HOMBRES DE FÚTBOL, NO, HOMBRES DE TEATRO
El otro día leía un carta al director en el suplemento dominical XLSemanal que me hizo rescatar de la memoria un comentario que deseaba escribir de parecida temática pero que ha ido retrasando la actualidad. Preparados, listos, ya:
“Hace unos días vi la típica imagen de un jugador de fútbol rodeado de micrófonos, grabadoras y aparatos varios. No sé por qué, porque el fútbol apenas me interesa, decidí ver la noticia. Se trataba de Joaquín, el nuevo jugador del Valencia, que tenía los ojos llorosos y la voz temblorosa por su marcha del Betis, el equipo de toda su vida, según me informaron. Tan sentida despedida hizo que el jugador me cayera bien, tan agradecido me pareció, tan simpático, tan… que empecé a construirle mi propio altar (imaginario, claro). Pero he aquí mi sorpresa cuando en la siguiente imagen lo veo sonriente y feliz de la vida, posando para las cámaras con la vestimenta del Valencia. Imaginen cómo acabó mi altar, en llamas por lo menos. “Qué rápido se le olvidan a éste las penas”, pensé. “Qué cambios de humor que tiene”. Si yo fuera aficionado, me dedicaría a animar al equipo del barrio. Puede que sus partidos no sean tan espectaculares, pero sus sentimientos serán sin duda más sinceros”.
Sin ser aficionado, el autor de la carta demuestra una gran capacidad de observación del mundillo teatrero del fútbol. Y es que basta disponer de dos ojos capaces de ver todas las camisetas y no sólo la de “nuestro” equipo, un par de oídos sin cerumen patriotero o localista y un coeficiente intelectual normalucho (tipo Mariano Rajoy) para darse cuenta que los jugadores de furbo son unos estupendos actores. A su lado los clásicos de las bambalinas quedan a la altura de sus zapatillas doradas. ¡Qué arte en la seducción del respetable! ¡Qué vena dramática a la hora de recibir un patadón en la espinilla! ¡Y qué silbidos de indiferencia sueca cuando quien arrea el mandoble es la mismísima criatura! ¡Qué voces de barítonos expresando ante cien mil respetables que ha sido penalti aunque el árbitro señala saque de banda! ¡Qué de emociones concatenadas: el abrazo metrosexual al compa que ha metido un gol de chiripa, la contricción por el error clamoroso de enviar la pelota fuera del estadio (un fallo lo tiene cualquiera), ese cuello nervado por la sangre ante la injusticia arbitral, ese rictus cómico ante el tropezón del rival…! En cuestión de minutos se pasa de la risa al llanto, de la furia a la ternura, del cachondeo a la severidad jupiterina. No hay actor julivuyense capaz de realizar semejante papelón en directo, ante las escrutadoras cámaras televisivas y bajo la atenta mirada de miles de almas sedientas de épica ajena.
Jodé, si es que Raúl no tiene ná que envidiarle al Cruise, Casillas a Fernando Tejero, Etoo a Denzel Washington, Ronaldinho al Murphy o Beckham al Alfredo Landa en sus años del destape. La pena es que en la representación no haya papeles femeninos, porque entonces la temática teatrera daría más juego. En fin, a ver si algún siglo de éstos Zapatero saca una ley que obligue a la paridad masculino-femenina en los equipos. Así, en fútbol, cinco tíos y cinco tías (el portero o portera, homosexual) para que no haya discriminación sexuá ni teatrera y así tós contentos.
Por eso, porque en las venas y en las piernas lo llevan, Joaquin llora en el vestuario del Betis, coge el avión que tiene en la puerta y dos horas más tarde adopta el papel de Robert Redford en el vestuario ché. Y sin haber aprendido previamente el método Stalinowki (o algo así) o haber realizado un Master en Teatro Espontáneo. Les sale así, de bote pronto, de manera natural y directa. Y eso ya lo saben los publicistas y los chicos de las pasarelas y las telecaquiles: ponga un futbolista famoso (pero, ojo, que sea del Madrid o el Barcelona, que tienen más seguidores y glamour) en su fiesta, su guateque, su spot publicitario, su taxi, su galaxia o su vida. Porque estos chicos, además, es que sirven para todo, incluido el fútbol, claro…
“Teatro, la vida es puro teatro…” dice un famoso tango. La vida es fútbol y sus protagonistas unos actores estupendísimos y la mar de peliculeros. Tan geniales, que hasta contagian su vena cómico-dramática al público, al que hacen actuar gratis. Mejor dicho, pagando. Lo cual que tiene mucho mérito. ¿O no?
2 comentarios:
El balón fuera del estadio y un fallo lo tiene cualquiera… Sí, menos el árbitro, que no puede si no quiere salir escoltado, como decía la becaria el otro día.
Al hilo de éste tu artículo me hace una gracia particular la razón que tienes en cuanto a la calidad que atesoran estos gualdrapas en el teatro mundi, y sin embargo, en cuanto les ponen una cámara delante para decir una frase en un anuncio, se les pega la lengua al paladar, pierden esa naturalidad y quedan como un culo hirsuto.
Son unos buenísimos actores en lo suyo, pero cuando se visten de calzón largo, se ponen la gomina o el peluquín y un kilo de micrófonos aparecen por allí para preguntarles la hora que es, entonces dan el cante y compruebas que hasta el perro del vecino es mejor actor. ¡No se puede ser perfectos! Aunque, para eso, los clubes ya podrían ponerles unos profesores particulares...
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