EL ADIÓS DE CONCHITA
Si me preguntaran qué partido de tenis me viene a la memoria, así, a bote pronto, sería aquel de 1994, en que una Conchita Martínez espléndida y esplendorosa a sus 22 añitos, derrotaba a la mejor tenista de todos los tiempos, una tal Martina Navratilova, ya en sus años maduros pero aún impecables de juego y entrega, en la mítica pista de Wimbledon, en la final de su torneo homónimo. Si es que todavía conservo en la retina algunos de los passings que la aragonesa le arreó a su maestra y amiga, la checa-estadounidense, y me relamo de gustirrinín. Fue ese partido en que todo se sale de lo normal: una favorita clara, veterana y con experiencia, con un tenis y una fortaleza casi inexpugnables, que se enfrenta a una chica irregular y tímida, cuyo tenis de muchos quilates aflora de manera imprevista y genial cuando menos te lo esperas. Técnicamente mucho mejor que su amiga y compañera de generación, Arantxa, pero inferior en el derroche físico y la entrega, el Puñetas se enfrentaba a un partido de Conchita Martínez como los buenos aficionados taurinos lo hacían ante una corrida de Curro Romero: temiendo salir defraudado por el resultado global, pero esperanzado en disfrutar de algunos minutos en que el arte y la magia relucieran incomparables.
Aquel día de la final en la Catedral del Tenis, todo estaba en contra de Conchita pese a haber disputado unas excelentes eliminatorias. Una rival de elevadísima calidad tenística, inasequible al desaliento; una pista que siempre le ha sido negada al tenis español (salvo a aquel monstruo de Manuel Santana, hacía ya demasiado tiempo); el carácter introvertido de Conchita, que hacía que cuando mejor jugaba, en cuestión de minutos se descentrase y -finalmente- una historia de segundona que no le auguraba buenos presagios. Pero, ya digo, aquel día disfruté como un enano porque a la maña le salió ese orgullo, ese genio y esa técnica impecable que venía exponiendo irregularmente (ya en 1998 fue finalista del Abierto de Australia) pero que nunca acababa de cuajar en algún éxito grande. Esa tarde fue la apoteosis, vivida por un Puñetas enamorado de la práctica del tenis y –por qué no decirlo- del cuerpazo de la oscense. Bien que lo lució dando un recital de concentración, golpes increíbles (hasta la Martina le aplaudía en algunas ocasiones) y de garra, tan echada en falta en otras tardes. Aquella victoria no fue por España ni por la madre que la parió. Los deportistas son los que juegan y a los países ni mentarlos. Fue porque ya empezaba a merecerse el éxito y porque, intuía el Puñetas, un fracaso en tan importante momento hubiera podido representar el declive de la Martínez, antes de haber llegado al cenit que se merecía su calidad tenística.
Tras aquel triunfo que muy pocos esperaban (aunque venía de un Roland Garros donde había sido semifinalista, pero la “hierba es la hierba”), Conchita se aupó al año siguiente como la segunda jugadora del mundo, consiguiendo ser semifinalista en el Abierto de Australia, en Roland Garros y Wimbledon. Su sino parecía ser segunda en todo (también en España, tras Arantxa). El otro día decidió que a sus 34 años ya es hora de abandonar “lo que ha sido mi vida”: el tenis. Sus últimas temporadas (a partir del año 2000) han sido más bien un ir aplazando la temible decisión de la retirada, pese al desgaste físico de tantos años en el candelero. Bienvenida al mundo de los parados, aunque supongo que tendrá la cartera bien repleta de billetes. Tras ella y Arantxa, el tenis español es casi un erial. Pasarán lustros hasta que veamos (si vemos) un par de ejemplares como la aragonesa y la catalana. Aunque siempre nos quedará a los amantes del tenis el recuerdo de aquella tarde del 2 de junio de 1994 en el que los hados se aliaron un poco con quien venía mereciéndolos desde hacía tiempo por su genialidad, o sea, por sus grandes pifias y sus grandes aciertos. Steffi Graf, la mujer que lideró la generación de Conchita y Arantxa, ha sido clara: “Era alguien con quien siempre podías hablar y a quien podías pedir ayuda”. Como Conchita, el Puñetas también añora el tenis de antes, donde había más variedad de juego y menos físico y pegada, pero todo pasa y todo queda, aunque lo nuestro es pasar, que decía Serrat. Quiero decir, el bueno de Antonio Machado.
1 comentarios:
No soy seguidor del tenis, como no lo soy de ningún deporte en particular. Al igual que tú, me gusta asistir a esas grandes gestas de los deportistas, que no de los países que los lanzan al ruedo de esta moderna guerra incruenta de los medalleros internacionales.
Cuando leí la noticia de su retirada, automáticamente quedó clasificada en ese mini ranking mensual que me he sacado de la manga (y por qué no decirlo, copiándote) en la Aguja de Bitácora.
Cuando un gigante de esta talla se retira, sólo queda el vacío y la espera.
Y una vez más, en tu semblanza has sido justo, o más que justo, diría yo.
Al igual que en los obituarios, cuando uno se retira todo son halagos. Y no debe ser así. Se ha de ser justo con el personaje y con la historia.
Conchita Martínez ha estado siempre "en la pomada", pero lamentablemente no tiene el sello de haber sido un crac (sin k final, recomendación de la RAE). Pero ojalá tuviéramos puñados de Conchitas que imitar en lo deportivo y en lo humano.
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