FURBO: AÑO NUEVO Y VUELTA A EMPEZAR
En el sidebar de la derecha del Arco, dentro de las 9 pildorillas sobre “De qué va esto”, señalamos en la tercera: “Nadie espere mala educación, gruesas palabras ni desvergüenza. Eso lo dejamos para el campo de fútbol”. La ironía tiene como referencia a esos miles y miles de aficionadillos al fútbol que lo usan para el desahogo personal ciscándose en los árbitros, los jugadores rivales e incluso –cuando vienen mal dadas- en su propio equipucho. Ni siquiera en estos días navideños de “paz, amor y langostinos”, el personal ha podido evitar lo que es costumbre inveterada y de todo el año: el despotrique y la “cagancia” en el prójimo.
-¡Me cago en tós tus difuntos vivos! –gritaron como posesos algunos cabestros del fondo norte, dirigiendo sus iras al delantero centro rival que acababa de marcar un golillo de poca monta pero que les fastidiaba cantidubi el inicio del nuevo año.
-¡Cristiano, muérete ya, o al menos conviértete al budismo! –chillaban como energúmenos varios cientos de desgraciaos cuando el futbolista con la autoestima más alta del planeta cogía la pelota para intentar hacer de las suyas, o sea, un par de bicicletas y pare usted de contar.
Estoy convencido de que si los asientos de los campos de fútbol no fuesen tan incómodos e inhóspitos como lo son todos, mucho personal “gritante” pasaría a ser “callante”. Si hubiera unas buenas butacas, bien mullidas y con musiquilla relajante incorporada, estoy seguro de que muchos futboleros dejarían de ser insultadores profesionales los días de partido. Pero hay lo que hay, así que ese mal asiento y otras penalidades añadidas (el alto coste de la entrada, los goles contrarios, la lluvia, la gorda cabeza del que está delante, etc) se ven compensadas con la abundante adrenalina que echa fuera el personal durante algo más de 90 minutos, de manera que cuando acaba el invento se queda más suave que la seda, bien descansado y casi mejor que si hubiera echado un polvo en una noche loca. Este comportamiento sociológico ha sido analizado por gente mucho más sesuda que el “muá”:
-Sí, el mal comportamiento está generalizado a nivel planetario –afirma don Coscorrón García, doctor honoris causa en actividad animal por la Universidad de Choteras del Condado-. Sea en las Batuecas, en Jauja, en las Chimbambas o en Barrio Sésamo, miles de aficionados al fútbol solo ven en éste la oportunidad terapéutica de soltar espumarajos por la boca, olvidándose así durante esos momentos de gloria colectiva de lo dura que es la vida propia y ajena. El día que se vaya al campo de fútbol con el mismo ánimo con el que uno va a ver una película de Míster Bean o de cualquier cómico famoso, se habrá acabado el embrujo de ese deporte en cuanto espectáculo vivible en un estadio. Y entonces será peor, amigo, porque ese personal ya no estará tan controlado como lo está en las gradas de un estadio por lo que sus fechorías serán más dañinas al ejercerlas a campo abierto. Y es que una de las características del antiguamente llamado “homo sapiens” (transmutado en “homo gilipollensis”) es meterse siempre con alguien más pequeñito, viejales, debilucho o que, aún siendo fuerte, no puede responder. Es así como el pobre “homo” suele divertirse a menudo.
Reconozco que el discurso de don Coscorrón es duro de asimilar, pero como el Puñetas ya tiene el cerebrín bastante pocho, será cosa de aceptar como irremediable el mal menor. La Liga se ha reanudado en plenas celebraciones navideñas pero en el Osasuna-Real Madrid ya tuvimos un claro ejemplo de cómo los mantecados sientan bastante mal a los descerebrados de siempre. Un ejemplillo navideño que, estoy seguro, seguirá repitiéndose todo el año y en casi todas las geografías hasta que lleguen nuevamente las fechas familiares de Navidad, paz y marisco. Y, luego, vuelta a empezar y vuelta a empezar…
Moraleja puñetera: Si en los estadios se pusiera un cartel diciendo “PROHIBIDO INSULTAR Y ESCUPIR”, ¿cuánta gente habría en las gradas y… en el césped?
2 comentarios:
¿Y si no puedo insultar para qué voy a ir al fútbol? En cualquier otro lado me multarían.
Pues tiene usted razón... ¡Que declaren de una vez al fútbol "especie protegida" de "utilidad pública"! De hecho hay gente que sostiene que el fútbol cumplió una buena función: canalizar la violencia cotidiana de cada cual, atemperándola en un estadio. Lo que no llegaron a pensar es que en muchos casos sería un fracaso, como cuando aparece la misma violencia en las gradas o en las tribus que giran alrededor de un club de fama.
Claro que hay otra manera de insultar que le recomiendo, don Cítrido, y que encima sale gratis. Se la recomiendo a todo el mundo por ser muy saludable. Se va usted, y yo, y cualquiera, al cuarto de baño. Se mira en el espejo y empieza a insultarse a sí mismo, mirándose muy fijamente a los ojos. Le aseguro que tras un minuto de insultos la adrenalina soltada superará en cantidad y calidad la evacuada en el Santiago Bernabéu, Nou Camp o cualquier campo glorioso de esos mundos. ¡Y sin soltar ni una perra gorda!
Tambien recomiendo el mismo ejercicio pero a dos, por parejas, como en el tenis. Busque a alguien querido, su mujer o esposo, un amigo o amiga, etc; entren en el cuarto de baño y empiecen a insultarse mirándose sólo al espejo. Mano de santo.
Y si es capaz de meter en su cuarto de baño a toda la peña para realizar mi propuesta, ya será el despiporre. ¡Parecerá que ha estado en el mismísimo Bernabéu, Nou Camp y ecétera!
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