29 de abril de 2011

EL PUTO FÚTBOL

Todavía está por explicar científicamente el enorme exitazo del fútbol, el deporte “rey”. Aquí lo vamos a hacer tirando de las cuatro neuronas que aún nos quedan vivas (ojo, tras presenciar el no-fútbol y las tanganas de los tres últimos clásicos churriguerescos).

¿Por qué es tan abracadabrantemente popular el futbolín? Pues por lo mismo que lo es Belén Esteban, un suponer: porque sale en las telecacas y medios de comunicación enseñando sus vergüenzas. La chica es más simple que el mecanismo de un chupete, pero eso es un mérito para mostrar el careto a todas horas en los mass media del grito, el encefalograma plano y la mangancia intelectual. Igual le ocurre al deporte rey: simplicidad para lelos, grito pelado y comedura de coco audiovisual hasta la náusea. ¿Ustedes han visto que escritores, sabios, médicos, investigadores, etc, gentes que tienen muchas cosas que decir y la mar de variadas, salgan en las telemierdas tanto como la Esteban, Mourinho o Guardiola? Pues eso, blanco y en botella.  Deje usted de hablar de fútbol y de mostrarlo día y noche al alienado y desnortado público y tendrá menos fuelle que un boxeador tísico.

Pero además de la publicidad y la propaganda a todas horas, hace falta otro ingrediente fundamental. Como la Esteban, el fútbol vive gracias a su esencia característica y prefabricada: la polémica más mema. De todos los deportes es el más discutido y discutible porque así lo quieren sus rectores y practicantes. Donde hay polémica, como donde hay pelo, hay alegría. Con la polémica que suscita –ampliamente difundida por unos medios que sacan buena tajada del negocio futbolero- no puede competir ningún otro deporte. Un partido de peloteros no dura noventa minutos: dura la semana previa y la posterior, con millones de panolis discutiendo si aquello fue o no penalti, si la expulsión fue o no merecida mientras que no conocen –ni les preocupa- el nombre de quienes todos los días les están robando la cartera y el cerebro. ¿Y cómo se llega a esa polémica esencial y estructural? Con unas reglas de juego de la señorita Pepis y un reglamento del hombre de Cromagnon. Ya lo hemos escrito en el Arco en varias ocasiones y no volveremos a repetirnos como el ajo (que, por cierto, es lo que hace el futbolín).

¿Alguien se imagina un fútbol regulado por una especie de “ojo de halcón” al modo del tenis? ¡Se acabaría gran parte de la polémica y el personal dejaría de hablar y discutir días, semanas o años porque a ver quien polemiza sobre lo que es indiscutible o evidente!  Da igual que las nuevas tecnologías permitan que el espectador que está en el campo compruebe inmediatamente que lo que el árbitro ha pitado como fuera de juego no lo ha sido. Mandará la opinión del árbitro (que no es precisamente un robot dotado de ojo de precisión milimétrica), un tipo que en cuestión de microsegundos debe intentar ver y descifrar lo que le muestran 22 actores de teatro que trotan a su alrededor más pendientes de engañarle que de jugar al fútbol. Tipos que ya en los entrenamientos son aleccionados en la práctica  de revolcones, alaridos, descogorzamientos y otras expresividades corporales para así engañar mejor al trencilla en el día del partido. Claro, la  expulsión de un rival o provocar un penalti es garantía de tener la victoria casi en el bolsillo. (No hay ningún otro deporte en que haya dos jugadas tan determinantes). De ahí la preocupación de muchos jugadores en provocar este tipo de jugadas. Da igual que haya cámaras delante que luego puedan sacarles los colores de farsantes, mentirosos,  caraduras y sinvergüenzas por tanto teatro barato y chungo. Al final lo único que vale –aunque vaya en contra de la realidad más palmaria- es lo que pita el árbitro pues el fin (la victoria al precio que sea, incluido engañar al arbitrucho) justifica todos los medios.

En el último clásico majaderil entre merengues y culés, el caso de la expulsión del sargento Pepe, ese jugador del Madrid al que deberían suministrarle un ansiolítico en todos los partidos, ha sido muy elocuente. Hay tropecientas mil imágenes sobre la posible falta (o no) y nadie se aclara. Si desde múltiples perspectivas videográficas, vistas a cámara lenta, no hay unanimidad ni claridad en lo que se ve, ya me dirán qué credibilidad podemos dar a lo que “vio” el árbitro cuando la patada (o no) ocurrió en milésimas de segundo y, tras ella, se armó el cristo que se armó. ¿Para qué leches debería estar la tecnología moderna si no para ayudar a desentrañar -en el propio campo- estas vulgaridades millonarias?

Es un axioma: si no hay polémica no hay fútbol. Mira que hubiera sido sencillo que el árbitro alemán, ante los alaridos y revolcones del defensa del Barça (un experto teatrero desde hace años), se le hubiera acercado, le mirara la pierna y viera el cuerpo del delito: los restos sangrantes del presunto planchazo del sargento Pepe. Ni actitud tan simple se le ocurrió al pardillo ni –seguramente- estaría autorizado a realizarla. O que un médico revisara la pierna del teatrero para determinar si había razón o no para sus alaridos. Tampoco: sentido común y razón…¡para qué os quiero!   

En fin, el puto fútbol lo han hecho así  para mayor gloria del negociete económico e ideológico de quienes viven del mismo. Un sarao privadísimo pero que chupa enormes recursos públicos. Y que conste, por último, que hablamos del fútbol de élite y profesional, no de ese que juegan cuatro chavales en un parque arreándole patadas a una pelota de goma, aunque si se observa bien la escena verán ustedes muy pronto como la chavalería –a sus pocos años- ya ha sido pervertida y contaminada por el circo del fútbol de los grandes. Un asco, vaya. Por eso tiene tanto éxito el puto fútbol, el puto amo de nuestras vidas, vidillas y vidorras.

0 comentarios:

  © Blogger template 'Greenery' by Ourblogtemplates.com 2008

¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).