19 de diciembre de 2010

CRÓNICA DE UN PARTIDO DE FÚTBOL DESDE LA PERSPECTIVA DE GÉNERO

Aquí, en el Arco, tan modernos y apegados a las sanas y santas virtudes, hemos optado por seguir las nuevas directrices de la feligresía que bebe en las aguas tibias y saludables de la perspectiva de género, sea desde el punto de vista ecologista, polítiquero, educativo o, como en este caso, deportivesco. ¡Basta ya de invisibilizar a la mujer mediante la vulgar estratagema de usar palabras masculinas que, como todo el mundo sabe, representan sólo al hombre!

El machismo decimonónico se va a acabar y desde el Arco estamos dispuestos a poner una pica en Flandes y en Calatayud para colaborar en tal fin aunque, pese a nuestros ímprobos esfuerzos de macho renegado, no tengamos de recompensa más que el desprecio de nuestros colegas de sexo y  el ninguneo de las comadres del género. Aquí presentamos, en primicia mundial, la primera crónica de un partido futbolero (desgraciadamente, un deporte de hombres al que pocas mujeres critican, incluidas las feministas) usando la perspectiva lingüística de género y génera.

DEDICATORIA: Esta bella crónica futbolera se la dedicamos con todo amor a doña Bibiano Aída, exministra de Igual-dá. Feo gesto el de don Zapatero degradándola a Secretaria de la Cosa, con la consiguiente pérdida de plusvalía y valor residual de sus fervientes admiradores, entre los que nos encontramos.

SUGERENCIA: Aconsejo leer primero la crónica. Está escrita en color azul. Luego, si tienen bemoles, releerla incluyendo las explicaciones justificativas señaladas entre paréntesis en color rojo


Ayer disputaron la partida número quince de la competición liguera (hemos eludido escribir “decimoquinto” por soez y masculinoide, así como la palabra “campeonato”, que tiene viejas reminiscencias de Chindasvinto, o sea, de lejanas épocas requetemachistas del copón hermoso) las principales escuadras futboleras (me niego a escribir “los equipos”, porque se da a entender que sólo los forman machotes) de las ciudades de Madrid y Barcelona (comprendan que no podemos escribir, sin que se nos salten las lágrimas, nombres tan aceradamente hombriles como “el Real Madrid y el Barcelona”). La organización madridista y barcelonina se enfrentaron a cara de perra en una confrontación que provocó la emoción delirante de las multitudes que pudieron seguir la cumbre futbolística clásica por tierra, mar y atmósfera (espero que entiendan que “aire” es una palabreja que no nos cae nada simpática, por razones obvias. Aprovecho para comunicarles que cambiaré todos los nombrajos masculinos y machurrinos que habitualmente se escriben en estos pormenores de la pelotita. Quedan avisados y avisadas).

Las personas que juegan al fútbol (antes se decía “los futbolistas”, término deleznable desde nuestra perspectiva de género) estuvieron como es habitual en ellas: deslumbrantes, grandiosas, fantásticas, inmejorables y chiripitiflaúticas. La partida fue una monada de jugadas primorosas llenas de ternura y pacífica convivencia rival, como es loable en una confraternización futbolera de la más alta alcurnia. (Obsérvese que vamos aprendiendo sobre la marcha y ya nos salen de manera espontánea y natural palabrejas no sexistas, lo cual redunda en la fluidez de la crónica). Transcurridas diez vueltas de la aguja relojera (lo de “diez minutos” debería pasar al desván de la historia, por deleznablemente viril) esa bellísima persona que juega al fútbol y que responde al nombre de Messi, hizo una de sus clásicas jugadas desternillantes y abracadabrantes plantándose ante la nariz de Casillas. Entonces disparó con su pierna buena, buenísima diríamos las gentes que admiramos su buena estrella y sesera, y la pelota fue mansamente a las redes de la portería. Una penetración en toda regla aunque no suficiente para el orgasmo culé (sentimos no tener a mano una palabra menos androcentrista pero es que el macho ibérico y mundial es así, siempre pensando en lo mismo…) pues en menos que canta una gallina esa magnífica persona que juega al fútbol y que atiende al feísimo nombre de Cristiano fabricó una bicicleta marca de la casa y acabó con las ínfulas de victoria de la chiquillería de Guardiola, esa persona que entrena a la muchachada barcelonina.

La partida transcurría entre gritadas en las gradas y caricias en la hierba (“césped”, por ser de género masculino, debería desterrarse del vocabulario no sexista) cuando la persona encargada de dirigir aquella fiesta futbolera (¡a ver cuando demonias arbitran mujeres en la Liga, coña!) pitó la pena máxima (“un penalty”, qué horror) a favor de la triada  arbitral (dónde va a parar la belleza semántica de nuestra propuesta de “triada” frente a la memez varonil de “trío”). La escandalera que se montó en la campiña (córcholis, pareciera que “el campo” sólo es patrimonio de los machotes) fue de las que hará época. La gente empezó a protestar, los homínidos con truculentas palabrotas de cabreo y enfado,  las homínidas con sensibles muestras de rabia y furia. Entonces, y sólo se llevaba media hora de partida, la policía nacional tuvo que entrar en las instalaciones futboleras e implantar la situación de alarma (sólo a los androides se les ocurre decir “el estado de alarma”). En esas circunstancias la población allí presente comprendió que toda aquella parafernalia se hacía por su bien mientras que la triada arbitral fue llevada a la comisaría donde ahora, bajo la atenta mirada de varias generalas de las Fuerzas Armadas, aguarda la sentencia de las juezas de la Junta de Competición (antes vulgar y sexistamente considera como “Comité de Competición”). Y es que no se puede permitir que a la población le tome la pelambrera (otrora, “el pelo”) una minoría, por muy preparada e importante que sea.

La partida prosiguió tal y como si no hubiera pasado nada pues la arbitrada de la misma pasó a manos de la Junta Arbitralota, quien tenía ya preparada la reposición de la triada insurrecta gracias a las buenas manos y bocina (“pito” es un palabro detestable, se mire por donde se mire y se toque por donde se toque…)  de Paquita la justiciera. Sólo ella se bastó para reducir a cenizas la escandalera de la grada y la campada. Sólo ella fue capaz de reconducir aquella confrontación de machos grasientos y violentos en una francachela la mar de exitosa, populachera y guay del paraguay. Hasta el punto en que toda la gente acabó dándose besadas y manoseadas hasta que llegó la final de la orgía (perdón, la final de la partida) con el resultado de empate a nada, una resultada justa y proporcionada a las ganas desplegadas por ambas escuadras y sus aficiones respectivas.

Paquita fue despedida con una salva de “viva tu madre” y “vivas tú” que le provocó una gran irritación pues una mujeraza como ella no puede permitir que le señalen a la madre así como así, con tonos claramente machistas-fascistoides, de modo y moda que declaró militarizada a toda la gradería hasta nuevo aviso. Allí están las cien mil gargantas y las dos docenas del personal que juega: esperando que a la más alta autoridad militar le dé por tomar una decisión contraria en cuanto le salga de las gónadas. Y en esas estamos con esta partida clásica de la futbolería española que, por un exceso de machismo por culpa de la gran masa, adocenada siglos y siglos por unas elites androcentristas, acabaron por convertir una gran fiesta de paz y bonhomía en una vulgar y soez mamarrachada final. Hasta que los machos no sean también madres debería estar prohibida esa palabra tan claramente discriminatoria para con las mujeres de bien.   

1 comentarios:

Cítrido Limóndez 24/12/10, 2:41  

el orgasmo... la eyaculación (y si es femenina, mejor y mayor desinhibición)


de nada...

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).