9 de marzo de 2005

EL FÚTBOL, UN DEPORTE GUARRO

Sé que hoy me la voy a cargar, pero tengo el día de lo más satírico y burlesco. Así que correré el riesgo de ser crucificado en el altar de los bien pensantes, o sea, de la mayoría.

Ya suelo ver un partido de fútbol de higos a brevas, sólo cuando es importante lo que está en juego o cuando sé que va a haber –a priori- buen espectáculo, aunque a menudo resulta que lo que se preveía divertido deviene en soberana castaña. La mayor parte de las veces el fútbol y el buen juego brillan por su ausencia y sólo se ve lo marrulleros y guarros que son la mayor parte de los futbolistas. (Algunos prefieren hablar de virilidad y fuerza. Allá ellos, porque para virilidad la del balonmano, el rugby o la maratón).

El fútbol es el único deporte en el que sus practicantes se pasan todo el tiempo escupiendo, algunas veces hasta al rival. ¡Y les da lo mismo que lo vean millones de espectadores! Es lógico que no pase en una cancha de baloncesto o de balonmano, pero tampoco suele ocurrir en el rugby, el fútbol americano, el hockey sobre hierba y todos aquellos deportes que se practican sobre el césped. Me gustaría saber los fundamentos científicos de que los jugadores de fútbol estén a todas horas con la saliva volando hacia el exterior. Intento encontrarlos pero debo ser muy torpe o no tengo la enciclopedia adecuada.

A los escupitajos se unen las miles de patadas que se dan los protagonistas unos a otros. Cuanto peor jugador eres, más patadas endiñas. Y las hay de todas las especies: al tobillo, a la pierna, a la cabeza, por detrás, por delante… A veces el repertorio se amplía y surgen otras variedades como codazos, empujones, agarrones… Un extraterrestre que no supiese de fútbol, viendo tan descacharrante “deporte”, pensaría simplemente que allí el personal se está peleando. Además, cada patada a las espinillas o tobillos del rival es aplaudida a rabiar por el “respetable” que mira tan pacífico evento, aunque si el que recibe la tarascada o coz pertenece al equipo propio, entonces los aplausos se trocan en un rosario de insultos y desplantes toreros. Y lo más gracioso: el que atiza, tras ver al rival retorcerse de dolor por el suelo (aunque a veces todo es puro teatro), pone la cara de lelo como diciendo ¡yo no he sido!

Pero hay más: el fútbol también es uno de los pocos deportes donde se va descaradamente a engañar al árbitro. ¡Ah, el árbitro!, ese tonto útil al que le llueven todas las bofetadas. Hasta los jugadores lo zarandean a menudo, o le insultan o le tratan de inepto. ¡Ellos, unos tipos que son incapaces la mayor parte de las veces de meter una pelota en un pedazo de portería! Porque, ¿alguien se ha puesto debajo de una portería y ha visto lo ENOOOOOOOOOOOORME que es?

Claro que lo peor viene cuando, encima, abren la boca los interfectos y sueltan por el micro una muestra maravillosa de su formación integral: bueno…, po…, taba ganao…, no sé…unas veces se gana y otras se pierde… nos robó el árbitro…, no tuvimos suerte…, el partido fue mu difícil… ¡Dan ganas de mandarlos a preescolar de cinco años!

Total, que la práctica del fútbol actual es un ejemplo de deporte no apto para gente inteligente, sensible, educada y culta. Así que no comprendo nada de nada ese amor que los intelectuales y otras presumibles gentes del arte y la cultura muestran hacia el deporte del guarreo, quiero decir, del futboleo.

PD: Zidane, perdona, esta parida no va contigo.

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