23 de mayo de 2005

LOS PUTEADOS DE LA RUTA

Los otros días, en el Giro de Italia, ocurrió casi lo de siempre: la policía registró el hotel donde se hospedaban los equipos del Saunier y el Davitamon. Requisaron una cámara hiperbárica así como sueros glucosados. La médica del equipo español tuvo que declarar en la comisaría.

Nada nuevo bajo el sol. Mira que habrá droga en las calles de Italia, mafiosos en los casinos y garitos romanos, delincuentes de cuello blanco y chorizos de pantalón raído circulando por altos salones y bajos barrios, pero los jueces y el personal antidroga y dopaje se va directo hacia donde saben que tendrán publicidad gratis: los ciclistas. Seguro que en un plató de televisión se dopan más que todos los corredores del Giro juntos, pero la valiente justicia de algunos países la tiene tomada con los ciclistas porque tiene garantizada la cabeza gacha de éstos, el sí señor, lo que usted diga y el tragar con todo. Así son los ciclistas si usted, señor, no manda otra cosa. Al día siguiente los corredores del Saunier Duval amagaron un plante, pero no encontraron apoyos y al final tomaron la salida. Un pelotón de… corderitos. Como está mandao.

El 14 de febrero de 2005 más clarito no lo pude escribir al referirme a los ciclistas con el título de “PISOTEADOS Y NINGUNEADOS”. A dicho comentario me remito, según se va al archivo, a mano derecha. Hoy no tengo ganas de repetir argumentos (ya llegará el Tour), así que me pondré nostálgico exponiendo aquí el texto (no publicado antes) que le hice a Marco Pantani un 17 de febrero de 2004, cuando me enteré de su suicidio. Como homenaje al Pirata y como recuerdo de todo lo que tienen que aguantar los pobres ciclistas, incluidos a los valientes polis y jueces.

PANTANI, EL PIRATA PIRATEADO.
Qué bien me caía el jodío. Uno ha sido y será siempre Indurianesco, pero las hazañas de Don Miguel no lo serían tanto de no haberse topado por el camino a este pirata simpático, enanillo y fibroso al que se le empinaba todo el cuerpo en el momento sublime que la carretera comenzaba a jorobarse. Sólo un caballo percherón como Indurain podía acabar cogiendo a este galgo al que se le alegraban las pajarillas y las fibras musculares en cuanto oteaba el horizonte de las cimas alpinas y pirenaicas.
Mas ya se le acabó la cuerda. En realidad se la han ido rompiendo y destrozando en los últimos años, aunque Marco también puso sus granitos de arena. No era un dechado de virtudes y es probable que estuviera a lo largo de su carrera en manos de doctores poco escrupulosos con el respeto al cuerpo y a la ética. Pero fue en sus últimos años, cuando empieza a llegar el declive y hay que ajustarse bien los pantalones para no mostrar las vergüenzas que aparecen en ese triste momento (otra soberana lección de Miguel Indurain, retirándose a la hora oportuna), cuando hay que demostrar a la gente que uno tiene, además de fuerza y coraje, un mínimo sentido común, un saber estar y una tonelada de realidad. Eso le faltó al pirata. Como le sobró un destino demasiado aciago en el descenso de su carrera, con un accidente de tráfico y varias caídas demasiado graves. Cuando se llega a lo más alto (y él estaba muy acostumbrado), hay que saber descender de la cima rápido pero seguro. A Pantani le fallaron las ansias de mantener la bandera pirata bien enarbolada a pesar de que ya estaba la pobre muy ajada por años de excesivo trabajo y esfuerzo. Poco a poco, como pasa en estos casos, le fueron fallando todos: sus fuerzas, su novia, su equipo, la gente, los médicos…
“A perro flaco todo son pulgas”, dice el más sabio de los refranes. En sus últimos años, a Marco Pantani sólo le faltaba que le echaran mal de ojo. Y llegó en forma de control antidoping y de tribunales de justicia. Un exceso de hematocrito no era para destrozar a un hombre ya camino del destrozo deportivo. Pero así de injusta es la justicia de los que están para impartir no sé sabe qué. Cuando tanto chorizo y asesino (algunos de alto pedigrí) andaba suelto por las calles italianas, el pobre pirata venido a menos era sacrificado en el altar de la vejación, el escarnio y la envidia tan típica de los pueblos latinos. No lo pudo aguantar ni superar. Se quedó más solo que Mindolo. Y la factura empezó a pagarla. Hasta la última lira de euro.
Ahora ya sólo quedará el recuerdo de aquel calvete simpático que, cuando llegaban las cumbres, intentaba siempre superar al invencible gigantón perseverante y parco venido de tierras navarras. Quedará su pañuelo al viento y sus tardes de gloria, más gloriosas que las de cualquier otro gladiador de la bicicleta. Ahora todos se acuerdan de él, lo alaban, le despiden con aires de héroe y hasta le harán una estatua. Sólo la madre de Marco sabe la auténtica verdad: “Han matado a mi hijo”. Al pirata lo han pirateado bien pirateado.

1 comentarios:

la aguja 26/5/05, 1:35  

Pues sí; el amigo Pantani era un muchacho simpático (mientras no nos tocara el rebufo de don Miguel).

Su muerte no sólo ha sido una lástima. Ha sido una bofetada en la hipocresía del mundo del ciclismo. Hace cosa de un año poco más o menos salió Manzano explicando muchas cosas muy claritas, como para que el más tonto las entendiera.

¿Dónde está hoy? Se salió del camino marcado y ahora es un paria del ciclismo. ¿En qué quedó la investigación que prometió el Consejo Superior de Deportes?

Yo quiero saber por qué juegan con seres humanos, como era el simpático Pantani.

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