17 de febrero de 2006

LA VIDA EN UN SILLÍN

Está disputándose la Vuelta Ciclista a Andalucía, una de las primeras pruebas de alto nivel que se celebran en España, al inicio de la temporada. Cuando todavía hace un frío que “pela” (excepto en mi Costa del Sol) y la lluvia amenaza por cualquier esquina (excepto ídem), los ciclistas están ya pegados a la bicicleta, dale que te pego a lo pedales y a los controles antidoping, que parece que son los únicos que meriendan porquería para rendir más y mejor. Adivina tú cuántos miles de kilómetros se meterán entre pecho y piernas, jugándose el pellejo y la dentadura para llegar a fin de mes con las alforjas medio vacías. Siempre se ha dicho que el ciclismo es el deporte más duro de todos los que se celebran. Hoy quiero recuperar varios párrafos de un artículo de prensa escrito por Camilo José Cela (nuestro último premio Nóbel) cuando empezaba a entrar triunfalmente por la senda de la literatura, o sea, cuando era un jovencito que se dedicaba a epatar al personal. (Burla burlando, fue haciéndose famoso y escribiendo –de vez en cuando- un buen libro). Razonaba don Camilo tiempos ha: “Quizás la fórmula más cruel del ciclismo –el más cruel de los deportes- sea la de la lucha contra reloj, la pelea del hombre en soledad, del hombre con su propio esfuerzo. Sobrecoge el ánimo el ver a un hombre pedaleando en solitario furiosa y desesperadamente, sin el consuelo de oír el jadear del enemigo, calentando el alma en su propio calor. El ciclista que galopa a solas siempre parece un poco ese demente al que alguien engañó diciéndole que al final de la carretera le aguarda el paraíso, un paraíso que abrirá sus puertas al que tarde menos tiempo en llegar, que es mucho más difícil que llegar el primero. El ciclista que corre las carreras de la salida en bloque- todos con un pie en un suelo y esperando escuchar el pistoletazo de la partida- puede siempre permitirse unos kilómetros de siesta, unos kilómetros en que la paz cae sobre el pelotón como un acuerdo que el sudor firmó en todas las frentes, como un acuerdo que –aún sin firmarlo nadie- todos respetan para poder subsistir. Pero el ciclista que pelea contra el reloj no puede conocer el descanso, porque el descanso, como el olvido o como la paz, es siempre un pacto y el ciclista en solitario no tiene con quien pactar. Pedalear “todo lo que se pueda” es mucho más difícil, mucho más penoso, que pedalear más deprisa que nadie. Se aguanta mejor el límite del esfuerzo cuando ese esfuerzo es concreto –ir en cabeza de un pelotón- que cuando es abstracto e inaprensible –ir en cabeza de las sombras-.” Viendo pasar al pelotón ciclista echando leches (dos horas esperando a los esforzados de la ruta para ver desaparecer su estela en unos cuantos segundos), uno piensa si corren tanto (mejor, vuelan) porque anda el mismísimo demonio persiguiéndoles para echarles el guante y meterles un puro con lo del doping. O si es que los ciclistas saben mejor que nadie que la vida empuja y nos hace correr inevitablemente siempre hacia adelante y hacia ninguna parte. Filosofaba don Camilo en el artículo citado: “Vivimos -queramos o no queramos- contra el reloj, como el ciclista de la carrera cruel. Pedaleamos para llegar -¿a dónde?- antes -¿qué quién?- y a solas. Y a veces, cuando el tiempo nos permite pensar, nos preguntamos: ¿A qué fin nos conduce esta carrera desbocada, sin reglas y, lo que es peor, sin piedad?”. Estas evocaciones celianas me vinieron a la mente cuando el otro día veía pasar en un pis-pas al pelotón ciclista de la Vuelta a Andalucía. Parecía un grupo de almas en pena llevadas en volandas por un enemigo infernal en dirección a un destino inalcanzable e inasequible. ¡Qué prisas! ¡Qué velocidad! Y eso que está empezando la temporada. ¿Qué no será cuando estos hombres estén en plena forma? Acababa Cela su artículo señalando: “No. No corramos como los ciclistas, contra reloj. Corramos las carreras en línea. Aún nos quedan contendientes caballerosos que, a última hora, son capaces de echarnos una mano. Como en la Olimpiada griega”. En la agonía solitaria de la contrarreloj, o en la fuga infernal de la carrera en línea escondido en el pelotón, el amigo ciclista parece que esté escapando continuamente de un enemigo invisible, obligado a ir siempre hacia un lugar de donde volverá a huir en cuanto se le evapore el sudor. Encima, cuando llega a la “meta” (en la que no estará ni cinco minutos), unos draculines esperarán con la aguja entre los dientes para morderle la yugular en busca de esteroides y otras químicas. Unas pocas horas más tarde, tras echar un reparador sueño, vuelta a coger el manillar, enganchar los pies en los pedales y a seguir huyendo. Claro que, para metáfora deportiva y vital, la de los chicos de la Fórmula I: éstos –encima- se tiran toda la carrera dando vueltas a la misma noria, regresando una y otra vez al mismo puerto de salida y llegada, en un sin sentido que deja enana toda posición nihilista. ¿Quién dijo que la práctica deportiva no tiene nada que ver con el sentido más profundo de la vida?

1 comentarios:

la aguja 21/2/06, 0:03  

Al menos yo, y para mí, tengo claro lo que está pasando con los ciclistas. Ahora, que ellos sean capaces de verlo así ya es harina de otro costal.

En mi opinión, y al igual que ocurre en el colectivo futbolero-arbitral, están acostumbrados a ser dóciles. Ese amansamiento secular les imposibilita para alzarse y protestar. Quizá pensando que la sola protesta acabe yendo en contra de sus intereses, en contra de su única razón de ser.

Y quizá tengan razón y sea así...

Pero llegados a este punto, yo suscribo lo que decía aquél sobre vivir de rodillas o morir de pie.

Si para que las cosas sean debo seguir padeciendo, quizá es que no merezca la pena que las cosas sigan siendo.

Creo haberme explicado muy claramente...

  © Blogger template 'Greenery' by Ourblogtemplates.com 2008

¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).