14 de febrero de 2005

PISOTEADOS Y NINGUNEADOS

No quiero ser cruel pero no tengo más remedio. Los ciclistas profesionales me dan pena. Pobres. Mira que hay deportistas de todos los calibres que son tratados a patadas, pisoteados y hasta maltratados. Como el colectivo ciclista, ninguno.

Ya es duro que para dar espectáculo a las masas hambrientas y a los sádicos dirigentes, les hagan correr carreras de tres semanas subiendo a donde no llegan ni las águilas y bajando por desfiladeros con más curvas peligrosas que las de Jennifer López. Ellos todo lo aceptan porque son conscientes que practican uno de los deportes más duros, peligrosos y menos protegidos del mundo mundial. A su lado, el resto de los deportistas son señoritos endomingados. Basta ver la cara de los ciclistas para darse cuenta de lo que digo. Y cómo suelen llegar a la meta, tras más de 200 kilómetros a las espaldas. Ni un fórmula I hace tanto kilometraje.

Como todo lo aguantan, las tropelías del público –que los emparedan y achuchan cuando más necesitan el oxígeno- y las charranadas de sus dirigentes –que los exprimen como limones para dar carnaza al respetable-, al final pasa que los susodichos les pierden el respeto completamente.

Otro suponer: el famoso doping. Parece que sólo los ciclistas son los que le dan al frasco. Como si no hubiera accidentes y muertes en otros deportes, a consecuencia de tomar sustancias prohibidas. Es más, muchos deportes no pasan el famoso control. Pero a los ciclistas, duro y al cuello. Todos son sospechosos. Se les levanta a las tres de la mañana, cuando acaban de hacerse 200 kilómetros y dentro de unas horas se harán otros 200, para pincharles en la vena y sacarles sangre. Se les lleva a la cárcel a tomarles declaración. La policía se sube a sus carromatos y se montan los números que ya sabemos por parte de los impresentables del Tour o del Giro. Y los pobres, oye, sin levantar una voz. Todo lo aguantan con infinita paciencia. Y, claro, como siempre andan con las orejas gachas, los mercaderes del deporte –incluidos los políticos que viven también del mismo cuento- les arrean cada vez más fuerte. Leña al mono.

La última se la oigo decir a Oscar Freire, nuestro campeón del mundo. Se queja (¡qué raro!) de que a los ciclistas nadie les consulta nada, que los estamentos varios les ignoran y que ahora quieren obligarles a “tener que decir donde vas a estar en todo momento y a dar el teléfono de terceras personas para que se les localice”. Lo dice un poco cabreado y representando a muchos ciclistas, pero me parece que poco durará el enfado. Los esforzados de la ruta tragarán con todo lo que les echen. Hace tiempo que perdieron bastantes grados de dignidad y a algunos ya no les queda ninguna. El día que cojan a los principales dirigentes de las federaciones nacionales, del Tour y otras macrocarreras, y a muchos de los directores y médicos de los equipos y los despeñen desfiladero abajo desde lo alto del Tourmalet, ese día los ciclistas profesionales habrán escrito su mayor gesta deportiva de todos los tiempos. Claro que también tienen otra solución más pacífica: declararse en huelga de pedales indefinida hasta que alguien los tome en consideración y empiece por respetar sus más elementales derechos cívicos. Y si no, a casa y que se vayan al paro los cagamandurrias que les chupan la sangre y sus derechos ciudadanos. Pero pa mí que esto es pedirle peras al olmo.

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