27 de enero de 2006

EL FÚTBOL ES UN CUENTO


Un amable lector comentaba en el post anterior que le tengo manía al fútbol y que los medios tienen bastante culpa de la mala imagen que suele tener este deporte, cuya popularidad es muy anterior a la llegada de la televisión. Al quite salió el amigo Luis, de Aguja de Bitácora, señalando que la influencia televisiva es fundamental en la popularidad del fútbol y de cualquier deporte. Sensu contrario, los deportes que no aparecen en la telecaca “no existen”. De nuevo intervino el primer lector para señalar que la gente no es tonta y que no se deja manipular tanto por la televisión, a lo que respondió Luis que sí, que somos tontos y que nos dejamos manipular por la tele y por otros medios. “No creo que se pueda generalizar tanto”, contesta el primer lector. Me encanta la discusión siempre que se produzca cordialmente y sin recurrir a la descalificación personal o al insulto. (Véase comentario de “Antihéroe” a mi post sobre "El tito Clemente"). He escrito alguna vez que paseo entre el filo de la navaja en esta bitácora pues el punto de vista satírico que tiene lleva aparejado un pelín o un muchín de exageración, crítica, ideas a contracorriente, un poco de cachondeo, pullas y demás parafernalia típica de la sátira. Para poder hacerla (y no sé cuanto durará) tiene a uno que gustarle mucho el deporte –incluido el fútbol, por supuesto-, saber lo suficiente pero no demasiado, no tener ninguna afiliación de intereses, emociones o partidismos deportivos y poner sobre la mesa todas las fobias del mundo y que sea lo que Dios, Alá o San Cucufato quieran. Es por eso que en la columna de la derecha recomiendo “abstenerse hinchas acérrimos y descerebrados así como los que tengan nulo sentido del humor y de la crítica”. Afortunadamente en algo más de un año de paridas deportivas, excepto el susodicho Antihéroe, todos los amables lectores y comentaristas han cumplido fielmente la máxima de Juan Puñetas (ojo, un personaje de ficción) de que “el deporte es tan importante como la política, pero cabrea menos”. Espero que los tiros sigan por ahí. Dicho lo cual, como el futbolín es el rey de la pista, se comprenderá que mis mordacidades (no siempre atinadas) se ceben en él como las moscas en la miel. No tiene la culpa el fútbol en sí porque darle patadas a un balón para meterlo entre los tres palos de una portería es simplemente un inocente divertimento y una vulgar pérdida de tiempo. El problema surge cuando este anodino pasarratos lo hacemos el centro de nuestra existencia, de nuestra historia y de nuestras emociones. Hoy, gracias a los medios y a los cuarto y mitad, tenemos fútbol en la sopa, el segundo plato, el postre, la merienda y hasta en el cielo de la boca. Un abuso intolerable. Que se lo digan a los que de verdad no les gusta el fútbol, que haberlos haylos, y que a veces pasan por idiotas en sus puestos de trabajo pues no saben quien es Ronaldo o cómo acabó el partido del siglo de la última semana. Es por este archidemostrado abuso abusón que el Puñetas puede escribir -y se queda tan pancho- que “es una vergüenza que un telediario dedique más tiempo informativo a las nimiedades futboleras que a otras noticias del mundo y del país”, o que “es una patología social que una ciudad se movilice más ante un revés o éxito deportivo que ante la defensa o aplauso de temas mucho más vitales para la ciudadanía” o que “estamos convirtiendo a los futbolistas en seres casi mitológicos cuando no dejan de ser –salvando las excepciones- unos simples destripa-palabras, como comprueba cualquiera que les oiga balbucear durante diez segundos”. ¿Y por qué ocurren todos estos excesos, que son los que al final acabarán matando al fútbol? Pues porque al deporte más popular en el mundo se le utiliza como anestesiante amortiguador ante otros grandes y graves problemas como los que tenemos aquí y en las Chimbambas. La anestesia también tiene su lado positivo (nos evita el dolor y nos hace dormir a pierna suelta), pero lo uno no quita lo otro. Como el Puñetas ya peina canas y está de vuelta de muchas cosas, y como no se chupa el dedo ni cree en los reyes magos ni en los otros, ni pierde el trasero por ningún dogma, ni se emociona con un golazo ni un canastón, ni discute por cosas que no merece la pena discutir, manifiesto sin pudor alguno que estamos sacando de quicio todo lo que se mueve en torno al futbolín. Que a menudo hay más espectáculo en un partido de infantiles o juveniles que en uno de profesionales de a millón el gol. Que es una barbaridad pagar todas esas millonadas que se apoquinan a los jugadores y cobrar un montón de euros a los aficionados por ver un partido de 90 minutos que dura 40 con la pelota en juego. Que es una inmoralidad que dineros públicos manejados por las teleles o los Ayuntamientos vayan a engordar la nómina de los equipos profesionales mientras se mueren de asco miles y miles de chavales con ansias de gol y de diversión. Que de cada cien partidos, noventa son una soberana castaña. Que –sobre todo en España, como muy bien ha denunciado Gravesen- los jugadores están más tiempo tirándose al césped para engañar al árbitro que disparando a puerta o pasando la bola al compi. En fin, hay más trompetadas que me dejo entre las teclas pues no es mi intención cabrear a quienes opinan lo contrario. Sí, este abuso del fútbol tiene detrás una manipulación evidente, independientemente de que al personal le guste este presunto bello deporte. ¡Ya hasta los presidentes de Gobierno tienen el mal gusto de declararse públicamente hinchas de un determinado equipo! Pero, bueno, tampoco saquemos las cosas de quicio culpando al fútbol de todos los males del mundo (incluida la muerte de Manolete y el derribo de las Torres Gemelas). El humanoide es un bichejo bastante manipulable, como viene demostrando desde la noche de los tiempos, dado que se cree casi todo lo que le cuentan y que necesita creer en algo para hacerse a la idea de que es feliz y de que tiene sentido su aburrida vida (trabajar, comer, dormir y de higos a brevas, follar). De eso se aprovechan algunos. De eso y de que todavía la mayoría de los terrícolas no hemos desarrollado ni un diez por ciento de nuestro cerebrín. “La cuna del hombre la mecen con cuentos, los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, el llanto del hombre lo taponan con cuentos y el miedo del hombre ha inventado todos los cuentos”. Palabras de uno que no tenía un pelo de tonto, un tal León Felipe. Acabo, que hoy me estoy implicando pseudofilosóficamente más de lo deseable. El fútbol es un cuento más. Y así lo vamos a seguir contando mientras tengamos ganas y alguna neurona chiripitifláutica. Con humor, con mala leche y con la ternura que se merece, aunque cualquiera sabe si un buen día nos caemos del caballo satírico y del porrazo que nos damos nos convertimos a la nueva y multitudinaria religión, donde los beatos futboleros abundan en exceso y por millones. Gracias sean dadas a San Prepucio y San Cucufato por mantenernos en la recta senda del desatino.

1 comentarios:

la aguja 29/1/06, 22:21  

Pues no tengo nada más que añadir... salvo (y es que no callo ni debajo del agua) que la pleitesía que rinden los poderes públicos al fútbol hace que el grande sea cada día más grande y el pequeño sea cada día tan pequeño que acabará desapareciendo (aunque lo consigue evitar la ilusión de unos pocos), siendo del agrado del grande para ser más grande si cabe. Los poderes públicos actúan así aunque ello vaya en contra de los principios democráticos que supuestamente dirigen a una nación moderna como esta España.

Por eso somos muchos los que aborrecemos del fútbol aunque nos guste ver un buen partido (que como bien dices no es que abunden precisamente). Alguien debería empezar a pensar que somos más los que pasamos del fútbol que los que gustan de él. El problema es que el ministro es también futbolero... y piensa que todo el mundo lo es.

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).