POR FIN LA LIARON
Ya tardaba mucho el personal futbolero de la élite de la primera división en liarla. Llevábamos una Liga demasiado tranquilita, aunque era previsible que en cuanto las castañas empezaran a asarse, el personal afilaría los colmillos para apoderarse de ellas. El título ya empieza a asomar la patita por debajo de la puerta, con las pocas jornadas que restan, y los descensos están cocinándose a fuego lento. Cinco o seis equipos arriba y otros tanto por abajo se disputan el cielo y el infierno de la temporada liguera, así que estaba al caer el follón tradicional que suele acompañar a momentos tan decisivos, donde la polémica engorda las arcas de clubes, telecacas y un montón de moscones que giran alrededor.
Como era de esperar, los árbitros tienen la culpa. Que si un penalti de más, que si un penalti de menos, que si un golete anulado, que si una expulsión injusta… Vade retro, arbitruchos... Pero la cocina no arde hasta el techo si no hay pirómanos alrededor que aporten abundante combustible extra: algunos directivos de mucho sueldo y algunos periodistos de poco seso. Así que desde el sábado pasado ya tenemos el belén montado: el arma del crimen (dos penaltis en el Sardinero pitados al Irreal Madrid y dos expulsiones de sus descacharrados chicos); un asesino deportivo (el juez Turienzo, al que le han llovido insultos y hasta amenazas de muerte de los descerebrados de turno); un fiscal que no sabe de lo que habla (un tal Mijatovic, que ve cosas raras, aunque podría ir al oftalmólogo a revisarse la vista, que lo mismo es eso) y unos mass media vendidos al burdo sensacionalismo y a los ajustes de cuentas (prensa del Real Madrid, aunque se vista con la camiseta de la difusión nacional). En fin, ya tenemos el cuento guerrero de todos los años armando una zorrera de humo que no veas.
Esta vez parece que los chicos del Comité de la Inanidad (esos de Competición) han tenido ciertos reflejos y se han despertado a tiempo para expedientar al dirigente madridista-yugoslavo y al lenguaraz entrenador del Valencia, pero como son unos pésimos bomberos, el fuego continúa propagándose y probablemente en las próximas semanas alcance y chamusque a otros clubes y geografías. Eso sí, siempre con los árbitros como encausados y chivos expiatorios, porque las bofetadas siempre tienen los mismos destinatarios, esos tíos que intentan hacer cumplir un reglamento y unas reglas absolutamente tercermundistas, más típicas de la Edad de las Cavernas –en que el balón era una vulgar piedra- que del siglo informático en que vivimos. ¿Por qué no usan las nuevas tecnologías en los campos de Primera para evitar estas disquisiciones absurdas sobre si fue o no penalti? ¿Por qué no se introducen cambios en las reglas, que agilicen el sopor habitual por un lado y por otro eviten estas jugadas tan polémicas? Cuando hace años los partidos acababan 6 a 4, un penalti no tenía ninguna importancia. Hoy día, en que marcar un gol es un milagro, un penalti es una jugada tan decisiva que debería, por eso mismo, desaparecer, reconvertirse o estudiarse milimétricamente con los medios técnicos que hoy disponemos.
Pero, para qué vamos a engañarnos. El fútbol triunfa porque va acompañado por la polémica y por la memez geográfica (esa de que los equipos “representan” a las ciudades). Los árbitros son conscientes que ellos son el payaso que recibe todas las bofetadas, aunque lo disimulen muy bien (el bolsillo es débil). “Tan sólo estamos hablando de fútbol”, ha dicho el trencilla Turienzo, demostrando que no tiene ni pajolera idea de lo que se cuece en este deporte o tiene más cuento que Calleja. Allá él si quiere ser tan ingenuo o hacérselo. Menos lobos, Caperucitas, que aquí todo el mundo sabe a lo que juega y de qué va ésto. No se salva del desmadre y la desfachatez ni la mismísima pelotita…
2 comentarios:
Cuando se comprime el resultado se exacerban los sentimientos. Y si son sentimientos primitivos de seres primitivos sólo se pueden esperar reacciones primarias: gritos, lanzamientos de objetos (palos y hojas en origen, pero esto se ha refinado bastante), lamentos y quejidos, cabreo…
Y si encima va en manada, del homo futbolerus se pueden esperar actos violentos y vandálicos.
Lo que no alcanzo a entender es la metamorfosis que se produce en algunos homo respetábilis, que se vuelven furibundos y reaccionan ante cualquier cosa que ellos entiendan como provocación —aunque objetivamente no lo sea— cuando se les habla del asunto de la pelota. Es como si el encéfalo se les fuera de vacaciones al otro extremo de la columna vertebral (sí, cerca del culo).
¿Y contra quién van a cargar? Pues contra los de la especie inferior, que son los árbitros. Los de fútbol concretamente tienen tan poca autoestima que se dejan mangonear todos los años y a lo más que llegan es a hacer tímidas denuncias en la prensa y amagos de que se van a poner en huelga. No hay pelotas —de fútbol, claro— para ponerse en huelga.
Ya nadie les cree. Quizá es que si se ponen en huelga se queden sin cobrar sus dineros —como todo españolito que se pone en huelga— y por eso no lo hacen. Tienen bien asumido su complejo de chivo (expiatorio) y para qué van a cambiar. Si es que el fútbol es así.
Tengo para mí que al homo respetábilis hay que conocerlo en ciertas situaciones de anonimato para acabar teniendo una imagen apropiada del mismo. Quiero decir que si en el campo se muestra como un energúmeno, es que es un energúmeno en su fuero interno y sólo la coraza de las normas sociales impide que en la vida normal haga energumenadas. A veces la coraza salta por los aires en esa misma vida normal y entonces nadie se lo explica: "Era una persona completamente normal...". Sí, sí..., normal... A lo mejor viéndolo en un campo de fútbol hubieramos empezado mejor a conocerlo. O metido en un cuatro latas motorizado, donde muchos honorabilis se transforman y se convierten en maleducados, egoístas, estúpidos y -a veces- potencialmente asesinos. O en un mitin, o en una guerra, o en un estado de cierta inquietud...
Los más bajos instintos que todos llevamos dentro saltan por los aires en cuanto se rompen las convenciones sociales, en cuanto actuamos con escasa responsabilidad escondidos en el anonimato o cuando el encéfalo no puede digerir toda la morralla que le estamos metiendo o que reprimimos durante largos años.
Será ésta una filosofía bastante barata y cutre, pero con ella me apaño para comprender ciertos comportamientos y actitudes de mi prójimo (y míos) que de otro modo no entendería
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