2 de junio de 2010

ZAPATEROS, A VUESTROS ZAPATOS...

Si algún siglo de éstos el Puñetas consigue el Campeonato Europeo de Tiro al Plato de Jamón Ibérico (llevo años siendo subcampeón) juro ante las teclas que tengo aquí delante que no me dejaré embaucar por el señor Zapatero (o quien le suceda), aceptando ser recibido en Moncloa para que allí el tipo se  haga fotos y propaganda a mi costa pariendo un almibarado y cursi discurso. Juro igualmente que daré calabazas a la máxima autoridad de mi cortijillo autonómico así como al alcalde de la ciudad donde me ha tocado vivir si me llaman para ganar votos a mi costa. Los que viven de la política, que se dediquen a la política, y a los deportistas (yo mismo, en este caso jamonero) que nos dejen en paz.

Quizás es que el Puñetas es un mal patriota, un descastado, un tipejo que no sabe agradecer a sus Ilustrísimas y sus Excelencias esos desvelos, ese sin vivir que se traen en defensa del bien común, del prójimo y del pueblo que tanto les ama y al que gobiernan con sabiduría, mano maestra y arte magistral. (Vale reírse, chicos: eso no se lo cree ni el que asó la manteca…). El escribiente es poseedor de  una rara enfermedad congénita que consiste en la imposibilidad emotiva e intelectual de adorar a becerros de oro y a tipos que se creen adornados por el don de los dioses simplemente porque ganaron unas elecciones (habitualmente con truco) o porque (lo más frecuente) algún dedo amigo les puso allí, al frente de la cofradía. No hablemos si sus únicos méritos son haber ganado una guerra, una revolución o un cartón de bingo.

Toda esta matraca introductoria viene a cuento porque, por enésima vez, don Zapatético ha salido en los periódicos luciendo su más blanca sonrisa (para mí, más falsa que Judas) al lado de Edurne Pasaban, una dama encaprichada en subir montañas muy altas para, una vez que llega allí pasando cientos de penalidades, perder el culo bajándolas de nuevo no vaya a ser que la tormenta o la avalancha que se avecina fastidie el invento. No sé cuantos “ocho miles” lleva alcanzados la doña. De sus hazañas (y las de otros camaradas de “profesión”) sólo me interesa quién se las paga (porque me temo que hay por ahí dinero público, de todos) y qué pobre gente (esos sherpas de los que nadie habla) le ayuda cobrando una miseria por jugarse la vida sin más recompensa que unos cuantos dólares, euros o rupias. Supongo que la afición de doña Pasaban tiene sus ventajas (ver de cerca cielos limpísimos, nieves relucientes, vagar la mirada en un paisaje casi infinito….) pero alguien debería comprender también que hay algunos a los que nos la trae fría tanta épica, tanta subida escarpada y tanta bajada hacia el campo base. Sobre gustos, ya lo dijo el clásico, no hay nada escrito.

Por enésima vez, otros politicastros vivales (pongamos que hablo de Monteseirín , alcalde de Sevilla), aprovecharon que el equipo que se entrena en su ciudad disputa una final para viajar a costa del erario público, incluyendo avión y coche oficial con chófer y escoltas (los escoltas supongo que serán para defender a los ciudadanos de la presencia pública del político correspondiente). En Barcelona, en la última final de la Copichuela del Monarca, sentaditos en primera fila en el palco del Nou Camp, estaban los mandamases de los ayuntamientos de Madrid y Sevilla, los genios y genias que desgobiernan los cortijos autonómicos de Andalucía y Madrid, también los propietarios del terruño receptor de tan ilustres huéspedes (me refiero a los honorabilísimos jerarcas de Barcelona y Catalunya). En fin, había allí gente de tanto peso (sin olvidar ministros, presidentes futboleros y gente de la farándula guay y requeteguay) que no sé cómo el apretadísimo palco del campo del Barça no se vino abajo.  Y no me olvido, claro, del Monarca, que presidía el acontecimiento planetario, aunque quizás su presencia fuese más justificable pues al fin y al cabo la Copichuela a disputar entre el Atlético de Madrid y el Sevilla llevaba su nombre. (A ver cuando dejan de llamar al torneo “la copa del Rey”, más que nada porque la copa no es del Monarca). Mucha gente de la alta y baja política estuvo allí reunida en tan insigne evento deportivo, chupando cámara, pero me apuesto un centavo de euro a que ninguna autoridad “competente” pagó de su propio bolsillo ni el viaje, ni la estancia ni la entrada al campo y al palco.

Ya es habitual que en cualquier acontecimiento deportivo de medio pelo (y no digamos si es de cabellera completa) aparezcan por los palcos y asientos de postín monarcas, príncipes, presidentes de gobierno, autoridades regionales, alcaldes, concejales y otras altas estirpes politiqueras. Gratis total porque ellos no ponen un duro. Y todo con el loable propósito de sacar réditos del trabajo ajeno, dándose de paso un garbeo viajero a costa del contribuyente, al tiempo que logran hacer visible una de las mejores triquiñuelas que han parido los siglos: que están allí porque “representan” a los gladiadores que se baten el cobre en el césped, la pista o el circuito. Pues no, camaradas. Menos viajes, menos palcos, menos representaciones con la fotogenia al fondo y más trabajo de despacho, más austeridad y –sobre todo- más respeto al deportista, que no se logra haciéndose fotillos con él en los momentos de máxima gloria sino dejándolo en paz en los momentos triunfales o dándole ánimo (sin protocolos ni gaitas) cuando llegan los fracasos. El deporte, incluso el de élite, es un juego y los gobernantes deberían dedicar su tiempo a otras cosas mucho más serias.  O sea, zapateros, a vuestros zapatos…

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).