18 de noviembre de 2005

DEPORTISTAS DEL ESTADO

Las próximas Olimpiadas van a ser en la China mandarina. Y como anfitriones, piensan ganar más medallas que nadie. Es natural. No se organizan unos fastos olímpicos, se gasta un pastón y se pierde un dineral en construir piscinas, pistas deportivas y otras edificaciones al uso para que al final vengan esos extranjeros de costumbres tan raras y se lleven la gloria y el medallero, dejándonos a solas con nuestras deudas y melancolía. Para conseguir que todo sea un éxito, se establecen programas minuciosos, se derraman ayudas económicas por un tubo y se narcotiza a todo un país con ese virus tan resistente al sentido común y al paso del tiempo, que es el nacionalismo. Disfrazado, en esta ocasión, de deporte aunque ya se sabe lo que dice el refrán: aunque el mono se vista de Adidas, mono se queda. (He actualizado el dicho, que aquí uno es muy moderno). Pasó con la olimpiada barcelonesa, donde conseguimos más medallas y éxitos patrióticos que nadie (¡¡¡hasta en el fútbol, dios mío!!!) y luego, si te he visto no me acuerdo. Pasó hace poco con los griegos, que intentaron llevarse para sí hasta la antorcha y va a pasar con la China chinesca dentro de unos años. La cosa será peor. No porque tengamos nada contra los chinos, que nos parece gente muy trabajadora, obediente, emprendedora y tal. Tememos que el asunto sea epopéyico porque por aquellas tierras cada humanoide tiene dos padres: el genético y el Estado Supremo. El primero te ayuda a venir al mundo, en comandita con la mamá, y el segundo -a través de una patulea de mandarines, funcionarios y férreas reglas- se apropia de tu alma y almeja hasta convertirla en sangre propia. Hablamos de un país que conoce la democracia de oídas, donde la gente -hay tanta- está subordinada al interés nacional-particular de los que mandan y donde no importa que haya gatos blancos o negros, sino que cacen ratones. En sus Olimpiadas se van a forrar cazando medallas. Todos criticamos a las dictaduras de siempre (incluidas las propias), pero de la china pasamos olímpicamente. No se sabe si porque nos encantan las tiendas de los veinte duros, la comida de sus restaurantes o todos esos artilugios que nos venden tan baratos. (Por cierto, incluidos los coches, aunque el primero que se vende en la UE, el Landwind, haya obtenido unos resultados catastróficos en las pruebas de protección a los ocupantes. Chinos habrá muchos y qué más da la protección, pero europeos cada vez quedamos menos y no es plan que por conducir demasiado barato, al menor roce con otro vehículo nos vayamos a freir monas al más allá). Decía, pues, que para muchos interesados en que el negocio funcione, la China es un país la mar de normal. Y no. Aquello es una dictadura como la copa de doscientos millones de pinos. Y los deportistas que nos va a poner enfrente en las próximas olimpiadas no van a ir de damiselas ni hermanitas de la caridad. Van a defender su país (obligados por sus sátrapas y tiránicos gobernantes) como perros de presa. Más de uno perderá algo más que la honrilla deportiva (el pescuezo) de salirle mal el salto de altura, el lanzamiento de canasta o el tiro al plato. Deportistas del Estado. Como antes eran los soviéticos o aquellas jovencitas alemanas orientales que nadaban mejor que los peces, aunque luego resulta que cuando se desarrollaban físicamente del todo a más de una le salía una picha kilométrica en vez de un buen par de tetas, o una voz de barítono. Cosas del dopaje, del laboratorio clandestino y del capullo de turno con mando en plaza deportivo-política. En este sentido, como en China mandan los que mandan, pese a la última aperturita económica, bastantes deportistas de este país se ven obligados a seguir la misma estela y también han sido y son famosos por sus métodos de entrenamiento prusianos, su dependencia excesiva de papá Estado y el gusto por el gazpacho de barbitúricos y otras hierbas, vulgarmente llamadas “dopping”. (En sus últimos Juegos Nacionales se produjeron 26 positivos, declarados. Adivina tú los escondidos o despreciados). Leo por ahí que China prepara atletas en unos 3.000 colegios especiales, con la disciplina y el sacrificio deportivo como bandera de la madre patria. China siempre ha puesto al deporte (como Cuba, por ejemplo) al servicio de la política, como fuente de prestigio y respeto internacional. Quizás hoy no lo necesite pues todos nos postramos ante sus jefes como si el gigante asiático fuese el país más libre del mundo. En dichos colegios se entrenan más de 400.000 tiernas promesas, pasando allí parte de la infancia y toda la juventud. Entrenándose duro y espartanamente. La enseñanza académica, en un segundo término. Si luego fracasan deportivamente, los chavales tendrán lo que se merecen: una mano delante y otra detrás. Nada más. El plan seguirá vivo al menos hasta después de 2008, fecha de la cita olímpica. Muchos critican este sistema (gente de fuera, porque a los de dentro no se lo permiten, claro). “Los deportistas pierden el control de destino”. “Son propiedad del Estado”. En fin, que los mandamases del gigante chino lo tienen claro. O triunfas o te vas a plantar arroz. De modo que sus atletas ganarán muchas medallas allá por el 2008. Por la cuenta que les trae. Los deportistas de los demás países, si quieren alguna medalla, tendrán que comprarla en alguna tienda de los veinte duros que estará abierta las 24 horas en la villa olímpica.

1 comentarios:

la aguja 20/11/05, 22:07  

Hace ya unos años leí una entrevista a un entrenador chino; se llamaba Ma y preparaba al equipo de atletismo de su país (creo recordar que fondo o maratón, o ambas cosas, que estos chinos son así de "lanzaos").

Entre todas las tonterías que dijo (tonterías a sabiendas, como que la fuerza les llegaba a sus atletas gracias a la sopa de tortuga que les preparaba), apuntó una gran verdad.

"Mis atletas no conocen el estado del bienestar"; y esa es la clave, amigo mío. Dormían en un camastro y comían en cuclillas tres veces al día. Y si no daban más de sí, pues al pueblo a plantar el cereal asiático y a hacer una comida al día.

Estaba pensando hacer un artículo con este dato como base (ya sabes que gusto en explicarme por demás), pero por el momento ahí lo dejo. A ver si encuentro aquella revista especializada, que creo no haber tirado (lo creo porque no tiro nada, ja ja).

Diles a los divos deportivos de este país que deben esforzarse más que sus rivales; ¡ja!. Se esfuerzan hasta su tope máximo, y de ahí no pasamos. Si lo que puedan dar de sí vale, bien; y si no, pues nada: "mala suerte".

Un chino corriendo en una competición es capaz entrar en el túnel y ver la luz al otro extremo y seguir corriendo.

Si regresa, pues no vale del todo, que lo que tiene que hacer es ganar. Y si se queda allá, pues uno menos a restar de los mil doscientos millones que creo que ya son. ¿No te recuerda esta historia la que se cuenta del griego Filípides, que fue de Maratón a Atenas para avisar a los capitalinos de la victoria sobre los persas?

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