29 de noviembre de 2005

A LA CAZA DEL ENTRENADOR

Ya ha caído el primer entrenador de la ACB. La víctima, Pedro Martínez. Nueve jornadas ha durado el amigo. Algo más de un mes. El equipo tan tempranero que ha cambiado de entrenador es el Tau de Vitoria. ¿Iba el último en la clasificación? ¿Sus jugadores no metían una pelota ni siquiera en la cesta de la compra? ¡Quiá! El Tau va cuarto, con seis partidos ganados y tres derrotas. Igualico que el Unicaja, tercero en la tabla. En una escueta nota, el presidente del equipo vitoriano, un tal Querejeta, le ha agradecido los servicios prestados y le ha deseado lo mejor para el futuro. Lo que traducido en lenguaje puñeteril quiere decir:

-A la rue, Pedrito. A la calle, pringao, que aquí el que manda soy yo y mi culo es más importante que el tuyo. Sí, yo te contraté, pero ahora te descontrato y me quedo tan ancho. No te preocupes que te pagaré hasta el último euro. ¡Paga la afición que tanto me quiere!

Y en efecto, parte de culpa la ha tenido esa afición tan voluble (lo son todas), que hoy te aplaude, mañana te pita, la semana que viene se te abre de piernas y a la otra quiere meterte una garrota por salva sea la parte. Martínez llegó a Vitoria procedente del Gran Canaria, equipo al que el Tau tuvo que pagar un traspaso. Tanto amor loco para, pasadas las primeras calenturas, abandonarlo en el quicio de la puerta. Ley de vida, Martínez.

Porque es ley escrita y casi constitucional que los entrenadores tengan una vida muy corta. Hoy te quieren comer a besos y tras varios partidos perdidos, a los antiguos amantes (directivas, afición y jugadores) les repugnan hasta tus andares. Ahí tenemos los casos actuales de Luxemburgo (Real Madrid), Víctor Fernández (Zaragoza), Bianchi (At. De Madrid), Lotina (Español) y otros muchos que harían la lista kilométrica. Ellos, los entrenadores, son las queridas del futboleo. Los presidentes se enamoran de ellos con una facilidad pasmosa, les ponen los cuartos encima de la mesa para hacerse con sus servicios y placeres y cuando el asunto empieza un poco a complicarse, a la rue y a por otra. Otro, quiero decir, y que no se me enfaden, que los quiero mucho. Más que a los presis y que a los jugatas. Porque no es plato de buen gusto estar de cama en cama, con la maleta siempre a medio hacer, y todo porque los niñatos esos que saltan al campo no dan más de sí o están a todas horas más pendientes de la Play que de mis charlas. Y los señoritos de los despachos, aquellos que se les postraban de rodillas pidiéndoles marcha y olé, ahora muestran lo que todos sabemos de la clase dirigente que tiene mucha pasta y poca cabeza: que son expertos en la eyaculación precoz.

Arrastrada vida la de los entrenadores. Menos el Ferguson ese, que siempre hay una excepción que confirma la regla. Eso sí, conocen mucho mundo, pero es que no compensa. Cuando estás empezando a catar la ciudad, zas, te llaman al despacho del presi, te dicen que eres un inútil y que por el bien de la entidad, je, je, debes irte con viento fresco a otra parte. Y tú, qué vas a hacer. Pues, despechado y todo, amarrarte al jugoso contrato que te hicieron en los días de farra y besuqueos y a no ceder ni una peseta, o euro, a estos tipos que si se equivocaron eligiéndote, también deberían pagar ellos con el exilio. Al final, todo se arregla, aceptas las reglas de juego, donde tú eres el último mono y adiós, quedamos para otro día o temporada, si ustedes no mandan otra cosa.

El entrena del Bilbao ya cayó en la miseria hace varias jornadas. Cierto que el equipo iba el último, pero a lo peor es que -siendo todos sus jugadores “nacionales“- el invento étnico ya apenas se sostiene en pie frente a la multiculturalidad y otras gaitas extranjerizantes venidas de fuera del Paraíso. Al Luxemburgo del Madrid le quedan dos telediarios y medio, aunque si tiene suerte y gana la Liga y la Champions, lo despedirán a final de temporada en plena borrachera de éxito. ¡Pues no es nadie el Florentino para aguar la fiesta a sus queridos feligreses en medio del climax! Cuando llegó el brasileño, era el mejor entrenador del mundo. Hoy día todos coinciden (incluidos los sabios periodistas desmemoriados) en que Luxa es un inepto. ¡Hay que joderse! Y quien dice Luxa, dice cualquier otro. La calle está esperando ansiosa y las colas de entrenadores que, cual buitres carroñeros, otean un entrenadorcidio, rodean todos los campos de fútbol de cierto postín. Y, oiga, no vale que el año pasado clasificases para la Champion al Betis güeno. Esta temporada, cuchi-cuchi Serra, se te ha olvidado lo que es el fútbol. O que un año salvases al Español del descenso, al siguiente lo llevases a la Uefa y éste estés en la cuerda floja desde las primeras jornadas, o sea, con la navaja al cuello. ¡Lotina, quien te ha visto y quien te ve!

La afición (esa jauría que deja en el torno del estadio la buena educación y el cerebro) quiere sangre. Es parte del espectáculo. Y la más sabrosa es -aparte la del árbitro- la del entrenador. Hasta tienes que aguantar que un aficionado barrigón y con el culo como un pandero de no haber trabajado nunca en su puñetera vida, te diga que no haces ni el güevo. ¡Manda huevos!

25 de noviembre de 2005

FÚTBOL XXX

Algo podrido hay en el mundillo futbolero cuando se destaca en las primeras planas de los telediarios y periódicos (incluso a nivel de otros países), el milagro de que la afición del Real Madrid aplaudiese educadamente el recital pelotero del Barcelona en su última visita al Bernabeu. Seguramente que si algunos seguidores madridistas hubiesen tirado al campo la cabeza de un cochinillo o un piano de cola, a estas alturas de la semana ya nadie se acordaría del partido. Pasa con la labor arbitral. Si el trencilla de turno se equivoca o le equivocan los jugadores, la tangana y sus efectos duran una buena temporada, hasta que el escándalo es sustituido por otro de igual tenor. Pero si la actuación arbitral es impecable, oiga, es que ni dios se felicita del milagro. En estos momentos estamos asistiendo al acoso y derribo de un entrenador: Luxemburgo. Gran parte de la prensa escrita y radiada, junto a los altavoces de los memos que ladran deporte en las teleles, están con la escopeta cargada contra ese inepto, ignorante e inútil brasileño que maldirige las riendas del Real Madrid. Para entrenadores sabios y magníficos, toda esta patulea de periodistas y opinantes que no logran pergeñar dos letras seguidas de acuerdo a las más elementales normas gramaticales y semánticas, pero que de fútbol saben un montonazo. ¡Luxemburgo, a la hoguera! Y la masa, detrás, como fieles corderillos pastueños. Cuánta pornografía, cuanto descerebramiento y cuanta tontería. Han convertido un bello deporte en un hazmerreír. Mientras que a veces los protagonistas y rivales se besuquean y abrazan como amigos, algunos aficionados afilan los puñales y desfogan sus bajos instintos contra el prójimo o el mobiliario urbano. ¡Cabestros, imitad a vuestros ídolos! Ya hasta se pitan los himnos nacionales de la selecciones rivales, lo que va a obligar a la FIFA a prohibirlos en los encuentros. (Ciertamente, nunca deberían haberse introducido en los estadios, pues si hay algo más tonto que un obrero de derechas, eso es un nacionalismo futbolero). Cuando mandaba en España aquel señor tan bajito y aflautado, tan poquita cosa, pero al que todos temían, el fútbol se utilizaba como válvula de escape y atontamiento de aquella sociedad ensimismada y reprimida por el camarada furriel. Cuando, algo más de 30 años después, gobiernan gentes que se dicen de izquierdas (eso que antes era sinónimo de solidaridad, honestidad, principios morales y éticos, libertad y no sé cuantas bagatelas más), seguimos con el mismo uso torticero del fútbol (pese al fútbol mismo) para seguir adormeciendo y narcotizando a la “ciudadanía”. Peor estamos, porque la drogadicción ha alcanzado cotas de máximo refinamiento y propaganda. A todo esto yo lo llamo “pornografía”. La porno del seso. La que cualquier persona sensata debería prevenir o, cuando menos, dosificar. Pero nos la están echando a toneladas y nos la estamos tragando con mucho gustirrinín. Nos la sirven con un descaro, una desfachatez y una carota que ríase usted del uso que del futboleo hacía aquel generalito que movía a la risa, aunque fue él quien se rió de todos nosotros durante 40 años, hasta que no pudo más y la espichó de ella hace ahora exactamente 30 años y 5 días. Para más inri, y como los tiempos avanzan y se modernizan que es una barbaridad, al espectáculo pornográfico se han sumado como lindos corderitos muchas féminas (¿”por qué, por qué los domingos por el fútbol me abandonas?” –decía una muy antigua canción, hoy ya superada felizmente). Y, sobre todo, se han subido al carro, los niños. Carne de cañón futbolera. Basta verlos disputar su partido en el recreo, para darse cuenta que juegan al fútbol en su mayoría como si fuesen deportistas profesionales: gritos, patadas, simulaciones, protestas… Eso sí, marcan muchos más goles. Algo es algo. Lo peor de todo, es que esos niños se tragan (literalmente) todo lo que hacen, dicen y maldicen sus ídolillos. Sean éstos del Barça, del Racing o del Bollullos. En pocos espejos tienen donde reflejarse con sano juicio. El colmo se da cuando muchos de estos chavales acuden a los campos de fútbol, donde a su alrededor –en las gradas- el adocenamiento de la plebe alcanza las mayores cotas barriobajeras. -¡Arbitrucho, vete a tomar….agua de Carabaña! ….¡Me cago en la… mar divina! Contemplar extasiado como, a tu lado, tu mismo padre, o el vecino ese tan educado, o la amiga de la mamá, pierden los estribos y lanzan por sus boquitas piñoneras toda clase de improperios y maldades contra el árbitro y los jugadores rivales, eleva el nivel cultural y educativo de nuestros chiquillos, sanos espectadores del circo peloteril. Abajo caretas. Que sepan pronto de qué paño están hechos sus progenitores y gente afín. Así que, como hemos visto ya demasiadas veces, al final el mozuelo imita al papuchi o al tío o al amigo de mamá y se lanza también a insultar por peteneras y soleares, pues en este bello espectáculo todo vale con tal de conseguir el gran fin: que gane nuestro equipo, aunque sea de penalti injusto en el último minuto del encuentro. En fin. Dado que hoy me he levantado tan casto, digo yo: si el espectáculo taurino está considerado como demasiado fuerte para las pobres meninges de nuestros chaveas, ¿por qué no se aplica el mismo cuento con esto del futboleo en directo? ¿Por qué no se prohíbe la entrada de la chavalería a los campos de fútbol, hasta que el espectáculo se adecente un poco? Me van a llover tortas por todos lados por plantear pregunta tan estúpida. Pero ya digo, desde hace varios días ando con la líbido de capa caída. Prefiero mil veces lo que se llama habitualmente pornografía (esa de la entrepierna y el meneo) a este porno duro que levanta gratuitas pasiones, exacerbados ardores, abundantes soñarreras y eternos atontamientos. -Duerme, pueblo, duerme… -¡Y pensar que una vez le cantaron lo de “habla, pueblo, habla!” (Este comentario XXX ha sido patrocinado por la fábrica de colchones Relaxing, la antigua casa de Carabaña y la Cofradía de las Buenas Costumbres. Han enviado fraternales saludos Luxemburgo, Ronaldinho, Franquito y Rocco. Las referencias al franquismo han sido ineludibles dada la paliza que por tierra, mar y aire se nos ha dado por los autosatisfechos de hoy, al conmemorar la efemérides de la muerte del sátrapa. Cualquier tiempo presente es mejor que el pasado, especialmente si fue en una dictadura, pero no por ello cualquier tiempo presente es para sentirnos como pavos reales. A ellos dedico, a los del fútbol y a los de la política, este casto y tierno comentario de hoy. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado).

22 de noviembre de 2005

MILAGRO EN EL BERNABEU, INFIERNO EN SEVILLA

Leñe, que no se iba a ir el Puñetas de rositas sin pergeñar unas letrajas en torno a los famosos derbys descerebrantes entre el Madrid-Barça y el Betis-Sevilla del pásado sábado. Que es demasiada tentación pal cuerpo y uno es demasiado humano. Así que esta vez he decidido esperar a la finalización de ambos ritos balompédicos. A ver qué pasa, me dije antes de su inicio.

-En el Bernabeu se va a montar la de San Quintín, y en Sevilla va a arder hasta la Giralda –me decía a priori lamiéndome los colmillos y viendo como la canallesca de la prensa deportiva y no deportiva empezaba a echar leña al fuego purificador, buscando ganancia de ejemplares.

En el campo del Madrid se torció el guión. Aquello no fue una vendetta por el indigesto apoyo laportiano al Estatut, ni una revancha rebosante de anticatalanismo ni un fusilamiento a Etoo por sus exultantes insultos a la Casa Blanca florentinada, allá por el verano pasado. ¡Horror, el personal se puso a aplaudir al equipo rival y a su líder, un tal Ronaldinho! Y claro, como por una vez la noticia fue que el hombre mordió al perro, pues no veas la matraca que nos han dado con el aplaudimiento de la afición merengue hacia el nuevo emperador peloteril.

Es curioso que lo que debería ser la normalidad de cualquier partido futbolero, o sea, que la gente aplauda al equipo rival si éste gana o juega mejor que el de casa, resulte ser NOTICIA. Vamos, ¡es que cualquier día un periodista me ve cediendo el asiento en el autobús a una viejecita y me saca en portada! Por ser cortés y respetuoso. Se ve que al fútbol hay que ir a cagarse en la madre que parió (y de ahí para arriba) al árbitro, a los jugadores rivales y a la afición enemiga. Todos los estadios de fútbol deberían poner al lado de los tornos de entrada al recinto, el siguiente cartel: “Se ruega dejen en el suelo cualquier vestigio de buena educación, de respeto a los jugadores del equipo visitante, de amabilidad hacia el árbitro (el pobre…), cualquier mínima regla de urbanidad. En caso contrario, nuestros vigilantes jurados están autorizados a ponerle de patitas en la calle o llamarle “cretino””.

En Sevilliya, donde los jugadores y aficionados del Sevilla y del Betis se tienen que ver las caras necesariamente todo el año, anduvieron por donde suelen: por el infierno. Y qué se puede esperar viendo los cabezas de huevo que presiden dichos equipos. Y qué se puede esperar de Carnicerito Navarro, defensa central del Sevilla, experto en despieces de piernas ajenas o del raquítico, mentirosillo y provocador Dani, delantero bético, que apenas puede sostenerse medio metro por el campo sin poner pie a tierra, unas veces porque lo tumban los defensas rivales (es tan poquita cosa…), otras porque se tira el amigo para disimular y engañar.

-¡¡¡Ay, ay, ay…..ay.. ay….!!! -Jodé, a Dani le han partío la pierna….
-Que no, tío, que es que está ensayando pa la Semana Santa…. -
¿Todo el año?
-No, sólo cuando es tiempo de Liga.

Hasta en los vestuarios hubo bronca. Y es que ya no hay ni intimidad para que los publicitados futbolistas puedan esconder sus vergüenzas. Ya hasta los entrenadores, que se supone que deben poner orden y cordura en este invento, se dedican a pegar patadas a energúmenos disfrazados de delegados de campo, como hizo la otra noche el calenturiento entrenador del Betis con la maleducada “autoridad” sevillista.

Y; ¿saben vuesas mercedes en qué ha acabado toda esta historia barriobajera? ¿Con medio centenar de perturbadores del orden público declarando en la Comisaría? ¿Con castigos ejemplares para que ni Carnicerito ni el chico del teatro vuelvan a vestirse de corto hasta que llegue el carnaval? ¿Con supresión de la licencia de don Serra Ferrer hasta que apruebe un cursillo acelerado de buena educación, donde se le diga que está muy feo eso de dar patadas a personal laboral del equipo rival? ¿Con el cese fulminante del aguerrido delegado de campo sevillano, que se pasa por el forro y la entrepierna sus propias funciones laborales? ¿Con el cierre de los vestuarios del Sevilla durante un par de meses, lo que obligaría a que sus jugadores tengan en los próximos partidos que llegar al campo con los calzoncillos puestos? ¡Pero qué inocentes e infantiles son vuesas mercedes!

Et voilá: un partidillo de suspensión al Carnicerito para que siga aprendiendo a maquillarse esos ojitos felinos y 300.000 de las antiguas pesetillas al entrenador del Betis, algo así, como una propinilla en un “señor” que gana una millonada al año. Y ná más, si te he visto no me acuerdo, tararí que te vi y hasta la próxima. Buenos modales y educación para esa chavalería a la que le están sorbiendo el seso con este espectáculo XXX que aquí algunos llaman todavía “fútbol”. Si eso es fútbol, yo soy Santa Teresa de Calcuta. Pero ya que hablamos de la auténtica pornografía (no la que gira en torno al sexo, si no al seso), citémonos para el próximo día, que nos pillará aún más relajados. La función se titulará: fútbol XXX. Tolerada para todos los públicos, sin el más mínimo pudor ni reparo ni recato.

18 de noviembre de 2005

DEPORTISTAS DEL ESTADO

Las próximas Olimpiadas van a ser en la China mandarina. Y como anfitriones, piensan ganar más medallas que nadie. Es natural. No se organizan unos fastos olímpicos, se gasta un pastón y se pierde un dineral en construir piscinas, pistas deportivas y otras edificaciones al uso para que al final vengan esos extranjeros de costumbres tan raras y se lleven la gloria y el medallero, dejándonos a solas con nuestras deudas y melancolía. Para conseguir que todo sea un éxito, se establecen programas minuciosos, se derraman ayudas económicas por un tubo y se narcotiza a todo un país con ese virus tan resistente al sentido común y al paso del tiempo, que es el nacionalismo. Disfrazado, en esta ocasión, de deporte aunque ya se sabe lo que dice el refrán: aunque el mono se vista de Adidas, mono se queda. (He actualizado el dicho, que aquí uno es muy moderno). Pasó con la olimpiada barcelonesa, donde conseguimos más medallas y éxitos patrióticos que nadie (¡¡¡hasta en el fútbol, dios mío!!!) y luego, si te he visto no me acuerdo. Pasó hace poco con los griegos, que intentaron llevarse para sí hasta la antorcha y va a pasar con la China chinesca dentro de unos años. La cosa será peor. No porque tengamos nada contra los chinos, que nos parece gente muy trabajadora, obediente, emprendedora y tal. Tememos que el asunto sea epopéyico porque por aquellas tierras cada humanoide tiene dos padres: el genético y el Estado Supremo. El primero te ayuda a venir al mundo, en comandita con la mamá, y el segundo -a través de una patulea de mandarines, funcionarios y férreas reglas- se apropia de tu alma y almeja hasta convertirla en sangre propia. Hablamos de un país que conoce la democracia de oídas, donde la gente -hay tanta- está subordinada al interés nacional-particular de los que mandan y donde no importa que haya gatos blancos o negros, sino que cacen ratones. En sus Olimpiadas se van a forrar cazando medallas. Todos criticamos a las dictaduras de siempre (incluidas las propias), pero de la china pasamos olímpicamente. No se sabe si porque nos encantan las tiendas de los veinte duros, la comida de sus restaurantes o todos esos artilugios que nos venden tan baratos. (Por cierto, incluidos los coches, aunque el primero que se vende en la UE, el Landwind, haya obtenido unos resultados catastróficos en las pruebas de protección a los ocupantes. Chinos habrá muchos y qué más da la protección, pero europeos cada vez quedamos menos y no es plan que por conducir demasiado barato, al menor roce con otro vehículo nos vayamos a freir monas al más allá). Decía, pues, que para muchos interesados en que el negocio funcione, la China es un país la mar de normal. Y no. Aquello es una dictadura como la copa de doscientos millones de pinos. Y los deportistas que nos va a poner enfrente en las próximas olimpiadas no van a ir de damiselas ni hermanitas de la caridad. Van a defender su país (obligados por sus sátrapas y tiránicos gobernantes) como perros de presa. Más de uno perderá algo más que la honrilla deportiva (el pescuezo) de salirle mal el salto de altura, el lanzamiento de canasta o el tiro al plato. Deportistas del Estado. Como antes eran los soviéticos o aquellas jovencitas alemanas orientales que nadaban mejor que los peces, aunque luego resulta que cuando se desarrollaban físicamente del todo a más de una le salía una picha kilométrica en vez de un buen par de tetas, o una voz de barítono. Cosas del dopaje, del laboratorio clandestino y del capullo de turno con mando en plaza deportivo-política. En este sentido, como en China mandan los que mandan, pese a la última aperturita económica, bastantes deportistas de este país se ven obligados a seguir la misma estela y también han sido y son famosos por sus métodos de entrenamiento prusianos, su dependencia excesiva de papá Estado y el gusto por el gazpacho de barbitúricos y otras hierbas, vulgarmente llamadas “dopping”. (En sus últimos Juegos Nacionales se produjeron 26 positivos, declarados. Adivina tú los escondidos o despreciados). Leo por ahí que China prepara atletas en unos 3.000 colegios especiales, con la disciplina y el sacrificio deportivo como bandera de la madre patria. China siempre ha puesto al deporte (como Cuba, por ejemplo) al servicio de la política, como fuente de prestigio y respeto internacional. Quizás hoy no lo necesite pues todos nos postramos ante sus jefes como si el gigante asiático fuese el país más libre del mundo. En dichos colegios se entrenan más de 400.000 tiernas promesas, pasando allí parte de la infancia y toda la juventud. Entrenándose duro y espartanamente. La enseñanza académica, en un segundo término. Si luego fracasan deportivamente, los chavales tendrán lo que se merecen: una mano delante y otra detrás. Nada más. El plan seguirá vivo al menos hasta después de 2008, fecha de la cita olímpica. Muchos critican este sistema (gente de fuera, porque a los de dentro no se lo permiten, claro). “Los deportistas pierden el control de destino”. “Son propiedad del Estado”. En fin, que los mandamases del gigante chino lo tienen claro. O triunfas o te vas a plantar arroz. De modo que sus atletas ganarán muchas medallas allá por el 2008. Por la cuenta que les trae. Los deportistas de los demás países, si quieren alguna medalla, tendrán que comprarla en alguna tienda de los veinte duros que estará abierta las 24 horas en la villa olímpica.

15 de noviembre de 2005

PAGANDO CARO EL ESFUERZO

Anda el Puñetas con la rodilla izquierda haciéndole la puñeta tras más de 20 años de jugar al tenis en plan aficionadillo. En puertas de los 50 tacos y un día, el cartílago rodillil empieza a ofrecer algunas señales de desgaste, exigiendo poner freno a tanto ímpetu raquetero. Parece que llega el momento del cambio hacia un deporte de movimientos más sosegados: andar, golf, bicicleta estática, parchís... A cualquiera me agarraré menos al sillonbol, donde además de peligrar el cuerpo también corre riesgo de estropicio esa delirante mente que cobijo bajo mi sesera ya canosa. Y es que si haces deporte, malo y si no lo haces, peor. Sí, es buenísimo para el cuerpecito practicar ejercicio físico de manera regular y algo competitiva, pero con él también llegan las lesiones, los desgastes, el dolor... Claro que si adoptas la postura opuesta y sólo te dedicas a comer patatas en el sofá mientras ves a la acartonada Milá, echarás barriga, te bañarás en triglicéridos, colesterol y otras porquerías y tarde o temprano el cuore –harto de tanta vagancia- hará pataplof o pataplif. A veces, ni adoptando un término medio (esa ha sido siempre mi intención) está uno a salvo de las consecuencias de la práctica/vagancia deportiva. Viene a cuento esta casuística particular porque el bueno de Nadal acaba de decir adiós a la Copa Masters de Shanghai, instantes previos a que ésta comenzase, por problemas físicos con las rodillas. A tan joven edad y ya con esas. Y no es sólo Rafaelito. Safin, Roddick, Agasi.. y otros ases de la raqueta y el zambombazo han dicho que nanai, que su cuerpo está como unos zorros y que necesitan un descanso para gastarse el dinerín que se han ganado tan digna pero esforzadamente a lo largo de una extensa y abarrotada temporada. Leo en el diario El Mundo que a lo largo de este año Nadal ha viajado a más de 17 países, ha realizado 11 viajes intercontinentales y ha hecho un total de 154.536 kilómetros (sólo en avión, ojito). Ha jugado 89 partidos individuales. Menuda marcha. No hay jugador que pueda resistir jugar en los 68 torneos internacionales que se disputan, repartidos en Grand Slam, Masters Series e Internacional Series. Parece ser que al menos deben participar en un mínimo de 18 competiciones. Y añadir a ello la guinda guindera de la Copa Davis. No extrañará, pues, que los jugadores lleguen al final de la temporada con la lengua fuera y la raqueta hecha jirones. El jugador Roddick lo ha dicho muy clarito: “Estamos en un negocio donde damos una paliza diaria a los cimientos de nuestro cuerpo”. Ganan su dinerito, sí señor, pero quienes saben de ésto afirman que excepto a los 200 primeros del escalafón, al resto hasta les cuesta el parné. Y se lo gastan mientras pueden porque equivale a hacer una inversión en uno mismo a ver si algún añito hay suertecilla, se ascienden varios peldaños hacia arriba y se empieza a obtener beneficios. Y mientras llega ese soñado momento, hay que conformarse con vagar por el circuito tenístico de pista en pista y de hotel en hotel, lo cual que aporta grandes conocimientos culturales y geográficos. Menos da una piedra. Visto desde fuera el tenis -como otros deportes de alta competición- parece la mar de chuli, pero a una gran mayoría de jugadores la presión, el desgaste, la repetición de miles y miles de jugadas en entrenamientos y partidos, la separación de la familia y amigos, el aburrimiento de tanto viaje y otro montón de cosas bastantes insensatas, no justifican a menudo la gloria perecera y la pasta que pueda ganarse, excepto si se logra entrar en esa minoría que suele llegar a lo más alto del escaparate y del estrellato. Entonces tocarás artificialmente el cielo y hasta pondrás el careto y el músculo para algunos anuncios de las teleles. Detrás de este mundo superprofesionalizado –extensible a otros muchos deportes- hay más miseria de lo que imaginamos. La mayor es el impresionante derroche físico que deben realizar partido tras partido y que tarde o temprano les llevará a ser asiduos habituales de masajistas, traumatólogos, quiroprácticos y remendólogos. La factura llegará inexorablemente, como en plan currantillo me ha ocurrido a mí. No digamos a aquellos que comienzan desde muy jovencitos, cuando están casi tomando el biberón, en plena formación ósea y muscular. Para algunos, sarna con gusto no picará, pero siguiendo con los refranes, no es oro todo lo que reluce y no está mal recordarlo en plan aguafiestas. La cultura tradicional oriental sabe mucho del absurdo de este excesivo derroche de facultades físicas. Quiero decir, que procura evitarlas, prefiriendo esfuerzos comedidos, prácticas físicas relajadas y armónicas, con desgastes controlados. Podríamos citar la práctica del yoga o del taichi como ejemplos de ejercicio físico-mental que no daña sino que mantiene en permanente estado de relajación y salud al cuerpo. Aunque con esto de la globalización y otros perendengues, muchos orientalitos están decantándose también hacia los abusos del deporte superprofesionalizado. (Todo lo malo es contagioso). En las próximas olimpiadas chinas lo veremos. Pero mientras tanto, adoptemos el didáctico consejo de San Prepucio (otro santo de mi devoción laica): Deporte, sí, pero con moderación y con alegría. Y no le falta razón al pillastre de mis jaculatorias blasfemantes, cuando noto el puñetero desgaste de mi rodilla siniestra.

11 de noviembre de 2005

PSEUDO IMITADORES DE "ELCANO"

Va a comenzar la Volvo Ocean Race. -¿Y eso qué demonios es? –preguntará un amigo de esos que sacándolo del fútbol no sabe ni papa ni pepe. Vamos a intentar explicarlo de la manera más didáctica y amena que nuestra escasa inteligencia pueda. A ver si así nos enteramos de algo (yo el primero) y, de paso, nos reímos un rato. Resulta que hace casi cinco siglos, hubo un señor llamado Juan Sebastián Elcano que dio la vuelta al mundo en un barquichuelo llamado Victoria, tras dos años de aventuras y odiseas por esos mares del diablo. Aquello fue una hazaña sin precedentes que permitió demostrar que en todas partes cuecen habas, que las personas nos parecemos como dos gotas de agua vivamos donde vivamos y que el hombre es capaz de hacer las mayores excentricidades con tal de contar luego a sus vecinos y amigos sus aventurillas y peripecias. Más no perdamos el hilo. Lo de Elcano tuvo un mérito del carajo, mil veces repetido desde entonces, ya sin tanto pedigrí ni tanta aventura. Pero hete aquí que el mundo del “deporte” no podía quedar al margen de esta historia y desde hace tres décadas, cada tres años, se celebra una competición por equipos que simula lo de Elcano pero en plan ricachón y mediático, simplemente porque sí, porque hoy día hay mucha gente que se aburre soberanamente, a la que sobra la pasta gansa en los bolsillos y necesita echarse de vez en cuando unos esfuerzos así de grandiosos. Llegamos así a la Volvo OCean Race. Este año toca festejo. Siete equipos de seis países diferentes (entre ellos, uno español) emplearán 7 meses, recorrerán 57.870 kilómetros y se jugarán la vida para ver si al final del asunto llegan sanos y salvos y pueden decir eso de que se lo han pasado tan ricamente y que se han divertido cantidubi. Al ganador le darán un pequeño trofeo de cristal valorado en 20 euros y a casita, machotes, que ya se acabó la feria. Los navegantes “deportistas” transitarán por los mares de Tasmania, el temido Cabo de Hornos o el frío Antártico. Para poder hacerlo, cada equipo –formado por 10 tripulantes- ha tenido que reunir un presupuesto entre los 10 y 20 millones de euros. No está nada mal. Ya sé que algunos preferirían gastárselo en vino, mujeres/hombres o viajes por tierra (donde al menos se ven edificios, personas y restaurantes), pero como sobre gustos no hay nada escrito, pues eso, que estos 70 tripulantes de la Volvo Ocean Race tienen todo el derecho del mundo y del bolsillo en gastarse la pasta (junto a sus patrocinadores) de la manera que les sale, que no es otra que arriar velas durante meses y meses, navegar sin descanso, tragar comidas que no se echaría al coleto ni un mendigo hambriento, dormir como se pueda y rezar para no caerse al agua porque entonces serían hombres muertos (a lo mejor, hasta hay alguna mujer en el asunto, que no lo sé). Eso sí, la organización de semejante evento “deportivo” ha instalado en cada barco un total de siete cámaras y un equipo de edición de vídeo y audio ya que los participantes están obligados cada semana a enviar 20 minutillos con sus mejores peripecias y habladurías. Y es que eso de la discreción y el anonimato ya no se lleva. Las cosas hay que hacerlas de cara a la galería, las televisiones y otras gaitas publicitarias, pues si no aquí nadie se levantaría del sofá ni de la cama, que es donde en verdad se pasa tan ricamente. -¡Aquí Galera IV! Hoy tenemos en exclusiva las imágenes de nuestro extripulante Macario García cuando, atándose un zapato en la popa, vino una ola gigante y se lo llevó al fondo del mar. Alguien dirá que su muerte no ha servido para nada. Mentira: ha servido para que ustedes vean las imágenes de su adiós. ¿Les parece poco? Bueno. Calificar a esta patochada de ricos aburridos como “deporte” es absurdo. Digo yo que también sería “deporte” lo que hizo Elcano en su vuelta al mundo. O a lo mejor no, porque según algunos cortitos de mente para que haya “deporte” se precisa una competición entre varios. Da igual. El caso es que hay gente para todo, que es capaz de jugarse el gaznate con tal de salir en los vídeos o de hacer las cosas más estrafalarias. Esas que no conducen a más conclusión que ésta: “Pero qué locos están algunos”. Porque si se trata de soltar adrenalina de la buena durante unos meses, yo les invitaría a irse de garbeo todas las noches a algunos barrios de las afueras de algunas ciudades del mundo, esos en los que ni la poli entra a dar porrazos. Eso sí que es emoción de la buena (y gratuita). Claro que si de lo que se trata es de gastarse una porrada de euros en poco tiempo, jugarse un poquito la vida, torrarse como los garbanzos y salir en las teleles del mundo, pues a lo mejor no les falta razón a estos intrépidos navegantes. En fin. Yo es que ya vivo sin vivir en mí esperando las imágenes que estos imitadores de Elcano nos van a ofrecer a partir de los próximos días. ¡Mon Dieu, qué locos están algunos romanos!

8 de noviembre de 2005

EL HOMBRE TRANQUILO

Hay personajes de los que, dado el papel que desempeñan en la sociedad, se espera sólo lo esperable. De un entrenador de fútbol, por ejemplo, que sepa sacar el máximo provecho a sus jugadores de acuerdo a las capacidades que éstos posean individual y colectivamente. Y que hable casi siempre de fútbol y poco más. Algunos (patético el caso del seleccionador Luis), cuando se salen de ahí meten la gamba y hasta el corvejón. Recuérdese aquella memorable motivación a Reyes en torno a un negro muy famoso y casi el conflicto diplomático en que nos metió con el Reino Unido por querer sacar pecho ante los periodistas de su feísima y añosa Majestad. Sin embargo, siempre hay excepciones y conviene destacarlas para que nadie se ampare en estereotipos y banalidades. Ya que estamos con entrenadores, sigamos con ellos. Hay uno al que admiro bastante por su temple, deportividad, sabiduría, discreción, saber estar y otro montón de cosas buenas. Hablo de Frank Rijkaard, entrenador del C.F. Barcelona y al que se debe en buena medida ese magnífico fútbol que los culés realizaron el año pasado y éste y que les llevará a una buena morterá de títulos, si no se tuercen las cosas en este siempre veleidoso mundo de la puñetera pelotita. El verano pasado leía una extensa entrevista realizada al bueno de Frank en la que ponía de manifiesto que no sólo sabe mucho de fútbol sino que tiene la cabeza y las ideas muy bien puestas en muchos órdenes de la vida. Como es una rara avis en el mundo del peloteo, aquí van algunas de las cosas que dijo a modo de homenaje sincero. ¡Hoy –sin que sirva de precedente- toca incienso! Lo merece el tipo, qué demonios. Lo importante es creer en ti mismo, ser auténtico, no querer ser lo que no eres, no copiar. Y lo que hace funcionar el sistema es que los jugadores perciban que el entrenador cree en lo que dice y que es leal a sus principios. El fútbol no debe perder nunca su raíz popular pero no se puede negar, que como muchas cosas del mundo, también está cambiando. (…) Si el mundo se globaliza cultural, económica y políticamente, ¿cómo evitar que se globalice el fútbol? Pero eso no debe hacer olvidar que la gente acude al campo para ver jugar a un club con el que se siente identificado. El fútbol tiene un papel importante en el mundo porque es el deporte de masas con más impacto popular. Hoy tácticamente ya está todo inventado. La clave consiste en encontrar el sistema que haga que tu equipo consiga el éxito sintiéndose cómodo jugando. Una de las claves del éxito es conseguir que los jugadores rindan de forma colectiva. Es cierto que en el Barça hay más tensión interna que en otros clubs. Aquí se cruzan muchos intereses en todas direcciones. Digamos que es un club ruidoso. Cuando era jugador, de todos mis entrenadores aprendí algo. Pero sobre todo que aquello que te puede haber funcionado en el pasado quizá no te funcione en el futuro. Cada día debes buscar tu fórmula. ¿Cuál es sobre la vida su gran cuestión? – La gran cuestión….es buscar y conseguir paz y tranquilidad. El tipo que es capaz de gobernar (y apenas sin quejas) a ese ganado tan complicado como es un vestuario formado por jóvenes muy ricos, guapetones, famosos, caprichosos y venidos de medio mundo, merece un pequeño monumento antes de que –cualquier día próximo- le pongan de patitas en la calle, como ley absurda de vida. Como señalaba el periodista en la entrevista citada, “Rijkaard es un entrenador que pone inteligencia donde otros colocan vehemencia; sensibilidad donde otros sitúan arrogancia; generosidad donde otros ubican mezquindad”. Rijkaard vive el fútbol de una manera distinta y eso se nota mucho. No grita. Rehuye la fama y los focos siempre que puede. Es consciente de que son los jugadores quienes ganan los partidos y que el éxito colectivo debe anteponerse siempre a la vanidad personal. La pena es que el personaje del que depende (un tal presidente, un tal Laporta) es menos de fiar que un zorro en un gallinero. Pero si fuese el ínclito don Florentín tampoco lo tendría claro y no digamos otros grandes personajes de las presidencias futboleras hispanas, continuando por el aguachirle ese del At. De Bilbao y acabando por el extra cinematográfico que corta el bacalao en el At. De Madrid. Rijkaard, mantente tranquilo y tú a lo tuyo. Y que el presi siga haciendo ruido hasta que se quede sordo, mudo o las dos cosas a la vez.

4 de noviembre de 2005

DE-POR-TI-VI-DAD

El otro día en la telele vi a un jugador de tenis chino o japonés darle la raqueta y las bolas a un recogepelotas en pleno partido, dado que el asiático no daba tres en un burro. O sea, que estaba haciendo el partido más horroroso de su vida. Contemplando tan bellas imágenes, elevé un monumento moral a dicho jugador cuyo nombre y nacionalidad no recuerdo, porque asumía su responsabilidad públicamente y con su gesto hacía ver al respetable que ese día se había levantado de la cama con el pie contrario al habitual. Mea culpa, gente, vino a decir. ¿Cuántos deportistas serían capaces de mostrar al respetable que paga por verlos su malestar por el pobre espectáculo que están dando, o por sus equivocaciones no queridas pero producidas, o por sus mentiras? Ayer leía unas declaraciones del entrenador del Málaga C.F.,Antonio Tapia, un hombre modesto pero al que ya se le empiezan a subir los humos por estar a todas horas en el candelero, diciendo esta cosa tan bonita: -Ya toca que nos caiga algún favor de los árbitros. Espero que nos piten algún penalti de esos inexistentes. Como uno es un antiguo de tomo y lomo, sigue haciendo suyas las ideas que algunos profesores le enseñaron en su mocedad. -Un deportista tiene como primera obligación ejercer la deportividad. Luego vendrán las medallas, los triunfos y el éxito o el fracaso. Esto no se lo debieron enseñar al señor Tapia ni a la mayoría de sus compadres. De lo que se trata es de ganar como sea, de penalti injusto y en el último minuto de la prórroga. Y si los árbitros se equivocan, que lo hagan siempre a mi favor. Ya me cuidaré yo mismo de -si lo hacen en contra- ponerlos a parir, tacharlos de incompetentes y fracasados. Pero, demonios, ¿quiénes son aquí los auténticos fracasados sino esta patulea de “deportistas”, unos en los despachos, otros en los puestos intermedios y los más en los terrenos de juego y de competición, que no saben cómo ganar sino es a fuerza de engañar, fingir, protestar o aplastar al rival? De-por-ti-vi-dad, amiguitos. Eso es lo que tendríais que comer a todas horas a ver si así logramos que el deporte (el de competición, y por extensión, el aficionado) luzca de limpio como una patena, digno y orgulloso de fomentar el fair play, la caballerosidad y la feminosidad, los bellos valores de la honradez y la decencia. El que paga por asistir al espectáculo deportivo debería ser el primero en exigir que fuese un acontecimiento limpio, honesto y –valga la redundancia- espectacular. Si el único objetivo del circo es ver ganar a tu equipo, aunque sea haciendo trampas o con la ayuda involuntaria o voluntaria del juez-árbitro de turno, será comprensible y muy humano, pero poco tendrá que ver con el deporte y con el juego limpio. Comprendo que la plebe busque satisfacciones a cualquier precio, pero luego que no se queje si en el deporte y en otros órdenes de la vida se las dan o devuelven en el mismo carrillo. Majetes: lo que se come, se cría. Si es que ya no te puedes fiar ni de los que van por ahí presumiendo de bonachones y buenas personas. ¡Si hasta Ronaldinho se tira en el área para engañar al árbitro y que pite penalti a su favor! Y, oiga, ni una disculpa posterior, ni un gramo de verdad para justificar el humano error o la tentación tramposa. ¿Cuándo saldrá el día en que un jugador diga que ha jugado horriblemente mal porque estaba pensando en otra cosa? ¿Cuándo veremos a un jugador decirle al árbitro que se ha equivocado y que el rival no le ha hecho falta? ¿Vislumbraremos alguna vez un partido futbolero en que los jugadores se dediquen a intentar jugar y meter goles y no a berrear, dar pataletas y decirle al árbitro cómo tiene que arbitrar? Muchos todavía están a tiempo de trocar la camiseta por el pito. A ver si son tan listos y pitan como los ángeles. ¡Qué buenos árbitros nos estamos perdiendo! De-por-ti-vi-dad. ¿Dónde estás que no te veo? Si ya hasta en el ciclismo aprovechan que el rival se ha puesto a mear en el arcén para acelerar la marcha. Si, a poco que te descuides, el boxeador rival te muerde la oreja y hasta el rabo. Si es que algunos celebran los goles o los saques o la llegada a meta con un descaro y una desfachatez hacia los rivales, rayana en el más evidente de los desprecios. -Hay que meter la pierna –dijo el otro día ese santo varón llamado Di Estéfano, en las horas bajas que todo hijo de vecino tenemos. Y allá que todos los medios se aprovecharon para colocar tan bella filosofía en primera plana. No, querido Alfredito, el fútbol no consiste en “meter la pierna”, sino en “meter goles”. Enséñales eso a tus galácticos y, sobre todo, que lo aprenda la chavalería que mimética y embobadamente anda detrás de ellos. Goles y no patadas, don Alfredo. O dicho de manera más antigua y decadente: deportividad. Porque un deportista sin deportividad es como un jardín sin flores o un coche sin ruedas. Vamos, un inútil integral. A ver si algunos –modestamente- se van enterando.

1 de noviembre de 2005

PAN Y FÚTBOL

Los emperadores romanos, que no eran nada tontos, se inventaron aquello del “Pan y circo”. Invento con el que tenían muy contento al populacho, mientras que ellos seguían en lo suyo. Ha llovido mucho desde entonces, pero la esencia se mantiene intacta. Los nuevos emperadores (eso sí, la mayoría presumiendo de demócratas) han encontrado una versión más moderna del asunto, el “Pan y fútbol”, menos cruenta que el circus romano -aunque de vez en cuando cae algún muerto en el césped o en las gradas- pero más rentable desde el punto de vista de los jerifaltes: pueblecitos entretenidos y anestesiados. El fútbol, un deporte sosón y aburrido como él solo, ha venido que ni pintado para semejante menester gracias a la inestimable ayuda de los modernos medios de (in)comunicación. ¿Es de recibo que en un país la inmensa mayoría del personal no sepa la vida y milagros de los 20 mamones que le sacan los cuartos dirigiendo las empresas más punteras; que no conozca a un solo investigador de esos que nos curan los catarros, la hepatitis o la diarrea; que no tenga ni idea de quiénes manejan en realidad los hilos de su vida… y que en cambio conozca de "pe a pa" las andanzas y miserias de unos tíos que se ponen en calzoncillos para pegarle patadas a un balón en una pradera acotada con porterías? ¿Es de sentido común que los informativos de todas las televisiones dediquen diez veces más tiempo a informar sobre las andanzas, lesiones y tartamudeos de los principales futbolistas y equipos del orbe mundial que a hablar de la realidad política, económica, social o educativa? ¿Entra dentro de la lógica más elemental que todos los días nos enchufen por tierra, mar y aire las declaraciones de los entrenadores y futbolistas de los principales equipos del país, comentando que el entrenamiento ha ido fenomenal, que el próximo partido piensan ganarlo y que dos y dos son cinco? Estamos en puertas del enésimo partido del siglo, o sea, de un Real Madrid-Barcelona que –como todos los años- se repite más que los garbanzos. Fíjense si soy previsor, que aún faltando para el “acontecimiento” nada menos que tres semanas menos un día, ya empiezo a temer el empacho que se avecina. No sólo por la murga que nos darán por tierra, mar y aire sobre tan importantísimo evento, para el que se agotarán las entradas y mi paciencia. Es que, encima, este añito tenemos juegos artificiales con la implicación del Barça en la arena politiquera del coñazo de Estatut (otra murga que sufrimos desde hace dos añitos) gracias a que su presi, el superestar Laporta, tiene aspiraciones de honorable. Para más movida, los azulgranas están empezando a jugar requetebién y los madrileños todavía no acaban de dar con la tecla. Así que se nos avecinan tiempos de borrasca y no quisiera yo estar en el pellejo del arbitrucho al que le toque lidiar con semejante Mihura. Lo haga como lo haga, lo despellejarán y no dejarán de él ni el rabo. De modo que aviso a navegantes: desde hoy hasta que se celebre el partido de marras, el Puñetas se va a pasar por el arco del triunfo todas las toneladas de papel y de cintas de video que se derramarán a mayor gloria y loor del nuevo Madrid-Barça circensis. Y es que se están sacando las cosas de quicio con el dichoso fútbol, pese al fútbol mismo. Los futbolistas haciendo más kilómetros al año que la ya clásica maleta del Fugitivo. (Y claro, acaban rompiéndose en mil pedazos…) Los clubes gastándose el dinero a espuertas (mucho de ello público, pues ayuntamientos, diputaciones y restantes administraciones colaboran en su sustento). La charla monotemática en todos los lugares de reunión y expresión. La repetición diez mil millones de veces del gol de Ronaldo, conseguido con la coronilla. El grito pelado y demencial de ese locutor de radio enloquecido porque ha visto que un jugador de la pradera ha tenido un instante de inteligencia y suerte, consiguiendo meter la pelotita entre los tres palos. Lo increíble y bello que es ver a unos millonarios escupir a todas horas (al césped, al contrario, al árbitro…) y protestar más que si estuvieran en una manifestación. La emoción de esos partidos de Liga donde para ver un gol hay que buscarlo con la lámpara de Diógenes y el azar de los dioses. El bello espectáculo de una masa enfervorizada y fanatizada que brama como si estuviera poseída por diez mil diablos. Como escribió el crítico Carlos Boyero: “ir al fútbol se convierte frecuentemente en la negación del espectáculo y la constatación de la amenaza cívica que suponen los bichos descerebrados cuando se agrupan y pierden el miedo”. Sin llegar a tales profundidades (uno es que prefiere la vulgarota didáctica al chocolate espeso), todavía no logro comprender cómo puede haber tantos millones de seres capaces de perder la chaveta y la cartera por ver rodar un balón entre las patas peludas de 22 mozos que se tratan entre sí a patada limpia. Pero lo que más incomprensible me resulta es que cuando el partido acaba y los protagonistas se ponen a contar los billetes –en un solo partido más de lo que un currante podrá ganar en su pobre vida- parte del personal se va a casa más contento que unas pascuas porque “hemos ganado”. Es la prueba evidente de que el “pan y fútbol” funciona de maravilla. ¡Si Nerón levantara la cabeza!

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).