27 de abril de 2007

NIÑOS: MENOS COMPETICIÓN Y MÁS JUEGO


Hace unos días escribía unas letras sobre unos benditos profesores dedicados a sacar agua del difícil pozo de los adolescentes de ahora, a través de la asignatura de educación física. Mientras unos docentes han decidido tirar la toalla e ir sobreviviendo, otros siguen dando el callo y perdiendo la salud psíquica en ello, la mayor parte de las veces con escasa recompensa. Otra cosa es cuando el niño (o más bien, el padre) decide que el zagal está capacitado para hacer deporte federado, en el equipo del barrio o de la localidad. Un deporte de los de fama y pasta, porque mira que si el mocoso sale fino y burla burlando empieza a destacar… Así empezaron muchos que hoy andan forrados de billetes y fama.


La atención de estos progenitores está puesta en el en plano competitivo, con ciertas miras de futuro, por si toca la flauta con el chaval, aunque sea por casualidad. Poco les interesa la formación física que su retoño reciba en el centro educativo, mucho lo que acontezca en el club social, escuela de tenis o de fútbol… Para el compa de la Aguja,“los niños disfrutan jugando, no disfrutan compitiendo porque el único objetivo es ganar”. Pero en esas están muchos padres, que hasta despotrican del colegio o instituto porque allí pasan de organizar campeonatos, ligas y demás parafernalia competitiva con trofeo al fondo. Así que lo que educan algunos profesores abnegados, deseducan algunos padres hipnotizados por los torneos, la competición y el hipotético futuro del hijo como figura o figurilla deportiva más o menos rentable.



Los chavales son como las esponjas: lo tragan y asimilan todo, lo bueno y lo malo, lo consciente y lo inconsciente, y esa competitividad feroz que existe en los medios, en la calle, en el deporte y en muchas familias, les suele hacer escasa. De poco vale que en la mayoría de las escuelas (un remanso de paz, donde muchos profesores se ven negros para educar en otros valores que no sean los socialmente mayoritarios) se insista en el juego, se recuperen tradiciones y actividades clásicas, se mezcle a los chavales y chavalas en la práctica del ejercicio, se realicen actividades alternativas (yoga, orientación, tenis de mesa…), etc. Al final, cuando los críos dan rienda suelta a lo que llevan dentro (en los recreos) sólo existe el fútbol y todos los execrables comportamientos que éste lleva consigo. Pero todavía aquí los enanos se divierten. Más cuando se trata de enfrentarse a otros mocosos como ellos en un partido oficial, o cuando hay que entrenar duro para prepararse de cara al futuro, más de uno pone una cara de asco que dan ganas de comprarle un saco de caramelos.


No es cosa de tomarse a broma el asunto. Acabo de leer un reportaje sobre los padres de algunas deportistas famosas y es para salir corriendo a la consulta del psiquiatra. No es sólo los tortazos del papuchi de la Zubkova que vimos hace poco en las telecacas. Aquel matón de Alcatraz que atendía por padre de la tenista Mary Pierce, y que animaba a su hija con insultos soeces hacia sus rivales; el padre de Jelena Dokic, cuya filosofía se reducía a una máxima: “las voleas, con sangre entran”, y que hizo tan imposible la vida de su hija (la mejor tenista serbia de la historia) que ésta acabó abrazando la bandera australiana; aquel coronel retirado que drogaba a las rivales de sus hijas; ese padre padrone de la golfista coreana Se Ri, que al final acabó hospitalizada ante sus salvajadas, como aquella de que para endurecer psicológicamente a su hija, ésta durmiese entre las tumbas de un cementerio; el ajedrecista Kamsky, que acabó odiando a su padre, harto de palos y zanahorias. O qué decir del papaíto de las Williams, que antes de engendrarlas ya había decidido que serían tenistas. Suerte han tenido la Venus y la Serena de no haberle defraudado, que si no...


Cuando lo importante ya no es disfrutar sino ganar como sea, escalar peldaños en el ranking, ganar dinero para mejorar la economía familiar, o satisfacer el ego del papurri para que presuma luego en la taberna con los amiguetes o viaje los fines de semana acompañando al crío o cría, entonces entramos en otra galaxia, pasando de la más noble y desinteresada actividad física al terreno bastante resbaladizo de lo competitivo, lo profesional y lo elitista. Aquí, nueve de cada diez chaveas, llevan todas las papeletas para pagar el pato que con tanto afán quiere cenarse la familia. Así que aconsejo al ocasional lector que se zampe enterito este artículo periodístico de XL Semanal, "Campeonas a golpes", mientras que esté operativo. Son casos extremos, pero más me preocupan los casos ordinarios y anónimos de los que casi nadie acaba enterándose más que los propios niños. Eso sí, le ruego tenga a mano un peine porque tras la lectura detenida los pelos se les habrán puesto como escarpias y no es cosa de salir a la calle en ese plan, por mucho que lo raro hoy día sea ver a alguien pulcramente peinado.

2 comentarios:

la aguja 28/4/07, 0:43  

¿Será esto parte del efecto mariposa que llevo ya un tiempo pronosticando? Bienvenido sea si es así.

Lo más importante lo has dejado sentado en el ante cierre del artículo. Todos los acosos anónimos con los que tienen que convivir a diario niños y niñas para que sus padres lleven la cerviz bien estirada.

Es vergonzoso todo lo que la cultura del deporte de elite está lanzando sobre nuestro entorno. Es una parte más del maldito consumismo. Quizá una parte bien fea dado que conlleva elementos psico-sociológicos muy complicados de detectar y más aún de corregir.

Y nuestros ayuntamientos, la Administración más cercana al ciudadano, apoyando y elevando al cuadrado esta "cultura de la victoria o derrota" en lugar de la de coopera y colabora, o la de diviértete y disfruta.

Anónimo 30/4/07, 20:16  

Ya lo hemos comentado en distintas ocasiones. Chavales que van al gimnasio no por cuestión de salud si no para ponerse cachas (y encima, lo pretenden en varios meses, los muy panolis). Gente que llena las piscinas a principios de curso pero que cuando ve que hay que darle a las manos y piernas, resulta cansao y abandonan a los dos meses. Y casos parecidos, aunque si hablamos de adultos cada uno es responsable de sus actos y de su cerebrín.

Pero cuando se pone como pantalla, pretexto o sucedáneo al niño o niña, eso ya es otro cantar.

Hubo un tiempo en que mis hijos jugaban en una escuela de fútbol de la Diputación (les gustaba el fútbol, como a todos). Aparte de no cohartar sus primerizos gustos (tendrían 7 y 9 años), aquella distracción trisemanal valía para que hicieran deporte, se sometieran a cierta disciplina (ejercicios físicos y tácticos) y se relacionaran con sus amigos y otros chavales. El mayor pronto lo dejó pues vio que aquello no era lo suyo. Al menor sí le gustaba y me tuvo un par de años tras él, aunque cuando empezaron a participar en un campeonato provincial contra equipos de otras ciudades y pueblos, dije que entrenar sí, pero que jugar en versión oficial, nanai de la nana. Mayormente porque era en los partidillos de entrenamiento y ya había padres, madres, abuelos y abuelas (sin olvidar a algún que otro entrenador), a los que había que darles tila o ponerles un bozal, conque imagínate en un partido en serio. (Sólo hice la prueba una vez, para confirmar mis sospechas).

Aquella idea, patrocinada por la Diputación provincial, se vino abajo poco después cuando decidieron que en aquellos campos de fútbol había sitio para meter a todos los funcionarios de la misma, más unos despachitos personales para cada diputado. Oye, con edificio inteligente y mirando al mar (a escasos cincuenta metros). Así que se jodió una actividad a la que asistían varios miles de chavales y aquello ya no huele nada más que a sobaco funcionarial y a humo de los centenares de coches de los currantes y pasantes de turno.

(Y eso que las Diputaciones iban a volarlas cuando llegó la democracia... Menudos jetas estos políticos).

Te cuento esto porque no sólo algunas administraciones públicas siguen -como dices bien-. emperradas en la cultura de la victoria o derrota, sino que algunas han desertado completamente del fomento del deporte si con ello daban el gran pelotazo de su vida. Como la diputación malagueña, que ahora retoza y vaguea en un pedazo de recinto que no hace mucho era campo de entrenamiento y diversión de varios miles de enanos.

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