¡VIVA LA COPA!
¿Alguien se imagina la emoción de una carrera donde compitieran a un tiempo una bicicleta, un patinete, un autobús, un Seat Toledo y un Ferrari? ¿Quién pagaría por ver semejante engendro torticero, donde de antemano se sabe que –salvo accidente o fuerza mayor- el Ferrari se quedará primero, seguido del Seat, el autobús, el camión, la bicicleta y el patinete? Para que haya sana competición, y emoción, y lucha, y esas cosas tan típicas del deporte, debería existir cierta igualdad presupuestaria y de fuerzas entre todos los participantes. Pero eso no suele ocurrir.
Se podrían poner cortapisas y argucias para que en el puesto de salida se cumplan ciertos protocolos de igualdad. Pues tampoco. Así que ahí tenemos una Liga española de fútbol donde al mismo tiempo, y con idénticas reglas, juegan dos Ferraris (el Madrid y el Barcelona), un Seat Toledo (el Valencia), un autobús y un camión (el Deportivo y el At. Madrid) mientras los demás van en patinete o bicicleta. Salvo gran metedura de pata, ya se sabe quienes estarán en los primeros puestos al final de la carrera. Algún año la cosa falla pero es que hasta la mecánica más perfecta tiene sus averías. Emoción la justa.
Pero no importa que la competición esté tan adulterada en origen. Mucho personal disfruta como cien mil cosacos viendo como el gigante se merienda al enano, como los peces gordos se comen a los chicos y no dejan de ellos ni las raspas. Cierto que en ocasiones (algunas jornadas) hay sorpresas, pero en el cómputo final –que es lo que importa y cuenta a la hora de los trofeos y los campeonatos- siempre están en el podio los mismos. Menuda emoción. Menudo engaño. Menudo timo.
Por eso a la mayoría del personal le gusta ser del Real Madrid o del Barcelona, aunque vivan en la Conchinchina. Para tener siempre opciones de ganar. Para sentirse alguien. Para disfrutar aunque sea en club ajeno. Mientras, los pequeños malviven gracias a los mendrugos que caen en sus boquitas gracias al roce esporádico con los que cortan el bacalao. Mejor ser cabeza de ratón que cola de pescado, dicen. Como en la vida misma.
Acostumbrados a la adulteración de la competición por estas aplastantes desigualdades entre los participantes, nadie presta atención en España a ese torneo fantástico llamado Copa del Rey, donde las cosas se deciden en un solo partido o en dos. Donde la carrera es tan corta que a veces a la bicicleta le da tiempo de tomar un atajo en el circuito para sacar ventaja definitiva a los tíos del Ferrari –tan presuntuosos como siempre- que están borrachos de autoestima tomándose una cerveza en los boxes. Por la fuerza de la costumbre de años y años, en España apenas gusta la emoción nacida de la igualdad. Lo bueno y guay es la victoria basada en la superioridad aplastante de las fuerzas propias contra las insignificantes ajenas. Es por eso que en la Copa los equipos “grandes”, con el cangüelo de quedar eliminados en sólo 90 ó 180 minutos, caen como chinches. Cuando no es el Santa Coloma de Gramanet es el Valladolid quienes sacan los pies del plato. Equipuchos a los que les sale un buen día de corrida y empitonan al distraído y vanidoso torero galáctico o barretinero, mandándolo a freír espárragos en la cocina del más absoluto de los ridículos.
En estas ocasiones es cuando Juan Puñetas disfruta como un enano. Cuando los “grandes” muerden el polvo. No por la fortaleza de los clubes “pequeños” sino por sus propios errores, vanidades, prepotencias y fullerías. Anda y que les den, aunque sólo sea de higos a brevas.
Se podrían poner cortapisas y argucias para que en el puesto de salida se cumplan ciertos protocolos de igualdad. Pues tampoco. Así que ahí tenemos una Liga española de fútbol donde al mismo tiempo, y con idénticas reglas, juegan dos Ferraris (el Madrid y el Barcelona), un Seat Toledo (el Valencia), un autobús y un camión (el Deportivo y el At. Madrid) mientras los demás van en patinete o bicicleta. Salvo gran metedura de pata, ya se sabe quienes estarán en los primeros puestos al final de la carrera. Algún año la cosa falla pero es que hasta la mecánica más perfecta tiene sus averías. Emoción la justa.
Pero no importa que la competición esté tan adulterada en origen. Mucho personal disfruta como cien mil cosacos viendo como el gigante se merienda al enano, como los peces gordos se comen a los chicos y no dejan de ellos ni las raspas. Cierto que en ocasiones (algunas jornadas) hay sorpresas, pero en el cómputo final –que es lo que importa y cuenta a la hora de los trofeos y los campeonatos- siempre están en el podio los mismos. Menuda emoción. Menudo engaño. Menudo timo.
Por eso a la mayoría del personal le gusta ser del Real Madrid o del Barcelona, aunque vivan en la Conchinchina. Para tener siempre opciones de ganar. Para sentirse alguien. Para disfrutar aunque sea en club ajeno. Mientras, los pequeños malviven gracias a los mendrugos que caen en sus boquitas gracias al roce esporádico con los que cortan el bacalao. Mejor ser cabeza de ratón que cola de pescado, dicen. Como en la vida misma.
Acostumbrados a la adulteración de la competición por estas aplastantes desigualdades entre los participantes, nadie presta atención en España a ese torneo fantástico llamado Copa del Rey, donde las cosas se deciden en un solo partido o en dos. Donde la carrera es tan corta que a veces a la bicicleta le da tiempo de tomar un atajo en el circuito para sacar ventaja definitiva a los tíos del Ferrari –tan presuntuosos como siempre- que están borrachos de autoestima tomándose una cerveza en los boxes. Por la fuerza de la costumbre de años y años, en España apenas gusta la emoción nacida de la igualdad. Lo bueno y guay es la victoria basada en la superioridad aplastante de las fuerzas propias contra las insignificantes ajenas. Es por eso que en la Copa los equipos “grandes”, con el cangüelo de quedar eliminados en sólo 90 ó 180 minutos, caen como chinches. Cuando no es el Santa Coloma de Gramanet es el Valladolid quienes sacan los pies del plato. Equipuchos a los que les sale un buen día de corrida y empitonan al distraído y vanidoso torero galáctico o barretinero, mandándolo a freír espárragos en la cocina del más absoluto de los ridículos.
En estas ocasiones es cuando Juan Puñetas disfruta como un enano. Cuando los “grandes” muerden el polvo. No por la fortaleza de los clubes “pequeños” sino por sus propios errores, vanidades, prepotencias y fullerías. Anda y que les den, aunque sólo sea de higos a brevas.
6 comentarios:
No estoy muy de acuerdo con esa tesis para socializar artificialmente la competición. Es evidente que si no hay un mínimo de competitividad la cosa se vuelve insulsa y aburrida pero hay que pensar que el deporte de elite no es mas que un negocio, un mercado para vender entradas y partidos en televisión, o sease, si todos los equipos partieran de cero y el Numancia tuviera el mismo presupuesto que el Madrid y por lo tanto pudiera competir en igualdad de condiciones (de tu a tu) nunca le sacaría rendibilidad a la inversión. No vendería las entradas suficientes (por la capacidad del Estadio y por falta de aficionados) ni vendería camisetas y otros “merchandising” para generar ingresos atípicos que pudieran mantener su nivel de vida en la elite. Es decir, esto es como la ley de la selva y hay una selección natural de la especie. A veces puede resultar cruel y despiadado pero si miras la realidad de los últimos años te darás cuenta de que la cosa no es tan simple como la pintas. Hoy en día no existe equipo pequeño y cualquier patinete puede dar la sorpresa a cualquiera. No hay un campeón fijo antes de empezar la liga y hay una guerra abierta para alcanzar los puestos europeos y para salir de la zona de descenso (una segunda liga paralela). En otro plano astral, yo que soy seguidor de la NBA (liga de básquet americana) te diré que allí si que existe un limite en la cantidad de dinero que puede invertir cada equipo al año (el famoso “tope salarial”) que esta implantado siguiendo tu filosofía de no adulterar la competición. Se estima que si no hubiera esta regla restrictiva lo grandes mercados como Nueva York y los Angeles tendrían una ventaja desproporcional respecto a las ciudades medias tipo Cleveland, San Antonio, Phoenix etc.. Los equipos que sobrepasan el “tope” tienen que pagar una especie de multa a la liga llamada impuesto de lujo que les ponen el rostro mirando a Pamplona.
Tienes razón Rufus. El modelo NBA es el más cercano a lograr para que exista una mayor competitividad. Quizás la inevitable Liga Europea de fútbol quizás tienda a este modelo... Mientras tanto sólo se me ocurren medidas de discriminación positiva para favorecer la igualdad. ¿Qué tal si a Casillas lo atan a un poste? ¿O a Ronaldihno le hacen jugar a la pata coja? Bromas aparte, lo único que me gustaría es que los forofos de los equipos grandes asumieran que ganar en estas condiciones de desigualdad no tiene gran mérito. Aunque también es cierto que esto de verse obligado a ganar todos los años implica la mayor de las insatisfacciones. Estar condenados al éxito constante puede ser una bonita manera de estar también siempre con los dos pies en el fracaso. Gracias por tu acertado comentario.
Saludos, Juan Puñetas,
me temo que el mejor ejemplo de liga no sea la de la NBA; ya hace años que la NFL es la liga más poderosa de... el mundo, claro.
Mira en este enlace: la NFL a ver si te convences; estoy seguro de que esto es lo que querrás para esa superliga europea.
Pero no serán capaces...; esto es la vieja Europa.
En fin, a mí me da igual que el fútbol triunfe más o desaparezca; es su problema.
Por cierto, muy bueno el enfoque que has dado al tema en tu web; te tengo enlazado desde la mía.
He leído el enlace y tienes más razón que tres santos juntos: lo de la NFL todavía es mejor. Pero en la vieja Europa, donde nos creemos más listos que nadie (aunque no se nota), esta igualdad les debe parecer otra bobería más de esos locos americanos. Que serán bobos y locos pero que de tontos no tienen un pelo. Gracias por leer estas cosillas puñeteras.
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