12 de julio de 2010

SNIFF, SE ACABÓ EL MUNDIAL...


Toquen fanfarrias y trompetas. Que no se ponga el sol en los cuatro puntos cardinales del país. ¡Somos campeones del mundo del futbolín!

Y como somos campeones, habrá que repartir toda la millonada de euros que nuestros muchachazos se van a llevar por defender tan brillantemente la camiseta de la Roja. Porque somos campeones del mundo, ¿no?

Ah, que no me he enterado bien, que los aficionados (incluso los desplazados a Sudáfrica, como el muá) no tenemos derecho ni a un céntimo. En todo caso, será el Carrefour o Banesto o alguna empresa la que deberá reembolsarnos lo gastado si compramos en esa promoción que prometía devolver el dinero si los rojillos se quedaban campeones del mundo. 

Bueno, y qué más da… Al menos nos han hecho pasar muy buenos ratos, pues aunque los auténticos campeones del mundo son ellos y no nosotros, hay que ver lo que hemos padecido durante todos los partidos, la de uñas que nos hemos comido, la de uuuyyys que se nos han escapado de las gargantas por ese gol que no llegaba, que se hacía de rogar pero que al final –partido tras partido- nos mantenía una eliminatoria más en la agonía. ¡Santa y feliz agonía!

Ya hay algún malicioso que va diciendo por las esquinas que era natural que en un mundial disputado en África ganase un equipo local. Y ya no que no ha podido ser uno de los del continente, al menos ha sido el más cercano: ¡Spain! Pero no vean malicia por ninguna parte porque esto se lo he escuchado decir a lugareños que han apoyado a la selección hispana desde el momento en que todas las africanas quedaron eliminadas. ¡Ser africano, desde la vieja Europa, debería ser tenido como una bendición y no como una maldición! Claro que siempre hay gente mala. Durante el partido de hoy me decía un afrikáner, de esos que dan ganas de cogerlos por el pescuezo y rebanárselo: “Sois los más africanos de todas las selecciones y por eso os apoyo. Corréis como negros y ganáis como blancos. Me recuerda los tiempos queridos del apartheid…”. 


Jacinto RX –disfrazado de negro mulatón, que hoy prefirió dejarme la piel blanquecina- ha fulminado al afrikáner con la mirada y lo ha convertido en ceniza sin que nadie reparase en ello. Lo hizo justo en el momento en que Iniesta marcaba el gol de la victoria, ese gol que los españolitos veremos millones de veces hasta el fin de nuestros días. 

Ahora tocar recoger las banderas, los bártulos y los cantos corales para volver de nuevo al redil patrio. Regresar a la crisis, a la bancarrota, al dispendio, a la corrupción, a la pelea entre hermanos, a los cuarenta grados a la sombra, al estado de la nación y a la rutina de todos los días. Se acabó el sueño, ahora que nos interesaba a todos que se prolongase otro mes más, al menos. Bienvenidos a la realidad, paisanos y paisanas. Pero como dijo aquel tío tan listo: que nos quiten lo bailao y lo presumío.

EPÍLOGO

Con todo el pescado vendido, sólo nos quedaba al Puñetas y a Jacinto RX retornar de nuevo a las Españas a través de esos agujeros negros espaciales que tan bien sabe camelarse mi extraterrestre favorito. Una vez en casa –fue cuestión de segundos- todo volvía a la placidez habitual aunque en la calle los aficionados más forofos seguían -y siguen- con su matraca de bocinazos y petardos. Entonces recordé que la fiesta del Mundial había sido un gesto de despedida de Jacinto y que, obligado a regresar a su planeta, era cosa de minutos el que lo perdiera de vista, quizás para siempre.

—Muchas gracias por todo —le dije sin saber qué decir.
—Gracias a ti, terrícola. Sois una especie primitiva y en vías de extinción por vuestra mala cabeza pero hay que reconocer que sabéis sacarle placer a la vida. ¡Hasta a lo que es más soso que un asteroide: el fútbol! Me lo he pasado my bien contigo en Sudáfrica, de verdad… (Piiiiii…) Perdona, pero tengo un mensaje del jefe. A ver…, sí…, no…, qué va…, cómo puedes pensar eso…, ¿el síndrome de Estocolmo?... ¿y eso qué es?... ¡Anda y que te den!... Ah, Puñetas, era mi superior, que se ha enterado del resultado del Mundial de Sudáfrica y me preguntaba que si yo tenía algo que ver en eso. Me ha sacado de quicio… Tú has visto que a mí me daba igual quien ganase… En fin, que me voy… Cuídate y no cambies, machote.

Entonces desapareció igual que en otras ocasiones sólo que esta vez creo que es para siempre. No es que yo sea un sentimental pero no pude evitar que unos lagrimones brotaran de mis ojos dejándome sin visión al mancharse las gafas. Cuando las limpié pude comprobar que el ordenador estaba encendido mostrando unas letras en la pantalla: “Puñetas, yo sólo ayudé un poquito pero esto no se lo cuentes a nadie… Y aunque lo cuentes jamás te creerían. Buena suerte, terrícola…”    

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).