquí y en las Chimbambas. La anestesia también tiene su lado positivo (nos evita el dolor y nos hace dormir a pierna suelta), pero lo uno no quita lo otro. Como el Puñetas ya peina canas y está de vuelta de muchas cosas, y como no se chupa el dedo ni cree en los reyes magos ni en los otros, ni pierde el trasero por ningún dogma, ni se emociona con un golazo ni un canastón, ni discute por cosas que no merece la pena discutir, manifiesto sin pudor alguno que estamos sacando de quicio todo lo que se mueve en torno al futbolín. Que a menudo hay más espectáculo en un partido de infantiles o juveniles que en uno de profesionales de a millón el gol. Que es una barbaridad pagar todas esas millonadas que se apoquinan a los jugadores y cobrar un montón de euros a los aficionados por ver un partido de 90 minutos que dura 40 con la pelota en juego. Que es una inmoralidad que dineros públicos manejados por las teleles o los Ayuntamientos vayan a engordar la nómina de los equipos profesionales mientras se mueren de asco miles y miles de chavales con ansias de gol y de diversión. Que de cada cien partidos, noventa son una soberana castaña. Que –sobre todo en España, como muy bien ha denunciado Gravesen- los jugadores están más tiempo tirándose al césped para engañar al árbitro que disparando a puerta o pasando la bola al compi. En fin, hay más trompetadas que me dejo entre las teclas pues no es mi intención cabrear a quienes opinan lo contrario. Sí, este abuso del fútbol tiene detrás una manipulación evidente, independientemente de que al personal le guste este presunto bello deporte. ¡Ya hasta los presidentes de Gobierno tienen el mal gusto de declararse públicamente hinchas de un determinado equipo! Pero, bueno, tampoco saquemos las cosas de quicio culpando al fútbol de todos los males del mundo (incluida la muerte de Manolete y el derribo de las Torres Gemelas). El humanoide es un bichejo bastante manipulable, como viene demostrando desde la noche de los tiempos, dado que se cree casi todo lo que le cuentan y que necesita creer en algo para hacerse a la idea de que es feliz y de que tiene sentido su aburrida vida (trabajar, comer, dormir y de higos a brevas, follar). De eso se aprovechan algunos. De eso y de que todavía la mayoría de los terrícolas no hemos desarrollado ni un diez por ciento de nuestro cerebrín. “La cuna del hombre la mecen con cuentos, los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, el llanto del hombre lo taponan con cuentos y el miedo del hombre ha inventado todos los cuentos”. Palabras de uno que no tenía un pelo de tonto, un tal León Felipe. Acabo, que hoy me estoy implicando pseudofilosóficamente más de lo deseable. El fútbol es un cuento más. Y así lo vamos a seguir contando mientras tengamos ganas y alguna neurona chiripitifláutica. Con humor, con mala leche y con la ternura que se merece, aunque cualquiera sabe si un buen día nos caemos del caballo satírico y del porrazo que nos damos nos convertimos a la nueva y multitudinaria religión, donde los beatos futboleros abundan en exceso y por millones. Gracias sean dadas a San Prepucio y San Cucufato por mantenernos en la recta senda del desatino.

24 de enero de 2006

INFLACIÓN DEPORTIVA

En la revista “EL SEMANAL XL” del grupo Vocento (del 15 al 21 de enero) publicaba Juan Manuel de Prada un artículo muy interesante sobre el mundo del deporte, que suscribo punto por punto. Espero que no le siente mal que lo divulgue a través de esta modesta bitácora. Plantea varios temas a los que más satíricamente volveremos en alguna ocasión. Que aproveche. “Creo que empecé a cogerle manía al deporte cuando advertí que su tratamiento informativo no obedecía a las mismas leyes que rigen el periodismo convencional. Aquel recurso retórico que los latinos denominaron amplificatio, consistente en inflar hasta la hipertrofia cualquier asunto, por inane o baladí que sea, ha encontrado en el periodismo deportivo su apoteosis. Basta, por ejemplo, que dos compañeros de equipo balompédico se sacudan un sopapo en un entrenamiento, al calor de una rebatiña, o que el entrenador de tal equipo haya cruzado unas palabras agrias con uno de sus pupilos, para que los telediarios inauguren su emisión con las declaraciones balbucientes de los implicados, relegando a la condición de comparsa cualquier otro asunto de la política doméstica o internacional. Si alguien se dedicara a calcular el espacio que los noticiarios radiofónicos y los periódicos dedican a las desavenencias pijas de nuestras estrellitas o asteroides del césped, descubriría con perplejidad u horror que es mucho mayor que el consagrado a alumbrar las tragedias más encarnizadas en las que se debate el planeta. Un resfriado de Ronaldinho o un esguince de Raúl acaparan a la postre más titulares que un atentado terrorista en Israel o Irak con decenas de muertos. Aquí podría oponerse que, lamentablemente, el público concede más importancia a los alifafes de las estrellitas o los asteroides balompédicos que a las calamidades que afligen Oriente Medio; pero no creo que la misión del periodismo consista meramente en satisfacer una demanda de curiosidad, sino más bien en despertarla y alentarla. Otra circunstancia que me desagrada de la información deportiva es su carácter ciclotímico; en ella se alternan los periódicos arrebatos de euforia y las incursiones depresivas también periódicas. Este comportamiento ciclotímico adquiere especial preponderancia en la información que se nos ofrece sobre la selección balompédica autóctona (no me atrevo a escribir ‘española’, por no herir sensibilidades plurinacionales). Al concluir cualquier campeonato internacional, después de haber sido vapuleada con derrotas ignominiosas, los informadores deportivos coinciden en afirmar que nuestra selección la componen un hatajo de vagos y señoritingos de mierda, más dispuestos a forrarse que a sudar la camiseta. Una vez extinguidos los ecos del cataclismo, y a medida que la selección autóctona se repone del varapalo recibido con victorias en fases clasificatorias ante potencias del calibre de San Marino o Bielorrusia, comienzan las tibias palinodias: «Hay que reconocer que contamos con un equipo sólido», leemos o escuchamos; y luego: «En honor a la verdad, nuestra selección cuenta con alguna de las individualidades más valiosas del concierto europeo»; y ya por último, cuando se aproxima la celebración del siguiente campeonato internacional, irrumpe el triunfalismo: «Somos favoritos al título». A la hora de la verdad, nos elimina Paraguay o Corea y se reproducen las lamentaciones jeremiacas. Y así hasta el infinito o la náusea. El patrioterismo, en fin, es otra circunstancia que infla la información deportiva hasta extremos paroxísticos. Basta que un español obtenga un éxito en tal o cual disciplina deportiva, por marginal o exótica que sea (o incluso cuando se trata de una disciplina dudosamente deportiva), para que de inmediato dicha disciplina adquiera una preponderancia aplastante sobre otras que tradicionalmente suscitaban mayor interés. Ocurrió, hace unos años, con las carreras de rallies: hasta que Carlos Sainz no empezó a ganar trofeos, los avatares de este (llamémoslo piadosamente) deporte suscitaban los mismos entusiasmos que los documentales sobre la reproducción de los mejillones. Naturalmente, ha bastado que el mencionado Sainz dejara de ganar carreras para que las carreras de rallies, que habían llegado a acaparar portadas, sólo merezcan esquinadas gacetillas en los periódicos. Lo mismo ocurrirá con las carreras de fórmula 1, ese videojuego de alto presupuesto: cuando nuestro compatriota Alonso deje de ser el más rápido, por desgana o jubilación anticipada, las vicisitudes del circuito automovilístico, que ahora nos mantienen en vilo, volverán a convertirse en un galimatías soporífero.

20 de enero de 2006

EL TITO CLEMENTE

A mediados de los años 60 se hizo muy famosa la kina “San Clemente”, un tipo de vino dulce malagueño, que muchos chavales –hay que ver lo que eran aquellos tiempos- tomábamos en las comidas para aumentar el apetito pues andábamos bastante canijos por las cosas de la edad, las apreturas económicas y el excesivo gasto de energías. No sé si Javier Clemente, actual entrenador del At. de Bilbao y nuestro personaje pim-pam-pum de hoy, la tomó en sus años mozos de Baracaldo, pero sí se puede decir que si la tomó no le sentó nada bien. Don Javi será lo que será, pero de trato “dulce” no tiene ni un pelo. Este caballero del antifútbol me causa sensaciones ambivalentes. Me cae simpático el muy golfo y antipático el muy cínico. Es un bocazas, pero a menudo dice las verdades del barquero. Le odia medio país y el otro medio le aplaude con cierta indiferencia. Es un pillo inteligente que sabe sobrevivir a los éxitos y a los fracasos. Así lo veo, aunque como soy miope quizás tenga una imagen bastante distorsionada del personaje. Chi lo sá. Mis recuerdos de mocedad me llevan al Javi que tuvo que abandonar la práctica del fútbol a consecuencia de una grave lesión, a pies de un carnicero del fútbol de cuyo nombre ni me acuerdo. Ya entrenador, su filosofía ha sido siempre la de jugar a ganar, o sea, por uno a cero, y de penalty si hace falta, aunque el público se aburra hasta el hartazgo. Don Javier es de los cree a pie juntillas (y tiene la osadía de decirlo) que en el fútbol lo único importante es la victoria y que todo lo demás son cuentos. Él entrena para ganar los partidos no para hacerlos bonitos y que se diviertan los espectadores. Tomar a los aficionados por estúpidos es triste, pero más triste es que así sea. Y lo es, porque Clemente ha salido siempre de los equipos no por entrenar para un fútbol cicatero y ramplón si no porque los resultados no acompañaban. Siempre se ha llevado bastante mal con los jugadores figurines, genialoides o artistas. Lo suyo es la guerra, el patadón y la fuerza. Las filigranas, para el billar. Así que todo jugador con cierta calidad en las botas las lleva claras con el tito Clemente. Pese a todo, algunos éxitos ha obtenido el camarada (varias ligas, una final en la UEFA…) que se han visto emborronadas al año siguiente por estrepitosos fracasos, como si sus jugadores, inflados artificialmente en el año de gloria, se quedasen sin energías ni fuerza en el siguiente. Su paso por la selección española fue mediocre, aunque con más gloria que muchos otros que presumieron de ello. Pero lo que pierde al tito Clemente es su boquichuela. Disfruta como un enano delante de un micro, bien sea inventándose trolas, diciendo obviedades que nadie es capaz de referir o metiendo el dedo en el ojo de quien se le antoje. Siempre ha tenido en contra a algunas de las fuerzas vivas de este país (muchos periodistas del capataz Polanco) y en ocasiones le han puesto zancadillas hasta en el cielo de la boca. Por eso ya se las sabe todas, va de resabiado y listo por la vida y al muy lenguaraz no le falta razón. Así que sus últimas hazañas dialécticas llueven sobre mojado. La última, esa afirmación suya sobre el salivazo de Etoo a un jugador suyo (“escupen los que bajan del árbol”), que afirma haber pronunciado por el hecho mismo y no refiriéndose al color del jugador camerunés. Nos toma por tontos, claro, porque él es listísimo. Tan listo que cuando hace unas semanas, jugándose en Bilbao, unos descerebrados tiraron un petardo al área del At. de Madrid y varios jugadores de este equipo se quedaron tumbados en el suelo de resultas del miedo y el ruido, el bueno del Javi los puso de mentirosos y cuentistas. Entonces no se le ocurrió decir que quienes habían dado el petardazo procedían del Pleistoceno o se habían bajado del árbol. Se ve que el tito Clemente ve las cosas más grandes o pequeñas según le afecten. Tiene dos varas de medir la mar de diferentes. Pero no hay que preocuparse. Si alguien cree que ésta será la última comidilla lingüística del entrenador clementito, va dado. Si alguien cree que los meapilas polanqueros y los del comité antiviolencia (esos que sólo ven por el rabillo del ojo lo que les interesa), van a acobardar a nuestro pequeño gran hombre, también se equivoca. Clemente es un guerrero nato que tiene más vidas deportivas que los gatos. Salvará al Atletic, se cachondeará de medio país y al otro medio lo aburrirá en el campo. Tito Clemen: callado estás más simpático, pero sigue así, dándonos espectáculo del bueno ante los micros de media España. Ya que no suelen darlo los equipos de fútbol que entrenas, al menos que tú seas el verdadero artista. Si es que tienes un salero que no se pué aguantá…

18 de enero de 2006

FÚTBOL: GRANDEZA Y MISERIA

Se tira el Puñetas una semana fuera de Spain y cuando regresa tras su visita de laboro por la bella Italia, se encuentra con un pifostio del carajo en el mundo del futbolín hispano macarrónico: que si a Bianchi lo han echao, el salivazo de Etoo, la expulsión de Deco, la penúltima majadería de Clemente, que si el Madrid parece que levanta cabeza, que hemos ganao en las motos del Dakar… Eso. Hemos ganado el Dakar en motos y nos hemos quedado a las puertas de la victoria en los coches. Por el compa de “Aguja de Bitácora” me entero que han muerto dos niños atropellados, pero eso es “pecata minuta”. Según nuestro héroe-motero ganador, Marc Coma, “sólo pido que la gente que critica el Rally Dakar vaya a África para ver lo que hace por toda esta gente. Lo que me fastidia es que existan sectores que demonicen la carrera sin conocer lo que están juzgando”. Pues nada, machote, contratas un autobús y nos invitas el próximo año, para que así veamos las muertes de pilotos y personal de a pie en calentísimo directo. ¿Qué demonios tendrá el dichoso rally asesino para que –a pesar de lo mal que lo pasan- todos quieran repetir los años siguientes? Espero que me sepa dar una explicación convincente mi amigo Jose, el psiquiatra, la próxima vez que lo vea. Pero iba a escribir del follón futbolero que me he encontrado a mi retorno de Bari y aledaños, donde el fútbol es seguido con devoción religiosa y no sólo el italiano. Esto demuestra el alcance mediático y popular del deporte rey, capaz de convocar las mayores energías e ilusiones y de caer –al mismo tiempo- en la más baja estofa. Que millones de personas en el mundo sigan de “pe a pa” los avatares futbolísticos de las principales ligas del mundo, no sólo de la propia, demuestra que el fútbol genera conocimiento, establece lazos geográficos y afectivos y que puede ser un buen canal para que los pueblos se unan y hermanen. (Ante tan bellas palabras no pienses, amable lector, que al Puñetas le ha dado un ataque febril de bondad y cursilería, es que los gustos e intereses comunes –como ocurre con el fútbol- hacen amigos). Emociona saber que cualquier anónimo currante de Bari, Nápoles, Matura, Gravina… conoce perfectamente las andanzas y desventuras de nuestro Real Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia… Y que se emociona y desgañita con las mismas cosas con las que en nuestro terruño se destemplan o sentimentalizan nuestros sufridos amantes futboleros. Todo gracias a unos tíos que le dan patadas a un maniático balón. Si fueran los futbolistas algo más inteligentes de lo que suelen ser, se deberían dar cuenta hasta qué punto representan un espejo público e internacional en el que millones de gentes, niños, jóvenes, adultos, viejos y mascotas, se miran todas las semanas y días para darle unos cuantos kilos de pasión y entretenimiento a sus vidas. Por eso, me ha bajado enormemente la moral y la estima que mi viaje italiano me ha aportado en cuanto a la grandeza común del fútbol, el ver a mi regreso a España como esos mismos ídolos son capaces de convertir el deporte que practican en algo indeseable, feo y barriobajero por un salivazo absurdo, una agresión o una frase gilipollesca. Grandeza y miseria del fútbol. (¿Radica ahí su éxito social?) No me vale eso de que los jugadores trabajan con una enorme presión ambiental y corporal. Ni que a veces no pueden controlar sus instintos más primarios. Ni que es comprensible que los millones que ganan se les suban a la cabeza en vez de bajárseles a las piernas. Cuentos chinos de gente con menos conocimientos y moral que una cacatúa tropical. La responsabilidad que llevan consigo en todos sus actos, dentro y fuera del terreno de juego, es algo más que personal. Emocionalmente representan a miles y miles de personas, a pueblos, naciones y culturas. No debería ser así, pero desgraciadamente lo es. Y si no saben comportarse como es debido, la más implacable de las justicias deportivas y económicas debería caer sobre sus locas y desnortadas cabezas. Punto y aparte merecen los que deberían tener la cabeza mirando siempre al frente (para tenerla centrada) y no en dirección hacia su trasero. Esos dirigentes pichaslargas que juegan con el fuego de los contratos rescindidos –caso Bianchi- o esos entrenadores de medio pelo –ínclito Clemente- capaces de prender fuego a todo un bosque con tal de aligerar su mala leche. Pero del amigo parlaremos el próximo día porque al caballero hay que echarle de comer aparte.

13 de enero de 2006

UNA HAZAÑA Y UNA DESVERGÜENZA



El 4 de enero, a eso de las diez de la mañana, un nadador algo locato, showman y dicharachero llamado David Meca, inicia otro reto más para no aburrirse: atravesar el Mediterráneo, desde Xábia (Alicante) hasta Sant Antoni (Ibiza), uniendo así la península con las Baleares a escala humana, nada que te nada. Otro numerito más del simpático Meca y que para muchos iba a quedar en agua… de borrajas.

El 5 de enero, a eso de las 11 de la mañana pongo el teletexto para ver qué ha sido de David: si se ha dado la vuelta en mitad del camino, si las medusas se lo han merendado a picotazos o si se ha subido al barco harto de dar brazadas. Leo que la cosa va bien y que puede realizar la hazaña: recorrer 110 kilómetros en 26 horas. Así que el Puñetas se imagina que alguna televisión “amiga” estará detrás de la noticia. Empiezo a darle al mando y “rien de rien” que dicen los franchutes. Por fin, enchufo Telecinco (Telepingo, quiero decir) y allá que veo ¡en directo! las imágenes de Meca acercándose al puerto de San Antonio. El programa que está en antena es uno de Ana Rosa Quintana, aunque la famosa periodista parece que ese día lo tiene libre para ir a comprar los regalos a sus queridos retoños. Dirigen el asunto un par de chavales guapetones y simpaticotes que no tienen ni puñetera idea de lo que está haciendo Meca y que lo mismo que están allí poniendo el careto risueño, podrían andar por el Corte Inglés vendiendo condones o botellines de cerveza.

-Despedimos la conexión y regresaremos cuando la cosa esté acabando –oigo decir más o menos al joven más peripuesto, vestidito en plan rana, o sea, de verde.
-Jodé –me digo cariacontecido-, tienen una exclusiva mundial, viajan en el barco que sigue la hazaña de Meca y cuando quedan menos de 30 minutos para lo más emocionante, estos tíos se despiden a la francesa.

No, no se despidieron. Se fueron a una mesa redonda (lo mismo podía haber sido una cama ídem) y se pusieron a charlar con dos fulanas recién salidas de ese pozo de putrefacción llamado Gran Hermano, dirigido infumablemente por esa acartonada mental llamada Mercedes Milá. Las tiparracas se dedicaron todo el rato a insultarse y sólo faltó que se hubieran tirado de los pelos. Bello espectáculo de la telecaca telepinguera. Y, mientras tanto, el David Meca partiéndose los cuernos para llegar a puerto. Y el Puñetas evacuandose en los difuntos de esos malnacidos (director del programa, directivos, presentadores….) que andaban mostrándonos todas las miserias humanas de esas dos pelanduscas granhermanas mientras el nadador catalán intentaba hacer historia. Histeria frente a historia. Ganaba la primera por goleada.

-Pero, ¿estos tipos saben lo que es periodismo? ¿Saben lo que es una noticia de interés, seguirla y rematarla? ¿Están repletos de cava navideño o es que son así de incapaces?

Gruesas palabras salían de mi frustración ante el lamentable espectáculo que allí estaba contemplando. Zapeo por el resto de canales y ninguno dice nada de la hazaña del Meca. Regreso a Telepingo y las hermanísimas siguen dándole a la sin hueso en plan verdulero. Así que me da tiempo a practicar una asana y varios estiramientos relajantes ante la telele con objeto de recuperar mi equilibrio interior y salud mental. ¡Eso te pasa, pobre Puñetas, por enchufarte de higos a brevas a la telecaca!

Por fin, aquellos discapacitados periodísticos despiden a las zarrapastrosas chavalas y dan paso a las imágenes de Meca. Como me temía, ya ha llegado a su destino y nos muestran enlatadas unas cuantas imágenes de David –desgarrado por el sobrehumano esfuerzo- desvaneciéndose en brazos de las asistencias médicas. Y ya está. El que quiera enterarse de más cosas, que se compre el periódico al día siguiente o coja el avión y se largue a Ibiza. Se consuma así la desvergüenza televisual de Telepingo, incapaz de aprovechar periodísticamente una exclusiva que sólo ella misma ha pretendido seguir. Dios mío, ¿cómo serán los informativos de esta cadena del WC? ¿Sacarán también a los cagamandurrias de Gran Hermano para pelearse sobre el tiempo, el Estatut o sobre la Milá que los parió? Boicot. Lo mío ya no va a ser desinterés televisual. Lo mío, ¡gracias Meca!, se va a convertir en un boicot personal militante y completo (las 24 horas) a estas cadenas cagaleras que sólo saben escarbar en la podredumbre del género humano para mostrarla en celofán de pitiminí. ¡Capullitos de alhelí!

10 de enero de 2006

DAKAREANDO

No sé como se las apaña el año nuevo que siempre le pilla naciendo con el Dákar como prueba deportiva de cabecera y comadrona. Bien se lo han montado estos parientes ricos del circo motorizado sobre dunas, que encima son sacados por las teleles del planeta haciendo el chachi piruli montados en sus locos cacharros. “La idiocia no tiene límites ni fronteras, pero unida a la obscenidad eso sólo se da en un único evento deportivo: el rally Dakar”. Eso escribía hace ahora un año, cuando era más joven y más inocentón. Y remataba así la faena: “En 27 años de prueba, ya lleva el Dakar casi cincuenta muertos. Que esa es otra. El personal motorizado pierde el culo y las tetas por participar en una prueba donde lleva un billete de lotería para irse al otro barrio, donde acaba hecho puré y donde –encima- tiene que pagar por participar en el invento. Esto ya supera el masoquismo”. Ya estamos en la nueva edición dakariana, con un muerto bien calentito encima de la mesa desértica –el australiano Andy Caldecott- y alguno más esperando en la recámara de cualquier montículo de arena o piedras. A los negritos famélicos y atónitos que hacen bulto como extras en las escenas que nos muestran las teleles, la muerte y las penurias ajenas parece que no les llama excesivamente la atención. Así que hacen bien en robar lo que pueden a estos extraterrestres motorizados que cada año van a mearse y presumir de héroes delante de sus narices. Cuando no se distrae el petate de ropa, se roba una rueda o se cobran precios desorbitados por aquellas tierras (“paisa, cinco euros por usar mi retrete”) aunque demasiado cortos para estos esforzados de la ruta venidos de los países más descacharrantes del planeta. Entre esta patulea de gente destacan cada vez más los españolitos de “amoto” y “acoche”. Cada nueva edición somos más celtíberos haciendo el ganso por tierras africanas. Desde este año también tenemos incorporada al Dakar a la movida madrileña personificada en Carlos Sainz. Y en un futuro mucho nos tememos que se incorporarán Dani Pedrosa, Carlos Checa y hasta el mismísimo Fernando Alonso en cuerpo y alma. Don Carlos Sainz sigue con las meigas en contra. Cuando no es una duna puñetera que atrapa su flamante Volkswagen de hojalata y no lo suelta ni a la de dios, es una piedra solitaria escondida entre la arena la que desinfla una rueda y luego las desgracias vienen todas seguidas: falla el embrague, el carburador no carbura, la servodirección zapatea y el espejo retrovisor se hace trizas. El bueno de Sainz cogió un virus gafoso hace la tira de años cuando “rallyaba” por esos mundos del demonio y todavía no lo ha dejado. Seguramente le acompañará unos añitos más, incluidos los de su futura presidencia del Real Madrid, donde puede causar estragos tales como que los futuros galácticos del “mejor club del mundo” desciendan por primera vez a segunda división. Dicen que el Dakar lleva mucho dinero a las harapientas tierras del Africa desnutrido. Eso no se lo cree ni el que asó la manteca, porque yo veo a los mismos negritos año tras año sin que su aspecto esté más mejorado. Quizás la feliz idea del doctor Xavier Mir, creando la Fundación Dakar Solidario, pueda a partir de este año ayudar en algo a aquella pobre gente. Ya que los países más “civilizados” del planeta somos incapaces de ayudar a salir un poquito de la pobreza a aquellos atrasados países, al menos que algunos bienintencionados particulares les ayuden a no seguir muriéndose mediante el reparto de 34 toneladas de material médico. Menos da una piedra. O una duna.

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).