17 de marzo de 2006

DE JUZGADO DE GUARDIA



El único deporte, que yo sepa, en el que pegarle un mamporro al rival está bien visto es el boxeo. Y pese a ello, hay unas normas muy estrictas que intentan proteger la integridad física de los contendientes. En el baloncesto mira que hay contacto físico (en mis tiempos, no, entonces daba gloria jugar a la canasta: bastaba un roce y falta personal) realizado entre tíos de más de cien kilos de peso, pero apenas suele haber graves lesiones. En el ciclismo, donde vas a cincuenta por hora montado encima de una máquina que se sustenta sobre un par de centímetros de goma, suelen menudear poco las caídas y graves lesiones, pese a esas acojonantes llegadas al sprint donde no cabe una pluma entre ciclista y ciclista. En fin, no sé en qué deporte habrá más lesiones. Supongo que en uno de contacto, donde pueda haber agresiones o conato de ellas entre los participantes. El rugby sería un candidato perfecto al primer puesto, pero como la deportividad suele acompañar a los jugadores (pese a esos tremendos agarrones y revolcones por el campo), no podemos seguir por aquí. ¿Quizás el balonmano, donde tíos corpulentos y fortachones chocan entre sí a velocidades endiabladas? Pues parece que tampoco las enfermerías de los equipos están excesivamente llenas. Así que, el Puñetas empieza a malpensarse que el futbolín lleva todas las papeletas para auparse al primer puesto. Y los hechos, desgraciadamente, parecen dar la razón.


Uno alucina con la cantidad de patadas gratuitas que se arrean los jugadores de fútbol entre sí. Hablo sólo de patadas, que los codazos, agarrones y tal tampoco son moco de pavo. Patadas que van a destrozar al rival. Patadas que pueden romper una pierna a la menor oportunidad. Menos mal que el azar también juega, como lo hace en la carretera, donde sólo un porcentaje pequeño de las imprudencias automovilísticas se convierte en accidente, pese a lo cual hay más de tres mil muertos. No diré que hay voluntad concienzuda de agredir al jugador oponente (que la hay en ocasiones), pero sí que abundan las patadas innecesarias, los golpes violentos y las entradas de juzgado de guardia. Más todo, o casi todo, se consiente si “el jugador le ha dado al balón” (aunque se lleve por delante la tibia y el peroné del rival), si “el jugador ha llegado tarde al choque”, si “no ha habido intención de agredir” (vayamos a lo objetivo, señores) o si “el rival está haciendo teatro” (que también).


En el césped todo se consiente: las masas vociferantes contra el árbitro, al que vituperan e insultan de manera socialmente aceptada, contra los jugadores, entrenadores y hasta masajistas rivales, que sólo están para recoger los despojos en que a veces se convierten algunos jugadores por las “feas” entradas de sus contrarios. Y todo tipo de entradas lesivas de las que una mínima parte son castigadas con una vulgar tarjeta amarilla o roja, que lo único que hará es que el jugador agresor descanse de partidos durante varias semanas mientras sigue cobrando la nómina tan ricamente. Así que lesiones con medio año de curación cada vez son más frecuentes (auspiciadas también por un exceso de partidos) y dentro del simil puñetero de “pan y circo”, en el fútbol vamos camino cada vez más del “jugador gladiador” que del “jugador artista” (gracias, Ronaldinho) o del “jugador vivales” (gracias, Hugo Sánchez, qué lejos quedas). En el fútbol las faltas –como en todos los demás deportes- deberían ser la excepción (es penalizar a los buenos jugadores frente a los mediocres) y deberían ser castigadas con algo más que un vulgar pitido arbitral. Y el que no sepa jugar al fútbol que se vaya a otra honrosa profesión. Pavoni, jugador del Cádiz, ha sido el último que ha caído en la batalla. De cuatro a seis semanas de baja por una salvaje entrada de un jugador rival. Quizás algún día a alguien se le inflen las narices y decida salir del rectángulo de juego y resolver la cuestión a golpe de tribunal. Mira por donde, no sería mala idea. En el futbolín y en otros deportes. Al menos en el fútbol sala la cosa ya ha empezado…


“Condenan a un año y seis meses de prisión a un futbolista en Jaén por agredir a un rival en un partido de fútbol sala. El jugador sancionado golpeó a un rival en el centro del campo cuando éste se encontraba sin balón. Consecuencia de la agresión la víctima sufrió la fractura de los huesos de la nariz, sufriendo desde entonces dificultades respiratorias. La víctima tardó 50 días en curar y estuvo 21 días impedida para desempeñar sus ocupaciones habituales. El agresor también deberá pagar 3903 euros a la víctima”. (Leído recientemente en el diario JAEN).

1 comentarios:

la aguja 21/3/06, 23:46  

Pues me parece bien; a ver si se va tomando conciencia de que en la cancha no todo vale.

Ésta era precisamente la manera de pensar de un tío tan simple como puede serlo Maradona. Jugar, jugaría bien. Pero de saber estar no tiene ni repajolera idea.

Dijo en cierta ocasión algo así como que lo que acontece en la cancha se queda en la cancha. Entonces, los campos de deporte se convertirán en una selva.

A ver cuándo le tocan el bolsillo a un tal Javi Navarro, que lleva tiempo sin armarla (ni siquiera sé si está jugando). Y a otros que escupen a los rivales. Que no vale sólo con ir de víctima y poner carita de bobo.

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