10 de noviembre de 2006

DON PAQUITO: GRACIAS POR EL RECUERDO...


Cuando a mediados de la semana pasada escuchaba en una telele que le estaban dando un homenaje a Paquito Fernández Ochoa en su localidad natal de Cercedilla, con presencia de la mismísima realeza española, confieso que me saltaron todas las alarmas.


-Desde aquella tarde de febrero de 1972 en que se proclamó inesperadamente campeón olímpico de esquí ya ha llovido….¿Y ahora le dan un homenaje?



Lo que me temía lo escuché de manera casi vergonzante en voz de la locutora: "Paquito está muy enfermo".



Cuando eché una mirada al receptor y le vi postrado en aquella silla de ruedas y con un rostro absolutamente envejecido, supe que un maldito cáncer estaba a punto de llevárselo dios sabe a donde. Pero jamás pensé, y supongo que nadie de los miles de admiradores allí presentes, que la gloria de aquel día iba a ser tan corta. Probablemente aguantó como un jabato la llegada de ese postrer homenaje antes de volar hacia la blancura (o negrura) del infinito. Con la satisfacción del deber cumplido, el bueno de Paquito nos dejó unos cuantos días después.


Que conste que me repatea ese culto que en España tenemos al moribundo y al fallecido, al que habitualmente se ha ninguneado o puteado en vida. Mira que han tenido años en Cercedilla para hacerle una estatua a Paquito, pero más vale tarde que nunca. Mas el Puñetas no tiene obligación alguna de dorar la píldora a nadie. Hoy recuerda a Fernández Ochoa, porque forma parte de su propia memoria, cuando siendo un chaval de pantalones cortos y largas pelambreras, veía aquella televisión recién comprada (blanco y negro) con unos ojos abiertos como platos. El mundo empezaba a metérsele en su propia casa, un cuchitril donde por no haber no había ni cuarto de baño. Tristes años, aún todavía a principios de los 70, en los que en la pandereta de España (esa graciosa y dicharachera Andalucía) todavía vivíamos miles y miles de personas compartiendo baño y retrete con otros vecinos igualmente empobrecidos de cartera, pero ricos en decencia. Justo casi lo contrario de ahora. Así que muchos no habíamos visto un esquiador en nuestra puta vida, salvo en alguna película de acción o en la recien comprada teuve. Por eso me viene a la mente, entre tinieblas, pero bastante fidedignamente, la noticia de la TVE de entonces diciendo que un español, un tal Francisco Fernández Ochoa, había conseguido la medalla de oro del slalom de los Juegos Olímpicos de Sapporo. Y los infelices nos alegramos. La nieve se ve que servía para algo más que hacer monigotes y tirarle bolazos a los amigos el día que del cielo caían aquellos copos blancos.


Fue entonces cuando muchos españolitos descubrieron que había gente que se ganaba la vida con la nieve, descendiendo por ella a muchos kilómetros por hora, a punto de darse un hostiazo y deshacerse en pedazos. Tiempos en que Sierra Nevada, lo más cercano en la geografía para el chavea Puñetas, era sólo un nombre en los mapas, con la carretera más alta de Europa, un Parador de turismo para gente de alto copete y varias pistas de esquí, la mayor parte de las veces desérticas u ocupadas por esos niños de papá y sus progenitores, a los que les íbamos a dar para el pelo el día que llegase la democracia. En fin, historias de quien empieza a recordar cada vez más nítidamente una niñez pobre pero feliz…



Así que Paquito, sin quererlo, forma parte de la memoria de muchos desgraciaos de entonces, que con su muerte habrán revivido lejanos recuerdos ya medio sepultados por el oropel barato en vivimos hoy. Desde su histórico triunfo, el esquí empezó a adquirir su mayoría de edad, como los chaveas de entonces, y algunos hasta cumplimos el sueño -años más tarde- de subir a lo más alto de la mítica Sierra Nevada. No para esquiar, que es un deporte caro, algo señoritil y de excesivo riesgo. Sí para respirar aire puro, decir “aquí estamos, pese a todo” y salir pitando horas más tarde antes de que se echase el frío de la noche pues el modesto abrigo no amparaba gran cosa nuestro cuerpo serrano (quiero decir, tan poco serrano).



Paquito Fernández Ochoa. Un inesperado invitado en la mesa olímpica y alpina en que todo el bacalao se lo comían los austriacos, italianos, alemanes… Se coló de rondón por puro milagro. Sin ayudas públicas, sin preparación en centros de alto rendimiento, con toda la historia en contra... A veces es que llueve hacia arriba para que algunos desharrapados puedan contarlo…



Gracias por el recuerdo, don Paquito…

6 comentarios:

la aguja 11/11/06, 1:52  

Pues yo me quedo con la frase que le oí en la radio: “hay que morir como los toros bravos, en el centro de la plaza”. En realidad me sobrecogió toda su intervención con motivo del homenaje.

Me quedo con ese gesto de elegancia y dignidad a la hora de morir; de plantarle cara a la muerte con ganas de vivir.

Me llamó la atención su cabreo a raíz del ridículo que hizo la federación de esquí con la contratación de los servicios de aquel alemán que hemos dado en llamar Juanito Muelas.

Encabezó una pequeñar revuelta que quedó en nada para asaltar la presidencia de esta federación/empresa que en ese año debía celebrar elecciones.

Quizá fue traicionado por los suyos. Quizá no confiaron en la gestión del campeón.

Ahora seguro que le saldrán los amigos como salen los champiñones después del agua.

Cierto es que nunca le presté gran atención; la nieve tampoco es lo mío. Siempre me pareció un tipo simpático, dicharachero y jovial.

Pero hay algo que no me da la gana de callar. Dicen los medios, y creo que lo dijo también el hijo del Borbón, que esta muerte era una pérdida para el deporte español.

La pérdida es para su familia, que estoy convencido de que le querían un montón. Pero lo de una pérdida para el deporte español no lo apruebo.

Habría que ver primero qué le ha dado a él el deporte español; cuánto le quería a él el deporte español; qué ha hecho por él el deporte español.

Insisto, la pérdida es para su familía, que le querían y ya no pueden tenerlo con ellos.

Rafael García Librán 12/11/06, 23:27  

Completamente de acuerdo, con los dos.

No había leído/oído sus declaraciones en el diario El Mundo y, francamente, me he quedado impresionado.

Ojala tenga yo la mitad de los huevos -no sirven eufemismos para este momento, disculpen el vocablo- que ha tenido este hombre con respecto a la vida. Chapó

Anónimo 12/11/06, 23:36  

En su muerte (hacía mucho tiempo que no le veía el pelo, hasta el punto de no saber que estaba muy enfermo) ya ves que más que su trayectoria deportiva -que básicamente se sintetiza en el éxito de Sapporo, aunque para llegar ahí seguro que tuvo que pelearse como un jabato contra las inclemencias de todo tipo- ha venido a mi mente aquel momento y las circunstancias en que lo viví, de las que apenas me acordaba. Seguramente se mereció estar en la Federación de esquí visto los exitazos que han llegado después (salvando el de su hermana, que de casta le viene a la familia). Lo que más me extraña es estos homenajes últimos, la estatua, las medallas cuando hace tantísimo tiempo que consiguió la gloria. No quiero pecar de ligero pero no me extrañaría nada que en vista de su situación de salud se acordasen de él y no antes. Espero, y deseo, que no haya sido así, aunque es algo normal en este cuchitril que ya no saben algunos ni como se llama: ¿nación, nación de naciones, nación de comunidadea autónomas, realidad nacional, nación de realidades nacionales, España, coño de la Bernarda, je, je)? Pongámosle X, que me da igual que me da lo mismo si pienso que Paquito -y muchos personajes anónimos- se nos ha ido cuando tenía todavía muchos años por delante. Estas faenas de la puta vida sí que son graves...

Anónimo 12/11/06, 23:40  

Y como dice Rafa, tras leer completa su entrevista en el diario así como con esa frase de la radio que cita la Aguja, quizás ya adivinemos el porqué ganó aquellas olimpiadas, viniendo de un país sin tradición alguna en esto del esquí. No sólo sabía esquiar sino que le echó todos los bemoles y huevos del mundo. Qué pocos tíos de estos van quedando...

la aguja 13/11/06, 5:04  

A ver si este enlace funciona.

la aguja 13/11/06, 5:30  

Pues funciona.

No es la intervención a la que yo aludía, pero el vídeo puede dar testimonio de lo que venimos hablando.

Y es que no se muere con dignidad, sino que se vive con dignidad.

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).