16 de enero de 2011

EL BALONCETE DE ORO

Dos meses dando la vara con la concesión del dichoso “Balón de Oro” tenían que hacer su efecto. Así que el lunes 10 de enero allí que estaba clavado el Puñetas delante del televisor para ver en qué quedaba tanta comedura de coco y tanta tonelada de papel y video sobre si el famoso baloncete se lo llevaba Xavi o Iniesta o Messi. Millones de repeticiones de goles marcados por estos jugadores, tropecientas mil biografías de los susodichos, oras pro nobis televisuales a San Barça C.F. y así hasta el hartazgo. ¿Cómo no íbamos a estar ese día millones de inocentes ignorantes delante de la caja tonta para ver el desenlace final de una película de intriga publicitada por los medios (“publicitada” viene de “publicidad”, claro) durante días y días?

Vergüenza ajena. Eso sentí cuando acabó aquel aburrido momio de la Fifa. Pero no por el resultado de las votaciones, que me importaron un higo, sino porque tras dos meses de estar dando la tabarra por tierra, mar y aire; tras sesenta días de comer el tarro a los futboleros y no futboleros de medio mundo; tras llevarse a Zurich a los más famosos protagonistas del mundo de la pelotita mundial… en un par de minutos se despachaba el hecho histórico, devenido ahora en un mero coitus interruptus balompédico tras días y semanas de tenaz y sistemático precalentamiento. ¿Tanto montaje y tanta gaita para dos minutos decadentes donde un Guardiola en plan casi funerario leía una cartulina con el nombre de Messi, donde éste se levantaba sin saludar siquiera a sus amiguetes de terna –ay, el ego freudiano de los futbolistas-  y acudía al estrado para –echándose sobre él como si estuviese en la barra de un bar- soltar cuatro palabrejas insulsas y archisabidas, dignas de un alumno de Primaria,  y luego aquí paz y allí –en la Fifa- gloria? ¿Para esta memez mediática, para ese momento “cumbre”, estuvieron lamiéndonos y comiéndonos el cerebrín durante miles de horas?

Humo. La conclusión es que durante semanas nos estuvieron vendiendo humo y al final la puesta en escena ha sido infumable. (Como ocurre, por otra parte, en este tipo de festejos, en cuya lista destacan los premios Óscar del Jolivú ese y raleas de parecida especie).  Un premio que venía organizando un diario deportivo francés, que premiaba a quien le salía de las gónadas con los criterios deportivescos que su empresa periodística tenía a bien de acuerdo a sus intereses empresariales, y que este año había sido “comprado” por la FIFA, esa organización del futbolín mundial donde el primer interés es la pasta gansa, el segundo el dinero y en tercer lugar el parné. Money, money, money… Al final (tras lograr que todo el mundo picase en el anzuelo) la gala resultó una vulgarota filfa destinada casi en exclusiva al lucimiento de la propia Fifa y de su máximo jefezuelo, un tal Blatter, mientras que los deportistas y personal invitado se limitaban a formar parte del insípido decorado, aplaudiendo cuando así se lo requerían.

Nunca tanto bombo dio para menos platillo. Sobraba reunir a tanta gente y concitar tantas expectativas para elegir a quienes eligieron y darles coba durante un minuto publicitario. Estas cosas se hacen empleando la mayor economía de medios –estamos en tiempos de crisis, ¿no?-, enviando un correo electrónico a los elegidos (sin ternas previas para evitar vencedores y vencidos), remitiendo luego por Seur o MRW el ridículo trofeíllo y pagando a los medios la inserción de la noticia propagandística en sus telediarios, carruseles deportivos o páginas de deportes. Nos habríamos ahorrado toda la tinta corrida, todas las comeduras de coco televisuales, los tropecientos vuelos del personal allí reunido y hasta los smokings de algunos (a quienes vemos ridículos cuando su traje de faena habitual son los calzones cortos y el sudor corriéndoles por el careto), por no hablar de las sanas o insanas envidias entre gentes del mismo equipo o país por ver quién se llevaba el baloncípedo a casa para colocarlo en una vitrina haciendo juego y rima con las cortinas.

Además, nos habríamos evitado el absurdo de premiar individualmente a deportistas cuya razón de ser y trabajo se desarrolla dentro de un colectivo, de un equipo. Sólo la estúpida manía de pensar siempre en “buenos y malos”, en “mejores y peores”, en “jefes y sulbaternos” lleva a creer que, por ejemplo, Messi es el mejor jugador del mundo. Como si él jugase solo en el campo. Ya se ve lo estupendo que es el hispano-argentino cuando juega con su selección, donde suele rendir muy por debajo de cómo lo hace en el Barça. Pero, en fin, vivimos de ficciones permanentes, así que hacer recaer los méritos y los triunfos en un solo personaje viste mucho a los ignorantes y cantamañanas de siempre.

Sólo faltó en el festejo que la FIFA se concediera a sí misma otro Balón de Oro, pero el cinismo de sus miembros todavía no ha llegado a su máximo nivel. Quizás en las próximas ediciones… Por otro lado, que sólo 400 tipos participasen en las votaciones demuestra que el baloncete de oro y el resto de los premios sólo responden a lo que piensa una minoría seleccionada a mano por la Fifa. Pero qué más da. Lo importante se ha conseguido en este primer año de baloncete de oro fifosón: que millones de personas en el mundo estuviéramos haciendo el panoli ante el televisor contemplando cómo los fifosuelos se montaban un acto publicitario bastante cutre pero efectivo mediáticamente. Hasta el Puñetas cayó en la trampa y se zampó atónito aquella estupidez. Y es que no somos “nadie”…

2 comentarios:

Gervasio Molinillo 23/1/11, 19:40  

Tengo para mí que la única gala realmente digna de celebrarse es la entrega de los Nobel, y ellos porque premia a gente importante de verdad, porque la lleva una fundación (sin ánimo de lucro, como todas las fundaciones, aunque luego muchos se lucren a costa de sus puestas en escena) y porque, quizá, fue la primera (o la primera de las que quedan).

Los premios del Jólibuz o los Goyas (joder, si don Francisco levantara la cabeza se los cargaba a todos por mamones, trincones y por utilizar su nombre) son puro interés. Lo mismo que los premios que pagamos los contribuyentes para promoción de los negocios de una familia concreta y que se dan en el norte, unos Nobel de tercera categoría cada vez más fraudulentos… Concursos, certámenes, premios… Nótese que para todos estos premios no es preciso inscribirse en ningún lado. Los dan aunque el premiado ni lo quiera ni lo desee. Se presupone que ha de correrse por el dichoso premio.

Al premiador sólo le interesa destacar gracias a la fama del premiado. No habrá premios para gente anónima, ni premios que busquen fines humanitarios. Todo se basa en reconocer al más reconocido para que se hable de reconocedor. Esta es la mierda de sociedad que tenemos.

Juan Puñetas 30/1/11, 20:55  

Tiene usted toda la razón y mucha más va a tener en cuanto yo se lo he dicho.

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).