NO VEAS LA QUE NOS ESPERA TODAVÍA
Vaya por delante que el Puñetas se alegra de todos los éxitos del fútbol local, provincial, regional, nacional, español, europeo, continental, terrícola y hasta marciano o jupiterino. A tanto no llega su maldad, ni siquiera su frialdad de pingüino con las cosas del futbolín. Pero es que llevamos ya tres celebraciones exitosas en lo que va de curso –en realidad dos, porque lo del Español con la Copa no llegó a tanto, dado que al equipo periquín lo tratan en Cataluña como si fuera un paria apestado. Hace poco la celebración del Barça con su nueva Liga bajo el brazo fue apoteósica, contando las crónicas que más de un millón y medio de barcelonistas barceloneses se echaron a la calle para festejar el acontecimiento (a su lado, el clamor social del Estatut queda en florecilla silvestre o de pitiminí). A estas horas en que escribo, cuando ya han pasado más de dos días desde que el Sevilla ganó la copa de la UEFA, todavía habrá aficionados que anden por las calles de tan bella ciudad cantando el oé, oé, somos los mejores y esto no se pué aguantá…
¿Es preciso montar tamaños espectáculos de masas, abrir las puertas de la catedral de par en par, vitorear a los jugadores y directivos como héroes, retransmitir durante horas y horas todos los festejos, poner el micrófono delante a cualquiera que baile por la calle para que –ronco y algo bebido- nos dicte una lección de barcelonismo o sevillismo, como si lo más bueno que le haya pasado en la vida sea el haber colaborado con sus gritos en la consecución del título de este año de su amadísimo equipo? ¿No estaremos sacando las cosas de quicio, de madre y del más elemental sentido común?
Sigo con las preguntas, más que nada porque no tengo respuestas. ¿Es que el fútbol es lo más importante que nos pasa en la vida? ¿Qué exceso de sentimientos pasionales puede llevar a que miles y miles de personas se gasten un pastón y un enorme derroche físico para ir a ver jugar a su equipo del alma a tres mil kilómetros, pudiendo hacerlo gratis y tranquilísimamente en el sofá de su casa? ¿Realmente representan los equipos a sus ciudades o todo es una enorme comedura de coco? ¿Qué pintan tantos políticos –desde el Príncipe de España al último concejal de barrio- en una final europea de fútbol: están haciendo campaña real, electoral, fotográfica o también ellos pierden los sentidos ante asunto tan místico? ¿Por qué la televisión pública o la digital polanquera dedican decenas de cámaras y periodistas a un partido de fútbol, en su antes y su después, mientras que en asuntos mucho más serios y transcendentes para el país, suelen enviar medio reportero y un cuarto de cámara, emitiendo la noticia en diez segundos y entre un anuncio de yogur y otro de compresas femeninas?
Si lo del Barcelona ya fue la caraba, el éxito del Sevilla ha sido la repanocha. Sabemos que los sevillanos son en exceso narcisistas con su ciudad y todo lo que ésta representa (no hay ciudad en el mundo más cantada y más piropeada), pero –francamente- tanto hartazgo es demasié. “Esto es lo más importante que me ha sucedío en mi vida”. “Después de esto ya me puedo morir tranquilo” –ha dicho el siempre modesto presidente del Sevilla. “Es que no pué uno expresar con palabras lo que se siente”. “Llevo a mi Sevilla (se refiere al equipo, y supongo que a la ciudad) en mi corazón”. Se ve que para muchos el fútbol está adquiriendo carácter religioso (con su fe y su liturgia) cuando –por mucho que recemos a San Cucufato o a la Virgen de los Dólares-, sigue siendo un juego bastante profano y simplón. Pero en fin, allá cada cual con sus ideas y sus excesos…
Lo malo es que el éxtasis litúrgico-futbolero no ha hecho más que empezar. Dentro de unos días volveremos –ojo, afortunadamente- a celebrar la victoria del Barça en la Champion Li, y el ascenso de los equipos de Segunda División a Primera (tres nuevas ciudades se incorporarán a las celebraciones masivamente masivas). No nos queda ná que aguantar a los que nos tomamos los éxitos con la misma filosofía que los fracasos: tranquilidad, buenos alimentos y la vida sigue. Y no hablemos si ocurre un milagro y la selección española gana el Mundial de Alemania. ¿Declarará ZP una semana de fiesta plurinacional? Menos mal que en los fracasos, normalmente el personal suele portarse mucho más tranquilamente: la de psiquiátricos, valiums y vendajes que nos estamos ahorrando.
Bueno, pues ya está dicho. Tranqui, forofos y periodistas. Tranquilos. No saquemos las cosas de quicio que tampoco es para tanto. El fútbol es, simple y llanamente, una sencilla distracción y entretenimiento, no una feria de las vanidades. Si tratamos como héroes a unos jugadores peloteros, ¿cómo habría que tratar al inventor de la cama, al pescador que se juega la vida para que luego nos comamos unos salmonetes riquísimos, al albañil que pone yeso en la fachada con medio cuerpo en el vacío, al policía que desactiva una bomba, al inventor de la penicilina o al intelectual al que sólo conocen cuatro gatos y medio porque leer es muy pesado? No quiero ponerme borde, pero por mal camino vamos cuando a unos cuantos futbolistas (por cierto, la mayoría no de Barcelona o Sevilla, sino de medio mundo) los reverenciamos como héroes por haber ganado un título futbolero mientras que a muchos profesores y médicos (un suponé) los tratamos de villanos y les zurramos la badana. En fin, no veas la matraca que nos espera en los próximos días de éxitos y ascensos a Primera y a Segunda y a Tercera División.
1 comentarios:
Esto es una viciosa espiral ascendente que se alimenta a sí misma. Y eso sí que no se “pué aguantá”.
El forofismo es otra forma de fanatismo —integrismo se llama en otras áreas—, así que no estamos tan lejos de esa tan cacareada Edad Media musulmana en la que se dice por ahí que viven los integristas.
Después de todo, no somos tan diferentes, ¿verdad? Nos alegramos de estar a años luz del fanatismo religioso que impulsó las Cruzadas. Miramos por encima del hombro a los fanáticos del tal Mahoma. Pero somos fanáticos de un equipo de fútbol que no sabe ni que existimos.
El tiempo nos dará la razón, amigo Juan, pero para entonces tú y yo estaremos en el frío ciberespacio.
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