14 de marzo de 2010

PARADOJAS DEL DEPORTE

Pepiño Puñetas, zapatero jubilado y tío mío por parte de padre, vino el otro día a casa y me trajo un regalillo:

-Toma, sobrino mío, dos hojas que he encontrao al hacer limpieza de papeles de cuando yo leía algo. Ahora sólo veo la maldita televisión. Lo mismo te vienen bien para esa chorrada de cosa que tienes en la interné dichosa…
-Pues no sabes cuánto te lo agradezco… Debe ser una cosa del Pleistoceno o algo así…
-Mu gracioso el sobrino cincuentón… Pues que sepas que los papeles son de un librillo de ensayo sobre el deporte cuyo nombre no recuerdo. Tampoco su autor ni la editorial. Tras leerlo lo tiré al contenedor, como tantos libros rollo que he leío en mi vía, pero debí arrancá esas dos páginas. Las traigo por si te sirven…

Mis ojillos miopes echaron una rápida visual a aquellas dos hojuelas y lo que leyeron me dejó maravillado. Que hace alrededor de 30 años alguien escribiera cosas tan certeras (y tan modernas y actuales), con tanta precisión y ahorro de palabras,  me maravilla cantidubi.  Di un casto beso a la frente de mi tío y me dispuse a digitalizar aquella hermosura. ¡Cómo me gustaría saber quien escribió tan magnífico texto!
El deporte  es una realidad social inmensa, desarrollada en una enorme complejidad. Por eso aparecen en su seno, cada vez más, los contrastes. Tanto que cualquier aficionado se pregunta más o menos: ¿El deporte ayuda al entendimiento internacional o lo desintegra? ¿Beneficia las capacidades corporales o las consume? ¿Es vuelta a una vida más natural o es una carrera hacia la súper tecnificación? ¿Educa hacia la comprensión o excita la rivalidad? ¿Relaja o produce tensión? ¿Equilibra o neurotiza? ¿Educa o deseduca? Estas y otras muchas perplejidades produce, en muchas gentes, la realidad deportiva de nuestro tiempo.

De manera análoga a lo que sucede en el fútbol hay también otros deportes que, según su popularidad  en unos u otros países, arrastran un alboroto de millones: tal es el ciclismo, boxeo, baloncesto, esquí, etc. Como consecuencia de ello alrededor de estas actividades se apiñan los intereses. El dinero, junto con la política, es el gran centro de poder; por eso, hay ambiciones, forcejeos, intrigas. Todo ello en el terreno de juego se traduce en “ganar como sea”, “comprar al adversario”, “primas a terceros”, “doparse”, presionar a organismos federativos, comprar árbitros, etc. (…) Interesa arrancar victorias, contabilizarlas, con la exclusiva preocupación de exhibir una buena gestión pública, la eficacia de un ministro, de un gobierno o la excelencia de un sistema político. Estas injerencias políticas, que llegan desde los más altos niveles, son acciones muy peligrosas de cara a la desnaturalización del deporte.

Con todo ello no se favorece el entendimiento humano por medio del deporte., las relaciones amistosas entre los pueblos. Tales presiones deportivas no distienden sino que excitan; no crean amigos, sino más bien enemigos. He aquí un primer contraste entre las utopías del deporte y sus realidades. Pero todo esto se refiere al deporte-espectáculo, a la alta competición oficial. Queda el otro deporte, de práctica espontánea, de expresión y divertimento personal, de higiene corporal o espiritual. Sin embargo, es aquí donde se advierte alarmante descomposición.

La imagen del deporte-espectáculo con sus tensiones y compra de victorias ha producido contagio en otros niveles de la práctica deportiva. Hoy, en cualquier competición colegial o vecinal, se ven niños y niñas no ya animados a dar el máximo esfuerzo por ganar, sino nerviosos, consumidos, psíquicamente empobrecidos por el miedo a perder. O, lo que es peor, se ve a sus padres maquinando al borde de la cancha o la piscina, excitados y embrutecidos por la exhibición de sus hijos, propensos a cualquier trampa.

He aquí el cuadro: los hijos víctimas de la angustia de ganar que les transmiten sus padres; en el colegio, en la escuela, en el club, dirigentes y “educadores” prestos a hacer trampas, incluso a falsificar documentos acerca de la edad de un muchacho, para que el equipo que ellos dirigen gane.

A los más sencillos niveles de práctica deportiva ha llegado el mal estilo del alto deporte corrompido; y esto es peor que las corrupciones en el deporte-espectáculo.

Quizás la cosa venga de lejos. El origen no está simplemente en el gran deporte manipulado, sino en las actitudes generales del hombre de nuestro tiempo. El viejo refrán “en la mesa y en el juego se conoce al caballero” se puede trasladar a la sociedad. En los juegos propios de su tiempo se manifiesta, se desnuda una sociedad determinada, Cuando ni siquiera en el juego, en la diversión, una persona o un gremio social son capaces de ser limpios, eso significa que han dejado definitivamente de ser limpios.

2 comentarios:

la aguja 24/3/10, 23:05  

Apostaría a que en aquel entonces lo tacharon de loco. Todavía hoy a quienes decimos lo mismo nos tildan de antisistema...

Pues si ser antisistema es tener pensamiento y criterio propio, pues como que a mucha honra, ¡oyes!

Juan Puñetas 26/3/10, 0:26  

Los mejores antisistema siempre se encuentran dentro del sistema. Suelen ser los que tanto lo defienden que, al final, acaban cargándoselo por estupidez, cobardía o trinque excesiva.

Habría que echar muchas horas cerebrales buscando un alma que haya cambiado algún sistema. Debe haber alguno, pero la inmensa mayoría fueron gentes que desde dentro ayudaron a liquidarlo. Y es que hay amores que matan, je, je.

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).