6 de junio de 2006

PASIÓN CICLOTÍMICA


(Iba a escribir una cosa con mucha enjundia sobre el papelón que le espera a la selección española en el próximo mundial de futbolín, tema casi monográfico de este mes, pero un artículo de Juan Manuel de Prada en el magazine XLSemanal me lo ha puesto a huevo. No se puede escribir mejor y más certeramente sobre el particular. Lo que demuestra, je, je, que para hablar juiciosamente de fútbol no hay nada mejor como tener poco interés sobre el mismo).



“Siempre me ha provocado cierta divertida perplejidad la pasión ciclotímica que los aficionados dispensan a la selección española de fútbol. Cada dos años aproximadamente (cada vez que se celebra un campeonato europeo o mundial), su orgullo recibe un crudelísimo varapalo: la selección, después de presentarse en la liza con vitola de favorito, es sistemáticamente eliminada por otras selecciones teóricamente inferiores, casi siempre coincidiendo con la ronda de cuartos de final (aunque no faltan ocasiones en que el desaguisado se perpetra en fases anteriores). Al concluir estos campeonatos, todos los aficionados coinciden en afirmar que nuestra selección se compone de un hatajo de vagos y señoritingos de mierda, incapaces de sudar la camiseta y «sentir los colores». Una vez extinguidos los ecos del cataclismo, y a medida que la selección se redime del golpe asestado por potencias balompédicas del calibre de Paraguay o Corea con victorias en los partidos clasificatorios para el siguiente campeonato europeo o mundial, se suceden las palinodias: al principio tibias, poco a poco, cada vez más inflamadas de entusiasmo. Aunque las victorias en estas liguillas clasificatorias sean ante rivales de pacotilla (San Marino, Chipre, Albania, etcétera), el aficionado empieza a emocionarse: «Hay que reconocer que contamos con un conjunto sólido», susurra tímidamente en sus tertulias de café; luego, cuando ya se ha empezado a contagiar de la retórica triunfalista de los cronistas deportivos: «Nuestra selección cuenta con algunas de las estrellas más rutilantes del concierto mundial»; y más tarde, cuando ya se ha olvidado del anterior fiasco y la selección ha logrado clasificarse para el siguiente campeonato, en reñida disputa con alguna república balcánica o ex soviética: «La brillante clasificación de nuestro combinado nacional augura un campeonato en el que quizá se rompa el maleficio que nos persigue»; para concluir, en vísperas del campeonato, con los consabidos desparrames eufóricos: «Esta vez vamos a arrasar».



A la postre, se repite la pesadilla de siempre: la selección debuta en el campeonato europeo o mundial con un fútbol espesote, desaborido o pusilánime que no alza el vuelo en los partidos sucesivos; aun así, logra pasar de milagro –gracias a no sé qué arduas aritméticas– a las rondas eliminatorias, donde infaliblemente es derrotada por otra selección igualmente obtusa, pero que al menos sabe aprovechar mejor sus oportunidades o engañar mejor al árbitro con estratégicos piscinazos en el área. Una vez consumado el desastre, el aficionado (que había llegado a concebir esperanzas de que la selección alcanzase la victoria final, en un ejercicio de optimismo insensato) vuelve a su rincón a lamerse las heridas, convencido de que la selección se compone de un hatajo de vagos y señoritingos de mierda, incapaces de sudar la camiseta y «sentir los colores» de esta yuxtaposición de naciones y realidades nacionales que algunos carcas recalcitrantes se empeñan en seguir llamando España. Durante unas cuantas semanas, la ocupación predilecta del aficionado (la única que logra exorcizar los fantasmas de su depresión, por otra parte) consiste en increpar a sus ídolos con insultos que se extienden a su parentela en línea directa y colateral. Pronto, sin embargo, el aficionado recolecta las migajas de su ánimo y vuelve a erguirse sobre sus despojos, confiado de que la próxima vez –¡esta vez sí!– la selección española vencerá la maldición que la condena a ser eliminada en cuartos de final. Y así una y otra vez, en una versión paródica y ciclotímica del eterno retorno nietzscheano.



Confesaré que hace algunos años dejó de interesarme el fútbol, y muy especialmente los campeonatos internacionales, donde mi orgullo patriótico era sistemáticamente vapuleado, después de que los cronistas deportivos lo hubieran excitado con promisorias hipérboles. Quizá por ello contemplo con apiadada curiosidad los fervores que concita nuestra selección balompédica. En fin, de ilusión también se vive (o quizá más bien sólo se vive de ilusión). Y, después de todo, siempre nos quedará el gol de Zarra para consolarnos”.

2 comentarios:

la aguja 10/6/06, 3:38  
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la aguja 10/6/06, 3:39  

Pues cuando escribe uno de estos maestros, a los tuerce renglones y emborrona cuartillas sólo nos queda callar y releer.

Pero mira tú que ha entrado en mi bitácora alguien un tanto ofendido por mi antipatriotismo y me ha llamado amargado.

Si es que mi amigo Ito tiene razón. Me voy a pasar a su afición contra-futbolera a ver si se me quita este amargor de la boca.

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