18 de octubre de 2009

DE SORPRESA EN SORPRESA


Rafael García trabajaba de obrerete en una obra (levantamiento de pisos) en un pueblo del extrarradio de Madrid. Empezaba su jornada habitual saliendo de casa a las cinco de la mañana. Como todo lo que tenía de fortachón lo acumulaba en sus músculos pero no en su cerebro, llevaba ya varios años haciendo siempre el mismo recorrido pero aún no había pillado con exactitud el horario del autobús. Así que todos los días se veía obligado a correr detrás del mismo hasta la siguiente parada pues siempre se le escapaba. Menos mal que el tráfico, aún a esa hora tan temprana, era completamente infernal, así que siempre le daba tiempo de –a paso ligero- alcanzarlo. La escena se repetía con el siguiente autobús y con el tercero. Rafaelito, ni qué decir tiene, con tal entrenamiento diario, estaba preparado para correr los diez mil metros y hasta el maratón si fuera preciso.

Cuando llegaba a la obra se ponía el casco y se subía al andamio a cargar y descargar ladrillos y lo que hiciera falta. Sus bíceps y tríceps daba gloria verlos, acostumbrados al máximo esfuerzo para levantar y soltar con cuidado el material de construcción que todos los días tenía que mover de un lado a otro. García hacía el trabajo de una grúa, pero mucho más económico. Quizás esa era una de las claves de su éxito como trabajador imprescindible. Viéndole sube que te sube y baja que te baja,  nadie dudaría en considerarle vencedor en una prueba olímpica de halterofilia o lanzamiento de peso.

Tras la hora de comer, en que se zampaba todo lo inimaginable, todavía echaba tres horitas más acarreando material hasta que llegaban las cinco, cogía el petate y se largaba de la obra, camino de casa. Y vuelta a repetir la carrera de relevos con el bus. Subía las escaleras de cuatro en cuatro (buen saltador de altura sería a poco que se entrenase un poco) y tras besar a su joven damisela, volvía a la calle camino del gimnasio. ¡Rafaelito era de los que no podía pasar un minuto sin estar moviendo un músculo! Allí se machacaba dos horas haciendo pesas, corriendo en la cinta transportadora, montando en bicicleta y hasta nadando. Cuando se echaba a la piscina, los que estaban en su calle, salían de la misma a velocidad supersónica. No era cosa de ponerse en medio de aquel monstruo que movía los brazos y piernas con la fuerza de un camión de varias toneladas. El personal lo miraba incrédulo y extasiado, pensando qué pedazo medalla de oro en los 1500 libres se estaba perdiendo el país por no tener federado a aquel tipo tan enorme. Cuando consideraba cumplida su labor natatoria, salía como el que se levanta de una buena siesta, más fresco que una lechuga. Luego se metía en la sauna y sudaba el tío durante un cuarto de hora. El calor, en vez de agotarlo, le aportaba nueva energía.

Por fin, harto de quemar calorías, regresaba a casa andando (es un decir porque cada zancada suya equivalía a cuatro de un ser normal, pues no lo he dicho pero ahora lo digo: Rafaelito calzaba un 48, medía dos metros exactos y pesaba 110 kilos en bruto. Ni un gramo de grasa, ni un michelín ni un firestone. ¡Qué pedazo de tío!). Tras subir nuevamente las escaleras a paso de trote entraba en su nidito de amor donde su damisela ya le tenía preparada una cena que no se la saltaba ni un elefante. Luego se ponía guapo y junto a su chica bajaba al pub de quien esto les cuenta, donde se tomaba siempre lo mismo: un refresco de naranja y unos cuantos cacahuetes. De verbo imposible, yo intentaba sonsacarle algo más que monosílabos. Nunca lo conseguí. Menos mal que para eso estaba su damisela, para completar el argumento.

-¿Y todos los días haces lo mismo, Rafael?
-Sí.
-¿Incluidos los fines de semana en que no trabajas?
-Sí.
-Bueno –terciaba Daniela, su chica-, como no va a la obra aprovecha para hacer unas cuantas chapuzas en la economía sumergida esa y aumenta el doble las horas de gimnasio.
-Pero alguna salida, viaje, película…., algo haréis…
-No.
-Es muy casero. Se acomoda en el sofá y se zampa todo el deporte del fin de semana. Yo me voy a dar una vuelta con unas amigas del piso de abajo.
-¿Y, Rafa,  no se te ha ocurrido probar en algún deporte donde seguro que podrías ganarte bien la vida?
-Quizás…
-No te entiendo…
-Sí –volvió a intervenir Daniela-. Hace unos meses descubrió el ajedrez. Fíjate tú que nadie imaginaría que se le diese bien, él que es un desastre para todo lo del intelecto, pero un compañero de la obra le metió el gusanillo en el cuerpo y, como por arte de magia, todas las noches se tira un par de horas jugando contra el ordenador…

Yo nunca había creído antes en los milagros, pero desde aquel día supe que Rafaelito nos iba a proporcionar uno si se tomaba aquel juego con la misma dedicación y esfuerzo que todo lo demás. Quizás nos había estado engañando con su cerebrín tan poco dado a la cosa oral y dicharachera o quizás es que un analfabeto integral puede, en cosa de damas y reyes, llegar a ser un genio. El caso es que en menos de un año nuestro mudito del refresco de naranja y los cacahuetes ya se había proclamado campeón regional. En uno de esos torneos conoció a un alto jerifalte de la política deportiva, también apasionado del ajedrez. Y, como la vida es una sorpresa detrás de otra, se lió con él dejando plantada a Daniela. Pronto ascendió como la espuma, olvidado el andamio: de guardaespaldas del político pasó poco después a asesor en temas varios. No me pregunten cuales. Cuentan las lenguas viperinas que sigue igual de cachas pero que se ha vuelto muy hablador. Sigue jugando al ajedrez pero ahora su nueva pasión es la Bolsa. ¡Joder con Rafaelito! ¡Y parecía tonto!

-¿Cómo te va la vida, Daniela?
-Estupendamente, Pepe. En buena hora se le ocurrió a aquel armario llamado Rafael García dejarme plantada por aquel politicucho. Me tenía sorbido el cerebro siendo incapaz de ver que aquel tipo sólo era un saco de músculos. Bendita la hora en que milagrosamente descubrió el ajedrez y luego a su amante.
-¿Y nunca sospechaste que le iba la marcha con los de su mismo sexo?
-Ay, Pepe, que todo te lo voy a tener que decir, pero como ya hay confianza… Aquí donde me ves tan mona, soy transexual. Soy una mujer en un cuerpo de hombre aunque ya me queda poco para dejar de serlo. ¡El mes que viene me opero de abajo! Entonces por fin podré ser libre…

Pese a la enorme experiencia mundana que me proporciona mi pub, viendo y charlando con miles de clientes, nunca pude imaginar que aquella pizpireta chica fuese un chico venido a menos. Me alegré por ella y le prometí un cubata gratis semanal durante todo un año para celebrar su cambio total de personalidad. En cuanto a Rafa, nunca he vuelto a verlo. Su amante ha sido nombrado representante en la FIFA y se ha ido con él a viajar por esos mundos del extranjero ese. Desde este episodio sólo me fío de la realidad física cuando la tengo delante en pelota picada. Cosa que, por mi oficio, me ocurre más de lo ustedes se figuran…  

2 comentarios:

Cítrido Limóndez 9/11/09, 0:50  

Se conocen algunos casos de cambios de sexo entre deportistas famosos. Parece ser que Robert Millar, ex-ciclista, y alguna atleta alemana que ahora no recuerdo el nombre. Hace poco leía algo en el fútbol australiano profesional. Es de suponer que en el deporte aficionado también ocurra y en mayor medida. La pregunta sería si los controles de sexo van a cobrar una importancia que ahora no tienen, y si en los dos pasos serán igual de determinantes...

Juan Puñetas 12/11/09, 0:09  

Los controles de sexo tendrán cada vez más importancia dado que cada vez el sexo depende más de la subjetividad del personal, de los resultados e intervenciones de la medicina, etc. Y no hablo sólo de los caracteres sexuales secundarios si no de los primarios.

Si ya se está consiguiendo que viejas de setenta años tengan un bebé parido por ellas mismas (aunque sea usando todas las triquiñuelas inimaginables), ¿por qué no se va a montar tal lío en asunto de sexo -para ganar pasta y prestigio, entre otras cosas- que hará falta un sistemático control de todos los deportistas, para evitar la trampa consiguiente, o sea, el doping?

Será que Jacinto RX ha estado hoy por casa pero eso en su planeta ya está superado. Allí los tíos (es una manera de hablar, ojo) pueden ser tías pocos minutos después y viceversa u otra cosa más neutra cuando les interese. Todo, a voluntad y según el deseo. Aunque los humanoides estemos a años luz de mi amigo, creéme (lo digo porque él me lo ha contado) que ya estamos empezando a poner los cimientos, o mejor, dicho, la primera piedra en este asunto. Menudo cachondeo nos espera...

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