1 de junio de 2005

LA ERÓTICA DEL TENIS

(Entradilla puñetera: El único deporte que yo hacía antes era ver juegos de golf en la tele, pero mi médico me dijo que tenía que hacer más ejercicio, así que ahora veo partidos de tenis).

El 28 de enero publicaba en esta bitácora un articulillo titulado “El tenis del abuelo” en el que, con mucha sorna y bastante más nostalgia, satirizaba cantidubi sobre el tenis moderno: “Demasiado ruido.” “Esas vestimentas, que parece que los jugadores sean modelos de pasarela”. “Esos gritos, que no sabe uno si es que a alguna la están matando o follando”. “Pumba, servicio que va y tanto que te crió a 200 por hora. Pumba, otro punto sin rascar bola”.

Hablo del tenis desde mi práctica de más de veinte años y un día. Una feliz condena que ya empieza a pasarme factura en las rodillas, los codos y el dedo gordo del pie derecho, que es un vago. Me gusta ver un partido de tenis, pero de los buenos. De esos en los que hay emoción, miradas como puñales y tenis. Porque a menudo en un partido de tenis suele haber de todo menos tenis. Están los árbitros, los jugadores, la red, las pelotas y quienes las recogen, el público… Pero como cada jugador le pega a la bola a más velocidad que Fernando Alonso con su R25, pues eso, que tenis se ve bien poquito. A lo máximo, una ráfaga.

-Oye, ¿estos tíos es que juegan sin pelota?
-No, colega, es que va tan rápida que un miope como tú ni la huele ni la ve.

Así que estos días del Roland Garros disfruto como un enano desde mis 1,87 cm de altura (y bajando). Es una bendición para los ojos el que la pista sea de tierra batida. En ella la pelotilla amarilla va a menos velocidad (200 por hora, que tampoco está mal, leñe), ves algo más de táctica y estrategia que en un partido de hierba o de pista dura (casi tan dura como la chuleta de cordero que me comí hoy) y puedes disfrutar de la técnica de algunos jugadores (la mayoría españoles), que todavía saben hacer algunos globos y dejadas.

Me he tragado los partidos del Nadal y del Robredo y de todo bicho viviente que ha salido en la tele, incluido el imprevisible Moyá y el laborioso Ferrero, al que la TVE le está haciendo un mindundeo de mil pares de narices. Y espero como agua de mayo (de junio, quiero decir) el próximo partido entre el Nadal y el Federer, para el que ya estoy comprando provisiones de agua, cacahuetes y otras florituras, amén de un orinal pues no me pienso separar de la pequeña pantalla ni en los descansos entre juego y juego. ¡La próstata, amigos, que ya empieza a llamar a la puerta!

El partido del otro día entre el Robredo y el Safin fue como un orgasmo tántrico. Y si nos vamos a las jais (especialmente las rusas), pues qué quieren que les diga que no se supongan. Entre los grititos, el buen tenis y el porte físico de tan bellas atletas, se retrotrae uno a la juventud, divino tesoro.

Lo que no me gusta mucho es el tenis a dúo. Francamente, me parece demasiado robotizado, aunque no deja de ser emotivo cuando el marcador está muy igualado y ambas parejas se están jugando algo fuerte y atractivo: un cambio de parejas, por ejemplo. El tenis mixto ya me resulta menos lucido. En los partidos de parejas clásicas (zagal con zagal o moza con moza) uno espera siempre que se produzca un inesperado y sorpresivo morreo entre los jugadores, bajo la paternal mirada del juez árbitro. ¡Expectativas de la moderna igualdad homosexual! En el mixto esas sorpresas ni las espero, de lo sosos y sosas que son los jugadores y jugadoras. ¡Todavía no he visto un puñetero partido en que la pareja ganadora celebre la victoria con un cinematográfico beso de tornillo! ¡Con la de minutos de gloria que les daría en telediarios, revistas y papel de envolver los bocadillos!

En fin, que el tenis me recuerda mucho la cosa esa del erotismo y el AMORcillamiento. Por eso prefiero un partido terráqueo largo y denso, con su preámbulo, desarrollo y desenlace, a esos partidos herbáceos o de pista dura en que los chicos/as van directos al aquí te pillo, aquí te mato, cuando no directamente al coitus interruptus o la eyaculación precoz. Y ahora ruego me disculpen mis lectores ocasionales y sandungueros, porque voy a ver al Robredo y al ruso Davydenko a ver cómo se lo montan. El exsoviético amenaza merendarse a nuestro Tommy. Y eso que no parece que sea muy comilón, pero es que en el tenis siempre puede saltar la sorpresa donde menos te lo esperas.
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PD: Y saltó. En cinco sets, el Davy se comió al Tommy. A ver si el año que viene el gerundense tiene mejor apetito y le devuelve el bocado al fibroso ruso.

1 comentarios:

la aguja 3/6/05, 1:58  

Los globos (lob, se decía antes, como quien habla una jerga misteriosa que hay que cuidar) y las dejadas...

Hace mucho que no veo un partido de tenis. Tal vez por lo que comentas. Saque, resto y mate subiendo. Vale, muy bien. Pero muy monótono. Siempre lo mismo. Siempre el mismo guión.

¡Ahhh!, los globos y las dejadas... Y el peloteo desgastador desde el fondo a ver quien tiene huevos a subir...

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