28 de enero de 2005

EL TENIS DEL ABUELO


Lo que cambia la gente...

El tenis ya no es lo que era, jolín. Ya sé que soy viejo, chaval, pero aún recuerdo cuando ibas a ver un partido de tenis y te ponías la chistera, el bombín y los zapatos de charol. Llegabas a la pista, sacabas el pañuelo para ponerlo en el asiento y dejabas reposar en tan pulcro sitio tu culito rechoncho para disfrutar, como un gentleman, de un bello partido disputado al tiempo que hiciera falta por dos caballeros de la raqueta, espigados, vestidos de punta en blanco, amables y educados, que reverenciaban con un saludo al árbitro de turno y al público presente con los deseos de que el acontecimiento que allí se iba a celebrar fuese del agrado de todos.

Qué tiempos tan lejanos que ya no volverán. Sentado en tu asiento, nunca se te ocurriría ponerte a comer como un cerdito mientras que allí abajo, aquellos dos esforzados caballeros de blanco impoluto, se batían de bella manera desplegando todo un altísimo repertorio de golpes maestros. Hacían con la bola lo que les salía de la raqueta. Qué quietud, qué tranquilidad. El personal calladito para no molestar a los jugadores, aplaudiendo a ambos, sin discriminación por edad o procedencia. Sólo mi cuello viajando de izquierda a derecha, de derecha a izquierda… hasta que la pelota en juego dictaba su veredicto: punto a favor de Fulanico. Y si la cosa estaba dudosa y no se sabía muy bien si la bola había entrado o no, se ponían de acuerdo los jugadores (te cedo el punto, que no que te lo cedo yo…) pues hoy por ti y mañana por mí.

Desde hace años ya no voy a las canchas de juego. Demasiado ruido. Es que soy viejo, chaval, y eso que estoy medio sordo. Cuando no los churretes de la hamburguesa del vecino (¿el tío a qué viene al tenis: a comer o a comer?) que te salpican al pantalón de Armani; cuando la bronca del irrespetable hacia el jugador extranjero; o los gestos obscenos del jugador hacia el árbitro, al que llama tontodelculo porque él es multimillonario y el tipo ese subido a la escalera un muerto de hambre. Y esas vestimentas, que parece que los jugadores sean modelos de pasarela. Y si es las mujeres, no digamos. Y esos gritos, que no sabe uno si es que a alguna la están matando o follando. En fin, que esto del tenis ha perdido muchos enteros desde que se fueron mis años mozos.

Si ya, en muchos partidos, ni juegan. Pumba, servicio que va y tanto que te crió a 200 por hora. Pumba, otro punto sin rascar bola. Si eso es tenis que vengan Santana y Newcombe, y Rod Laver y tantos mágicos jugadores y que lo vean. Lo de ahora es tirar pedradas o zurriagazos. ¡Si algunos niñatos de la raqueta no saben hacer ni una dejada! Eso sí, gestitos, aspavientos… toda la gama. Y tanta tecnificación, que los tíos y tías parecen robots, que se tiran más horas en el avión que en las pistas, que hasta algunos se aplican terapia de ondas para reducir errores técnicos. Y lo del doping, ¿qué? Si es que antes a lo más que se atrevían era a beberse una cerveza antes del partido y ahora no salen de la creatina cuando entran en la efedrina.

En fin, chaval, que ya estoy viejo para estas cosas tan modernas. Que he visto tan buen tenis en mi larga vida que lo de ahora (salvo algún que otro partidillo) me aburre. Que prefiero verlo a ratos por la tele antes que aguantar en directo a miles y miles de gritones, incluidos los que juegan. Compréndeme chaval, soy de otros tiempos y de otra historia. Ya estoy demasiado viejo para comprender ciertas cosas. Cualquier día me llega la bola de partido y me voy a hacer puñetas por 6-0, 6-0 y 6-0. Pero, mejorando lo presente, que me quiten lo bailao, jolín.

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