6 de diciembre de 2009

EL HINCHA RICARDO ÑU


Ayer leía en el ordenata, acodado tras la barra de mi pub y en espera de algún cliente, que el Real Madrid acaba de lanzar al mercado una nueva equipación. Esta vez, de ropa interior. Destaca especialmente la femenina con sostenes, tangas y braguitas. Parece ser que es el primer club que se atreve a tanto. La noticia me ha traído a la mente a Ricardo, un antiguo cliente mío.

Se llamaba Ricardo Ñu. Era pequeñajo, culigordo y vivía exclusivamente para el fútbol y el club de sus amores. Nunca llegó a decirme el porqué de su apellido porque yo jamás se lo pregunté. Lo de su diminuto tamaño físico le proporcionó un complejo de enano que le provocó no pocas insatisfacciones. (Como, por ejemplo, tener que llamar al vecino para que le cambiara las bombillas fundidas de la cocina). El atributo del culamen es importante –yo no doy puntada ni descripción sin hilo- pues decía que toda su familia era culigorda desde varias generaciones y que esa seña de identidad debía mantenerla a toda costa. Todavía estaba soltero en espera de que apareciese en su horizonte de amoríos la chica con el pandero más hermoso del mundo, para llevársela al catre y al altar. En fin, era un tipo muy raro y por eso se había buscado una coartada perfecta: ser el forofo número uno del club de su ciudad.

Sus padres, fallecidos en un accidente de aviación, le habían dejado una importante herencia y una más importante indemnización judicial por el chasco de haberse quedado huérfano en un aterrizaje mal calculado. Eso le permitía llevar una vida muy desahogada además de ganársela muy bien como “negro” de varios escritores de éxito. Igual que coleccionaba chavalas con el trasero modelo “mesa camilla”, coleccionaba entrenamientos de su equipo del alma. Lo suyo era seguirlo allá donde viajase, saberse de memoria la biografía de todos los integrantes de la plantilla, calzar toda la ropa y productos del merchandaising de sus ídolos y del club. Tal afición le iba dejando la cuenta corriente cada vez más tiesa, pero el tío calculaba que hasta los cincuenta años no pasaría apuros y para entonces estaba convencido de que ya iba a estar más bien muerto. ¿Motivo? Una tarde, en que estábamos solos en el pub, me lo dijo muy claramente:

-Mira, Pepe, los forofos como yo morimos muy jóvenes. Nuestro corazón está siempre bajo una presión insana. Si el equipo gana, alcanza tal cantidad de revoluciones euforizantes que el infarto puede venir en cualquier momento y si pierde, la frustración y el estrés lo infectan de toxinas peligrosas y de mala sangre. Vivimos tan intensamente que lo tenemos hecho fosfatina en cuanto entramos en la madurez. Pero es preferible una vida plena e intensa al lado de nuestro ídolos y con nuestros colores que llegar a centenarios sin saber el placer que proporciona una noche de Champions , una Liga alcanzada en la última jornada, una juerga hasta altas  horas de la madrugada tras ganar el clásico del siglo de cada año. No hay placer más grande, yo al menos no lo conozco, que el de un triunfo de mi equipo. Se olvidan los problemas, ni me acuerdo de mi pequeñez de estatura, la vida me sonríe durante una semana hasta el nuevo encuentro y, en fin, qué quieres que te diga, disfrutamos de la vida con una pasión infinitamente mayor que la que Romeo tenía por Julieta. Con eso ya está dicho todo…
-Pero no siempre se gana, Ricardín, monín… Lo normal, aunque tu equipo sea uno de los grandes del fútbol mundial, es que os llevéis un chasco detrás de otro y eso no es disfrute ni leches…
-Eres un antiguo, Pepe. Las derrotas y las frustraciones pasan pronto porque inmediatamente estamos pensando en el partido del miércoles o del siguiente domingo, mientras que el sabor de las victorias permanece toda la temporada. Claro que para esto hay que ser de un equipazo tan grande como el mío, pero la inteligencia está para algo, ¿no? A mí no se me ocurriría hacerme forofo del Berzotas Club de Fútbol. Vamos, ni harto de vino…

Era un tío culto el tal Ricardo. Lo cual hacía más incomprensible a mis ojos su afición extrema por el club de sus amores. Todos los días se zampaba de cabo a rabo los periódicos deportivos, las emisiones televisivas y los debates radiofónicos. Su casa, me decía, era una mini tienda del club de sus entretelas. En ella podían encontrarse todos los artilugios y productos que su equipo del alma había sacado al mercado para fidelizar y hacer negocio con sus simpatizantes y fans. Colonias, relojes, toallas, sábanas, chubasqueros, mantas, llaveros, discos, muebles, condones, vasos… Cualquier cosa que llevase el escudo o el nombre de su club era inmediatamente comprado por Ñu. Y como viajaba tanto detrás de sus idolatrados jugadores, cada temporada se multiplicaban más los souvenirs, los atuendos y productos del club por el que estaba dispuesto a dar la vida, si fuera necesario.

-Soy un soldado de mi equipo. Mis genes, como mi culigordura, se hunden en mis antepasados. Sin necesidad de trabajar por culpa del destino y de mi orfanato desde edad temprana, y con las inquietudes intelectuales también cubiertas, lo único que me satisface desde hace años es ser un fiel seguidor de mi equipo. A él he consagrado mi vida, como si de un sacerdocio se tratara y a él me debo. Con un amor desinteresado, altruista, fiel hasta las últimas consecuencias. Si alguna vez llegase a desaparecer por problemas económicos o políticos, ten la seguridad de que yo también desaparecería del mapa pegándome un tiro o comiéndome una lata de berberechos caducados.


Ricardo era demasiado. A veces pensaba en una broma de mal gusto o que aquel tipo estaba loco de remate, pero era tan riguroso en sus explicaciones, tan apasionado en sus argumentos, que al final tuve que admitirlo como uno más de esos tipos que viven entregados en cuerpo y alma a una causa absorbente: la política, la religión, los viajes, el sexo... Hasta tal extremo llegaba su devoción y amorío balompédico que se había hecho tatuar las iniciales de su equipo en el único diente postizo que albergaba su perfecta dentadura. Llevaba bordado el escudo en sus calzoncillos y camisetas. En fin, Ricardo era un perrito faldero del club de sus amores. Y todo ello, sin pedir nada a cambio, sin pretender pasar facturas a nadie, en la sombra, amando en silencio con la única esperanza de verse recompensado cada fin de semana con una victoria en el terreno de juego, donde él siempre acudía armado hasta los dientes de toda la parafernalia al uso.

-Moriré joven, Pepe, que te lo digo yo, pero confío en que antes de que llegue ese fatídico momento habré conseguido la completa felicidad encontrando a esa chica que ando buscando desde hace años. Culigorda, claro, pero fiel seguidora de mi equipo porque mi sueño es tener al menos un chico al que inculcar mi amor y mi pasión por el mejor equipo del mundo, el que me da la vida y el que causará mi muerte.

Semanas después me la presentó. “Mi chica”, me dijo tímidamente. En efecto, tenía un pandero tan grande como el ruedo de la plaza de toros de las Ventas. Era majísima y tan hincha de su equipo –el mismo que el de Ricardo, claro- que en todas sus bragas y sostenes se había grabado el escudo. Aquel día vi por última vez a Ricardo. Varios meses más tarde la chica vino al pub. La reconocí al instante. No me hagan decir en qué detalle de su anatomía me fijé para caer en la cuenta que tenía delante a la Julieta de Ricardo.

-Poco me duró la alegría. La eliminación en octavos de Champion le provocó tal berrinche que su trabajado corazón no lo pudo superar: infarto. Ahora reposa en el cementerio. Sabrá qué nicho es el suyo porque tiene un gran escudo presidiéndolo. Lo enterramos en un féretro donde introduje todos los recuerdos de su club que cabían. Sus últimas palabras nunca las olvidaré. Me dijo, en plena agonía: Culigorda mía, espero que en el más allá también existan una Liga y una Champions con mi club favorito porque si no me voy a aburrir de lo lindo. Qué pena no haber tenido tiempo para engendrar ese hijo que iba a tomar mi relevo. Queda con Dios, con la Federación Española de Fútbol, la UEFA, la FIFA y con nuestro idolatrado club. Fue bello y divertidísimo mientras duró…

De vez en cuando la chica pasa por el pub, sobre todo en días de partido. Me confiesa que todas las semanas acude al camposanto para dar las nuevas futboleras a Ricardo. También me dice que ella tampoco cree que llegará a vieja. Y es que esto de ser un apasionado del club de tus amores tiene no pocas desventajas…

2 comentarios:

la aguja 12/12/09, 1:44  

Es el vacío mental que embarga a la sociedad de principios de siglo. Lo realmente preocupante es que esto ha de desembocar necesariamente en otra realidad aún más preocupante. Y mientras tanto el nivel educativo de los países (ya no es sólo un problema de España) bajando aceleradamente. ¿Se tratará de sumir a la sociedad en un puré mental en el que nadie tenga siquiera un grumo de originalidad, iniciativa o inquietud?

Juan Puñetas 13/1/10, 23:13  

Sí, se trata. Y ya hasta esa gente que se supone que vive de la creatividad (cineastas, escritores, músicos, artistas plásticos, políticos, etc) empieza a mostrar síntomas alarmantes de una falta de originalidad e inquietad verdaderamente bestial.

Hablando de sostenes del Real Madrid, lo último que causa furor en una de esas redes sociales de mentecatos que funcionan por la internet es que las chicas y mujeres que las frecuentan digan de qué color son sus sostenes. Desconozco si encima los enseñan pero serían capaces... Y, como podrás suponer, en pocos días tendremos otra entrega pero de calzoncillos.

En fin, muchas tetas y mucho pene pero poco cerebrín. Y es que muchos/as dirán que total, para lo que nos sirve... Al menos con lo otro gozamos un poco y el negocio es más floreciente...

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