25 de mayo de 2008

RETRATOS DE GIMNASIO

Por prescripción médica el Puñetas lleva unos cuantos años visitando el gimnasio. El último por el que deambula con su torpe aliño físico es uno perteneciente a una multinacional de la cosa. Antes estuvo en otros más modestos, de barrio y tal. En todos ellos siempre me ha gustado interesarme por la fauna que lo frecuenta. A ello vamos a dedicar los siguientes renglones, sin hacer sangre, por favor, que cada cual es como es y cada cual somos lo que somos. Hay que aprender a reírnos de todo y de todos mientras no hagamos mal a nadie en particular. Y siempre con bondad, cierta ternura y bastante cariño. Está mal que lo diga el Puñetas, pero es lo que corresponde si somos unos bien nacidos.


El otro día me perdí la mitad de la sesión con una parejita de tórtolos. Nada más verlos aparecer, de reojo en el espejo, me dije: -Aquí hay tomate tomatero… Y vaya si lo hubo. Andaban los novatos chavalotes tan salidos de madre que poco faltó para que se montasen allí mismo. Madre del amor hermoso y la lujuria desenfrenada… Sabemos que estas fechas primaverales se prestan a ello y que la carne es débil y que los musculitos son un buen reclamo, pero a un gimnasio se va a sudar la camiseta no a quitársela. Así que el monitor más experto les llamó la atención muy delicadamente, los chicos pusieron freno a su frenesí de palomita y halcón y la megafonía echó el resto con un poco más de decibelios marchosos. No hay líbido capaz de aguantar una música atronadora y martilleante que te deja seco el cerebro y los órganos colgantes.


Un espécimen peculiar pero habitual es el chaval que luce tipo hercúleo, cachas depiladas y pelo gominoso. Este sí que provoca admiración. Jodé, llevo dos años en este puto gimnasio y todavía mis bíceps no levantan ni medio centímetro. ¿Cómo hará ese gachó para tenerlos de a metro? –solemos pensar el común de los mortales. Quizás se dope con esos alimentos vitaminados que de vez en cuando requisa la policía, pero lo de ese chico y otros de similar talante físico se nota que es gracias al sudor y a las lágrimas (por el esfuerzo) que viene derrochando desde hace años. Verle actuar en el área de pesas produce escalofríos. El día menos pensado se hernia y tienen que llevárselo disecado –piensa el Puñetas en plan pesimista. Qué va. No sólo no se le desarma la cresta del pelo gominoso si no que cada día es capaz de levantar más peso, sea con los brazos, las piernas o lo que haga falta.


Particular simpatía me producen algunos viejecitos y viejecitas que lucen bamboleantes arrugas en la máquina andadora o encima de la bici estática. Algunas veces pego la hebra con alguno (ellas son más reservadas) y agrada enterarse sobre lo positiva que ven todavía la vida y las ganas que tienen de seguir comiendo todos los días. Si en mis tiempos hubiera habido estos adelantos a estas horas no tendría ni hipertensión, ni diabetes, ni varices ni alergia -me dice uno de ellos. Yo asiento con la cabeza, agradeciendo su inyección de optimismo. Gracias a ésto y al par de horas que me tiro aquí he vuelto a sentirme joven –me dijo uno el otro día.


¡Cuantos personajes tan diferentes es capaz de reunir un gimnasio abierto al gran público! Esa madre e hijo, sordomudos los dos, que se pasan toda la sesión hablando entre aspavientos gestuales y partiéndose de risa. Cómo me gustaría enterarme de lo que les produce tanta alegría. Ese par de chicas obesas hasta las cachas que a duras penas pueden alojar su generoso trasero en el sillín biciclitero pero que aspiran a lograrlo en menos de un año si logran mantener la ilusión, las ganas y la constancia. Uno arrima la oreja a su conversación y, por lo bajini, desea que ojalá lo consigan, que pierdan unos cuantos kilos para que su hermosura se haga aún más patente. Y qué decir de ese joven tostado por mil soles diarios, que tras la dura jornada en el andamio se acerca al gimnasio para seguir machacándose el cuerpo. O aquel señor tímido y canoso que ha descubierto recientemente que hay vida fuera de la mente, que el cuerpo también necesita cariño y que los años pasan rápidamente y quien primero lo nota es el esqueleto, antes que el alma. A mis años, a poco de jubilarme, acabo de descubrir que jamás he prestado atención a mi estado físico –me dijo un día mientras pedaleábamos cerca uno del otro-. He vuelto a recobrar el sueño profundo gracias a que llego a casa cansado pero con las pilas repletas de energía.



También están los ansiosos y estresados. Mayormente ejecutivillos, señoras todavía de buen ver que deben hacer todo lo posible por conservar ese marido que ya empieza a mirarlas sólo de reojo porque en la oficina tiene féminas más jovenzuelas y pizpiretas, o pequeños empresarios y empresarias que andan siempre con el móvil a cuestas dando instrucciones a su jefe de personal entre zancada y zancada o entre sorbo y sorbo de Aquarius. O la marujona con la musculatura aún en su sitio, que confunde el gimnasio con una peluquería, el telefonillo en la mano, hablando sin parar sobre las locuras de toda su parentela y amistades. Yo, qué quieren que les diga, me lo paso de rechupete en el gimnasio. No sólo quemo energías y mantengo el tono muscular si no que -sin gastarme un duro- contemplo la película de la vida en todo su esplendor y variedad. A saber qué pensarán de mí algunos o algunas de las que por allí sudan el pellejo. Y si no lo saben, que se lo inventen. Es otra manera estupenda de sentirse cerca del prójimo: imaginar algo de sus vidas partiendo de detalles tan nimios como la forma de sus manos, un tipo de peinado, una pose furtiva ante el espejo o la marca de su equipamiento textil. Si desean apuntarse a un gimnasio no valoren sólo el precio y sus servicios; también la calidad del personal que lo frecuenta. Incluido usted, por supuesto…

2 comentarios:

la aguja 29/5/08, 13:37  

Los gimnasios, tanto los privados como los públicos, se han convertido desde hace tiempo en centros sociales (alguien me dijo una vez que el polideportivo de cierto pueblo era un "punto neurálgico" de la población).

Hay gente que va a los gimnasios sólo para tener alguien con quien charlar. Y hacer amistades (que no es lo mismo que hacer amigos).

De paso no gastan en tabaco o cerveza, que es lo que harían en el bar del barrio. Y entre conversación y charla levantan algo de peso, media docena de abdominales mal contadas, y algo de estiramientos. Sin más pretensiones.

No es lo óptimo, claro, porque no reciben ningún beneficio físico al carecer de ritmo en el entrenamiento (un viejo y conocido aforismo deportivo reza que lo que no te cansa no te entrena). Pero tampoco les perjudica.

En las ciudades la vida privada suele ser más miserable que en los pueblos.

Sales de trabajar de ocho a tres, te vas a casa y… ¿qué haces?

Pues algunos, al final, acaban en los gimnasios.

Sí, claro, si eres de esa ciudad de toda la vida, seguro que tienes amistades e incluso amigos con aficiones semejantes a las tuyas.

Pero piensa en alguien que sea emigrante (emigrante interno, me refiero; al español o 'ñola' que vivía en la zona rural y tras graduarse en el instituto se ha ido a la Uni y con su titulito bajo el brazo ha encontrado un currito en la urbe, y su pueblo no le queda como para ir y volver todos los días; y eso si es que su pueblo es de la misma provincia, O LA MISMA COMUNIDAD AUTÓNOMA).

Que me extiendo como en el anterior artículo… Sólo quiero añadir que se podría hacer una novela con las vidas contadas que uno puede escuchar en cualquier gimnasio: alegrías y penas, esperanzas frustradas y amores apasionados, nuevos horizontes y regresos a los orígenes… En fin, que me pongo muy literato y caigo, pues, en lo pedante.

Juan Puñetas 29/5/08, 21:26  

Se podría hacer una novela, sí (si es que ya no se ha hecho en algún sitio). Es más, cuando lee uno que hay programas telecaquiles de academias donde se aprende a hacer gorgoritos, de pasarelas donde se aprende a ser supermodelo, de oficinas donde el personal canta la gallina ante una máquina de café, o de islas desiertas donde sobreviven idiotamente unos idiotas preseleccionados, parecería lógico que a alguien de los que ensucian por los puestos directivos de las telecacas se le debería haber ocurrido ya el hacer un programucho ambientado en un gimnasio, por el que pasarían personajes varios en plan novelero o en el que tendría lugar un concursete donde lucir paquete, tetas, musculitos y posturitas varias y sugerentes. Ya sabes, sexo, sudor y lágrimas. (Bueno, y sangre, que si no el personal se aburre). No pienso que debamos patentar la idea, pero me extraña que hasta ahora no se les haya ocurrido a ninguno de los cagarruteros de Telepingo, Antena Puaf y cía.

  © Blogger template 'Greenery' by Ourblogtemplates.com 2008

¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).