20 de enero de 2010

ELOGIO DE LA BICICLETA ESTÁTICA

CACHO UNO

-Año nuevo, vida nueva, Puñetas –me dijo Pacorro, un amigo de la adolescencia que va camino de la jubilación.

-Menos coña –le dije- y empieza de una vez a hacer ejercicio, macho. Llegas a los sitios 3 segundos más tarde que tu tripa y cualquier día ese cuerpo ajamonado que tienes te va a dar un disgusto…

-Juanillo, esta vez va en serio. La señora me ha regalado una bicicleta estática, mis hijos un libro de ejercicios con semejante trasto y yo estoy dispuesto a aplicarme en el empeño de sudar la camiseta encima de las dos ruedas. Que sí, que de este año no pasa, que a este paso no llego ni a la jubilación...

Entonces me contó que la noche de fin de año, casi tomando las doce uvas, tuvo que salir escopeteado a urgencias porque pensaba que estiraba la pata. Vamos, que se moría. Un dolor agudo en la zona baja de la barriga hizo saltar todas las alarmas. Tras diversas pruebas, los médicos mandaron para casa a Pacorro. Una falsa alarma, pero un porvenir terrorífico: principio de diabetes, inicio de hipertensión, pérdida de masa ósea, colesterol por las nubes y –para rematar la faena-  ácido úrico.

-Un desastre, Puñetas. Diagnóstico general: es usted una piltrafa andante. Sólo faltó al doctor de guardia decirme eso. En unas horas le he visto las orejas al lobo y de este año no pasa. Para empezar, bicicleta estática todos los días, menos los de partido del Real Madrid, mi equipo del alma, lo único que al parecer aún tengo potable. Ojo, me refiero al alma, no al Real… Y cuando pasen dos meses y empiece a estar un poco en forma, además de andar todos los días una hora, me apuntaré a un gimnasio con entrenador personal. Aunque la broma me cueste un ojo de la cara. ¿Qué te parece, Juanillo, tú que sabes mucho de deporte y de estas cosas?

-Pues que si eres capaz de llegar al verano cumpliendo lo que has dicho, te invito a un kilo de gambas en el chiringuito playero que prefieras. Ah, y siempre que todos los niveles hematológicos y bioquímicos que ahora tienes descompensados los hayas normalizado.  Y luego, vuelta al entreno.
 

 
CACHO DOS

Tengo una querencia especial por las bicicletas estáticas. Las pobres… ¡Cómo envidiarán a sus hermanas  de carretera, de cross o de paseo! Ellas siempre quietecitas, en el mismo sitio, soportando una vida monotonísima... La mía está en un rincón de la terraza. Mirando a la pared, como castigada. Cuando paso por allí, camino de un armario cercano, le acaricio el sillín y para mí que suelta unas risas, no sé si por las cosquillas o por la alegría de sentirse valorada. Porque yo procuro usarla, darle sentido a su vidilla, varias veces por semana. Entonces dirijo su manillar hacia la cristalera que da a la calle, me subo en ella, enciendo un radiocasete con música marchosa, y empiezo dale que te dale a los pedales. Así hasta que pasan 40 minutos y sudo más que un jamón en pleno mes de agosto. Intento darle algo de caña porque sé que eso es bueno para ella (no se oxidará) y para mí (pondré cachas mis cuádriceps, gemelos y corazón). Suelo abrir la ventana para que la brisa que llega del mar penetre en mis pulmones y los llene de aire menos cochambroso del habitual. Procuro mantener las pulsaciones entre 100 y un máximo de 140 pues ya no estoy para coger margaritas en el campo ni subir al Everest. Cada diez minutos me doy un lingotazo de una bebida isotónica y me animo y la animo: arre, amiga, arre… (Otros le dirán “vuela, vuela”, pero ya he dicho que a mi edad no estoy para muchos trotes). Cada cinco minutos procuro hacer uno a un nivel más intenso. Entonces es cuando me alejo de la velocidad de crucero de 120 y subo a las 140 pulsaciones. Y mientras pedaleo que te pedaleo, le doy vueltas a nuevas ideas para el Arco o canturreo la musiquilla que emite –desgañitándose- el viejo radiocasete. A veces me asaltan pornográficas imágenes: me veo en ellas sentado a la barra de un bar, con una gran jarra de cerveza y un plato repleto de pulpo a la gallega a punto de ser devorado, pero hago de tripas corazón y me digo, tranqui, Puñetas, que primero es la salud y luego el pulpo. La bici cuatro veces por semana y el cefalópodo una cada quince días, que sube mucho el colesterol y baja bastante el monedero. Y allí sigo, mirando cómo pasan los minutos, agradeciendo a mi querida bici estática su trabajo silencioso y desprendido. Mi sistema cardiovascular también se lo agradece así como el bolsillo pues son cuarenta minutos en que sólo gasto mi propia energía y un poco de electricidad en el radiocasete. Cuando acabo llega el momento más doloroso: ponerse de pie. Me agarro al sillín y allí reposo un par de minutos, mientras hago algunos estiramientos de espalda y piernas. Luego apago la musiquilla, pongo de nuevo a mi estática mirando a la pared y le guiño un ojo de complicidad. Otros tratan así a su coche. Yo soy más modesto. Y juraría que alguna vez mi Dunlop AC-520 me devuelve el cumplido con otro guiño, sólo que metálico. Luego, tras la ducha reparadora y relajante, zampo dos piezas de fruta de la temporada y me largo a la calle con pelo fresco. Por ella veo circular a algunos intrépidos ciclistas, muchos sin casco. Pendientes sus vidas de la desigual  lidia con los cacharros motorizados que circulan con escaso respeto a su fragilidad, mientras sus pulmones se intoxican con el aire que expelen los tubos de escape. Me siento un tío afortunado, qué leñe, por tener mi bici estática y no aburrirme con su compañía… Espero que Pacorro tenga suerte con la suya.

2 comentarios:

Cítrido Limóndez 6/2/10, 20:17  

Me temo que más que bicicleta estática habría que llamarla máquina de pedaleo.

Por lo menos el ciclista estático no se salta las señales de circulación. Los que transitan por la carretera claman que son víctimas, pero pasan olímpicamente de respetar las normas de tráfico.

Juan Puñetas 20/2/10, 0:48  

Se llame como queramos llamarle, el caso es que es un medio de transporte barato, sin peligro propio ni ajeno, ecológico, deportivo y no sé cuantas cosas más.

-¿Que es un medio de transporte? -me contestará agriamente.

-Espero no haberle echo polvo los higadillos con semejante boutade. Pues sí, es un medio de transporte en cuanto que hace kilómetros, los que usted quiera, aunque sin moverse del sitio.

-¡Pero es que el transporte no es sólo cuestión de kilómetros sino también de traslado físico! -me volverá a recriminar limonescamente.

-Eso era antes. Ahora con el camarada Zapatero podemos estar siempre en el mismo sitio haciendo como que estamos siempre de viaje. ¡Imaginación, amigo Cítrido! Ese el traslado físico-espiritual que yo le sugiero y defiendo. Móntese en la estática, hombre, y póngase a pedalear durante 40 minutejos para no ir a ninguna parte. O sea, para ir sólo al fondo de usted mismo, de sus energías físicas, mentales, imaginativas, musicales, filosóficas...

Muchos dicen que es aburridísimo montar en una estática. Yo opino lo contrario: es lo único que me obliga a tener el cerebro ocupado durante bastantes minutos para no caer en el sopor y la muermez. Es subirme a la cabra estática y mi cerebrín empieza a carburar como una moto. Oiga, ¡y sin saltarme ninguna señal de circulación ni recibir ninguna multa!

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¡Gracias por vuestra plantilla! (El Puñetas, agradecido).