EL CIRCO DEL DAKAR
El Rally Dakar 2005 (perdón, Barcelona-Dakar, que si no me matan los nacionalistas catalanes) está cubriéndose de gloria. O mejor dicho: de mierda.
No me gusta emplear palabras perfumadas pero después de dos muertos en los últimos días, del abandono de un considerable número de pilotos, del elevado número de accidentes y del casi inhumano cansancio que arrastran los supervivientes, los eufemismos sobran.
El Dakar es un circo. Estando en Barcelona en los días de su salida, pude comprobarlo in situ y en directo. El problema es que trasladar el circo a unos territorios tan inhóspitos como los africanos, donde los nativos se mueven entre la pobreza extrema y la mera subsistencia, lo convierte encima en una obscenidad insultante.
-¡Ya llega el circo! –piensa más de un africano, mascullando entre dientes. ¡Con fieras, locos cacharros y la mejor música del momento! ¡Broooooom, broooommm!
Ver a cientos de tíos disfrazados hasta las orejas y moviéndose a velocidades siderales por aquellos andurriales mientras les miran atónitos los escuálidos africanos, con sus desnudeces crónicas y su impasibilidad histórica, es un espectáculo que debería ser calificado XXX. Yo quisiera ver cómo dejan estos niñatos del Dakar (aunque más de uno ya peina canas) el paisaje desértico, las “calles” y “ciudades” por donde pasan volando. Dónde quedará tanta basura, tanta tonelada de petróleo despilfarrada y tanta cobertura altamente tecnológica. ¿Le puede extrañar a alguien que haya lugares donde los nativos en vez de aplaudir sus numeritos circenses-motorísticos, se dediquen a apedrear a todo el que pasa por allí?
En 27 años de prueba, ya lleva el Dakar casi cincuenta muertos. Que esa es otra. El personal motorizado pierde el culo y las tetas por participar en una prueba donde lleva un billete de lotería para irse al otro barrio, donde acaba hecho puré y donde –encima- tiene que pagar por participar en el invento. Esto ya supera el masoquismo.
Pues nada, majetes. A seguir dakareando hasta que la espicheis al bajar de una duna o al chocar contra una palmera. La idiocia no tiene límites ni fronteras, pero unida a la obscenidad eso sólo se da en un único evento deportivo: el rally Dakar. Perdón, este año, Barcelona-Dákar.
No me gusta emplear palabras perfumadas pero después de dos muertos en los últimos días, del abandono de un considerable número de pilotos, del elevado número de accidentes y del casi inhumano cansancio que arrastran los supervivientes, los eufemismos sobran.
El Dakar es un circo. Estando en Barcelona en los días de su salida, pude comprobarlo in situ y en directo. El problema es que trasladar el circo a unos territorios tan inhóspitos como los africanos, donde los nativos se mueven entre la pobreza extrema y la mera subsistencia, lo convierte encima en una obscenidad insultante.
-¡Ya llega el circo! –piensa más de un africano, mascullando entre dientes. ¡Con fieras, locos cacharros y la mejor música del momento! ¡Broooooom, broooommm!
Ver a cientos de tíos disfrazados hasta las orejas y moviéndose a velocidades siderales por aquellos andurriales mientras les miran atónitos los escuálidos africanos, con sus desnudeces crónicas y su impasibilidad histórica, es un espectáculo que debería ser calificado XXX. Yo quisiera ver cómo dejan estos niñatos del Dakar (aunque más de uno ya peina canas) el paisaje desértico, las “calles” y “ciudades” por donde pasan volando. Dónde quedará tanta basura, tanta tonelada de petróleo despilfarrada y tanta cobertura altamente tecnológica. ¿Le puede extrañar a alguien que haya lugares donde los nativos en vez de aplaudir sus numeritos circenses-motorísticos, se dediquen a apedrear a todo el que pasa por allí?
En 27 años de prueba, ya lleva el Dakar casi cincuenta muertos. Que esa es otra. El personal motorizado pierde el culo y las tetas por participar en una prueba donde lleva un billete de lotería para irse al otro barrio, donde acaba hecho puré y donde –encima- tiene que pagar por participar en el invento. Esto ya supera el masoquismo.
Pues nada, majetes. A seguir dakareando hasta que la espicheis al bajar de una duna o al chocar contra una palmera. La idiocia no tiene límites ni fronteras, pero unida a la obscenidad eso sólo se da en un único evento deportivo: el rally Dakar. Perdón, este año, Barcelona-Dákar.
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