11 de mayo de 2005

A MUERTE

Más de un mamoncillo del deporte, sea practicante profesional, plumífero periodístico o aficionado paganini, no tiene más ocurrencia y vocabulario –cuando llegan esos momentos críticos en toda competición- que hablar con un lenguaje más propio del comandante en jefe de las sexta división acorazada de Illinois que de un tipo que vive del deporte o disfruta de su contemplación.

-A muerte, hay que ir a muerte. No podemos perder. Tenemos que morir en el campo.

Y el tío, tras soltar esta arenga gilipollesca ante los micrófonos de medio planeta, se queda tan ancho.

Son clásicos los titulares de muchos medios deportivos, más parecidos a una declaración de guerra que a un simple partiducho de fútbol (o, a veces, otro deporte), tras el cual el planeta prosigue girando a la misma velocidad y sus cuadrúpedos humanoides continúan en el mismo estado catónico de siempre. Claro que para exageración y estupidez, la actitud de esos hinchas y ultras que acuden a los campos pertrechados de más armas que un legionario. Los muy cernícalos, en su idiocia, confunden el verde del césped con el marrón de una trinchera. Un serio problema de la vista y del cerebrín con que se adornan bajo la pelambrera.

Antes del partido de Copa entre el At. De Madrid y el Osasuna, el jugador argentino Pablo García, ha dicho mitad en serio, mitad en broma:

-Me he despedido de los míos: voy a la guerra. No sé si volveré a casa.

Viendo la cara de bestia que tiene el amigo y que es el jugador más amonestado de toda la Liga (con 17 tarjetas), uno no sabe si él se va a la guerra o son los delanteros rivales los que se juegan la vida cuando le tienen en frente. En esta moral soldadesca, el sargento rojillo nos aclara las ideas un poco más, por si todavía no hemos calado su enfervorizado pacifismo:

-Hay que salir a morir en el campo y nada más. A dejarnos la vida si hace falta, a ganar.

A este tipo, con esta manera de entender un partido de fútbol, habría que cachearlo y pasarle por un detector de metales antes de saltar al terreno de juego. Por si acaso lo suyo va en serio.

¡Menuda manía esa de “salir a morir al campo”! No, macho, sal simplemente a jugar, a hacerlo bonito, a alegrar a los paganos que han soltado mínimo 30 euros para ver regates y desmarques y no a un tío arreando patadas a diestro y siniestro. Hasta el día que le dé por tirar granadas de mano. ¡Más madera, que es la guerra!

El Ferrando, ese entrenador con lenguaje de boxeador, que vive esta temporada en el ring del estadio Calderón, ha respondido a Pablito Rambo que “cree el ladrón que todos son….”. Otro que tal baila, otro al que le he oído infinidad de veces lo de morir en el campo. Tío, si los jugadores se matan y mueren en el campo, ¿a quién narices alineas en el partido siguiente?

El estrambote lo da un tal Hugo Gatti, que escribe una columna en el diario AS. Madridista hasta las cachas y analfabeto hasta la última neurona, prometió en un articulillo hace ya tiempo que se suicidaba en el Bernabéu si el equipo de sus amores no se proclama campeón de Liga. Como la cosa ya está a punto de caramelo, ha recordado en otra cagadita literaria que le vayan buscando sitio en el estadio. Será una broma, pero de tan mal gusto que –con su permiso, lector- me voy al cuarto de baño a vomitar.

De regreso, y más descansado, leo ante mis narices lo último del presidente del Levante: “Hemos perdido batallas, pero ganaremos la guerra”, en referencia al posible descenso del equipo. A este paso va a tener uno que leer la prensa deportiva armado con casco y escudo protector. Así que prefiero mil veces el almibarado Hollywood de la galaxia del Beckham y compañía, con escotes de vértigo y cachas a gogó, que a esta pandilla de cabos chusqueros que se toman un simple partidillo con más ardor bélico que si fuera la batalla de Leningrado.

1 comentarios:

Rulo Minas 13/5/05, 13:15  

Y después pasa lo que pasa.

Y es que si esas arengas y soflamas las oyeran gentes normales, todavía podrían ser digeridas.

Pero qué se puede esperar de estos "cerebros pelados", sean ultras o trabajadores decepcionados, que se creen ese lenguaje cuasi-bélico al que haces refencia.

Y es que todavía en este país nuestro la gente que va a ver una película de Bruce Lee sale del cine dando saltitos y chilliditos. Se creen todo lo que ven. Y el fútbol es eso, una película con un montón de decorados e ilusiones ópticas.

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