27 de junio de 2005

EL ÁRBITRO, ESA OVEJA NEGRA DE UN REBAÑO DE ORO

Haciendo limpieza de papeles, pues se acerca el final de temporada para esta bitácora (hasta que en septiembre comience el nuevo curso), me he encontrado con un artículo de Angel Antonio Herrera, un tipo que escribe muy bien y habla muy mal. Con decir que sale o salía en ese bodrio de “Tómbola”, un programa cutre sobre el mundo de los famosuelos de este país, ya está dicho todo. Pero el mister cuando coge la pluma, el boli o la tecla lo hace francamente muy bien, y encima arreando estopa, que eso a la plebe nos gusta mucho.

Así que, como hoy ando escaso de neuronas porque las tengo medio derretidas de tanta calorina y bochorno sanjuanero, dejemos que el bueno/malo del Angel Antonio nos ilustre sobre ese personaje tan singular y raro como es el árbitro. O sea, sobre ese ser al que yo llamo cariñosamente “el payaso de las bofetadas”. El que las recibe, claro.

“Creo habérselo oído entristecidamente a un árbitro de raza negra, vocacional de Tercera, con el que la grada se ensaña cada domingo, bajo griterío racista: “Y, encima, no tenemos afición”. En efecto, el árbitro, negro o blanco, de Primera o de Tercera, es el único en el césped que no tiene afición. El árbitro, en rigor, es un huérfano entre los 22 que juegan, porque la grada no es su familia y porque ni siquiera su familia suele estar en la grada, como sí ocurre con las mujeres o amantes de los futbolistas. (…)

Al árbitro, con suerte, le cita la grada adornándole de maricuela o cabrón, que son las maneras que la afición tiene de acordarse de la familia de estos señores. (…) Van al fútbol a que se les insulte, como van los famosos de garrafón a las telerrosas. Sólo que los árbitros no son tan famosos y encima cobran menos que los famosos propiamente dichos. Hubo un tiempo, antaño, en que los árbitros vestían siempre de negro y esto, leído metafóricamente, no era si no el modo de guardar en público luto por ellos mismos, porque de algún modo son un muerto pendiente para la grada palabrona, que dispara contra el árbitro adjetivos homicidas como no dispara contra su jefe o contra su suegra.

Es verdad que la grada no perdona, pero sobre todo no perdona al árbitro. Se ha hablado mucho de la soledad del portero ante el penalti, pero no se ha hablado tanto de la soledad del árbitro, que es un mozo trotador y entregado que no toca bola y que, si acaso, tiene por colegas de equipo a dos linieres con los que no siempre está de acuerdo. El árbitro cumple kilómetros, pero nadie le dedica una ovación. Si alguien le hace caso es para pegarle el broncazo. (…) Al árbitro no se le aplaude ni cuando acierta, con un par, porque quien acierta es siempre el equipo, que en esta temporada va que lo remonta todo. Lo de los árbitros es oficiar justicia, pero al árbitro no le hacemos justicia nunca. Ahora ya no visten de negro, o no siempre, pero da igual, porque el luto va por dentro. (…)

Son los árbitros, en fin, el pariente pobre de este mercado millonario y la oveja negra de un rebaño de oro donde no se tiene la costumbre de hablar del árbitro, empezando o acabando por los entrenadores. No tienen los pobres más premio que el silencio. Eso, y una afición que suele acordarse de la madre que los parió. Una madre, por cierto, que más de una tarde habrá deseado que el chico hubiera salido notario o algo de provecho. Futbolista”.

Chicos buenos estos árbitros. Oye, ni una queja, ni una huelga, ni una denuncia en el juzgado a tanto forofo agresivo, ni un desplante torero ante esos niñatos millonarios que se dedican todo el partido a buscarle las cosquillas. Sólo recuerdo un árbitro de por ahí, las Américas, que harto de tanta historia y persecución, decidió por una vez ser él quien llevara la voz agresora en el partido. Supongo que si ya no está criando malvas, andará redimiendo pena en una cárcel de alta seguridad. Y es que hay tradiciones que jamás deben romperse. Aunque uno, tan heterodoxo para algunas cosas, desearía más de una vez que el trencilla de turno le arrease un buen soplamocos a ese tonto del haba que sólo sabe protestar y fingir delante de sus narices buscando que pite un decisivo penalti, aunque sea injusto y en el último minuto. Pero siempre me quedo con las ganas. Será que a estos huérfanos del pito les va demasiado la marcha.

1 comentarios:

la aguja 2/7/05, 0:31  

Lo que yo creo es que la institución arbitral está desprestigiada. Y no porque tenga que ser así o porque alguien así lo haya querido. No, no; yo creo que es por dejadez. Sí, sí; nadie, ni siquiera ellos mismos, se han ocupado de reivindicar la figura arbitral. Lamentablemente, en otros países no es así. Lamentablemente para nosotros. Y veo también que en otros deportes de menos masas los árbitros sí son respetados. Sin embargo los del fútbol..., ya lo habéis dicho entre tú y el comentarista al que citas.

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