17 de julio de 2010

DESPEDIDA Y CIERRE HASTA SEPTIEMBRE


En otros veranos, ya estábamos por estas fechas con el cierre echado y durmiendo la siesta, pero en éste no era cosa de dejar pasar el Mundial sudafricano, donde podríamos asistir por primera vez en nuestras vidas a la realización de un milagro, como así fue. (Nuevo día a incorporar en el santoral patriótico-religioso: 11 de julio, día de la Roja).  Y es que, como no somos perfectos -es aburridísimo-, también nosotros caemos de vez en cuando en la tentación de seguir el ritmo cansino y abusivo de la actualidad.

Volveremos el uno de septiembre si Blogger no manda lo contrario. Será por entonces cuando empecemos nuestra séptima temporada con el reto de seguir contando lo mismo de siempre pero sin repetirnos, lo cual –reconózcanlo- tiene muchísimo mérito. Mientras el cuerpo aguante estaremos a las duras y las maduras dando estopa y sátira a troche y moche, incluyéndonos a nosotros mismos, como viene siendo habitual.
Para el verano nos hemos impuesto deberes. Hay por ahí tres bitácoras que nos hacen tilín y, entre gazpacho y salmorejo, nos empaparemos de ellas porque tienen muy buena pinta.

Las dos primeras son parecidas: la imaginación al poder. El mundo today y Enviado especial. Risa y cachondeo garantizados.

La última es una recién llegada que tiene muy buena pinta. Se titula Crónicas deportivas de Mospintoles y está creando desde el mes de junio un pequeño mundo imaginario que cada vez se parece más a la realidad que nos rodea. Relatos por entregas -con el fútbol de fondo- que prometen ser muy entretenidos.

12 de julio de 2010

SNIFF, SE ACABÓ EL MUNDIAL...


Toquen fanfarrias y trompetas. Que no se ponga el sol en los cuatro puntos cardinales del país. ¡Somos campeones del mundo del futbolín!

Y como somos campeones, habrá que repartir toda la millonada de euros que nuestros muchachazos se van a llevar por defender tan brillantemente la camiseta de la Roja. Porque somos campeones del mundo, ¿no?

Ah, que no me he enterado bien, que los aficionados (incluso los desplazados a Sudáfrica, como el muá) no tenemos derecho ni a un céntimo. En todo caso, será el Carrefour o Banesto o alguna empresa la que deberá reembolsarnos lo gastado si compramos en esa promoción que prometía devolver el dinero si los rojillos se quedaban campeones del mundo. 

Bueno, y qué más da… Al menos nos han hecho pasar muy buenos ratos, pues aunque los auténticos campeones del mundo son ellos y no nosotros, hay que ver lo que hemos padecido durante todos los partidos, la de uñas que nos hemos comido, la de uuuyyys que se nos han escapado de las gargantas por ese gol que no llegaba, que se hacía de rogar pero que al final –partido tras partido- nos mantenía una eliminatoria más en la agonía. ¡Santa y feliz agonía!

Ya hay algún malicioso que va diciendo por las esquinas que era natural que en un mundial disputado en África ganase un equipo local. Y ya no que no ha podido ser uno de los del continente, al menos ha sido el más cercano: ¡Spain! Pero no vean malicia por ninguna parte porque esto se lo he escuchado decir a lugareños que han apoyado a la selección hispana desde el momento en que todas las africanas quedaron eliminadas. ¡Ser africano, desde la vieja Europa, debería ser tenido como una bendición y no como una maldición! Claro que siempre hay gente mala. Durante el partido de hoy me decía un afrikáner, de esos que dan ganas de cogerlos por el pescuezo y rebanárselo: “Sois los más africanos de todas las selecciones y por eso os apoyo. Corréis como negros y ganáis como blancos. Me recuerda los tiempos queridos del apartheid…”. 


Jacinto RX –disfrazado de negro mulatón, que hoy prefirió dejarme la piel blanquecina- ha fulminado al afrikáner con la mirada y lo ha convertido en ceniza sin que nadie reparase en ello. Lo hizo justo en el momento en que Iniesta marcaba el gol de la victoria, ese gol que los españolitos veremos millones de veces hasta el fin de nuestros días. 

Ahora tocar recoger las banderas, los bártulos y los cantos corales para volver de nuevo al redil patrio. Regresar a la crisis, a la bancarrota, al dispendio, a la corrupción, a la pelea entre hermanos, a los cuarenta grados a la sombra, al estado de la nación y a la rutina de todos los días. Se acabó el sueño, ahora que nos interesaba a todos que se prolongase otro mes más, al menos. Bienvenidos a la realidad, paisanos y paisanas. Pero como dijo aquel tío tan listo: que nos quiten lo bailao y lo presumío.

EPÍLOGO

Con todo el pescado vendido, sólo nos quedaba al Puñetas y a Jacinto RX retornar de nuevo a las Españas a través de esos agujeros negros espaciales que tan bien sabe camelarse mi extraterrestre favorito. Una vez en casa –fue cuestión de segundos- todo volvía a la placidez habitual aunque en la calle los aficionados más forofos seguían -y siguen- con su matraca de bocinazos y petardos. Entonces recordé que la fiesta del Mundial había sido un gesto de despedida de Jacinto y que, obligado a regresar a su planeta, era cosa de minutos el que lo perdiera de vista, quizás para siempre.

—Muchas gracias por todo —le dije sin saber qué decir.
—Gracias a ti, terrícola. Sois una especie primitiva y en vías de extinción por vuestra mala cabeza pero hay que reconocer que sabéis sacarle placer a la vida. ¡Hasta a lo que es más soso que un asteroide: el fútbol! Me lo he pasado my bien contigo en Sudáfrica, de verdad… (Piiiiii…) Perdona, pero tengo un mensaje del jefe. A ver…, sí…, no…, qué va…, cómo puedes pensar eso…, ¿el síndrome de Estocolmo?... ¿y eso qué es?... ¡Anda y que te den!... Ah, Puñetas, era mi superior, que se ha enterado del resultado del Mundial de Sudáfrica y me preguntaba que si yo tenía algo que ver en eso. Me ha sacado de quicio… Tú has visto que a mí me daba igual quien ganase… En fin, que me voy… Cuídate y no cambies, machote.

Entonces desapareció igual que en otras ocasiones sólo que esta vez creo que es para siempre. No es que yo sea un sentimental pero no pude evitar que unos lagrimones brotaran de mis ojos dejándome sin visión al mancharse las gafas. Cuando las limpié pude comprobar que el ordenador estaba encendido mostrando unas letras en la pantalla: “Puñetas, yo sólo ayudé un poquito pero esto no se lo cuentes a nadie… Y aunque lo cuentes jamás te creerían. Buena suerte, terrícola…”    

8 de julio de 2010

APROVECHAR LA OPORTUNIDAD

Anoche, tras la victoria de la selección de Del Bosque sobre la de Low, releía desde suelo sudafricano el estupendo libro de John Carlin “El factor humano. Nelson Mandela y el partido que salvó a la nación”. (Basándose en él, Clint Eastwood ha realizado una estupenda película: “Invictus”).


El libro detalla, paso a paso, toda la estrategia de Nelson Mandela para –ya presidente- usar el deporte del rugby, el deporte mayoritario de los afrikáners (el 65 % de los blancos sudafricanos), como elemento de cohesión social, como símbolo de la nueva época que esperaba conseguir para un país que había sido denostado en el mundo entero por el apartheid que se practicaba sobre los negros, la gran mayoría. Letreros de “solo blancos” en aseos públicos, bares, fuentes, cines, piscinas públicas, parques, paradas de autobús y ferrocarril. Un país dividido condenado a una eterna guerra civil.

Mandela, poco después de su liberación,  había estado en Barcelona, cuando las Olimpiadas del 92, y sacó de allí un claro mensaje: “Vamos a usar el deporte para la construcción nacional y para promover todas las ideas que creemos que conducirán a la paz y la estabilidad en nuestro país”. Tras conseguir que la Copa del Mundo de Rugby se pudiera disputar en Sudáfrica, comenzó a desgranar –con enorme y elevadísima dificultad- toda su estrategia de reconciliación nacional y racial.

La selección sudafricana de rugby tenía fama de violenta y era un símbolo más del apartheid: los colores de su camiseta, su himno, su bandera, la procedencia blanca de todos sus jugadores… Por todo ello numerosos países del mundo tenían prohibido que sus selecciones jugasen contra ella. El deporte era un elemento muy importante en la política exterior de aquella Sudáfrica para hacer que el apartheid no fuera tan inaceptable. “En cuanto a la política interna el deporte era la barrera que separaba a los jóvenes blancos de los negros; por eso contaba con un enorme apoyo del gobierno y las grandes empresas tenían grandes rebajas fiscales por patrocinarlo. Era el opio que mantenía a los blancos en una ignorancia feliz: el opio que tenía adormecida Sudáfrica.”

Mandela entendió pronto que el nuevo país que él quería construir necesitaba los partidos internacionales del rugby afrikáner. Era un apasionado partidario de utilizar el rugby como instrumento de reconciliación.  “Debemos utilizar el deporte para la construcción nacional y promover todas las ideas que creemos que contribuirán a la paz y la estabilidad en el país. Antes los negros apoyaban a los equipos de rugby extranjeros cuando jugaban contra Sudáfrica. Mi idea era asegurarnos el apoyo de los afrikáners, porque el rugby, para ellos, es una religión”.

Aquel campeonato del mundo de rugby, disputado en Sudáfrica bajo el slogan “Un equipo, un país”  fue todo un éxito a pesar de las enormes dificultades que tuvieron que superarse y que el libro de Carlin detalla minuciosa y emotivamente.  “Fue muy difícil convencer a la gente de que los Sprinbok podían ganar el mundial. Aquello era una oportunidad política inmejorable, aunque el propio Mandela también se vio arrastrado por el fervor y se convirtió en otro aficionado patriota y enloquecido”. La selección sudafricana consiguió ganar aquel campeonato. En las calles se desató la locura. Unas escenas que se repetían en toda Sudáfrica. Sólo habían pasado cinco años desde la liberación de Mandela. “Nunca imaginé que ganar la Copa del Mundo pudiera tener tanto impacto. Nunca me lo esperé. Todo lo que hacía era seguir adelante en mi tarea de movilizar a los sudafricanos para que apoyaran el rugby e influyeran en los afrikáners, sobre todo con vistas a la construcción nacional”.

De todo lo que pasó y se dijo en aquellos históricos momentos, me quedo con la siguiente reflexión del delantero francés al que el árbitro le anuló un ensayo en las semifinales contra Sudáfrica, lo que permitió a la postre que el equipo africano pasara a la final: “Lloramos desconsolados cuando perdimos aquel partido. Pero, cuando fui a ver la final el fin de la semana siguiente, volví a llorar, porque sabía que era más importante que no estuviéramos allí, que lo que estaba ocurriendo ante nuestros ojos era más importante que una victoria o una derrota en un partido de rugby”.

Bien, lejos del país, tras la victoria de la selección española sobre la alemana en las semifinales del Mundial de fútbol (la religión de la vieja Europa y de casi todo el mundo), me puse a releer el libro citado porque aunque ni los tiempos, ni las sociedades, ni las selecciones ni casi nada de nada son equiparables, sin embargo tiene uno la sensación –o quizás la ilusión- de que lo que ocurra el próximo domingo en la final contra Holanda pueda representar –en línea con lo que ya viene sucediendo- un antes y un después en las viejas rencillas que tienen amordazado y semi parado a este viejo país llamado España, repleto de gentes muy diversas, de rasgos culturales, lingüísticos e históricos diferenciados, pero que lleva siglos y siglos encajado geográficamente entre los Pirineos y el Mar Mediterráneo y el Océano Atlántico (junto a su otro hermano, Portugal) y, por ello, siglos y siglos disfrutando y padeciendo en común las mismas batallas, idénticas penurias y alegrías.  

Nos falta (y nos ha faltado -un mal histórico casi crónico) unas elites y unos gobernantes de altas miras, no ombliguistas, respetuosos con el bien general de todos los ibéricos, dispuestos a escuchar a las gentes sencillas de sus respectivos localismos –sea el supranacional, el nacional o el local- para las que el día a día no se hace odiando o enfrentándose a los que se encuentran en las tierras de más abajo o arriba sino uniendo esfuerzos entre todos, aunando voluntades comunes dentro de las inevitables diferencias geográficas y personales que hay en cualquier lugar pero que en vez de servir de elemento disgregador deben contribuir a la cohesión. Esta mezquindad y cortedad de miras que nos ha llevado en algunos momentos de la historia común al más absoluto fracaso (cuando en otros momentos nos condujo a la mayor de las victorias) viene amenazando con repetirse en los últimos tiempos. Y la gente de bien, los currantes, la morrallita, no nos lo merecemos, aunque con nuestro pertinaz individualismo y nuestro clásico aborregamiento (basado en el buen vivir de estas tierras) no hagamos nada por evitar los fantasmas de siempre. Quizás, aprovechando la marea roja de Sudáfrica (como hizo Mandela en un país muchísimo más complicado que el nuestro), sería el momento de mostrar a las claras que somos como la mayoría de los países de nuestro entorno, que tenemos nuestras rencillas como las tienen todos los que viven codo con codo pero que sabemos distinguir perfectamente lo esencial de lo accesorio y que la unión de todos es lo que nos da la fuerza para no acabar hundidos en el abismo.

A la caspa de mangantes, trileros, falsificadores de la historia, gobernantes de salón  y cínicos elitistas de campanario que en este país se enrocan en proclamar las diferencias legítimas de los pueblos sobre las bondades de una historia común y voluntariosa de todos los que vivimos bajo el mismo techo ibérico, quizás sería el momento de arrojarles a la cara –y algo más- la famosa letra de Rafaelito Alberti. Con ella les dejo, además de con la vibrante y libertaria voz de Paco Ibáñez.

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).