18 de mayo de 2005

UN CHAVAL DE 75 AÑOS

Se lo debía. A uno de los clubes más veteranos, serios y simpáticos del país, le debía una pequeña y modesta felicitación por su importante cumpleaños. El pasado 30 de marzo cumplió 75 años de vida, a pesar de lo cual se encuentra como un chaval. Pero uno, que anda más atareado que una nuez en la boca de un abuelete desdentado, pues eso, que llega casi con dos meses de retraso para felicitar al Juventud de Badalona, equipo de baloncesto de mi infancia y adolescencia, por aquello del nombre y de que siempre me cayó en gracia por su lucha desigual contra los equipos de siempre, el dúo Real Madrid-Barcelona, también dedicados a esa cosa tan virguera del baloncesto.

¡Qué tiempos aquellos, caracoles! Cuando Nino Buscató, enanito pero matón, enchufaba la manguera y se inflaba a meter puntos desde larga distancia. Cuando Jose María Margall cogía la pelota y como un Gento del baloncesto, atravesaba la pista a velocidad del rayo y se metía en la cocina para dejar una de sus habituales bandejas. Se me hace la boca agua, demonios. Y luego, algo más tarde, el majete del Villacampa. Y Montero. Y los Jofresa. ¡Jodíos tiempos aquellos!

Vivir tantos años en la élite de nuestro baloncesto, con una economía modesta, y enfrentándose a los gigantes de Madrid y Barcelona (sucursales de los equipos de fútbol) tiene casi tanto mérito como cantar afónico la Traviata en la Scala de Milan. Es por eso que tras ellos, el Juventud es el club más laureado del baloncesto español. Y el que tiene más mérito de todos. Cuatro veces campeón de liga, siete veces campeón de copa, un campeonato y un subcampeonato de la Euroliga y dos copas Korac. El Juventud fue fundado en 1930 con el nombre de Penya Spirit de Badalona. De ahí que de siempre se le llamase también el “equipo de la Penya”. Nombre tan singular estuvo inspirado por el Spirit of Saint Louis (el espíritu de San Luis, según me informa mi traductor de familia, pues soy torpín de los bosques en esto de los idiomas), una avioneta que atravesó el Atlántico -de París a Nueva York- sin escalas ni pérdidas de tiempo.

Cuenta la leyenda y debe ser verdad por lo creíble, que en la temporada 47/48, cuando el Puñetas debía estar todavía en el limbo más de lo que está ahora, consiguió el Juventud su primer título de campeón de España, tras ganar –como no podía ser de otra manera- a esos pesados del Real Madrid y el Barcelona. Y que antes de viajar tuvieron que comprar unas camisetas para la equipación. Se quedaron con unas bastantes horribles, de un estridente color verde con rayas negras. Eran las más baratas, claro. Y como ganaron el campeonato, decidieron quedarse para siempre con estos colorines que tanta suerte les habían dado.

Cuando bastantes años más tarde anduve por Badalona en cosas del currelo (antes de que se catalanizara hasta el hormigón) pude comprobar que el fenómeno del Juventut nunca se hubiera dado de no ser por aquella ciudad tan destartalada como entrañable, donde convivían amistosamente don Pére y don Pedro sin que ningún carodta cabeza cuadrada pusiese barreras culturales artificialmente para “hacer país”. Los chicos jugaban al baloncesto en la calle, debajo del puente de la autopista que como una cicatriz partía en dos una mejilla de la ciudad. Y es que en Badalona está una de las cunas del baloncesto español, y en aquellos momentos, una de sus mejores canteras.

Durante las décadas de los 70 y 80 el Juventud alcanzó su época dorada. Ahí estaba el menda, un pipiolo imberbe con ganas de comerse el mundo y otras carnes menos duras de roer, siguiendo la buena marcha de aquel equipo tan juvenil que a menudo vapuleaba a los más poderosos (ya saben, los de siempre...). Cuando el dinero, la televisión y el poder amordazaron todo e impusieron sus normas, los éxitos empezaron a flojear, aunque nunca desaparecieron las ganas de seguir dando guerra en el internacionalizado mundo del baloncesto desde una modesta ciudad como Badalona. Ahora, 75 años después, el actual DKV Juventut camina entre la nostalgia y el deber de seguir portando la antorcha baloncestística ante los sempiternos monstruos y otros de nuevo cuño nacidos al socaire de cajas de ahorro y otras empresas de variado pelaje. El Villacampa, actual presidente, tiene trabajo para rato. Lo que nadie podrá cambiar ni borrar son sus 75 años de historia, los buenos momentos que nos hizo pasar, el haber sido el David que abate a los Goliats y esa filosofía propia y singular que todavía nos reconcilia en cierta manera con el deporte más genuinamente artesanal. Aunque hoy día la espada de Damocles cuelgue sobre las cabezas de esos románticos que vienen del año Catapúm y que se niegan a desaparecer del mapa ante el ataque despiadado de los modernos tiburones del siglo XXI.

1 comentarios:

la aguja 19/5/05, 3:00  

Muy bonito, Juan.

Si le pusieras música sería un blues.

Has estado inspirado, que, aunque tarde, es lo que cuenta.

Pero no te ablandes, que hay que seguir dando kaña.

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).