EL NIÑO ES UN TRAMPOSO
Los medios publicitarios de Madrid (las teles, las radios y los periódicos) son expertos en fabricar mitos deportivos –también en hundirlos- para vender más y conseguir mejorar la cuenta de resultados de sus respectivas empresas.
El niño Torres (delantero del Atlético de Madrid) es un ejemplo perfecto. No digo que sea mal futbolista, sino que está siendo supervalorado. Para empezar, en lo del calificativo “Niño”, porque hace ya unos añitos que dejó de serlo. Aunque vista su irregularidad sobre el campo, sus reacciones a menudo poco inteligentes y sus frecuentes trampas en las áreas rivales, el calificativo de “niño” no le viene muy mal. De niño malcriado, quiero decir.
En las últimas semanas se han hecho famosos dos piscinazos del niñato Torres. Dos caídas en las áreas del Barcelona y del Numancia que sólo existieron en su imaginación y en la del árbitro engañado. Quizás es que el chaval tiene la base muscular todavía poco formada (y también la mental), pero se cae más de lo normal sin que ningún defensa le roce la camiseta. ¿Falla la psicomotricidad, la lateralidad o la deportividad?
Conseguido el penalti, él marca su golito, el equipo queda tan contento y después que se quejen los rivales que ni él ni su entrenador, ni sus compañeros ni nadie del Atletic abrirá el piquito para decir que hubo algo de tongo, que no fue penalti, que el niño resbaló o que se fue al suelo porque creyó ver entre el césped una moneda de dos euros. Nada de nada. Aquí el personal sólo se queja cuando la injusticia se la hace el vecino o rival. Da gusto gente tan deportista, tan bien entrenada en el fair play, tan excelentemente educada en la urbanidad.
Claro que no es cosa sólo del niño Torres. Cada equipo que se precie suele tener su piscinero y cada año caen un par de goletes gracias a sus malas artes. Y no sólo pasa en la histriónica España sino en todos los sitios. Lo que demuestra que en el fútbol abundan demasiado los niños y niñatos con instrucción educativa deficiente. Keane, centrocampista del Manchester United pide que se hagan pulseras antipiscineros, ahora que están de moda las pulseras reivindicativas. A lo mejor lo que hace falta no son pulseras sino castigos ejemplares. Tirar de video y suspender a los tramposos por varios encuentros. O condenarles a asistir a clases de Educación Cívico Deportiva. O que paguen la mitad de su sueldo para la construcción de escuelas en el Tercer Mundo. Yo que sé, alguna medida ejemplar que les rasque el bolsillo. Todo menos mirar para otro lado. Pero esto sería pedir peras al olmo. En el mundo del fútbol se consienten todas las trampas y polémicas posibles porque gracias a ellas se vive estupendamente. ¿Cabe imaginar un fútbol limpio de polvo y paja? Váyanse a muchos campos de entrenamiento de equipos infantiles y juveniles (estos sí que son niños de verdad) y verán que lo primero que se enseña es a trampear, a mentir, a engañar al árbitro, a ganar como sea. Y encima, los papaítos de las criaturas, los primeros en inculcarles tan bellas artes. Tiene bemoles la cosa.
El niño Torres (delantero del Atlético de Madrid) es un ejemplo perfecto. No digo que sea mal futbolista, sino que está siendo supervalorado. Para empezar, en lo del calificativo “Niño”, porque hace ya unos añitos que dejó de serlo. Aunque vista su irregularidad sobre el campo, sus reacciones a menudo poco inteligentes y sus frecuentes trampas en las áreas rivales, el calificativo de “niño” no le viene muy mal. De niño malcriado, quiero decir.
En las últimas semanas se han hecho famosos dos piscinazos del niñato Torres. Dos caídas en las áreas del Barcelona y del Numancia que sólo existieron en su imaginación y en la del árbitro engañado. Quizás es que el chaval tiene la base muscular todavía poco formada (y también la mental), pero se cae más de lo normal sin que ningún defensa le roce la camiseta. ¿Falla la psicomotricidad, la lateralidad o la deportividad?
Conseguido el penalti, él marca su golito, el equipo queda tan contento y después que se quejen los rivales que ni él ni su entrenador, ni sus compañeros ni nadie del Atletic abrirá el piquito para decir que hubo algo de tongo, que no fue penalti, que el niño resbaló o que se fue al suelo porque creyó ver entre el césped una moneda de dos euros. Nada de nada. Aquí el personal sólo se queja cuando la injusticia se la hace el vecino o rival. Da gusto gente tan deportista, tan bien entrenada en el fair play, tan excelentemente educada en la urbanidad.
Claro que no es cosa sólo del niño Torres. Cada equipo que se precie suele tener su piscinero y cada año caen un par de goletes gracias a sus malas artes. Y no sólo pasa en la histriónica España sino en todos los sitios. Lo que demuestra que en el fútbol abundan demasiado los niños y niñatos con instrucción educativa deficiente. Keane, centrocampista del Manchester United pide que se hagan pulseras antipiscineros, ahora que están de moda las pulseras reivindicativas. A lo mejor lo que hace falta no son pulseras sino castigos ejemplares. Tirar de video y suspender a los tramposos por varios encuentros. O condenarles a asistir a clases de Educación Cívico Deportiva. O que paguen la mitad de su sueldo para la construcción de escuelas en el Tercer Mundo. Yo que sé, alguna medida ejemplar que les rasque el bolsillo. Todo menos mirar para otro lado. Pero esto sería pedir peras al olmo. En el mundo del fútbol se consienten todas las trampas y polémicas posibles porque gracias a ellas se vive estupendamente. ¿Cabe imaginar un fútbol limpio de polvo y paja? Váyanse a muchos campos de entrenamiento de equipos infantiles y juveniles (estos sí que son niños de verdad) y verán que lo primero que se enseña es a trampear, a mentir, a engañar al árbitro, a ganar como sea. Y encima, los papaítos de las criaturas, los primeros en inculcarles tan bellas artes. Tiene bemoles la cosa.
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