ENTRE PIRÓMANOS Y CAFRES ANDA EL JUEGO (Y II)
Joé, es que voy a tener que cambiar el titulillo a la bitácora y llamarla “EL CASO… DEPORTIVO”, en recuerdo de aquel periódico ya fenecido titulado “EL CASO”, especializado en la época del franquismo tardío en informar sobre sucesos acaecidos en el país (asesinatos, peleas, delincuencia común…). Periódico que tenía una buena tirada y acogida, siendo a menudo más interesante que las mismísimas novelas de Agatha Cristhie, Georges Simenon o Sherlock Holmes. Luego llegó la democracia y la basura del humanoide hispánico se esparció por las telecacas y radios, así que se se fue a pique aquel diario que sólo informaba sobre lo peor del género humano.
Al grano. Cuando ya tenía decentito y adecentado mi último articulillo, veo las imágenes de la tangana o pelea entre los jugadores del Valencia y el Inter, al final del partido de la Champion Li disputado hoy. Así que, cómo no repetir la jugada del post anterior, pero esta vez con el colmillo todavía más retorcido.
Ya no son los presidentes y directivas los culpables de que un terreno de juego se convierta en un desfile de cafres y exaltados. Ya no son esos infelices espectadores capaces de llorar a moco tendido porque pierde “su” (?) equipo o de matar a un rival si hace falta para cumplir una venganza o aliviar una calentura futbolística. Si ya lo avisaba el otro día: “Violencia de espectadores contra espectadores y de jugadores contra jugadores”. El espectáculo brindado por los millonarios chicos del Valencia y el Inter (no todos, pero muchos de ellos) es para clasificar el fútbol de algunos como espectáculo XXX, por pornográfico y violento.
Todo empezó con un rifirrafe entre Burdisso y Marchena. A partir de ahí, leña al mono dentro del campo y en los vestuarios. De regreso a Milán, el tal Burdisso, que sufrió la fractura de la nariz en la refriega, ha afirmado que “no es de hombres pegar por la espalda”. No sé si lo que le han fracturado ha sido la nariz o el cerebro, porque lo que no es de hombres es pegarse de la manera que lo hizo él y otros tipejos ante la atenta mirada de tropecientos millones de espectadores, niños y amas de cría incluidos. Se ve que al amigo le parece respetable dar leña, siempre que sea por delante. Pero la nariz no se la han hecho polvo por atizarle por la espalda si no por delante, salvo que el apéndice nasal lo tenga detrás de la columna vertebral. Así que, visto el cacao mental que se gasta el leñador italiano, no sé a qué se va a dedicar en la vida ordinaria cuando deje de pegarse en los campos de juego futboleros, donde no se exige todavía ningún certificado de buena conducta ni de tener un coeficiente intelectual corrientito. Luego, claro, pasa lo que pasa…
Para los que justifican la violencia o la comprenden (el Puñetas mandaba al paro directamente a la mitad de los equipos del Inter y Valencia), lo del italiano descerebrado tiene un pase, pero ¿y lo del camarada David Navarro? Un tipo que ha contemplado el partido desde la barrera del banquillo, y que cuando se lía el pifostio sale al centro del campo y le arrea un puñetazo al tal Burdisso poniéndole la nariz mirando a la Meca… Luego vendrían las disculpas: “Quiero disculparme por lo que ocurrió porque no me parece bien lo que hice. Es una falta de respeto para todo el mundo del fútbol, por eso quiero pedir disculpas al jugador del Inter. Nunca me había pasado algo así porque no soy una persona violenta. No soy un ejemplo a seguir, sobre todo siendo un futbolista de la cantera”. Pues menos mal que no es violento Davidito, porque si llega a serlo hay que sacar a Burdisso metido en una caja de pino.
Esto de que el personal la haga y luego se arrepienta, me hace mucha gracia. ¿Para qué demonios tenemos el cerebro? La naturaleza nos lo puso ahí (y no en la bragueta, por ejemplo) para pensar primero y luego actuar. No para actuar primero y luego pensar en las consecuencias de las acciones. Parece que algo tan elemental y tan trabajado por la especie humano-animal a lo largo de miles de años, todavía sigue siendo bastante complicado de practicar o asimilar por algunos congéneres.
Luego quedan en la retina los hachazos a las piernas que le endilgaron a Navarro diversos jugadores del Inter, en represalia, aunque no consiguieron su objetivo sangriento. O el intento de asalto del vestuario valencianista por parte de algunos jugadores del Inter, lo que necesitó la presencia de los antidisturbios que, naturalmente, no llegaron a intervenir porque lo suyo sólo es pegar manporros a los mineros, los metalúrgicos o los sin empleo cuando éstos se ponen en huelga o se manifiestan pidiendo aumento de sueldo. Menos mal que la trifulca ocurrió en Valencia. No quiero pensar qué habrían hecho si sucede en su estadio. De allí no sale vivo ni el masajista ché.
En cualquier caso, la prueba del nueve de lo sucedido en Mestalla es que no hace falta que solivianten a los espectadores unos presidentes soplapollas o una prensa canallesca. Se bastan solitos los propios jugadores en cuanto se les calienta la sesera por cualquier estupidez. Da lo mismo que los estén viendo millones de incrédulos espectadores (o no tanto) a través de las telecacas. Así que los meapilas de la UEFA deberían verse el vídeo del encuentro un millón de veces (hasta que los ojos se les salgan de sus órbitas) y no dejar sin castigo a ningún jugador que no hiciera lo único (sí, digo lo único) que era sensato en aquellos momentos de alta tensión gilipollesca: largarse de allí con viento fresco. Eso hice yo una vez en un partido de baloncesto de hace ya tiempo y me quedé más ancho que alto. Porque, a ver si se enteran estos gallitos de pelea de una maldita vez: lo valiente no es liarse a mamporros perdiendo el juicio y la vergüenza. Lo valiente es mandar a paseo a los violentos e indeseables (aunque sean del propio equipo) e irse avergonzado del “tomate” antes de que la irracionalidad de éste le pille a uno a medio. Comprendo que esta inversión de valores “establecidos” escueza a muchos testiculines, pero el Puñetas –sin ser Ghandi- es de los que piensan que dos no se pelean si uno no quiere. Sobre todo en un campo de juego, donde para eso hay unos árbitros y un comité de competición que después castigará a quien corresponda. Ah, y unos tribunales de justicia ordinaria por si la cosa pasa a mayores…
2 comentarios:
Se origina una pelea en plena rúe. Hay lesionados y contusos. En esas llega la policía y detiene a todos los que se encontraban en plena reyerta.
El juez condenará a unos y otros por escándalo público, de eso que no nos quepa duda, si no pudiera determinarse quienes fueron los agresores y quienes se vieron obligados a defenderse. Y creo recordar que la multa se fijará por días, cuya cuantía irá en función del sueldo que tiene cada uno.
En el caso que nos ocupa la reyerta se ha dado en un lugar público, con publicidad mundial. Hay imágenes con el inicio de la pelea. Se sabe donde viven y donde trabajan todos los actores y autores de la pelea.
Pero curiosamente no ocurrirá nada de nada. Nasti de plasti monasti, que decíamos en mi Insti.
Y acabo mi comentario como he acabado mi artículo ayer: ¿actuar de oficio? Quia; problemas no, por favor.
No seamos herejes, que a ojos de la Inquisición futbolera cualquier día colocan nuestras efigies en las farolas con el "Wanted vivos o muertos".
Bueno, dicha esta estupidez para aflojar la mandíbula, yo creo que todo tiene una explicación: los soldados en las guerras y los médicos en la medicina tienen licencia para matar (que me perdonen los médicos, pero sólo me limito a transcribir una idea de mi profe de yoga, el muy locato).
Bueno, pues los futbolistas de cierta élite tienen licencia para pelearse en lugares públicos y ante el mundo mundial. Claro que siempre está la posibilidad de darle al mando y apagar tan bochornosas imágenes, pero antes de hacerlo el daño ya está hecho a la gente que las ve (niños incluidos), por no hablar de los que están presenciando en directo el asunto.
En fin, que unos tienen licencia de armas y otros tienen que armase de paciencia para conseguir una licencia. (Nueva estupidez retórica que mejora y amplía la primera: no me eches a mí la culpa, si no a los tiempos que corren).
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