30 de mayo de 2006

MURIERON CON LOS PANTALONES CORTOS PUESTOS


El otro día leía una escueta noticia en un periódico de tirada nacional dando cuenta del asesinato de dos jugadores del equipo nacional de tenis de Irak. También del entrenador. Como sólo fueron tres muertos (frente a las habituales matanzas de más de una decena de anónimos desgraciaos), la cosa ha tenido poco eco.



Pocos días antes, un grupo militante sunita había lanzado una advertencia prohibiendo llevar pantalones cortos, probablemente por razones "religiosas". Cuando vieron a los tres deportistas salir de una lavandería con dichos pantalones (seguramente venían o iban a entrenar), ratataplaf, varios balazos y a otra cosa, Alá. Así se escribe la miserable historia iraquí de todos los días. Cierto que no son los primeros ataques contra personas que desarrollan actividades deportivas, pero la imagen de unos tíos armados hasta los dientes asesinando a sangre fría a unos deportistas por el simple hecho de llevar pantalones cortos supera las más altas cotas de la paranoia humanoide. Alguien pensará que el verdadero motivo del asesinato es que los deportistas “representaban” a Irak y eso es hoy día una labor de alto riesgo, en un país sumido en una guerra civil entre la minoría sunita y la mayoría chiita. Alguien podrá seguir pensando que a lo peor los tenistas eran chíitas y los suníes (el sector más privilegiado durante la tiranía de Hussein), se han vengado en ellos por puro odio político y religioso. Todavía habrá algunos que indirectamente culpen de esta y otras masacres a ese tipo que vive en la Casa Blanca (no, no hablo del Real Madrid) y sus camaradas, expertos en lavarse las manos. El Puñetas prefiere seguir pensando, al hilo de la noticia, que los tenistas y su entrenador murieron por llevar pantalones cortos y que ya estaban avisados del riesgo que corrían, aunque lo prefirieron a ceder ante la barbarie de una minoría nacional, pese a que a nivel mundial representa más del 80 % de la población musulmana. No han ganado ningún Gran Slam, ni siquiera un simple partidillo de clasificación en algún remoto torneo occidental, pero con su valentía –¡joder, simplemente por llevar unos pantalones cortos!- han demostrado qué es ser unos héroes en la práctica del deporte, algo muy diferente a lo que por aquí llamamos “heroicidad”: meterle cinco goles al Prepucio C.F. o ganar la Champion Li o la UEFA con un equipo de millonarios que sólo se juegan una suculenta prima o un incremento de la tarifación publicitaria para la siguiente temporada.



En la mayoría de los países árabes, la carne está carísima. Una pierna aireada de tenista puede costar un balazo y un cuerpo de mujer futbolera –que las hay- sin velo y sin ropas que la cubran por completo –ya me dirán como se juega a la pelota así- vale dos lapidaciones, una para matar y otra para rematar. Si desde esta bitácora solemos tener el mal gusto de poner a caldo los desnortados excesos de nuestros hinchas y aficiones, lo de estos salvajes disfrazados de humanoides sólo merece el más absoluto de los desprecios. Que haya gente que se juegue las habichuelas por darle cómodamente a una pelota, sin ropajes innecesarios, sería para mear y no echar gota de no ser porque estamos hablando del juego más sagrado: la vida. A su lado, las gestas y hazañas de nuestros occidentalísimos campeones me parecerían de tebeo, si no fuese también porque cada vez más el nivel de exigencia se lo ponemos tan alto (rozando a veces lo sobrehumano: caso del ciclismo, por ejemplo) que a veces su salud y hasta su vida peligran por tratar de conseguir un segundo de menos o unos centímetros de más.


Ahora que se disputa el Roland Garros de tenis en la populosa tierra de los franchutes (ya saben, la igualité, la fraternité y esas cosas…), no sería mal detalle el que la organización dedicara un minuto de silencio o unas emotivas imágenes a esos tenistas iraquíes que –como los buenos soldados- murieron con el uniforme reglamentario puesto. En según qué sitios, a qué precio tan barato se cotiza la heroicidad cotidiana...

26 de mayo de 2006

¿CICLISTA? ¡NI HABLAR DEL PELUQUÍN!



Voy a ser claro como la Cocacola. Si un hijo mío me dice que quiere hacerse ciclista profesional, lo desheredo. Incluso prefiero antes que aspire a la presidencia del Gobierno o que se meta a director de cine. Pero ciclista, ¡vade retro, Satanás!



No es por la que está cayendo en el ciclismo hispano. Es por lo que ha llovido y lo que lloverá. Creo haber sido suficientemente explícito en algunos comentarios de hace tiempo, pero hoy –ya digo- voy a ser más claro que la Cocacola o un vino de Rioja. El ciclista es el deportista más puteado y ninguneado de todos los existentes. Y quienes así lo tratan debieran estar picando piedras en vez de dirigir importantes eventos deportivos, esconderse tras el disfraz de médico o, incluso, arroparse con la vitola de entrenador experimentado. Está a punto de acabar el Giro de Italia 2006. Como leía en EL MUNDO a primeros de mayo: “Una ronda brutal y exagerada: 21 etapas de las que 7 son llanas, 5 de mediamontaña, 4 llegadas en alto, 2 contrarreloj individual y dos días de descanso”. Días en los que desplazan a los ciclistas a tropecientos kilómetros de distancia. Las subidas más exigentes están concentradas en la última semana (para rematar a los que queden vivos). En la jornada 17, además de subir a cerca de 3.000 metros durante más de 17 kilómetros, los últimos 5 no había ni asfalto, con rampas del 25 % y tramos del 16 %. ¿A qué demoniaca organización se le ocurre llevar a los ciclistas a una estación de esquí? A los mamonazos del Giro. Después vendrán los del Tour, la Vuelta a España y todo lo que haga falta, porque para ellos los ciclistas son unos peleles, unos pobres desgraciaos que harán los que les manden y que si no tienen más remedio que darle al trinqui doppinguero para poder pasar todos estos malos tragos, la mayoría lo hará, eso sí, muy medicalizados y controlados no vaya a ser que les dé por espicharla subiendo una rampa y la gente se escandalice. Todo sea por el jornal, la gloria y el sí, señorito.


¿Cómo va a extrañar que sea precisamente en el mundo del ciclismo donde se den los mayores casos de dopaje? ¡Pues naturalmente! O te dopas para aguantar las tres semanas de carrera, en que no puedes pillar ni un vulgar resfriado porque no te dejan curarlo, o la cagas. No hace falta ser un lince para darse cuenta que sin sobredosis artificiales (más allá de los macarrones, el arroz, las barritas de cereales y el Acuarius) no habría dedos de una mano con que contar a los ciclistas que acabarían el Giro o el Tour. ¡Y encima tienen la desfachatez de ponerles un tiempo límite de llegada a la meta! Sin doparse (aunque sea de manera legal), veríamos en cada etapa pirenaica o alpina bajarse de la bicicleta cada día a una veintena de “esforzados de la ruta”. Así que o se plantean carreras menos exigentes para esta pobre gente o seguirán dopándose como único medio de seguir cobrando a fin de mes. Salvo que les entre un ataque de dignidad y decidan buscarse un trabajo menos masoquista. De modo que el escándalo actual (estamos sólo en el principio) que afecta al dopaje en el ciclismo español estaba cantado desde hace mucho tiempo. Todavía recuerdo cómo en un ya lejano Tour los guardias franceses entraron a saco en el autobús y hotel del equipo de la ONCE, dirigido entonces por Manolo Saiz, al que parece ser que ahora han pillado con las manos en la masa (en la sangre, quiero decir). ¿Y quién era entonces el médico del equipo? Un tal Fuentes, ahora imputado. Aquellas sospechas (que a más de uno les parecieron intolerables, por aquello del patriotismo mal entendido) se hacen ahora realidad. A veces no hay pruebas, pero tarde o temprano aparecen pues los tramposos nunca se sacian.



Los pobres ciclistas profesionales llevan siendo carne de cañón desde hace muchos años y en vez de intentar humanizar su profesión y las carreras, a los dráculas que viven de ellos y a los políticuchos que holgan a costa de todos, sólo se les ocurre aumentar la dureza y exigencia de las pruebas ciclistas e imponer controles de dopaje para cazar a los más osados, no vaya a ser que en vez de morirse cuando ya estén jubilados, lo hagan en plena etapa dolomítica, con el escándalo consiguiente de los que nunca se enteran de nada porque siempre les pilla mirando para otro lado.


Incluso cuando se entrenan por esas carreteras del diablo, siguen siendo carne de picadillo. Todos recordamos como hace poco más de cinco años un conductor atropellaba a los hermanos Ochoa en una carretera de Málaga. Según la jueza, una “leve distracción” del conductor hizo que invadiera parcialmente el arcén derecho de la vía por donde circulaban ambos ciclistas. Uno de ellos murió y el otro es un muerto en vida, obligado a depender de otra persona hasta para las acciones más cotidianas. La sentencia –recién salida del horno- impone al conductor una sanción de 1.800 euros y le retira el carné de conducir durante un año. A los padres de los ciclistas la aseguradora Axa tendrá que pagarles 363.768 euros en concepto de “perjuicios morales y gastos funerarios”. (Estos cachondos jueces están en todos los detallitos, menos en lo fundamental). También hay que pagar todos los gastos médicos habidos y la incapacidad permanente, por lo que la aseguradora deberá abonarlos en una cuantía de más de un millón de euros. Y para que todo el mundo que está vivo quede contento, hasta el equipo Kelme recibirá una indemnización de seis mil eurillos por el daño sufrido por sus bicicletas. Mucha pasta pero una sola realidad: atropellar mortalmente a un ciclista e incapacitar de por vida a otro sólo cuesta 1.800 euros. A los irresponsables que idean Giros brutales como el de este año, la cosa les sale gratis. La paradoja cruel del accidente de los Ochoa es que el conductor que se los llevó por delante era el director general de Deportes de la Universidad de Málaga. Un dirigente deportivo, aunque modesto. Lo hizo sin querer (y le sale casi gratis), pero hay otros que lo hacen queriendo y enciman cobran por ello. Creo que se me entiende, ¿no? Así que prefiero que un hijo mío sea tonto de capirote antes que ciclista profesional. Correrá menos riesgos y no lo putearán tanto…

23 de mayo de 2006

EL INVENTO MAJARETA DEL LOCALISMO DEPORTIVO



No es un tema exclusivo del fútbol, lo que demuestra que aquí hasta el más tonto hace relojes. Hablo de ese localismo, regionalismo o nacionalismo que la masa (y los medios demediados) ve en los equipos. No será usando la razón…



Ya resulta sumamente sospechoso ese enorme cariño hacia unos jugadores suficientemente millonarios, aunque en las duras se vuelva cantazo e insolencia. El amor a las figuras totémicas de los grandes equipos lo veo, además de irracional, absurdo. Pero como el humanoide es absurdo por naturaleza y el Puñetas es bastante miope, tampoco nos vamos a caer del guindo con este asunto. Allá cada cual si pierde el culo o las tetas por los héroes del balón. Allá cada uno con su dinero, porque es del mismo –sumado el de miles y miles de “generosos” hinchas y aficionados- del que disfrutan opíparamente los grandes astros de la galaxia deportiva y, especialmente, la futbolera.



Por lo que ya no paso es porque los clubes representan a a una ciudad, región o país. Hasta ahí podíamos llegar. En primer lugar, los clubes de fútbol más importantes suelen ser sociedades anónimas o limitadas que tienen unos dueños. Hace unos días tenemos un ejemplo evidente. El Zaragoza ha cambiado de manos. El presidente Solans se ha desprendido de la mayor parte de sus acciones por un importe aproximado a los diez millones de euros, según cuentan las crónicas periodísticas. Los nuevos propietarios son la constructora Codesport y otra empresa llamada Tecnyconta. ¿El Zaragoza representa a la bendita ciudad de Zaragoza? Sí, tanto como Colchonerías Pikolin (que tiene su sede allí) o el vino del Tío de la Bota. El Zaragoza ES propiedad de unos señores particulares que hacen (o piensan hacer) negocio jugando con la emotividad, la pasión y la fantasía de cientos de maños que se creen que el equipo es “suyo”. Ni porque paguen una cuota de socio para ver todos los partidos del año ni porque abonen una estratosférica entrada el día que llega el Real Madrid, el Zaragoza les “pertenece”. También pagan en el Carrefour o en El Corte Inglés y, que se sepa, nadie ha reivindicado un amor cuasi religioso, emocional y “que no se pué explicá” hacia estos grandes almacenes.



Tampoco por la vía de la procedencia geográfica de los jugadores podemos entender seriamente el sentimiento local o regional de los equipos. Ese Barcelona triunfante en la Champion jugó la final sólo con 3 jugadores catalanes y de ellos a lo mejor alguno ni siquiera es de Barcelona. El Sevilla campeón de la UEFA (pregonado como el primer equipo “andaluz” que ganaba un trofeo europeo) tenía de andaluz lo que yo de cura: más de medio equipo era de jugadores no españoles (que aprovecharon para envolverse en sus banderas nacionales en los festejos del campo) y de los nativos, ni con los dedos de la mano se cuentan los paridos a los pies de la Giralda. Hubo un tiempo, cuando empezaron a llenarse de extranjeros los equipos españoles de fútbol y baloncesto, en que mucha gente se retrajo de ir a los campos pues se sentía ridícula animando –por ejemplo- a un club de baloncesto local que jugaba con cinco tíos nacidos en los Estados Unidos. Tíos que eran recambiados al año siguiente por otros diferentes. Aquellos prejuicios “nacionales” o “locales” se perdieron afortunadamente, pero en vez de imperar el realismo –esto es un espectáculo y no una merienda geográfica- se ha vuelto a animar y enaltecer hasta llegar al paroxismo actual en que a equipos plagados de foráneos… se les vitorea y aclama como poseedores de un alma, de una esencia local. ¿Sevillano el Sevilla? Sí, tanto como coruñés el Deportivo o turinés el Juventus. Ni siquiera el At. de Bilbao cumple fielmente con la fama de jugadores de la tierra, porque no entiendo porqué sus jugadores tienen que ser de procedencia regional vasca. En todo caso, debería ser bilbaína. Y si no, que se llame Atlético Euskadi, un suponé.



Comprendo que si quitamos a muchos deportes la emotividad y el apoyo que da la ficticia geografía y el devaluado terruño a los equipos, se va a tomar por saco el intríngulis pasional y económico de muchos de ellos. Lo suyo sería apoyar a un equipo –no porque sea de tu localidad, que no lo es- si no simplemente porque te cae más simpático, juega mejor, te regala un bote de Colacao por Navidad, gana casi siempre o juega en él un primo tuyo. En este sentido, para la familia de Reyes o Cesc (jugadores españoles del Arsenal), la victoria del equipo “inglés” –creo que sólo tiene a un jugador de dicha nacionalidad para que no se diga- era valorada más consecuentemente (allí jugaba uno de los suyos) que el presuntuoso amor culé de miles de aficionados catalanes para los que el apego sentimental o dinerario con el Barça sólo se fundamenta en la autosugestión y la propaganda mediático-política.



Son los tópicos y cuentos que nos meten en el cerebrín desde que nacemos y que nos vienen muy bien para la autocomplacencia y la presunción de ser alguien en la vida. Bueno, si somos felices así, estupendo, oye, cada uno se lo monta como puede. Lo malo es que algunos lo pasan hasta mal cuando llegan los fracasos y, como ha ocurrido hoy mismo, dedican el tiempo libre a llenar de pintadas e insultos el exterior del campo del Alavés acusando de todo a su dueño, un tal Piterman, sin enterarse de que don Piter hace con su Alavés lo que le sale de su chequera. Los “traicionados” forofos, lo que tienen que hacer es dejar el spray quietecito y renunciar a ir al campo a pagarle su juguetito futbolero, a ver si lo vende y lo compra alguien más simpático y con más luces. Y, desde luego, no creerse –si es que somos mayorcitos- que el Alavés en un club vasco, de Vitoria y “nuestro”. Cada uno se lo puede montar como quiera, pero el pan es pan y el vino es vino por mucha imaginación y geografía interesada que le echemos al asunto de las pelotitas y los pelotazos.



Y acabo, que hoy me estoy yendo de vareta. Lo de que “el Barça es más que un club” o “el At. de Madrid es una fe”, no dejan de ser auténticas majaretadas a las que no pienso dedicar ni una razonable palabra. ¡Si hasta he oído a un ya veterano cantautor catalán decir que Ronaldinho hace poesía con el balón! El corte de mangas a estos excesos lo dejo para la intimidad, cuando charlo con mi psiquiatra sobre la esquizofrenia y neurosis que recorre de pies a cabeza la mayor parte del deporte profesional del mundo mundialoide, tan salido ya de madre. Y ahora, disculpen, tengo una entrada para ver al Unicaja, que juega un partido de cuartos de final de baloncesto. Dicen que es un equipo malagueño, pero yo creo que es un activo más del balance financiero de la Caja de Ahorros que me chupa la sangre y la nómina. El Puñetas hace varios siglos que dejó de creer en los angelitos, los peces de colores y el trío La, la, lá...

19 de mayo de 2006

LLANTINA FUTBOLERA



Los últimos “acontecimientos históricos” que ha vivido el fútbol español (a este paso, en los próximos libros de Historia, habrá que reflejarlos como hitos de nuestra vida) han puesto de manifiesto algunas cosas ya sabidas por el Puñetas de turno y otras de nuevo cuño. El final de la Liga de las Estrellas (más bien de los Estrellaos, porque sólo gana uno) y las victorias europeas en la Copa de la UEFA y la Champion Li, han sacado a la luz lo que ya he colado de rondón alguna vez: el fútbol es la nueva religión de las masas. Si viviera Carlitos Marx seguro que afirmaría que también es el opio del pueblo, pero tiene tanta competencia (las telecacas, el interné, el consumismo…) que a lo mejor el hombre se lo pensaba mejor. Mas al grano, que los renglones vuelan.



Tras seguir atentamente los acontecimientos felizmente pasados, lo que más me ha llamado la atención es que el personal tiene la lágrima fácil con esto de las victorias futboleras. Y, francamente, no le encuentro explicación fácil. En la Liga, tres equipos han descendido a Segunda. La afición del Málaga se lo tomó hasta con indiferencia. Los aficionados del Cádiz aplaudieron a su equipo en el último partido, sabedores de que con los jugadores que había el descenso era lo normal. La entrega de éstos fue premiada con invasión de campo y con los cantos y gracietas típicos de una afición que se toma los reveses con sana filosofía y humor (como debe ser). En el caso del tercer equipo descendido, el Alavés, el personal arremetió contra el presidente Piterman, que para eso se lo había ganado durante toda la temporada con sus cacicadas y tonterías. A los jugadores y cuadro técnico no le dedicó ni cinco minutos: hicieron lo que pudieron y les dejaron.


Vemos por tanto que en el fracaso o la desgracia, los aficionados han mostrado en esta ocasión resignación cristiana o atea, pero resignación a la postre. Donde hubiéramos esperado visitas al psiquiatra, divorcios, bajas laborales, desesperación futbolera y algún televisor volando por la ventana, sólo ha pasado lo que tenía que pasar:


-Ya bastante tenemos con habernos gastado un dineral durante la temporada para ver un pobre espectáculo, como para encima sufrir y cabrearnos. Que lloren y lo pasen mal los que viven del invento.


Sin embargo, en las victorias ha sucedido lo contrario. Es que miraba y remiraba por la telecaca a las gradas y al campo y es que no salía de mi asombro: la gente llorando a moco tendido, alguna a punto de darle un síncope, pese a que su equipo acababa de salvarse del descenso (caso del Español) o de triunfar en una competición europea (caso del Sevilla y Barça). ¡Pero bueeeeenooooo! ¿Desde cuando los triunfos se celebran con lloriqueos, suspiros melodramáticos y ataques de histeria?


Debe ser cosa de los tiempos modernos desquiciados y paranoicos que nos han tocado vivir. Esto de llorar de alegría, considerando el triunfo de los demás (de los trotones que salen al campo y quienes los entrenan) como si fuese propio, es digno de estudio por los especialistas del ramo. Uno salta de alegría por un gol si tiene el muelle emocional flojo, pero ver el careto tembloroso y lleno de lagrimones de miles de aficionados viendo un partido o celebrando una victoria –por muy “histórica” que sea-, pa mí que roza lo paranormal o, cuando menos, lo exótico. Salvo que tomemos en serio esa regla cartesiana que oí una vez a un sabio ermitaño, retirado a la montaña porque ya era incapaz de aguantar al prójimo:


-Una persona en soledad, piensa. Cuando dos humanos se juntan no suman su capacidad de pensar y racionalizar, si no que se la reparten entre los dos (tocan a la mitad cada uno). Si se juntan cuatro terrícolas en el mismo ritual, la capacidad de razonamiento individual queda dividida por cuatro. Y así sucesivamente…



Aplicando la regla del eremita (que acabó suicidándose, claro) quiere decirse que si hay cien mil almas en un estadio, la racionalidad presente en cada una de ellas sería menor que la que aloja un insecto en sus días de máxima inspiración intelectual.


Fuera bromas. Que un deporte como el fútbol, más simple que el mecanismo de un chupete, sea capaz de provocar tanta llantina y tembleques –también en la victoria- es algo que el racionalista, frío y calculador Puñetas es incapaz de explicarse, ni con ayuda de mil eremitas cartesianos. Tampoco logra explicar ese localismo y nacionalismo que la masa ve en los equipos, pero esa otra lección re-aprendida en estos días gloriosos de éxitos y goterones lacrimales, la veremos el próximo día. “El Barcelona es más que un club”, “Sevilla se ha abierto una vez más al mundo”, “Ha sido un triunfo de toda España”... ¡Pero buenoeeenoooo!

16 de mayo de 2006

EL TÍO GILITO SIGUE DANDO LA PALIZA



Acaban de cumplirse los dos años y un día desde que Jesús Gil la espichó como cualquier hijo de vecino al que le llega su hora. Hay que reconocerle al tío Gilito (presidente del Atlético de Madrid, alcalde de Marbella y bocazas mayor del Reino) que a nadie dejó indiferente en vida y va camino de lo mismo después de muerto (al cabo ya de dos añitos). Algunos medios (entre los que destaca un programa de Telepingo llamado “Aquí hay mierda” –o algo así- vienen elucubrando con que Moby Gil sigue vivito y coleando en algún lugar del mundo. A lo mojó…, pero hay que echarle imaginación y ganas al asunto sin aportar ninguna prueba. De lo que el Puñetas sí está seguro es que Jesús Tal y Tal sigue coleando por Marbella, cuya corrupción continúa en el candelero gracias a que el camarada puso la primera, la segunda y la millonésima piedra del invento. Así que, esté vivo o bien muerto, los oídos le seguirán retumbando por alusiones y no precisamente enaltecedoras. En este cumpleaños del personaje aportaré mi granito de arena, rescatando lo que escribí en otro lugar varios días después de que el Corrupto estirase las patas.


¡QUÉ BUENOS SOMOS CUANDO MORIMOS!



Como ya es sabido, murió Jesús Gil y tal y tal. Un personaje de opereta que se hizo mayor y triunfó porque en este país nos gustan este tipo de gente: pícaros, populistas, echaos palante, parlanchines, mafiosillos, ricachones y un poquito tiernos en el fondo.

Ahora que se ha muerto acuden en tropel a despedirlo políticos, gente del fútbol, titiriteros y miles de personajes anónimos que lo encumbraron desde la fe atlética, algo tan extraño como el misterio de la Santísima Trinidad, y sólo al alcance de unos pocos “pupas”: “…él, que se ha ido dejando la vida poco a poco por su club, que le ha traído amores y desencuentros, pero nunca ha dado su brazo a torcer. Ha hecho un Atlético centenario y que la ilusión por ser del Atlético sea inexplicable, pues es una cosa que se lleva dentro y nadie es capaz de definir”. (Carta al ABC publicada hoy).

En esta religión futbolera, Moby Dick (como le llamaba Carmen Rigalt) hacía de todo: de Dios, de demonio, de ángel, de cura y de monaguillo. Su gruesa humanidad llenaba todo el escenario. Está bien que a los muertos se les respete, pero sin caer en panegíricos absurdos e hipócritas. Tal y Tal no era precisamente un manso corderito. Fue el presidente de los excesos en el fútbol. Tuvo 35 entrenadores en 17 años y echó literalmente a patadas a muchos de ellos, por no hablar de los insultos y malos modos que empleó con bastantes de sus futbolistas. Una cartera bien llena de billetes, un ego devastador y una falta mayúscula de educación y escrúpulos le llevaron a meterse en todos los cenagales que pudo: económicos, políticos, futboleros…Un personaje nada ejemplar al que algunos medios de comunicación y bastantes periodistas necios encumbraron a un pedestal al que nunca debió subir.

Jamás se equivocaba el buen señor. En su larga carrera hay de todo. Condenado en 1969 por el fallecimiento de 58 personas, consecuencia del derrumbamiento del techo de un restaurante en Los Ángeles de San Rafael, tras ser indultado por Franco, pasó media vida sentado en el banquillo de los acusados. Con su muerte multitud de casos judiciales quedarán archivados y permitirán así desatascar algunos tribunales de justicia. Muchos jueces y políticos habrán suspirado de alivio con su muerte. La ciudad de Marbella la ha convertido, con la aquiescencia tontuna de una gran mayoría de sus habitantes, en Marfea. En el fútbol le pasó de todo: inhabilitado por la UEFA, por la Federación Española, su club fue intervenido por la justicia, abofeteó a la gente del fútbol física y verbalmente. “Mi error ha sido tratar a los jugadores como personas”, rebuznó en una ocasión. “Con la popularidad que tengo podría ser Dios”, dijo en otra ocasión. O aquella de “cuando yo me vaya se acabó el Atlético”. Lo veremos ahora.

Jesús Gil y Gil fue una perla. Falsa, pero perla al fin y al cabo. Uno de esos personajes que se repiten en la historia de higos a brevas y que mejor que no se repitan. Ahora todos le echan flores. El vicepresidente del Atlético dice que “en veinte años jamás había discutido con él”. Eso no se lo cree ni harto de gaseosa. El jugador Fernando Hierro afirma que “era un hombre del pueblo, querido por la gente”. En fin, qué buenos somos cuando nos morimos. Descanse en paz y que se vayan preparando en el más allá.



Todavía sigue dando porculillo en el más acá. Y lo que te rondaré, morena…(quiero decir, Marbella…).

12 de mayo de 2006

NO VEAS LA QUE NOS ESPERA TODAVÍA



Vaya por delante que el Puñetas se alegra de todos los éxitos del fútbol local, provincial, regional, nacional, español, europeo, continental, terrícola y hasta marciano o jupiterino. A tanto no llega su maldad, ni siquiera su frialdad de pingüino con las cosas del futbolín. Pero es que llevamos ya tres celebraciones exitosas en lo que va de curso –en realidad dos, porque lo del Español con la Copa no llegó a tanto, dado que al equipo periquín lo tratan en Cataluña como si fuera un paria apestado. Hace poco la celebración del Barça con su nueva Liga bajo el brazo fue apoteósica, contando las crónicas que más de un millón y medio de barcelonistas barceloneses se echaron a la calle para festejar el acontecimiento (a su lado, el clamor social del Estatut queda en florecilla silvestre o de pitiminí). A estas horas en que escribo, cuando ya han pasado más de dos días desde que el Sevilla ganó la copa de la UEFA, todavía habrá aficionados que anden por las calles de tan bella ciudad cantando el oé, oé, somos los mejores y esto no se pué aguantá…



¿Es preciso montar tamaños espectáculos de masas, abrir las puertas de la catedral de par en par, vitorear a los jugadores y directivos como héroes, retransmitir durante horas y horas todos los festejos, poner el micrófono delante a cualquiera que baile por la calle para que –ronco y algo bebido- nos dicte una lección de barcelonismo o sevillismo, como si lo más bueno que le haya pasado en la vida sea el haber colaborado con sus gritos en la consecución del título de este año de su amadísimo equipo? ¿No estaremos sacando las cosas de quicio, de madre y del más elemental sentido común?


Sigo con las preguntas, más que nada porque no tengo respuestas. ¿Es que el fútbol es lo más importante que nos pasa en la vida? ¿Qué exceso de sentimientos pasionales puede llevar a que miles y miles de personas se gasten un pastón y un enorme derroche físico para ir a ver jugar a su equipo del alma a tres mil kilómetros, pudiendo hacerlo gratis y tranquilísimamente en el sofá de su casa? ¿Realmente representan los equipos a sus ciudades o todo es una enorme comedura de coco? ¿Qué pintan tantos políticos –desde el Príncipe de España al último concejal de barrio- en una final europea de fútbol: están haciendo campaña real, electoral, fotográfica o también ellos pierden los sentidos ante asunto tan místico? ¿Por qué la televisión pública o la digital polanquera dedican decenas de cámaras y periodistas a un partido de fútbol, en su antes y su después, mientras que en asuntos mucho más serios y transcendentes para el país, suelen enviar medio reportero y un cuarto de cámara, emitiendo la noticia en diez segundos y entre un anuncio de yogur y otro de compresas femeninas?



Si lo del Barcelona ya fue la caraba, el éxito del Sevilla ha sido la repanocha. Sabemos que los sevillanos son en exceso narcisistas con su ciudad y todo lo que ésta representa (no hay ciudad en el mundo más cantada y más piropeada), pero –francamente- tanto hartazgo es demasié. “Esto es lo más importante que me ha sucedío en mi vida”. “Después de esto ya me puedo morir tranquilo” –ha dicho el siempre modesto presidente del Sevilla. “Es que no pué uno expresar con palabras lo que se siente”. “Llevo a mi Sevilla (se refiere al equipo, y supongo que a la ciudad) en mi corazón”. Se ve que para muchos el fútbol está adquiriendo carácter religioso (con su fe y su liturgia) cuando –por mucho que recemos a San Cucufato o a la Virgen de los Dólares-, sigue siendo un juego bastante profano y simplón. Pero en fin, allá cada cual con sus ideas y sus excesos…



Lo malo es que el éxtasis litúrgico-futbolero no ha hecho más que empezar. Dentro de unos días volveremos –ojo, afortunadamente- a celebrar la victoria del Barça en la Champion Li, y el ascenso de los equipos de Segunda División a Primera (tres nuevas ciudades se incorporarán a las celebraciones masivamente masivas). No nos queda ná que aguantar a los que nos tomamos los éxitos con la misma filosofía que los fracasos: tranquilidad, buenos alimentos y la vida sigue. Y no hablemos si ocurre un milagro y la selección española gana el Mundial de Alemania. ¿Declarará ZP una semana de fiesta plurinacional? Menos mal que en los fracasos, normalmente el personal suele portarse mucho más tranquilamente: la de psiquiátricos, valiums y vendajes que nos estamos ahorrando.


Bueno, pues ya está dicho. Tranqui, forofos y periodistas. Tranquilos. No saquemos las cosas de quicio que tampoco es para tanto. El fútbol es, simple y llanamente, una sencilla distracción y entretenimiento, no una feria de las vanidades. Si tratamos como héroes a unos jugadores peloteros, ¿cómo habría que tratar al inventor de la cama, al pescador que se juega la vida para que luego nos comamos unos salmonetes riquísimos, al albañil que pone yeso en la fachada con medio cuerpo en el vacío, al policía que desactiva una bomba, al inventor de la penicilina o al intelectual al que sólo conocen cuatro gatos y medio porque leer es muy pesado? No quiero ponerme borde, pero por mal camino vamos cuando a unos cuantos futbolistas (por cierto, la mayoría no de Barcelona o Sevilla, sino de medio mundo) los reverenciamos como héroes por haber ganado un título futbolero mientras que a muchos profesores y médicos (un suponé) los tratamos de villanos y les zurramos la badana. En fin, no veas la matraca que nos espera en los próximos días de éxitos y ascensos a Primera y a Segunda y a Tercera División.

9 de mayo de 2006

UN DEPORTE LLAMADO SEDENTARISMO



Ahora que estamos metidos en finales europeas en las que (dada la superioridad técnica de los equipos españoles finalistas sobre sus rivales) previsiblemente tengamos dos equipos campeones, con la consiguiente borrachera nacionalista y deportiva que suele acompañar a los triunfales fastos, es el momento más oportuno para hablar del auténtico deporte: ese que practican (o apenas practican) los españolitos de a pie, sea cual sea el cortijillo autonómico, nacional o peripatético en que residan. Un informe reciente del Ministerio de Sanidad –en el que se afirmaba con muy poco fundamento que los españolitos tenemos la mejor salud del continente europeo- señalaba que el 47 % de la población española es sedentaria, lo que nos sitúa como uno de los Estados europeos con más alta inactividad física. En estos días en que a Eindhoven y a París se van a desplazar miles y miles de nacionales amantes del “deporte”, es oportuno señalar que es estupendo que brindemos por nuestros equipos queridos, pero más bonito todavía sería el brindar por nosotros mismos, por nuestra salud y por nuestros huesos. (Encima, nos saldría más barato).


Hay que sudar la camiseta haciendo deporte, no viéndolo desde el estadio o la telecaca. Cuando veo a esos aficionados tripudos y encebollaos que critican e insultan a los jugadores de su equipo porque los resultados vienen mal dados, diciéndoles de todo menos bonicos (de vagos para arriba), sueño con que alguien los coja de la manga de la camisa y los ponga a dar una vuelta al campo. La inmensa mayoría (que a esas horas debería estar trabajando, ganándose el pan, en vez de perder el tiempo en un entrenamiento futbolero) no aguantarían ni 50 metros a medio trote. Mucho deporte de boquilla, de aplauso y pito, de salón y sillongol, pero de quemar calorías meneando el esqueleto, ná de ná. (Algunos, por no menear, no mueven ni el cerebro).



La cosa ya empieza por los pequeñajos, cada vez más apoltronados con las videos, los ordenadores y los Simpson. Sigue con una alimentación basada básicamente en productos procesados (bollería, dulces, embutidos….) que sólo invita a una mala y vacuna digestión y acaba con que seguimos manteniendo en Hispania la pésima costumbre de invertir el orden natural de las comidas: en vez de cenar como pobres y desayunar como ricos, lo hacemos al revés. Así que no valemos un duro a las 10 de la mañana y cuando almacenamos más energía resulta que ya estamos soñando con los angelitos y roncando. Si ascendemos en la cosa hormonal, ya por la adolescencia, veremos que muchos se mueven menos que el ojo de un tuerto. Menos mal que está el estirón óseo de la edad, que alarga y estiliza la desgarbada figura, aminorando la cada vez mayor tasa de mozalbetes gordos y gordas. Pese a ello, empieza a sobreabundar la gente rolliza, fruto de un estilo de vida y de alimentación que invita al suicidio.


Hay personalidades del mundo de las letras y la cultura que presumen de no haber hecho deporte en su vida. Lo raro es que muchísimos iletrados les imiten, sin haber leído ni una sola línea de semejantes seres (¿o debería decir “enseres”?. Dicen las estadísticas (y alguna habrá que creer) que el 98 % de los niños y jóvenes españoles presenta carencias nutricionales en minerales y vitaminas, excediéndose en cambio en grasas y sodio. Cuando sean mayores, les espera un futuro cardiovascular la mar de apañao. El deporte lo evitaría porque está comprobado que “los niños y adolescentes que practican al menos 30 minutos de deporte reducen un 30 % el riesgo nutricional, lo que refleja que la actividad física lleva a consumir más y mejores alimentos”. (Revista Consumer). O sea, que haces deporte, te pones cachas, comes mejor, tu salud mejora y ya sólo hace falta que te toque la lotería para alcanzar la dicha completa. Si la juventud va de capa caída (excepto aquella que abusa del deporte, gracias a la cual las estadísticas globales y medias nos hacen a la mayoría un poquito deportistas), los adultos, ni te cuento. Ahora que empieza la playa, sugiero un estudio de campo sobre el terreno, examinando el porte y la figura de la mayoría del personal. Y una pastilla euforizante para después del estudio, pues la depresión siempre acecha ante las decepciones y adversidades.


De modo que sería mejor que las administraciones, politiquillos y gente de mal vivir se aplicase al cuento de fomentar el deporte por el deporte (porque es salud, bienestar, ganas de vivir, buenos alimentos y templa gaitas) en vez de tirar el dinero o regalarlo a las telecacas para que retransmitan partidos opiáceos, de subvencionar a los clubes profesionales que deberían apañarse por sí mismos en su negocio o de construir instalaciones deportivas mastodónticas para un par de competiciones al año, mientras los chaveas las pasan canutas para encontrar un lugar público donde poder tirar a canasta o hacer gol. Mas no espero rectificación de tan torpe proceder. Algunos sólo rectifican cuando se equivocan y esta gentecilla nunca mete la pata ni el corvejón.

5 de mayo de 2006

UNA DE INVENTARIO



Está acabando el curso deportivo (Ligas, Champions y otras hierbas) y los acontecimientos se agolpan de tal manera que los aficionados andamos como estresados perdidos para no perdernos ningún acontecimiento importante. El Puñetas también se incluye en el invento pues aunque ve el asunto con la frialdad de un pingüino, siempre le resulta grato disfrutar del deporte de más alto nivel, aunque a veces el fiasco sea de campeonato. En un abrir y cerrar de ojos han pasado en unos días muchas cosas y otras que están por llegar. Hagamos un breve inventario.



* Pasó la finalísima de la Liga Europea de Baloncesto y los dos equipos “españoles” (un día comentaremos qué es eso de adjudicar nacionalidad a equipos multinacionales) no se comieron ni una rosca. Una decepción que no se merecen los aficionados de la canasta, tan entusiastas ellos, normalmente tan deportivos y casi siempre con la miel en los labios cuando llega la final de la cosa. Así llevamos varios años y los que te rondaré morena. Ni Barça ni Tau lograron pasar de las semifinales, después de hartarse de jugar bien durante toda la temporada. Exactamente lo contrario, aunque muy poco bombo se le dé al tema, es lo que ocurre con el Campeonato de Europa de Balonmano. No sólo llevamos varios añitos en que los equipos de acá le mojan la oreja a los de allá, si no que en ocasiones convierten la final en una fiesta hispana. Así ocurrió el año pasado y así ha vuelto a ocurrir en éste. El BM Ciudad Real ganó al Pórtland San Antonio, cuando el año pasado perdió en la final con el Barcelona. De manera discreta y casi como pidiendo perdón, el balonmano en España está situándose como el deporte colectivo con más éxitos en los cinco últimos años. Y encima, democratizándolos, pues son varios los equipos que se los reparten. A eso se le llama hacer bien las cosas, incluyendo en el paquete a la selección.


* Don Fernando, el Alonso, ya anda el primero en el campeonato del mundo de Fórmula I y aunque las va a pasar canutas con el Schumacher ferreril, nos entretiene cada domingo desde que empezó a darle al acelerador en esta nueva temporada, aunque algunos tengamos que apagar la voz de la telele para no oír a los pesados y empalagosos locu-pelotas de Telepingo. Junto al asturiano, el raquetero balear Nadal ya empieza a ganar torneos de nuevo, en espera del Roland Garros que es lo que verdaderamente le pone a cien. Si es que hay cosas que ya empiezan a ser costumbre, como la llegada de la primavera, las mentiras de los tropecientos mil gobiernos que nos acosan y la subida de la vivienda por encima del 20 % anual.


* Siguiendo este inventario (que es un momento de respiro antes de que en los próximos comentarios retornemos de nuevo al clásico “duro y a la mollera”) no pueden faltar los éxitos del Barcelona del señor “Sonrisas” y del Villarrreal del señor “Carapalo”. Ya todo el mundo (hasta mi abuela, que murió hace 30 años) sabe que en la Champion Li hemos hecho doble historieta, con equipo rico como el catalán y con equipo pobre como el castellonense. ¡Viva la concordia social! Incluso otro once autonómico se ha subido al carro del éxito europeo (el Sevilliya) y disputará la final de la UEFA dentro de unos días. Ya sólo falta que en el Mundial España no haga el ridículo para que cerremos el año con un notable y el ego por las nubes. Aunque para los dineros que el personal le pone a esto del futbolín, lo suyo sería el sobresaliente y todo rendimiento por debajo de esto debería ser considerado un sonoro fracaso. Pero bueno, me conformo con que el susodicho sepa digerir los éxitos, que no es poco viendo cómo algunos ni con ellos saben ocultar la barbarie. También el Barça ya es campeón de Liga y como es natural, todos sus aficionados están la mar de contentos proclamando eso tan original de “campeones, campeones”. Campeones serán los jugadores, porque los espectadores, socios y aficionados de cualquier equipo triunfador lo único que hacen es pagar las entradas, sentarse en las gradas a aplaudir o gritar o, en su defecto, ante el televisor con un cubata en la mano. Digamos las cosas tal como son, pese al delirio de grandeza que a algunos les entra por el exitazo de “su” equipo. E incluyamos entre ellos a los políticos de turno que –como siempre- se suman a las celebraciones con un morro superior al contenido en una piara de mil ejemplares.


* Y mientras que todo esto ocurre y se prepara la gran orgía futbolero mundialista, un informe reciente del Ministerio de Sanidad –en el que triunfalmente se afirmaba que los españolitos tenemos la mejor salud del continente europeo- señala que el 47 % de la población española es sedentaria, lo que nos sitúa como uno de los Estados europeos con más alta inactividad física. A ver cómo se come lo de la mejor salud, los éxitos deportivos del inventario, el campeones, campeones, oé, oá, y el estar tirados a la bartola en los ratos de ocio en vez de sudar la camiseta propia. Pero de eso nos vengaremos en el próximo comentario puñetero.

2 de mayo de 2006

DOS NAUFRAGIOS: EL TITANIC Y LA PATERA




Hoy tomo prestada la pluma del escritor malagueño Antonio Soler, autor de éxito y fino analista de la actualidad, que el domingo pasado publicó en el diario SUR un artículo titulado “Fútbol” en el que recoge algunas ideas ya expresadas modestamente por el Puñetas en algunos comentarios, aunque más bellamente puestas en negro sobre blanco, así como otras la mar de sugerentes: ese Málaga, descendido a Segunda División, comparado con una patera a la deriva, en contraste con el Real Madrid Titanic... De las dos ilustraciones, la primera se publicaba en el mismo diario y día por el genial Pachi mientras que la segunda es original del Puñetas. A disfrutar mientras se pueda, amigo deportista...


“TRATANTES de ganado fino. Pura fibra atlética, pieles de color caoba, mulatos. Los viejos esclavos animando el circo. Ronaldinho, tanta magia retransmitida por todos los satélites que flotan alrededor de nuestro planeta. Vikingos, sarracenos, legiones extranjeras. El fútbol es el mundo. Una vez vi un portento de inteligencia que se llamaba Cruyff, sus piernas trabajaban como el compás de un arquitecto. Su cabeza también era la cabeza de un arquitecto. Sólo que a su lado estaban los constructores, los dueños del suelo que pisamos. Ese púlpito que desde los circos romanos y las iglesias se ha trasladado al palco de los estadios. Un aire irrespirable de puros de medio metro y políticos en trance. Gobiernos en la sombra, ellos otorgan el pan o la desgracia cada domingo por la tarde.

Los telediarios se abren a veces con ellos, futbolistas y patrones de futbolistas, como si fueran un terremoto en África o un infarto en Wall Street. El Real Madrid es el Titanic, dice Antonio Banderas. Ese naufragio anda removiendo la economía de la capital, de media España. Hay alianzas, frentes comunes, apoyos financieros, estrategias para las elecciones de los saltimbanquis más poderosos en la historia del planeta. Opas y contraopas. Un presidente anciano que remontándose a la profundidad de la caverna se define como español, una cooperativa extranjera enterrada en dinero. Galácticos.

El Titanic. Sí. Y aquí, a orillas del Mediterráneo, como no podía ser de otro modo, tenemos una patera a la que un marengo aburrido le ha tatuado un escudito con barras azules y blancas al lado de una leyenda con seis letras. Málaga. El Málaga es una patera con gente desmayada y a punto de la hipotermia. Subsaharianos con el hambre que da no haber marcado un gol en medio año y mercaderes que cobran el pasaje como si fuese el billete de un crucero de lujo. Un presidente culé y un presunto entrenador llamado Hierro que achaca su pésimo trabajo a las brujas, al complot de los poderosos, a los árbitros que se confabularon contra él. Seguirán en sus puestos. Roldán optimista -tal vez por la marcha del Barça- y Hierro haciendo honor a su apellido, dando cansinos golpes en la misma fragua. Una patera de saldo en la que cualquiera que destaque es rápidamente vendido al Celta de Vigo o a quien esté dispuesto a meter unos cuantos euros en la despensa del club. Hay que vivir. El aficionado puede estar en el infierno, pero el palco siempre estará en los aledaños del cielo. Los propietarios de las pateras viven en apacibles moradas de Tánger o Tetuán y no conocen el helor del agua. Un club de fútbol también tiene algo de buque pirata. Hay banderas de conveniencia, butrones en Hacienda que echarían a pique a cualquier otra empresa con la mitad de deudas, privilegios, estragos.
Y a veces incluso hay algo parecido al deporte”.

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).