ADIÓS, LIGA, ADIÓS: LA MORRALLA
Llegamos al final de la trilogía liguera dedicando nuestros colmillos a la tierna carnecilla de esos 18 equipos que hacen bulto en la clasificación de Primera, detrás de los caciques Barça y Real Madrid. Su papelón de comparsas al título es agraciado con la pedrea de algunos puestecillos en Europa y, sobre todo, con el descenso a Segunda División, por pobres y muertos de hambre. El día que baje a Segunda el Madrid o el Barça entonces el Puñetas se convertirá a la fe balompédica que predica que “es más fácil que un equipo pobre gane la Liga que uno de los dos grandes descienda de categoría”. Frase maravillosa pero más falsa que la falsa moneda y que esconde lo que esconde, dos mentiras hipotéticas por el precio de una verdad oculta: siempre ganan los mismos.
Remontemos la vista atrás, a las últimas 25 temporadas, un cuarto de siglo, que se dice pronto. Los dos caciques de la Liga la han ganado en 21 ocasiones. Habría que irse a la liga egipcia o escocesa para encontrar algo parecido. Este año, por si faltaba poco, se batieron las máximas diferencias: mientras el Barça llegaba a los 99 puntos y el Madrid a los 96, el tercer equipo (convertido ya en mero objeto decorativo) conseguía 71 puntos, una cantidad equivalente a algo más de 8 partidos perdidos. La diferencia con el sexto equipo, con premio de consolación europeo, se ha ido a los 41 puntos (equivalente a algo más de 13 derrotas, un tercio de los partidos de Liga). Los puntos alcanzados por los dos “supermanes” superan en 13 los conseguidos por los cinco últimos equipos de la tabla, ¡juntos! ¿Tiene emoción una Liga así dónde antes de empezar ya se sabe –salvo accidente o explosión nuclear- quién la va a ganar y donde se trata de adivinar qué paliza de puntos y goles sacarán los dos candidatos al resto de la morralla que les acompaña? La respuesta merece un punto y aparte.
Según los listillos de turno, sí. Pero claro, ellos son los que viven de la Liga, del cuento de los cuentos de ella. A estos tipos (prensa y radio del Duopolio) les basta con atiborrarnos todos los días de noticias de los caciques y algún convidado de piedra para crear la fantasmagoría de que hay algo en juego. El resto de equipos sólo existen como postre y, a veces, ni eso. Para los cuatro desgraciaos que buscamos emoción e igualdad REAL entre al menos un tercio de los equipos contendientes, la liguilla española no pasa de ser una vulgar ostra. Lo digo por el aburrimiento. La matraca constante y persistente que se traen los medios mediáticos entre los laportianos y los florentinos no puede ocultar el enorme vacío que se esconde detrás: la Nada. Como casi todos los años, lo más emocionante (y afecta a muchos más equipos que dos) es ver quien desciende a los infiernos. ¡Qué paradoja! Cuando en cualquier deporte todos ponen sus ojillos y palpitaciones en discernir quien conseguirá el primer puesto, aquí resulta que la vida auténtica, dura y dramática, tiene lugar en los últimos puestos de la fila. Ninguna otra competición deportiva aguantaría semejante subversión de valores, pero ya sabemos que las cosas de la pelotita futbolera son así de absurdas e irracionales.
Tan abismal (y desvergonzada) es la diferencia entre los dos ballenatos y el resto de la morrallita, que el tercer clasificado –el Valencia- acaba de vender al ganador liguero su mejor jugador –Villa- agrandándose así el abismo futbolístico futuro entre ambos. Y no será la única venta: el Madrid ya le ha echado el ojo a otro destacado valencianista –Silva-, como le echó la temporada pasada a otros importantes jugadores ches. De manera que las diferencias se agrandan cada temporada en vez de reducirse entre los unos y otros. ¿Y a esta Liga tan alicorta, tan selectiva y tan poco competitiva tienen la desfachatez de llamarla la “mejor liga del mundo”? Hace falta echarle morro y embuste al asunto…
Pero que no cunda el pánico. Alguien en sus cabales pensará que los dos equipos grandotes y súper fortachones están contentísimos con ser sólo ellos los que se comen el bacalao liguero. Pues no, porque el sueño de cualquier equipo ricachón es ser el más poderoso del orbe y resulta que cuando nuestros dos “grandes” locales traspasan los Pirineos siempre suele haber algún equipucho europeo que acaba merendándoselos (el Inter, el Olympique… este año) dejándolos con el ceño muy fruncido. Y es que los equipos acostumbrados a batallar en ligas mucho más duras e igualadas que la española, cuando llegan los partidos clave de la Champions se encuentran en su plena salsa mientras que nuestros caciques tienen que aportar un plus que no ponen habitualmente los domingos: el de jugar a cara de perro. Y, claro, no siempre consiguen poner sobre el césped lo que en los días de diario no necesitan. Demasiado blanditos por culpa de una temporada donde son los reyes del mambo frente a equipos muy inferiores, acaban derritiéndose como un flan cuando tienen enfrente a equipos europeos de clase media, aguerridos y acostumbrados a mil batallas ligueras. Por todo ello, los caciques acaban frecuentemente muy frustrados: en casita, tuertos en el país de los ciegos y, por Europa, ciegos en el país de los tuertos. Por eso siempre tratan de aumentar sus privilegios, sea con los árbitros, el perraje que sueltan las televisiones por retransmitir sus banales partidillos, etc.
Dicen que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece. También los curas. Y los empresarios. Y la prensa. Y hasta los equipos de fútbol. Aquí, en la Spain del mamoneo, el despilfarro y la mentira permanente, todo el mundo está encantado de haberse conocido apoyando a uno de los dos grandes de nuestro fútbol. Al resto que los parta un rayo. Las dos Españas son ahora las del Madrid y las del Barça. Ya sólo falta que un año de estos lleguen a las manos por semejante memez tan seguidista y absurda: uno tiene que ser, en todo caso, del equipo de su pueblo (aunque no se coma una rosca) y no de uno poderoso situado a cientos o miles de kilómetros (aunque se coma las roscas de todos). Y, por supuesto, a los caciques, ni agua ni vino: palo y tentetieso...
Remontemos la vista atrás, a las últimas 25 temporadas, un cuarto de siglo, que se dice pronto. Los dos caciques de la Liga la han ganado en 21 ocasiones. Habría que irse a la liga egipcia o escocesa para encontrar algo parecido. Este año, por si faltaba poco, se batieron las máximas diferencias: mientras el Barça llegaba a los 99 puntos y el Madrid a los 96, el tercer equipo (convertido ya en mero objeto decorativo) conseguía 71 puntos, una cantidad equivalente a algo más de 8 partidos perdidos. La diferencia con el sexto equipo, con premio de consolación europeo, se ha ido a los 41 puntos (equivalente a algo más de 13 derrotas, un tercio de los partidos de Liga). Los puntos alcanzados por los dos “supermanes” superan en 13 los conseguidos por los cinco últimos equipos de la tabla, ¡juntos! ¿Tiene emoción una Liga así dónde antes de empezar ya se sabe –salvo accidente o explosión nuclear- quién la va a ganar y donde se trata de adivinar qué paliza de puntos y goles sacarán los dos candidatos al resto de la morralla que les acompaña? La respuesta merece un punto y aparte.
Según los listillos de turno, sí. Pero claro, ellos son los que viven de la Liga, del cuento de los cuentos de ella. A estos tipos (prensa y radio del Duopolio) les basta con atiborrarnos todos los días de noticias de los caciques y algún convidado de piedra para crear la fantasmagoría de que hay algo en juego. El resto de equipos sólo existen como postre y, a veces, ni eso. Para los cuatro desgraciaos que buscamos emoción e igualdad REAL entre al menos un tercio de los equipos contendientes, la liguilla española no pasa de ser una vulgar ostra. Lo digo por el aburrimiento. La matraca constante y persistente que se traen los medios mediáticos entre los laportianos y los florentinos no puede ocultar el enorme vacío que se esconde detrás: la Nada. Como casi todos los años, lo más emocionante (y afecta a muchos más equipos que dos) es ver quien desciende a los infiernos. ¡Qué paradoja! Cuando en cualquier deporte todos ponen sus ojillos y palpitaciones en discernir quien conseguirá el primer puesto, aquí resulta que la vida auténtica, dura y dramática, tiene lugar en los últimos puestos de la fila. Ninguna otra competición deportiva aguantaría semejante subversión de valores, pero ya sabemos que las cosas de la pelotita futbolera son así de absurdas e irracionales.
Tan abismal (y desvergonzada) es la diferencia entre los dos ballenatos y el resto de la morrallita, que el tercer clasificado –el Valencia- acaba de vender al ganador liguero su mejor jugador –Villa- agrandándose así el abismo futbolístico futuro entre ambos. Y no será la única venta: el Madrid ya le ha echado el ojo a otro destacado valencianista –Silva-, como le echó la temporada pasada a otros importantes jugadores ches. De manera que las diferencias se agrandan cada temporada en vez de reducirse entre los unos y otros. ¿Y a esta Liga tan alicorta, tan selectiva y tan poco competitiva tienen la desfachatez de llamarla la “mejor liga del mundo”? Hace falta echarle morro y embuste al asunto…
Pero que no cunda el pánico. Alguien en sus cabales pensará que los dos equipos grandotes y súper fortachones están contentísimos con ser sólo ellos los que se comen el bacalao liguero. Pues no, porque el sueño de cualquier equipo ricachón es ser el más poderoso del orbe y resulta que cuando nuestros dos “grandes” locales traspasan los Pirineos siempre suele haber algún equipucho europeo que acaba merendándoselos (el Inter, el Olympique… este año) dejándolos con el ceño muy fruncido. Y es que los equipos acostumbrados a batallar en ligas mucho más duras e igualadas que la española, cuando llegan los partidos clave de la Champions se encuentran en su plena salsa mientras que nuestros caciques tienen que aportar un plus que no ponen habitualmente los domingos: el de jugar a cara de perro. Y, claro, no siempre consiguen poner sobre el césped lo que en los días de diario no necesitan. Demasiado blanditos por culpa de una temporada donde son los reyes del mambo frente a equipos muy inferiores, acaban derritiéndose como un flan cuando tienen enfrente a equipos europeos de clase media, aguerridos y acostumbrados a mil batallas ligueras. Por todo ello, los caciques acaban frecuentemente muy frustrados: en casita, tuertos en el país de los ciegos y, por Europa, ciegos en el país de los tuertos. Por eso siempre tratan de aumentar sus privilegios, sea con los árbitros, el perraje que sueltan las televisiones por retransmitir sus banales partidillos, etc.
Dicen que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece. También los curas. Y los empresarios. Y la prensa. Y hasta los equipos de fútbol. Aquí, en la Spain del mamoneo, el despilfarro y la mentira permanente, todo el mundo está encantado de haberse conocido apoyando a uno de los dos grandes de nuestro fútbol. Al resto que los parta un rayo. Las dos Españas son ahora las del Madrid y las del Barça. Ya sólo falta que un año de estos lleguen a las manos por semejante memez tan seguidista y absurda: uno tiene que ser, en todo caso, del equipo de su pueblo (aunque no se coma una rosca) y no de uno poderoso situado a cientos o miles de kilómetros (aunque se coma las roscas de todos). Y, por supuesto, a los caciques, ni agua ni vino: palo y tentetieso...
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