16 de enero de 2007

DE PUÑETAZOS Y PEINETAS


No contentos con que los jugadores de futbolín se arreen en cada partido una buena manta de estacazos y tentetiesos; no satisfechos con que a veces la cosa acaba a puñetazo limpio, como la semana pasada, entre un tipo del Zaragoza y otro del Sevilla; no bastando semejantes faltas de fair play, a las que se suman las de los aficionados y espectadores, que disfrutan una morterá cagándose en la mamaíta que parió a los árbitros y a los jugadores y técnicos rivales (a veces, también, a los propios), ahora la cosa amenaza con extenderse, cual fiebre amarilla, al ámbito de los entrenadores, incapaces de contener también sus emociones, fobias y tirrias.


Este fin de semana el entrenador del Barça, ese “hombre tranquilo” que parece tener la sangre de horchata, le arreó un enorme castañazo al lateral de su banquillo, haciendo pedazos el plástico protector. El tío ni se inmutó, mientras los servicios operativos del Español hacían sus cálculos para reparar aquello, mirando de reojo a aquel bestia habitualmente plácido y bonachón. Ya en rueda de prensa, Rijkaard adujo que no se había dado cuenta de nada y que hasta pensaba que no había plástico. Hombre, el Español no tiene el potencial económico del Barça, pero de ahí a insinuar que ni siquiera tiene pelas para cerrar los laterales de los banquillos (con el frío y viento que corre por Montjuic) va un abismo. Y menos mal que en vez de plástico no había un cristal o un trozo de madera, porque a estas alturas –de creer al bueno de Frank- estaría con el brazo en cabestrillo. La prensa catalana, que es muy apañada para estas cosas, ha echado tierra sobre el asunto y la Sexta, que retransmitió el partido, ni se enteró de la película.



En Madrid, en cambio, con estas cosas se hace una buena y refrescante sangría. Así que (retransmitía Canal Plus), la “peineta” que Capello dedicó a dos aficionados al finalizar el encuentro Madrid-Zaragoza ha recorrido ya medio mundo, ha provocado cien mil repeticiones en todas las teleles y no extrañaría nada que un juez mande un día de éstos a la guardia civil en busca de don Fabio. Este se disculpó al final del encuentro aduciendo que esos dos tipos llevan toda la temporada insultándole, que esa noche habían sobrepasado los límites y que en su anterior etapa en el Madrid (hace unos diez años) ya eran los mismos quienes continuamente le vituperaban.



Total, que la presión sacude a los dos primeros espadas del entreno de la actual Liga de las Estrellitas y quizás la semana venidera (de extenderse la enfermedad) podamos ver a Caparrós tirarle una llave inglesa al cuarto árbitro o al temperamental Luis Fernández hacerle la zancadilla al linier de turno. Incluso es posible que si la tensión aumenta de caudal, en algún palco se líen a insultos y salivazos un par de presidentes de club, que los hay excesivamente temperamentales y con la cabeza bastante loca. Cosas que pasan en el deporte, que dicen los castizos…



Pero volviendo a la famosa “peineta” del italiano. ¿Tiene derecho Capello a cabrearse con unos tipos que no dejan de insultarle partido tras partido? Según los chicos de la prensa y las telecacas, no sólo no debe hacerlo (estamos de acuerdo), si no que las impertinencias de los espectadores “entran en el sueldo”. Y ahí, queridísimos verdugos, nati de plasti. Pagar una entrada, aunque sea a precio de jamón de Jabugo, no da ningún derecho a insultar, vejar y ofender particularmente a nadie. No sólo es falta de educación si no que es probable que se contemple en algún articulillo del Código Penal, aunque confieso que no me lo he leído ni estoy dispuesto a hacerlo, pues suelo tener un tipo de lecturas más placenteras.



Hemos convertido este país en un estercolero infumable donde, como señala Pérez Reverte esta misma semana en un famoso suplemento, “hasta la gente que viene de fuera pierde la educación en contacto con nuestra grosera realidad nacional”. En el sueldo nadie lleva incluido el insulto ajeno, aunque ya sabemos que médicos, profesores, policías, inmigrantes, gente de color, bajitos, gordos, famosos, viejecitas y tímidos varios (entre otros especimenes) tienen que soportan el hedor palabreril de gentuza que –muy seriamente- les impreca, atosiga, arremete verbal y hasta físicamente porque desconocen el respeto al prójimo, las buenas maneras y formas, la cortesía y la mínima educación. Así que, si yo fuera un jerifalte del Madrid, investigaría el asunto a fondo, y de confirmarse echaba a la calle muy finamente a esos dos amigos que se ha echado Capello. O los mandaba a la última fila del estadio, previo regalo de unos prismáticos. Nadie en su sano juicio puede afirmar que entran en el sueldo de un entrenador o de cualquier otro profesional las impertinencias e insultos ajenos. Vamos, creo yo…, aunque tratándose de Capello, tampoco estaría mal que el camarada se mirase también en el espejo y se aplicase el mismo cuento. La paja en el ojo ajeno a veces es viga en el propio.

2 comentarios:

la aguja 18/1/07, 17:44  

Puñetazos, peinetas y puñetas…

En un mundo (el del futbolín) que está desquiciado, lo normal es que quien ingrese en él acabe desquiciado también por mucho karma que tenga.

Como aquél que estaba sano e ingresó en un sanatorio mental o manicomio y acabó más sonado que las maracas de Machín.

Esto es de locos…

Anónimo 20/1/07, 16:19  

Yo creo que lo que hace falta en los vestuarios y en los entrenamientos es ampliar el círculo de actividades deportivas, médicas y culturales. Quiero decir que, con lo que ganan, los jugadores deberían tener una jornada laboral más completa, en donde recibiesen clases de cultureta general, de locución (siempre tienen un micro en la boca), de dietética (somos lo que comemos, como dijo el clásico y no los cuatreros esos de la telecaca de turno), de yoga y relajación (para que los jugadores sepan concentrarse y estar anímicamente preparados), un poquito de psicología de masas y , si se tercia, hasta un curso de cocina, que muchos de ellos son extranjeros y al final no saben qué hacer con dos patatas y dos huevos.

Ojo, y el mismo plan también para los entrenadores. No sé si así tendríamos mejor fútbol, pero desde luego la imagen social y el espejo que representan estos tíos sería de mucha más calidad y ejemplaridad.

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